—¡Lo hemos conseguido! —exclamé tras recuperar mi cuerpo humano—, ¡hemos destruido la kandrona!
—¡Larguémonos de aquí cuanto antes! —ordenó Jake—. Los yeerks lo averiguarán enseguida y para cuando nos queramos dar cuenta, ya los tendremos aquí.
—Bueno y ¿ahora qué? —preguntó Marco—. Sí, lo hemos conseguido, pero ¿qué va a pasar ahora? ¿Hemos cambiado el futuro?
TODA ACCIÓN CAMBIA EL FUTURO.
—Ya sabía yo que tarde o temprano aparecería el tipo este —refunfuñé.
OTRA KANDRONA SUSTITUIRÁ A ÉSTA DENTRO DE TRES SEMANAS DE LAS VUETRAS. YA ESTABA EN CAMINO.
—¿Nos estás diciendo que todo ha sido inútil? —preguntó Marco.
<No, Marco, no ha sido inútil —corrigió Ax—. Piensa que durante tres semanas sólo dispondrán de la kandrona que guardan en la nave nodriza. Eso les va a ocasionar mucho sufrimiento, te lo aseguro y, lo que es mejor, retrasará sus planes. Muchos yeerks morirán. Tres semanas es mucho.>
—¿Quieres decir tres semanas de las nuestras? —bromeó Marco.
—¿Será esto suficiente? —preguntó Jake a gritos—. ¿Será suficiente? ¿Hemos cambiado el futuro?
Pero no obtuvo respuesta alguna, tan sólo silencio.
—No creo que lo sepa —intervine—. Nos mostró un futuro posible, pero ¿sabéis una cosa? No creo que el ellimista sepa más que nosotros sobre el futuro.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque dondequiera que viva el ellimista, haga lo que haga, juegue a lo que juegue, por muy poderoso que sea, también hay mariposas —contesté tras soltar una carcajada.
Entonces ocurrió algo asombroso, nos vimos envueltos por una risa que surgía de nuestro interior y que nos obligaba a sonreír, invadidos de pronto por una gran energía y completamente recuperados de nuestro agotamiento.
JA, JA, JA, JA, COMO OS DIJE, SOIS UNA RAZA PRIMITIVA PERO CON CAPACIDAD PARA APRENDER.
—Vamos chicos —sugerí—, ¿os quedan fuerzas para transformaros otra vez? Me apetece volar.
Al principio no percibimos ningún indicio de sufrimiento entre los yeerks. No sé cómo lo hicieron, pero el caso es que lograron sobrevivir. No fue hasta mucho más tarde cuando nos dimos cuenta del enorme daño que les habíamos ocasionado.
Pero eso forma parte de otra historia.
Dos días después tomé el autobús para ir a casa de mi padre. Sabía que lo encontraría haciendo las maletas.
—Hola, Rachel —saludó al abrir la puerta—. No estaba muy seguro de que fueras a venir.
—No iba a dejar que hicieras las maletas tú sólo, eres un desastre —repliqué encogiéndome de hombros.
—Gracias —dijo esbozando una sonrisa triste.
—Bah, ya ves.
—De haberlo sabido habría ido a recogerte —añadió—. Cielo —continuó mi padre—, ya sabes que, si cambias de idea, puedes venirte a vivir conmigo cuando quieras.
—Ya lo sé, papá —contesté.
—Te voy a echar mucho de menos —esbozó una sonrisa melancólica—. Aunque aprovecharé cualquier oportunidad que se presente para venir a veros.
—Ya lo sé, papá —dije. Le di un beso en la mejilla. Entonces, mi padre me acarició el pelo y yo no pude contener las lágrimas.
Cerré la maleta con la cremallera.
—¿Te las arreglarás bien sin mí, cielo? —preguntó.
—Sí, puedo cuidar de mí misma yo solita —contesté secándome las lágrimas.
Nos subimos al ascensor y descendimos a la planta baja donde un taxi le esperaba.
—Acompáñame al aeropuerto y después el taxi te llevará a casa.
—No —hice un gesto negativo con la cabeza—, tengo cosas que hacer.
—Lo entiendo —dijo sonriendo—, seguro que tú y tus amigos tenéis algo muy importante entre manos —intentaba bromear.
—Exacto —añadí—, tenemos que salvar el mundo.
—Si hay alguien que pueda hacerlo, ésa eres tú, cielo —afirmó mi padre sonriendo.
Luego el taxi arrancó.
Miré hacia el cielo.
Allá arriba un ratonero solitario planeaba describiendo círculos en el aire.
<¿Vienes, Rachel?>, me preguntó Tobías por telepatía.
Asentí para que me entendiera. Sí, claro que sí.