Rachel y Cassie salieron de casa de Jake y tomaron direcciones diferentes.
—Que te vaya bien la exhibición —le gritó Cassie a Rachel.
—Vale, gracias —le contestó Rachel de mal humor.
—Nos vemos allí —le dijo Marco a Rachel—. No te caigas de la barra de equilibrios hasta que llegue.
Rachel le dirigió una de sus típicas miradas en la que se leía: «Si te metes conmigo, eres hombre muerto».
Luego desapareció y sólo quedamos Marco, Jake y yo.
—En el fondo está loca por mí —comentó Marco, guiñándonos el ojo a Jake y a mí.
—Seguro que sí —respondió Jake con sequedad—. Escucha, Tobías, no podremos llevar a cabo la misión hasta el fin de semana.
<¿Por qué?>
—Por el tiempo. Tenemos que transformamos para llegar hasta allí. No hay autobuses y caminando no podemos recorrer una distancia tan grande. Incluso transformados en lobos tardaríamos bastante. La otra vez nos costó más de una hora, así que he pensado que lo mejor sería iniciar el ascenso por la mañana y acampar luego en algún lugar escondido para estar listos cuando los yeerks aparezcan por la tarde.
—Y esta vez daremos un rodeo para no atravesar el territorio de la otra manada de lobos —señaló Marco—. No tengo ninguna gana de volver a tropezarme con ellos.
El plan parecía bueno.
<Tienes razón. Pero, si lo que queréis es poneros en camino por la mañana temprano, será mejor hacerlo un sábado.>
—Bueno, sea como sea, necesitamos reunir la mayor cantidad de información posible sobre la zona —Jake me miró, pensativo—. Había pensado que…
<Por supuesto —lo interrumpí yo—. Haré un reconocimiento de los alrededores y os buscaré un buen escondite. Ahora tengo todo el tiempo del mundo: podéis dejar el asunto en mis manos. Bueno, en mis manos precisamente, no, pero podéis dejarlo de todas maneras.>
Tanto Marco como Jake se echaron a reír. Creo que a Marco le sorprendió que fuera capaz de bromear sobre mí mismo.
Jake me miró de forma significativa. Supongo que estaría preguntándose por mi estado de ánimo.
<Me encuentro bien —le dije en privado, por telepatía, para que Marco no me oyera—. Es sólo que me sentí algo confuso después de ver cómo luchabais por escapar de aquellos cuerpos de lobo.>
El enarcó una ceja y asintió. No era difícil adivinar que aquel episodio también le había afectado. Sospecho que todavía tenía pesadillas.
—Muy bien, ¿y ahora qué? —preguntó Marco—. ¿Qué hago: me cuelo en el centro comercial sin que Rachel me vea o nos ponemos a jugar con algún videojuego?
—Tengo deberes —repuso Jake—. Y, créeme, Marco, si Rachel te ve haciendo muecas en el centro comercial mientras ella está subida en la barra de equilibrios, es capaz de convertirse en elefante y aplastarte.
Marco simuló un gesto de dolor.
—Qué tiempos aquellos, cuando lo único que podía hacer una chica era insultarte.
Alcé el vuelo y los dejé solos para que eligieran entre los videojuegos, los deberes o cualquier otra forma de pasar el rato. De todas maneras, yo no iba a poder participar en ninguna de aquellas actividades.
La verdad es que es una lástima. Con mi agudeza visual y la capacidad de reacción que poseo ahora, no tendría rival con un videojuego.
Pero los joysticks y los botones de control no están hechos para las garras.
Me interné en aquel frío atardecer.
Estuve dando vueltas un rato. Fui a echar un vistazo a la casa de Chapman. Chapman es el subdirector de la escuela y uno de los controladores de mayor rango.
La primera vez que vimos a Chapman, después de haber sido convertido en controlador, fue mientras le ordenaba a un hork-bajir que nos matase si nos encontraba y que guardara las cabezas para identificarlas después. No es precisamente lo que uno espera oír de alguien conocido.
Ni siquiera aunque sea el subdirector de la escuela.
Después resultó que las cosas eran más complicadas de lo que parecía. Es cierto que Chapman se había unido a los yeerks, pero en parte lo había hecho para salvar a su hija, Melissa.
