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—¡Ah, bueno! ¿Sólo era eso? —replicó Marco irónico—. ¿El destino de la raza humana simplemente? ¿No se te ocurre algún otro asunto más difícil?

—Por regla general —prosiguió el ellimista ignorando por completo a Marco—, no interferimos en los asuntos privados de otros seres. Pero cuando se hallan en peligro de extinción intentamos salvar a unos cuantos. Nosotros amamos la vida, en toda su diversidad, y más sobre todo si son formas de vida sensibles, como es el caso del Homo sapiens, vuestra especie. Vivís en un planeta de increíble belleza, una obra maestra de incalculable valor.

—Veo que nunca has estado en nuestro colegio —interrumpió Marco haciéndose el gracioso.

De pronto, el ellimista volvió a hacerlo, el espacio se abrió, y en un instante, el estanque desapareció. Ya no estábamos bajo tierra, sino en el fondo del mar. Era muy extraño porque no sentía el agua en la piel y además podía respirar. Aun así yo no me sentía del todo tranquila.

Allí, en medio del océano, estábamos todos, Cassie, Jake, Marco, Ax, Tobías en su estado natural y yo. Flotábamos, suspendidos en el agua pero sin mojarnos, sobre un arrecife de coral. El ellimista había desaparecido y a nuestro alrededor el mundo había vuelto a cobrar vida.

Había cientos de peces. Bancos enteros pasaban por nuestro lado a toda velocidad, peces de todos los colores y formas imaginables, con el lomo moteado de efecto de la luz que se filtraba desde la superficie. Los tiburones merodeaban por la zona en busca de presas virtuales. Las rayas parecían volar. Los calamares avanzaban dándose pequeños impulsos. Los cangrejos correteaban entre fantásticas formaciones coralinas. Atunes grandes como ovejas nos rozaban al pasar y los sonrientes delfines echaban carreras en el agua.

FABULOSO, de nuevo la voz del ellimista, que parecía surgir desde lo más profundo de mi corazón.

DIVINO.

Y entonces, tan rápido como habíamos sido transportados al océano, aparecimos suspendidos sobre la dorada hierba ondulante de la sabana africana. Un grupo de arrogantes leones haraganeaban satisfechos bajo el sol, medio adormilados. Un poco más allá, pacía tranquilamente un grupo de ñus, gacelas e impalas que, sin previo aviso, improvisaban carreras y saltos con tal exhibición de energía que te obligaban a sonreír.

Divisamos también hienas, rinocerontes, elefantes, jirafas, leopardos, mandriles y cebras. En el aire volaban en espiral los halcones, las águilas y otras aves de presa.

MIRADLOS BIEN.

A continuación, y en un santiamén, llegamos al corazón de la jungla. Un jaguar se deslizaba con agilidad con el sonido de los monos de fondo, que chillaban desde las copas de los árboles. Serpientes tan grandes como un hombre reptaban por las ramas de los árboles. El aire desprendía la fragancia de mil flores diferentes y el alboroto formado por ranas, insectos, monos y pájaros salvajes era constante.

NO EXISTE MAYOR BELLEZA EN TODO EL UNIVERSO. NO ES POSIBLE CREAR UNA OBRA DE ARTE COMPARABLE A VUESTRO PLANETA.

Después nos enseñó la raza humana, y nos llevó a la ciudad de Nueva York, donde invisibles volamos entre las montañas de acero y cristal.

Sobrevolamos pueblos bordeando la orilla de los ríos. Fuimos a un concierto de rock en Río de Janeiro y asistimos a un mitin político en Seúl. En Durban, Sudáfrica, presenciamos un partido de fútbol y en Filipinas paseamos por un mercado al aire libre.

LOS HUMANOS SON IGNORANTES Y PRIMITIVOS, PERO TIENEN CAPACIDAD PARA COMPRENDER LO ESENCIAL.

De pronto, todo el movimiento cesó y nos encontramos frente a un cuadro que yo ya había visto antes. Todo él era un estallido de color. Había dibujadas unas flores violetas, lirios, sino me equivoco, porque no soy una experta en flores. El artista había captado la belleza de esas flores y la había traspasado al lienzo.

…PARA COMPRENDER LO ESENCIAL.

Entonces, se súbito, aparecimos de nuevo en el estanque yeerk. Todas aquellas bellas imágenes se esfumaron. El escenario volvía a ser un paisaje de desesperación poblado de terribles imágenes paralizadas.

El ellimista, o por lo menos el cuerpo en que se materializaa, reapareció.

—Un viaje magnífico —alabé. Intentaba hacerme la dura aunque lo cierto es que me sentía como si me hubieran arrancado las entrañas y mi mente hubiera estallado en partículas brillantes—. Pero ¿qué tratas de decirnos exactamente?

—Los humanos están en peligro de extinción. Muy pronto tú misma desaparecerás.

Se me ocurrieron un par de cosas que me habría gustado decirle pero me contuve. Todos guardábamos silencio.

—Los yeerks también son una raza sensible —prosiguió el extraño ser— y, tecnológicamente hablando, están más avanzados que vosotros. No se detendrán ante nada. Los andalitas intentarán frenarlos pero fracasarán, al final los yeerks vencerán y los únicos representantes de la raza humana serán los que vosotros llamáis «controladores humanos».

Se me cortó la respiración. Lo había dicho de tal manera que no admitía duda. Había pronunciado cada palabra con tal convicción que nos dejaba sin argumentos.

El ellimista no estaba adivinando el futuro, parecía conocerlo de antemano.

Y sabía que íbamos a fracasar.