—La verdad es que no me extraña —dijo Marco pensativo—. Lo raro sería que los yeerks no hubieran inventado algún camuflaje. Viene a ser como la tecnología que usan algunos aviones para no ser detectados, sólo que mucho mejor.
Nos encontrábamos en el granero de Cassie. Su padre iba a estar fuera toda la tarde y es uno de los pocos lugares en el que podemos reunirnos sin llamar la atención.
Es un granero como los de antes, sólo que repleto de hileras de jaulas limpias y tubos fluorescentes. Hay diferentes secciones que separan a las aves de los caballos, y a éstos de los mapaches, zarigüeyas y escasos coyotes. Se ven cubos y mangueras por todas partes y el suelo está siempre cubierto de paja. En cada jaula hay un gráfico en el que se describe el estado del animal y el tratamiento que está recibiendo.
Es un sitio bastante ruidoso: siempre hay pájaros que trinan y gorjean, caballos que resoplan y mapaches que arman alboroto con la comida.
Inquieto, eché un vistazo, y descubrí una pareja de lobos, un macho y una hembra. A uno le habían pegado un tiro y el otro había ingerido el veneno que para él habría puesto algún granjero. Los lobos eran nuevos en la zona: los expertos en fauna salvaje habían repoblado el bosque que había en las inmediaciones con algunos ejemplares.
Los ratoneros se ponen algo nerviosos en presencia de los lobos.
—Siempre hemos visto naves yeerks —señaló Rachel—. Vimos la llegada de los cazas-insecto y de la nave-espada.
Estaba apoyada en una jaula habitada por una tórtola herida. El ave me miraba con desconfianza.
—Sí, pero todas esas naves habían aterrizado ya o estaban a punto de hacerlo —repuso Jake—. Puede que el sistema de camuflaje no funcione en esos casos. Pero si os paráis a pensar, Marco tiene razón: deben evitar como sea que los localicen nuestros radares. Es posible que incluso hayan descubierto la manera de volverse invisibles.
<Era una nave yeerk>, afirmé con rotundidad.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —me preguntó Cassie. Mientras hablaba, no dejaba de trabajar: estaba muy ocupada limpiando una jaula con un cepillo y jabón.
<Porque lo es —contesté con tozudez—. Tuve un presentimiento. Además, era enorme. Mucho más grande que cualquier avión. Como un barco, ¿entiendes? Parecía un transatlántico.>
—La cuestión es ésta: ¿qué vamos a hacer? —dijo Jake.
Estaba claro que él ya lo había decidido. Sin embargo, a Jake no le gusta hacerse el jefe, aunque para mí lo es. Siempre deja que los demás den primero su opinión.
<Creo que lo mejor sería averiguar primero qué está haciendo aquí —propuse yo—. La primera vez que la vi, hubiera jurado que se alejaba de las montañas, mientras que la segunda tuve la sensación de que hacía justo lo contrario. Volaba demasiado bajo para pasar por encima de las montañas, por eso creo que allí tiene su centro de operaciones.>
Rachel asintió.
—Tiene sentido.
Marco puso los ojos en blanco.
—¿Las montañas? ¿Quién de vosotros, ratas de ciudad, ha estado alguna vez en las montañas? Estamos hablando de una zona muy extensa. No importa el tamaño de esa nave: podría esconderse en mil lugares diferentes.
—Entonces lo mejor será ponerse manos a la obra —resolvió Rachel emocionada.
Jake miró a Cassie.
Ella se encogió de hombros.
—En parte creo que ya hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos. Atacamos el estanque yeerk y por poco nos cuesta la vida. Nos infiltramos en la casa de Chapman y capturaron a Rachel. De nuevo estuvimos a punto de no contarlo. Creo que la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿a qué nuevos peligros tendremos que enfrentarnos en el futuro? ¿Cuántas veces más estamos dispuestos a arriesgar nuestras vidas?
Marco no podía creerlo. Por un momento pareció que Cassie se había pasado a su bando.
—¡Exacto! ¡De eso se trata precisamente! Es lo que he estado diciendo todo este tiempo. ¿Por qué siempre nos toca a nosotros arriesgar el pellejo?
Pero entonces Cassie lo volvió a dejar solo.
—Bueno, lo que yo quiero decir es que no puedo quedarme de brazos cruzados mientras los yeerks sigan esclavizando a gente —comentó—. Quizá sea yo… —se encogió de hombros—. La cuestión es que tengo este poder y pienso utilizarlo. No voy a quedarme al margen.
—Mira, no conocemos a esas personas —argumentó Marco—. No son familiares ni amigos —miró a Jake afligido—. Y ya hemos hecho todo lo que podíamos por Tom. ¿Por qué tenemos que jugárnosla por unos desconocidos? La suerte se acabará algún día. ¿Es que no lo entendéis? Tarde o temprano meteremos la pata. Tarde o temprano nos reuniremos aquí para llorar a Jake, Rachel, Cassie o Tobías.
—¿Sabes una cosa, Marco? —estalló Rachel—. Que ya estoy harta de intentar convencerte de que te comprometas con todo esto. ¿Quieres dejarlo? Pues muy bien, déjalo de una vez.
—Eh, oye, oye. Tú no estás haciendo todo esto para salvar la raza humana —le gritó Marco—. Lo que pasa es que te encanta el riesgo. Por eso fuiste con Tobías a liberar a aquel pájaro. No se trataba de salvar al mundo, sino a un estúpido animal.
Marco se dio cuenta de que había ido demasiado lejos y se calló. Los demás se volvieron hacía mí con expresión culpable mientras Rachel le dirigía una mirada asesina a Marco.
<En este mismo momento —repuse yo—, sólo hay alguien que tiene derecho a sentirse herido, y ése soy yo. Sin embargo, no voy a tirar la toalla. Yo no soy quién para dar órdenes, pero mañana por la mañana voy a ir a esas montañas. Lo que hagáis vosotros es asunto vuestro.>
—Yo te acompaño —dijo Rachel de inmediato.
Cassie asintió.
Jake sonrió con ironía.
—Aunque no sea una orden, yo también pienso ir contigo.
Marco hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Yo no —dijo.
—Tú mismo —replicó Rachel.
—No me has entendido —contestó Marco enfadado—. Lo que quería decir es que por la mañana no. Mañana hay clase: si todos faltamos a la vez y resulta que los yeerks tienen problemas, ¿no creéis que Chapman llegará a la conclusión de que dos y dos son cuatro?
Jake enarcó una ceja.
—Marco tiene razón. Será mejor dejarlo para después de clase.
Luego miró a los demás y asintió.
Me molestaba reconocer que Marco tenía razón. Sin embargo, la tenía. A veces es peor que un dolor de muelas, pero no hay duda que es un tipo muy listo.
Me sentía inquieto. No podía evitar preguntarme si no tendría también razón en todo lo demás. ¿Cuántos riesgos podríamos afrontar antes de salir derrotados? ¿Cuánto tardaría nuestro grupo de cinco miembros en quedar reducido a uno de cuatro? ¿O de dos?
¿O de ninguno?