Hablar con Rachel me ayudó, aunque no mucho.
Pasé la noche en el pequeño cajón de la buhardilla de Jake.
Al día siguiente salí a volar por ahí, mientras esperaba que mis amigos salieran de clase.
En algunos aspectos, debía reconocer que mi situación no era del todo mala. Para empezar, no tenía que hacer deberes; y, además, podía volar. ¿Cuántos chicos de mi edad son capaces de alcanzar los sesenta kilómetros por hora en un vuelo rasante o superar los ciento veinte en una caída en picado?
Fui a la playa para aprovechar las corrientes de aire que se forman allí. Siempre son mejores cuando los acantilados están cortados a pico sobre el océano.
Vi corretear unas posibles presas sobre la hierba que tapizaba la parte superior del acantilado. Se trataba sobre todo de pequeños roedores, a los que no presté la menor atención. Yo era Tobías, un ser humano.
Jake había convocado una reunión aquella noche en su habitación. Su hermano Tom no estaría en casa porque pensaba asistir a un encuentro organizado por La Alianza.
La Alianza es una tapadera de los yeerks, que la hacen pasar por una especie de asociación de boy scouts cuando su verdadero propósito es reclutar portadores voluntarios de gusanos.
He acabado por acostumbrarme a mirar los relojes de la gente mientras me mantengo suspendido en el aire. También resultan muy útiles esos aparatos electrónicos que a veces hay en los bancos, y que indican la hora y la temperatura.
No os podéis imaginar la cantidad de cosas que uno llega a echar de menos cuando pierde su propio cuerpo: tomar una ducha, dormir como un tronco, sin enterarte de lo que sucede a tu alrededor, o incluso preguntar qué hora es.
Por la tarde volví a la escuela y estuve dando vueltas hasta que acabaron las clases. Entonces esperé a que salieran Jake, Rachel, Cassie y Marco. Lo hicieron por separado. Marco había insistido en lo peligroso que sería para el grupo que los vieran siempre juntos.
Seguí al autobús en el que viajaban Jake y Rachel. Eran los que vivían más cerca: sus casas estaban a pocas manzanas la una de la otra. El apartamento de Marco estaba al otro lado del bulevar. Desde que su madre había muerto ahogada unos años antes, Marco vivía sólo con su padre.
Cassie era la que tenía que recorrer más distancia hasta llegar a su granja, que se encontraba a más de un kilómetro y medio de donde vivían los demás. Volando sólo se tarda unos tres minutos.
Como ya he dicho, llevar unas alas incorporadas también tiene sus ventajas, y la mayor parte del tiempo te sientes muy a gusto, en serio.
Mientras esperaba a Jake, me dediqué a flotar sobre una estupenda corriente de aire cálido que había sobre su casa. Luego lo vi bajar del autobús y entrar. No podía divisar a Rachel desde donde estaba por culpa de unos árboles que se interponían en mi campo visual. Al que sí distinguí fue a Marco.
Traté de concentrarme en los movimientos de mis amigos y olvidarme de las ardillas que correteaban por los árboles y los ratones que sacaban la naricilla por los agujeros para husmear el aire.
Al cabo de un rato vi salir a Tom. Tom es como Jake, sólo que más corpulento y con el cabello más corto. Yo nunca llegué a conocerlo bien. Sin embargo, fue precisamente durante nuestro intento frustrado de rescatarle del estanque yeerk cuando me quedé atrapado.
Caminó calle abajo con aire despreocupado. Entonces, una manzana más lejos, un coche se detuvo, se abrió la puerta y Tom saltó dentro.
Iba de camino a la reunión de La Alianza.
Poco después vi que los demás se acercaban a la casa de Jake. No me costó nada identificar a Rachel. Mientras caminaba iba haciendo ejercicios gimnásticos por el borde de la acera, como si estuviera encima de la barra de equilibrios.
Cuando todo el mundo hubo entrado, me dirigí a la ventana de la habitación de Jake. No quería que pensaran que había estado todo aquel tiempo dando vueltas sin nada mejor que hacer.
—Ya era hora —comentó Marco—. Llevamos una hora esperándote.
Sólo hacía dos minutos que habían llegado.
<Soy un pájaro muy ocupado —respondí—. Perdí la noción del tiempo.>
—Será mejor que empecemos cuanto antes —sugirió Cassie—. La señorita Lambert nos ha puesto bastante trabajo para pasado mañana y además le he prometido a mi padre que lo ayudaría a poner en libertad al búho de Virginia. Estaba hecho una pena cuando lo encontramos: se había posado sobre un cable de alta tensión y quedó completamente chamuscado. Pero ahora ya está bien. Incluso hemos encontrado un hábitat apropiado para soltarlo.
—Amigo tuyo, ¿no, Tobías? —se burló Marco.
Los demás le lanzaron miradas asesinas; aunque lo cierto es que me hacía sentir bien que Marco se metiera conmigo.
