25

A las cinco y diez de la mañana apenas se veía luz en las ventanas de la torre EGS. Desde la plaza envuelta en sombras situada delante del edificio divisábamos al guardia medio adormilado que vigilaba el vestíbulo.

—Ahí dentro hay docenas de empresas y bufés de abogados —advirtió Jake—. La mayoría es probablemente gente normal. Por suerte, a estas horas no hay casi nadie, a excepción del guardia, claro, que también es una persona normal y corriente.

—¿Cómo lo hacemos para entrar sin tener que hacerle daño? —preguntó Cassie.

En ese momento, en el oscuro cielo nocturno apareció Tobías que volvía después de inspeccionar la zona.

<No he visto nada que valga la pena por las ventanas de allá arriba —anunció—. ¡Qué mala pata que la cúpula de cristal sólo exista en el futuro! Sin embargo, hay algo allá arriba que despide calor, porque al situarme justo encima del edificio, noté una corriente de aire caliente ascendente.>

—Venga, vamos —indiqué mientras comenzaba a transformarme en oso.

—De acuerdo, pero no te ensañes con nadie —me advirtió Jake—. Tobías, ya sé que estás cansado, pero ¿puedes elevarte y vigilar la zona mientras nos transformamos?

<Claro, Jake>, sacudió las alas varias veces hasta que de forma gradual fue ganando altura.

—Esas puertas estarán cerradas con llave, seguro —señaló Cassie.

—No por mucho tiempo —sentencié.

Ax también empezó a transformarse, sólo que él volvía a su estado natural de andalita.

Los ojos de Jake relucían al tiempo que su cuerpo se alargaba y cubría de un pelaje anaranjado a rayas negras.

Cassie ya estaba a cuatro patas, su piel empezaba a quedar oculta bajo un pelaje áspero y gris, particularmente espeso en la zona de los hombros. Su boca se proyectó hacia delante hasta componer un hocico de lobo.

<¡Cuidado! Se acerca un hombre por detrás —avisó Tobías—. Creo que va borracho. Lleva una botella en la mano, si fuera de día podría leer la etiqueta. El pobre camina haciendo eses.>

<No paréis —ordenó Jake—. Cassie, ¿podrás deshacerte de él?>

Cassie no lo dudó un momento y desapareció en la oscuridad, ya del todo transformada. Lo siguiente que oímos fue: «¡Grrrr, grrrr, grrRRRR!». Y a continuación, «Pero, ¡no! ¡Fuera!». Después el ruido de una botella al estrellarse contra el suelo y el de alguien corriendo como si le persiguiera el diablo.

Cuando Cassie volvió ya casi habíamos terminado.

<Ha decidido cambiar de dirección>, informó Cassie.

<Muy bien, vamos allá>, ordené. Me había convertido en oso y me sentía invulnerable.

<Un momento, ¿qué os parece si primero lo intenta Marco?>, sugirió Jake.

Mientras todos los demás permanecíamos al acecho en la oscuridad, Marco, convertido en un enorme y poderoso gorila, avanzó hasta la puerta de cristal apoyando los nudillos en el suelo al caminar. Cuando llegó, se irguió sobre sus patas traseras y golpeó el cristal de la puerta con uno de sus gigantescos dedos.

El guardia dio un respingo en su silla, se levantó y se acercó a la puerta con mucho sigilo. A continuación desenfundó su arma.

—¡Vamos, lárgate! —amenazó el guardia.

<Hola —le saludó Marco por telepatía—, vengo de una fiesta de disfraces, y busco a Visser Tres.>

—¡Andalita! —exclamó el guardia abriendo unos ojos como platos.

<Vaya, así que eres un controlador. Estupendo, eso lo hace todo más fácil.>

No había acabado la frase aún cuando Marco, de un puñetazo, atravesó el grueso cristal de la puerta y, sin detenerse, le golpeó al guardia en la barbilla. El hombre se desplomó con la pistola en la mano.

<Ahora, ¡moveos!>, gritó Jake.

Acabé de destrozar la puerta de cristal para despejar el camino. Intenté ir con cuidado, pero en realidad no me importaba demasiado si me cortaba. Miles de fragmentos de cristal se esparcieron por todo el vestíbulo.

Cassie, Ax y Jake saltaron por encima de los cristales. Mi primo fue directamente hasta el ascensor.

<Quizás haya una alarma, tenemos que darnos prisa>, indicó Jake.

<No podemos subir todos por el ascensor. No cabemos>, advirtió Marco.