En aquel momento Melissa estaría junto a Rachel, participando en aquel espectáculo gimnástico del centro comercial. El recuerdo de aquel sitio me ponía muy triste, porque era otro de los lugares al que no podría regresar jamás. La lista era ya muy larga: la escuela, el cine, el parque de atracciones…
¡Eh, un momento! Claro que podía ir al parque de atracciones; y sin pagar entrada, además.
Sin saber por qué, aquel pensamiento me hizo muy feliz. Desde luego, no podía montar en la montaña rusa, pero la idea me animó mucho.
Podía colarme en Los Jardines siempre que quisiera, e incluso ver cualquier partido de fútbol o de béisbol que se celebrara al aire libre.
¡Y luego estaban los conciertos!
¡Yuhuuu! Los que tuvieran lugar en los grandes estadios no plantearían el menor problema. Lo de pagar entrada había pasado ya a la historia.
Así debía pensar siempre y repetirme que aquel cuerpo de ratonero me permitía hacer miles de cosas que como humano me estaban prohibidas.
Sin embargo, aquél no era el mejor momento de ponerlas en práctica.
Tenía una misión que cumplir. Aquélla era otra de las muchas ventajas que mi nueva situación me proporcionaba: me había convertido en el último modelo de espía aéreo.
Una hilera de nubes se dirigía hacia las montañas a gran altura. El tiempo no podía ser mejor para mis propósitos: la causa de que las nubes se elevaran tanto eran unas corrientes de aire cálido en las que me apresuré a internarme.
Aquella vida no estaba tan mal después de todo.
Estaba volando. Antes, cuando todavía tenía cuerpo humano, contemplaba al cielo deseando poder volar algún día. Y ese deseo se había cumplido. Imaginé a muchos niños allí abajo mirando hacia arriba y exclamando al verme: «¡Qué alucine!»
Ojalá hubiera tenido algo de comida. Comenzaba a sentir hambre. Tenía que haberle pedido a Jake que me diera alguna cosa.
Entonces sucedió. Ni siquiera tuve tiempo de reaccionar. Supongo que fue porque me sentía bien. Porque estaba relajado.
Iba sobrevolando los bosques situados a un kilómetro aproximadamente de la granja de Cassie. Un poco más allá, los árboles se abrían para dar paso a una pradera de dimensiones reducidas. No hay nada en el mundo que le guste más a un ratonero de cola roja que un prado.
Aquél estaba lleno de posibles presas: había ardillas que recorrían el suelo en busca de nueces. Iban dando saltos y después se sentaban sobre los cuartos traseros mirando a su alrededor nerviosas. También había roedores que correteaban de un agujero a otro. Y conejos.
Una rata.
Era incapaz de apartar la vista de ella. Debí de encoger uno de los hombros, porque di un giro inesperado en el aire y me lancé en picado hacia el suelo a todo gas.
Bajé la cabeza, pegué las alas al cuerpo e incliné las garras hacia atrás para alcanzar la mayor velocidad posible.
¡Fue un impulso ciego! Abrí las alas y noté la resistencia del aire. Saqué las garras con la vista fija en la rata.
¡La concentración era absoluta!
¡Entonces ataqué!
Una especie de descarga eléctrica recorrió todo mi cuerpo. ¡Estaba eufórico! ¡Extasiado! Es la palabra que mejor describe lo que sentía en aquel momento. Nunca antes había experimentado una emoción tan intensa.
Hundí las garras en la carne caliente y las presioné contra ella. La rata se retorcía pero era inútil. ¡Inútil!
¡Estaba fuera de mí!
Cubrí al animal con las alas para evitar que la viera otro depredador y tratara de robármela.
«¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO!»
Retrocedí.
Me miré las garras. Estaban cubiertas de sangre.
Un trozo de carne del animal me colgaba del pico.
Presa del pánico, olvidé lo que era y traté de correr. Pero ya no tenía piernas ni pies con los que poder hacerlo. Sólo unas garras asesinas. Unas garras ensangrentadas.
Caí en el fango.
<No>, grité dentro de mi. Sin embargo, aún veía a aquella pobre rata muerta. Aún notaba su sabor. No importaba cuántas veces dijera «no», porque siempre acabaría siendo «sí».