17

Esa tarde habíamos quedado en el granero de Cassie. Allí dentro, como ya sabéis, hay hileras de jaulas de formas y tamaños diferentes y, la mayoría, llenas. Los pájaros se concentran en una zona, separados de los mamíferos por una pared divisoria. A los pájaros les pone nerviosos compartir espacio con los zorros y los mapaches, y ya sabes que los pájaros, cuando están inquietos, se golpean contra los hierros de la jaula y se pueden llegar a hacer bastante daño.

Cuando aparecí descalza y con el maillot todos adivinaron que no había venido en autobús.

Jake y Marco estaban recostados en los fardos de heno. Tobías se había posado en uno de los travesaños del techo. Al verlo de nuevo así sentí un escalofrío.

Ax no solía asistir a estas reuniones porque tenía que transformarse en humano y prefería evitarlo.

—Hola, Rachel —me saludó Marco con una mirada risueña, aunque recelosa—, ¿se puede saber dónde has estado? O mejor dicho, ¿en qué te has convertido esta vez?

Cassie le estaba cambiando la venda del ala a un cernícalo de mirada triste.

—Hola, Rachel —me saludó Cassie—. ¿Me echas una mano? Hoy no te he visto en el colegio.

Me acerqué y la ayudé a sujetar al ave que no cesaba de moverse. El pobre cernícalo intentó darme un picotazo pero estaba demasiado débil para atacar a nadie.

—Me encontraba fatal esta mañana —le comenté a Cassie—, así que me quedé en casa.

—Pero por la tarde ya te encontrabas mejor, ¿verdad? —añadió Jake—, tanto que decidiste transformarte, ¿no? Sólo por curiosidad, ¿cómo has venido hasta aquí?

Cassie terminó y se llevó al cernícalo. Entonces miré a Jake a los ojos.

—He venido volando, ¿te parece bien?

—El oso de ayer… Fuiste al zoo y adquiriste su ADN por tu cuenta, ¿verdad? —prosiguió mi primo tras lanzar una mirada a Cassie primero y después a Marco.

—Qué va… me tropecé con él por casualidad en el centro comercial.

—Muy bien —repuso Jake—, y hoy te saltas las clases y te da por convertirte en tú sabrás qué.

<En águila —informó Tobías—. Esta tarde he visto a un águila flotando en las corrientes ascendentes. Tenía que habérmelo imaginado, porque estuvo volando demasiado tiempo, actuaba más bien como un ratonero. Un águila de verdad no habría tardado tanto en posarse.>

—Me encanta saber que respetáis mi intimidad —repliqué con sarcasmo.

<Eso ocurrió sobre el mediodía más o menos —continuó Tobías—. Has venido hasta aquí convertida en águila, eso significa que has tenido que volver a tu estado natural y transformarte de nuevo, porque se tarda más de dos horas en llegar hasta aquí.>

—Vaya, que te has pasado la tarde de una transformación a otra, ¿no? —me preguntó Jake con aspereza.

—Sí, mamá —contesté.

Jake se incorporó y se plantó justo delante de mí, a tan sólo unos centímetros.

—A mí no me vengas con tonterías, Rachel. No sé qué te pasa pero últimamente estás muy rara. Lo que tú hagas es asunto de todos, porque si cometieras una estupidez todos pagaríamos las consecuencias. Te vas tan tranquila y adquieres el ADN de un oso gris, tú solita, sin ayuda de nadie. Podrías estar muerta.

—¿Y qué? —le contesté con brusquedad—. Ya oíste lo que dijo el ellimista. La suerte está echada. Hemos perdido la batalla contra los yeerks, por lo tanto, ¿qué más da? Y, ¿a quién le importa si yo hago novillos en el colegio y me paso el día entero volando?

—No sé, Rachel —replicó Jake con gesto abatido—, ya no me quedan respuestas. Estoy harto de estrujarme los sesos en busca de respuestas, así que tú verás. Ni quiero discutir contigo ni sé qué mosca te ha picado…

Nunca había visto a Jake tan cansado. Un minuto antes era el Jake de siempre, fuerte, razonable, el líder de los animorphs, de pronto, se vino abajo. Parecía agotado, con los ojos enrojecidos y sin parar de pestañear, como si el solo hecho de respirar la supusiera un esfuerzo tremendo.

—Mi padre quiere que me vaya con él a vivir a otro Estado —anuncié al fin.

Mis amigos me observaron fijamente, sin acabar de comprender, y en sus ojos se leía el cansancio, el mismo cansancio que había advertido en los ojos de Jake.

—¿Y qué vas a hacer? —me preguntó Cassie.

—No tengo tiempo para pensar en eso ahora. Como si no tuviera otros asuntos más importantes de los que ocuparme. No sé, el destino del planeta Tierra y de la raza humana, por ejemplo.

—Cada uno tiene sus propias preocupaciones —añadió Cassie—. Yo sé lo que sientes por tu padre.

—¡Es un egoísta por cargarme a mí con esa responsabilidad! —exclamé elevando la voz—. Bueno… ya sabéis lo que quiero decir.