<Vamos al montacargas, ahí sí que cabremos —señaló Jake—. Hay que subir hasta la última planta.>

Jake, Marco y yo, como éramos los más fuertes, fuimos los primeros en subir. Cassie y Ax lo harían después de nosotros y mientras tanto vigilarían la planta baja.

Nos apretujamos todo lo que pudimos en el reducido espacio del montacargas. No fue nada fácil, pero al final nos las apañamos.

<¿Puedes darle al botón? Yo no puedo, desde luego>, me dijo Jake al tiempo que me enseñaba una de sus enormes zarpas.

No fue fácil. Las zarpas de los osos tampoco son muy delicadas que digamos, pero después de situar estratégicamente una de mis garras, alcancé a darle al botón del último piso.

Las puertas se cerraron y ascendimos a gran velocidad. En una de las paredes figuraba un certificado de seguridad. Me acerqué para ver qué decía y lo leí en voz alta:

<Aquí dice que la carga máxima es de veinte personas.>

<¿Cuánto es eso en osos, tigres y gorilas?>

Parecía que no llegábamos nunca: veintiuno, veintidós, veintitrés…

<Bueno, ¿habéis visto alguna película buena hace poco?>, preguntó Jake.

<Yo quiero ir a ver la última de Keanu Reeves>, le contesté.

<Claro, porque es guapo, ¿no?>

<Ja, ja —repliqué—. Me pregunto si Keanu Reeves saldría con una chica como yo. No creo que muchos se atrevieran a salir con un oso.>

De repente reparé en que incluso sonaba música en aquel ascensor.

<Preparaos>, advirtió Jake.

<Preparados.>

<Última planta, zapatería de señoras y tiendas infantiles. Vayan saliendo, por favor>, anunció Marco imitando el tono de un ascensorista.

El montacargas se detuvo y las puertas se abrieron. En ese momento, tres humanos y dos hork-bajir se precipitaron hacia nosotros.

—¡Gggrrrrrooooaaauuuurrrr! —rugió Jake con una potencia capaz de agrietar el hormigón de los muros.

—¡Gggrrrrrooooaaauuuurrrr! —le secundé yo con mi voz de oso, mucho más grave.

Embestí como un toro furioso al hork-bajir que tenía más cerca, y de camino pisoteé a uno de los humanos, que se desplomó en el suelo con un ruido sordo. Me lancé contra el hork-bajir a la carrera, lo levanté y lo empotré en la pared del fondo.

Seguía vivo pero se le quitaron las ganas de ir a ningún sitio.

Jake se ocupó de los otros dos hork-bajir que, tras varios zarpazos, cayeron al suelo inconscientes. Los humanos huyeron despavoridos.

<Estoy herido>, anunció Jake.

<¿Es grave?>

<No tiene muy buena pinta —contestó Jake—, pero creo que podré aguantar.>

Justo entonces la puerta del montacargas se abrió y aparecieron Ax y Cassie.

<Ya era hora —protesté—. Hemos tenido que hacer los honores al comité de bienvenida.>

<Lo siento, Ax se equivocó de botón y nos mandó a otra planta —explicó Cassie mirando a los dos hork-bajir—. Y pensar que hay más de ésos vigilando la kandrona y… ¡Jake! ¡Estás sangrando!>, exclamó Cassie.

<Estoy bien. Los controladores humanos han escapado por ese pasillo —explicó Jake—. Vamos, todavía no hemos ganado esta batalla.>

Echamos a correr. Mis garras se clavaban en la alfombra.

No veía muy bien, sin embargo olía la adrenalina desprendida por los controladores que habían huido atemorizados. Sabía exactamente dónde se encontraban. Me llegaba su olor. Me habían amenazado y eso les iba a costar muy caro.

<Cuidado, Rachel —me avisó Cassie—, hay una puerta delante de ti.>

<¿Una puerta? ¡Tonterías!>, exclamé. Acto seguido, mis cuatrocientos kilos se abalanzaron contra la puerta de metal que saltó como si tuviera muelles.

En el interior de la sala nos esperaban ocho hork-bajir, ocho picadoras de carne. Ocho contra cinco. Era imposible ganar.

Una persona razonable, al ver las pocas probabilidades que tenía de salir airosa, se hubiese dado media vuelta, pero yo arremetí contra ellos sin dudarlo un momento.

Después mis amigos me felicitaron por haber sido tan valiente, pero ¿queréis saber la verdad? Lo que ocurrió fue que, como veía borroso, los confundí con humanos. Ya he dicho antes que los osos no ven muy bien.

No fue una cuestión de valentía, sino que simplemente no veía tres en un burro.