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<¡Hork-bajir!>

Los había visto por primera vez en el solar abandonado, cuando yo todavía era humano. Fue mientras Visser Tres humillaba al andalita caído. Los cinco nos habíamos ocultado detrás de un muro bajo. Entonces, un hork-bajir se había situado a menos de un metro de nosotros.

El andalita nos explicó que hubo un tiempo en el que los hork-bajir fueron sus aliados y que, a pesar de su aspecto amenazador, se trataba de una raza muy amable.

Sin embargo, los hork-bajir se habían convertido controladores. Ahora todos llevan un gusano yeerk en la cabeza y ya no son tan amables.

Di la vuelta a toda prisa. Tenía que avisar a los demás. Pasé por encima de un grupo de guardas forestales y descendí lo suficiente para poder ver la hora en el reloj de uno de los hombres. Hacía ya más de una hora que mis amigos se habían transformado.

Fantástico. Parecía como si los hork-bajir hubieran esperado a que fuéramos apurados de tiempo para entrar en escena.

No tardé en divisar la manada de lobos, que continuaba trotando de modo resuelto y sin descanso. Sólo de detuvieron para que Jake volviera a orinar.

Me lancé en picado hacia ellos y permanecí suspendido sobre sus cabezas.

Fue una aparición tan repentina que los lobos comenzaron a gruñir mientras salían huyendo despavoridos. Jake me enseñó los colmillos.

Me posé sobre un tronco caído con intención de descansar.

En ese mismo momento, el resto de la manada se acercó a mí dispuestos en forma de abanico y, como si obedecieran una orden, me rodeó. Aquél era el comportamiento típico de una manada de lobos ante una posible presa. A su manera, me recordaban a los hork-bajir.

<Eh, tranquilos, que soy yo.>

No hubo respuesta. Jake emitió un gruñido que en realidad era una orden para otro lobo.

Un momento. ¿Había dicho cinco?

¿Eran cinco lobos?

Jake, que en realidad no lo era, se abalanzó sobre mi.

¡Oh, no!

No es normal que los lobos ataquen a un ser humano, pero no dudarían en zamparse un ave si tuvieran bastante hambre. Y si hay algo a lo que nadie querría enfrentarse es a un lobo hambriento de mirada feroz y pelaje erizado que te enseña sus largos colmillos amarillentos mientras se dirige hacia ti.

Me puse a batir las alas con furia. El enorme macho pasó por mi lado como una flecha y apenas si me rozó. ¡Pero los otros seguían rodeándome!

Volví a agitar las alas con todas mis fuerzas y me elevé en el aire, pero sólo unos cuantos centímetros. Volaba casi a ras de aquella alfombra de pinaza sin dejar de aletear frenético, y notando en la cola el aliento de aquellos cinco lobos dispuestos a devorarme.

De pronto, sentí una brisa en el rostro. No era muy fuerte pero tampoco necesitaba más.

¡Estaba ganando altura! Estaba otra vez arriba y había logrado escapar de allí. Oí aullar de rabia a los lobos y vi cómo hacían entrechocar sus poderosas mandíbulas presas de la frustración.

Al cabo de diez minutos encontré otra manada de lobos. Esta vez sí los conté: eran cuatro.

A pesar de todo, no las tenía todas conmigo.

<¿Sois vosotros, chicos?>

<¿Quiénes íbamos a ser, si no?>, respondió Marco

<No es momento de preguntas —dije yo—. Tenemos problemas.>

Me dirigí a una rama baja y dejé reposar las alas. Aún no me había repuesto de mi encuentro con los lobos de verdad.

<Un poco más adelante hay un lago. Está lleno de falsos guardas forestales.>

<Sí, ya había percibido un cierto olor a agua y a ser humano>, comentó Cassie.

<¿Y cómo sabes que no son auténticos guardas forestales?>, inquirió Jake.

<Porque un guarda forestal no va armado —contesté yo—. Y además no se pasea por ahí en compañía de hork-bajir.>

<¿Hork-bajir? —musitó Cassie temblorosa—. ¿Estás seguro?>

<Totalmente. La verdad es que resultan inconfundibles. Los guardas forestales están despejando la zona que rodea el lago. A unos chicos que estaban de acampada los han obligado a desalojar a punta de pistola.>

<Hork-bajir —murmuró Marco con asco—. No puedo ver a esos tipos.>

<Ese lago que dices, ¿está en la misma dirección en la que se movía tu nave invisible?>, preguntó Rachel.

<Justo en línea recta —respondí yo—. No sé qué era esa nave, pero te apuesto lo que quieras a que se dirigía hacia el lago.>

<Y por lo que nos has contado de esos guardas controladores y de los hork-bajir parece que va otra vez de camino hacia allí>, añadió Marco, pensativo.

<Si os digo la verdad —repuse—, me dio la impresión de que no era la primera vez que esos tipos actuaban así. ¿Entendéis lo que quiero decir? Yo diría que para ellos aquello era pura rutina. Dominaban la situación.>

<Nos queda poco tiempo —comentó Jake—, pero sería una pena desaprovechar la oportunidad de averigurar qué es lo que está pasando.>

<Yo voto por que vayamos>, declaró Rachel.

<Tú siempre votas por lo mismo —refunfuñó Marco—. El día que votes otra cosa me harás el hombre más feliz del mundo.>

<Os quedan todavía unos cuarenta minutos aproximadamente —les advertí— y el lago está a unos cinco minutos de aquí.>

<De acuerdo. Pero habrá que ir y volver en seguida —les recordó Jake—. El tiempo justo para ver qué se proponen.>

Se pusieron en camino con Jake a la cabeza.

<No lo olvidéis: debéis comportaros como lobos.>

<Eso es. De modo que si alguien ve a los Tres Cerditos, que se ponga a soplar y soplar hasta la casita derribar>, bromeó Marco. Volví a alzar el vuelo, pero esta vez no me alejé demasiado.

<Veo un escuadrón de guardas forestales delante de vosotros>, les informé.

<Sí, yo puedo olerlos —contestó Rachel—. Además de oírlos a la perfección.>

<Escuchad, una manada de lobos haría lo imposible por evitar a los humanos —explicó Cassie—. Así que si intentamos escabullirnos a nadie le extrañará.>

Procurando hacer el menor ruido posible, trazaron un círculo para esquivar a los falsos guardas forestales. Sin embargo, me di cuenta de que los guardas los habían visto. Al principio, cundió la alarma, pero luego se relajaron al descubrir que sólo se trataba de una manada de lobos que iban a lo suyo.

Opté por subir un poco más. Por desgracia, allí no había corrientes de aire apropiadas y tuve que ganar altura batiendo las alas. Me encontraba a poco más de un kilómetro del suelo, con la vista fija en mis amigos y el lago, cuando noté de nuevo su presencia.

Alcé los ojos.

La onda invisible, aquella pequeña irregularidad en el tejido del firmamento, volvía a hacer acto de presencia. Se hallaba justo encima de mí y se movía despacio, mucho más despacio que en las ocasiones anteriores.

Y, de pronto, ante mis propios ojos, dejó de ser invisible.