Marco se mete con todo el mundo.
<Los ratoneros no se suelen juntar con los búhos —respondí yo—. Ellos trabajan de noche y nosotros preferimos hacerlo de día.>
—Es un ejemplar magnífico —continuó Cassie.
<A veces veo algunos al caer la noche —comenté yo—. Son geniales. Tan silenciosos: jamás hacen el menor ruido con las alas. Pueden volar a menos de un palmo de tus narices sin que te des cuenta.>
—Humm, mirad, si Cassie tiene que marcharse pronto, lo mejor será que nos pongamos manos a la obra —sugirió Jake.
—Buena idea. Tan pronto como hayáis terminado con los pájaros, claro —se burló Marco.
—Yo también tendré que irme enseguida —anunció Rachel con timidez—. Mi clase de gimnasia hace una exhibición en el centro comercial.
—Eso no me lo pierdo por nada del mundo —saltó Marco.
—Ya lo creo que te lo pierdes —replicó Rachel cortante—. No pienso permitir que ninguno de vosotros se acerque por allí. Ya sabéis que no soporto esas tonterías.
Rachel no es de las que disfrutan exhibiéndose delante del público.
—Bueno, ahora ya sabemos cómo obtienen los yeerks el agua y el aire que necesitan —empezó Jake dando por zanjada la discusión—. Y también sabemos dónde y, más o menos, cuándo lo hacen. Tiene que haber una manera de utilizar esa información. ¿Se os ocurre algo?
Rachel se encogió de hombros.
—Deberíamos destruir la nave.
Marco levantó la mano como si estuviera en clase.
—¿Qué tal si volvemos al tema de los pájaros?
Como siempre, Rachel no le hizo el menor caso.
—Escuchad: si encontramos el modo de destruir esa nave, quizá los yeerks se quedarían sin aire y sin agua y tendrían que rendirse y largarse a su casa.
—Es posible —opinó Cassie—. Pero también es posible que haya una docena de naves idénticas a ésa en diferentes puntos del planeta. Ahora mismo no sabemos cuántas tienen.
—Con ésta bastaría si… —comenzó a decir Marco, pero luego, al darse cuenta de que estaba a punto de proponer algo peligroso, se detuvo en seco—. Quiero decir que… bueno, no importa.
—¿Qué? —le preguntó Jake—. ¿Qué ibas a decir?
Marco comprendió que estaba atrapado, así que se encogió de hombros.
—De acuerdo. Mirad, ¿qué ocurriría si, en lugar de desintegrar la nave o hacerla saltar en pedazos, alguien desconectara el mecanismo de camuflaje mientras sobrevuela la ciudad?
Permanecimos en silencio mientras tratábamos de imaginar la escena: de pronto, un millón de personas miraría hacia arriba y vería una nave del tamaño de un rascacielos.
—Lo más seguro es que la gente se fijase en ella —opinó Jake.
—¡Ya lo creo que se fijarían! —afirmó Rachel—. Además, el radar también detectaría su presencia. Habría millones de testigos. Los controladores jamás conseguirían tapar algo así.
<La gente lo grabaría en vídeo —dije yo— y haría fotos. Incluso quedaría registrado en las grabaciones del radar.>
Jake sonrió.
—El mundo entero lo vería y toda la raza humana sabría lo que está sucediendo —se iba entusiasmando cada vez más con la idea —. Entonces nos dirigiríamos a las autoridades. ¡Los controladores no lograrían detenemos! ¡Podríamos explicar todo lo que sabemos!
Los ojos de Rachel resplandecían.
—Les hablaríamos de La Alianza y les entregaríamos a Chapman.
—Y mientras hacemos todo eso, ¿creéis que Visser Tres y sus secuaces iban a quedarse de brazos cruzados? —preguntó Marco—. Como se ha dicho antes, no sabemos de cuántas naves disponen ni qué potencia tienen.
Jake parecía decepcionado.
<No tienen potencia suficiente para atacar la Tierra>, afirmé yo.
—¿Cómo lo sabes? inquirió Marco.
<Porque si la tuvieran, no se tomarían tantas molestias para mantenerlo en secreto. Nadie se esconde cuando se cree lo bastante fuerte para salir y plantar cara.>
Esperaba que Marco soltara algún comentario de los suyos, pero se limitó a asentir.
—Sí, tienes razón.
—Puede que ésta sea nuestra gran oportunidad —añadió Rachel—. Debemos desenmascarar a esa nave para que todo el mundo sepa lo que está pasando.
—Odio hacer esta pregunta —dijo Marco con un gruñido—, pero ¿cómo pensáis hacerlo?
Fue Jake quien respondió:
—Tendremos que introducirnos en la nave —le guiñó el ojo a Marco—. ¿Quieres saber cómo?
Marco hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Pues no.
—A través de las tuberías del agua. Transformados en peces.
Marco suspiró.
—Jake, he dicho que no quería saberlo.