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<¡Rachel!, gritó Cassie para avisarme.>

<Ya no podemos volvernos atrás —observó Jake—. ¡Al ataque!>

Me di cuenta de que las ocho figuras borrosas eran hork-bajir cuando me encontraba a menos de un metro del primero al que embestí, pero para entonces ya era demasiado tarde.

—¡Matad a los andalitas gaffnur! —ordenó uno de los hork-bajir en una extraña mezcla de lenguas, como es típico en ellos—. ¡Matad al andalita fraghent halaf, matadlos a todos!

De pronto sentí un pinchazo en el hombro: el maldito hork-bajir me había herido. Levanté una de mis zarpas y le asesté un terrible golpe en la cabeza que le hizo desplomarse, pero en su caída consiguió alcanzarme de nuevo, esta vez con uno de sus enormes pies de dinosaurio.

<¡Aaaaarrrgghhhh!>

A partir de ese momento, lo recuerdo todo como una pesadilla de terribles imágenes que flotaban en nebulosa.

Vi a Cassie hincar sus afilados colmillos en la garganta de un hork-bajir.

Ax azotaba y cortaba y volvía a azotar con su cola mortal como si se tratara de un látigo, hasta que uno de los hork-bajir empezó a gritar sujetándose el brazo sesgado.

Jake y un hork-bajir rodaron por el suelo en un abrazo mortal, sin dejar de propinarse zarpazos y cuchilladas a una velocidad vertiginosa.

Marco luchaba con una mano mientras con la otra se sujetaba el estómago en donde le habían propinado un buen corte.

La sala era un caos de alaridos, rugidos y gruñidos.

<¡Cuidado! ¡Rachel, por detrás!>

—¡Muere, gaferach, muere!

—¡Ggggrrrrooooaaaauuuurrrr!

<¡Socorro! ¡Lo tengo encima!>

<¡Aaaaarrrgggg!>

Era imposible determinar quién iba ganando, ni tan siquiera quién estaba herido.

Todo se resumía en un tremendo grito de furia incesante. Hork-bajir contra animorphs, extraterrestres contra animales; cinco criaturas de carne y hueso contra ocho monstruos, que más parecían picadoras de carne, enzarzados en una lucha a muerte.

Empezaba a sentir cómo el oso se debilitaba progresivamente a consecuencia de las continuas cuchilladas que le asestaban los hork-bajir. Perdía cada vez más sangre, mi mente humana era consciente de eso, y también de que me estaban abandonando las pocas fuerzas que aún me quedaban.

Ataqué de nuevo al hork-bajir y le golpeé en el estómago. En el impulso, me lo llevé por delante, a pesar de que él me clavaba sus cuchillas salvajemente.

¡CRAAAAASSSSHHHH!, lo empotré contra un cristal, que estalló en mil pedazos. Resultó ser una ventana por la que acababa de arrojar al monstruo.

¡AAAAAAAaaaarrrrrggg!, el grito del hork-bajir precipitándose al vacío resonó en toda la sala.

En ese instante, y aprovechando el hueco de la ventana rota, entró Tobías de forma inesperada y, tras emitir un silbido ensordecedor, extendió sus garras y se lanzó contra un hork-bajir con tal fiereza que le sacó los ojos.

Las cosas habían cambiado y todo apuntaba a que les llevábamos ventaja.

Quizá fuera el grito desesperado de uno de sus compañeros al caer desde una altura de sesenta pisos, o tal vez la llegada de Tobías, el caso es que los que quedaban se dieron a la fuga, es decir, huyeron tres, porque los demás no estaban por ningún sitio.

Marco agarró la puerta que yo había desencajado y la colocó en su sitio y ya, con las últimas fuerzas que le quedaban, empujó una mesa hasta la puerta para bloquearla.

<Me duele mucho —confesó Marco—, voy a transformarme.>

<Adelante —dijo Jake—, transformaos todos.>

<Yo estoy bien>, repuse débilmente.

<Rachel —me llamo Tobías—, mira tu brazo izquierdo.>

Observé atontada mi zarpa izquierda y, para mi sorpresa, no había ni rastro de ella, tan sólo quedaba un muñón.

<Me estoy transformando>, anuncié.

A continuación me concentré en mi cuerpo humano, más débil pero sano.

Por suerte, las mutaciones se realizan a través del ADN y éste no se ve afectado por las heridas, así que, cuando cambias de forma, tu cuerpo está intacto, aunque exhausto.

Cuando empecé a recuperar mi cuerpo humano estaba tan agotada que por un momento pensé que me desmayaba.

Entonces me fijé en el escenario de la batalla, o mejor dicho, de la carnicería.

Los cuerpos de los hork-bajir aparecían desperdigados por el suelo y, aunque la mayoría todavía respiraba, ninguno conservaba la consciencia. Además, todos ellos sangraban a causa de las mordeduras y zarpazos que tenían por todo el cuerpo.

Por desgracia para los hork-bajir, ellos no podían adoptar un cuerpo diferente y librarse de las heridas.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Jake. Por su tono de voz parecía tan cansado como yo.

—Sí, pero esta vez hemos estado muy cerca —contestó Cassie.

Nos hallábamos en una oficina muy espaciosa, podía verlo con mis propios ojos. De las mesas sólo quedaban astillas, la alfombra estaba hecha trizas y las paredes destrozadas.

Las ventanas, que ocupaban una pared entera desde el suelo hasta el techo, se habían roto en mil pedazos. Me estremecí al pensar en el hork-bajir precipitándose al vacío.

En una de las paredes descubrimos una puerta.

—¿Por ahí? —sugirió Marco.

—Probemos —contesté y me dirigí con paso tambaleante hacia ella. Estaba abierta.

Entramos en una sala vacía, con suelo de baldosas y paredes blancas.

Las ventanas estaban cubiertas por unas cortinas muy pesadas. Como ya he dicho, no había nada en la habitación, a excepción de una gigantesca plataforma que se alzaba en el centro de la sala. Era un pedestal metálico, a menos de un metro del suelo, y de unos tres metros de largo.

En lo alto del pedestal había una especie de máquina del tamaño de un coche pequeño y forma cilíndrica achatada por los extremos.

Relucía como el acero recién pulido y emitía un murmullo leve y sordo. Al acercarme, sentí que el vello se me erizaba por la electricidad estática. Hacía mucho calor en aquella sala, y despedía el mismo olor que los rayos de una tormenta.

<La kandrona>, anunció Ax.

—La kandrona —repetí.

Durante un minuto entero permanecimos allí, de pie, mirando embobados.

—Rachel —dijo Jake por fin—, tienes que transformarte otra vez. ¿Te quedan todavía fuerzas?

—¿Elefante? —pregunté asintiendo.

—Sí, elefante. No se me ocurre otro modo de hacerlo. No disponemos de herramientas.

Me transformé en elefante. Tobías salió al exterior del edificio para asegurarse de que no hubiera peatones circulando por las oscuras aceras.

Tuve que emplear toda la fuerza del animal para mover aquello y, por fin, la kandrona cedió un poco. Muy lentamente y a trompicones, pero se movía. Atravesé la sala y cuando llegué a la ventana la empujé con todas mis fuerzas.

Cayó al vacío desde la última planta del edificio para estrellarse contra el asfalto.