Fue una sensación muy rara porque de repente sentí que me ahogaba, como si de un momento a otro fuera a explotar y todo a mi alrededor empezara a dar vueltas.

—Y qué… ¿qué se supone que debo hacer, eh? —grite—. Después de lo que sucedió anoche… después de todo eso, encima tengo que decidir a quién quiero herir, ¿a mi madre, a mi padre o a vosotros? Y…

—Venga, Rachel —me animó Marco con dulzura—, relájate. Tú eres Xena…

—¡No, no y no! Yo no soy ninguno de esos héroes que salen por la tele, y tampoco un personaje de cómic, Marco. Tengo miedo, ¿vale? Igual que vosotros. Me da pánico pensar en lo que me podía haber ocurrido anoche. Cada vez que pienso en ese sitio se me hiela la sangre. Tengo miedo de lo que me pueda pasar. Lo único que quería era esfumarme, desaparecer, pero no me pareció bien, así que fui valiente porque eso es lo que se supone que tengo que ser. Y ahora resulta que a todos les da por decir: «Vente a vivir conmigo. Iremos a ver partidos de béisbol» u «Olvida eso de irte a vivir a otro Estado, nosotros tenemos un planeta entero para ti». Y cuantas más salidas veo más miedo me entra.

Nadie habló durante un buen rato.

—He estado dándole vueltas —Marco suspiró profundamente— y he decidido cambiar mi voto. Si el ellimista vuelve a hacer otra oferta, voy a votar sí.

—¿Qué? —exclamó Jake—. ¿Por qué?

—Rachel ha tirado la toalla —dijo Marco encogiéndose de hombros—. Si esto le pasa a ella, ¿cuánto tiempo vamos a durar los demás?

—¡Cállate, Marco! No estoy para bromas —refunfuñé.

—Yo tampoco —replicó Marco sin inmutarse—. ¿Sabes cuánto he dormido esta noche? Una hora más o menos. Y todo ese tiempo he tenido pesadillas. Esta mañana parecía un zombie en el colegio. Me siento como si me hubieran rascado todo el cuerpo con papel de lija. Estoy nervios y me sobresalto por cualquier cosa. Tengo miedo.

—Al final terminará por ocurrir —añadió Jake.

—Si es que desde el principio ha sido una locura —prosiguió Marco—. ¿Un puñado de críos enfrentándose a una invasión de extraterrestres? ¿Y qué hemos conseguido hasta ahora? Tobías se ha quedado atrapado en el cuerpo de un ratonero y a Rachel le da por transformarse en animales para huir de sus problemas. La otra noche me desperté y ni siquiera sabía qué era. No estaba seguro de tener manos, aletas, zarpas o garras. Puede que a ti y a Cassie no os afecte, Jake, pero lo dudo mucho.

—No podemos rendirnos —insistió Jake, tozudo.

—Hasta ahora no hemos ganado ni una sola vez —protestó Marco—. Sí, molestamos un poco a los yeerks, les volamos una nave, hemos conseguido lagunas pequeñas victorias, pero la invasión continúa y lo único que hemos conseguido ha sido salvar nuestras vidas, y eso por los pelos. Somos un equipo de béisbol que siempre sale derrotado. El ellimista tenía razón, sabemos que vamos a perder la temporada y que jamás llegaremos a la final.

—No me importa —respondió Jake—. Yo no me doy por vencido.

—Jake —intervino Cassie—. ¿Ves esto? —le enseñó su brazo izquierdo y mostró una cicatriz situada un poco por encima de su muñeca—. Me lo hizo un mapache que había caído en una trampa. Tenía una pata rota. Intenté liberarlo para salvarlo y me mordió.

—No somos mapaches —replicó Jake.

—¿Ah, no? ¿No te parece que hay cierto paralelismo? —insistió Cassie—. ¿Y si tuviera razón? ¿Y si estuviera intentando salvar por lo menos a una parte de la raza humana? ¿Y si lo único que pretende es sacarnos de la trampa y recomponernos los huesos rotos?

—Cassie tiene razón —corroboró Marco—. Si el ellimista quisiera hacernos daño, podría acabar con nosotros en un abrir y cerrar de ojos. Lo sabéis tan bien como yo. Así que yo le voy a permitir que saque mi pata de la trampa, aunque antes impondré algunas condiciones. Yo decido a quién me llevo, y si él está de acuerdo en salvar a esas personas, entonces aceptaré.

Marco me miró y después lo hicieron Jake, Cassie y Tobías. Los votos eran dos contra dos, y sólo faltaba yo por votar. Mi voto sería el decisivo.

Si aceptaba la oferta, se acabarían los enfrentamientos. Además, allá donde nos llevara el ellimista, no habría ciudades a donde mi padre tuviera que trasladarse a causa de un nuevo trabajo, y yo no tendría que tomar una decisión difícil.

Abrí la boca y cuando iba a pronunciarme…

OS PROMETÍ QUE OS LO PREGUNTARÍA DE NUEVO.

—Oh, oh —exclamó Marco.

OS ENSEÑARÉ ALGO PARA QUE COMPRENDÁIS.