Allí estaba yo, de camino hacia el último lugar adonde quería ir, al estanque yeerk. La primera vez que bajamos al estanque lo hicimos a través de una interminable escalera. Esta vez se trataba más bien de una rampa sin apenas inclinación, no muy diferente a los que sería descender por una avenida. Además, para nuestros diminutos cuerpos de cucaracha, casi ajenos a la gravedad, era prácticamente como desplazarse en línea horizontal.
La rampa estaba cubierta de polvo, así que las huellas de los controladores resultaban perfectamente visibles. A veces teníamos que remontar obstáculos y otras bajar unas depresiones que parecían tener varios metros de profundidad, para una cucaracha, claro.
Dejamos que el controlador se perdiera de vista porque, aunque podíamos andar tan rápido como él, no queríamos arriesgarnos a que nos pisara.
Estaba oscuro, sólo de vez en cuando percibíamos una leve luz que, procedente de una bombilla en lo alto del pasadizo, hacía la función de un sol, aunque un tanto difuso. Aun así toda precaución era poca si queríamos evitar ser descubiertos, por eso mis antenas estaban alerta para prevenir la posible presencia de algún otro controlador por el camino.
Bajamos y bajamos siguiendo las curvas que trazaba el camino por entre paredes rocosas.
<¿Cómo vamos de tiempo?>, preguntó Jake. Ax podía controlar el paso del tiempo sin necesidad de consultar un reloj. Un don muy valioso en situaciones como aquella.
<Desde que Cassie y Rachel se han transformado han pasado veintiocho minutos de los vuestros.>
<Ax, ahora esos minutos también son los tuyos —puntualizó Marco, que tenía ganas de charlar un poco—. ¿No estás en la Tierra? Pues en este humilde planeta sólo tenemos un tipo de minutos.>
Disponíamos de dos horas en total. Si sobrepasábamos, aunque fuera un minuto, el límite de tiempo quedaríamos atrapados para siempre en la forma adquirida, como le pasó a Tobías. Por una vez estaba de acuerdo con Marco. No me interesaba lo más mínimo ser cucaracha el resto de mis días.
<Atención, escaleras un poco más adelante>, informó Cassie.
Bajamos setenta y cinco escalones en total y poco después nos percatamos de que las paredes del pasillo no continuaban. Habíamos llegado a una especie de cueva.
Las cucarachas apenas ven, pero nunca olvidaré la primera vez que vi un estanque yeerk.
Venía a ser una enorme cueva subterránea mucho mayor que un palacio de deportes. Había docenas de entradas en forma de escaleras o caminos que se alzaban hasta lo que sería la última fila de gradas de un polideportivo.
En el centro de la cueva se encontraba el estanque, una especie de laguna de aguas plomizas y viscosas que parecía hervir por la cantidad de gusanos yeerks que en él nadaban.
Pero eso no era lo peor.
Habían construido dos embarcaderos que cumplían funciones bien diferentes. En uno de ellos los controladores, de todo tipo, ya fuesen humanos, hork-bajir, taxxonitas o cualquier otra especie, descargaban el yeerk que llevaban alojado en el cerebro, ante la mirada atenta de guardianes hork-bajir. El proceso era el siguiente: el controlador se arrodillaba al final del embarcadero y acercaba su cabeza a la superficie del agua. Entonces el gusano se retorcía y arrastraba hasta lograr salir de la oreja del portador y caía al agua con un golpe seco. Ésa era pues la zona de descarga.
En ese punto descubrías si el controlador era «voluntario» o, si lo habían hecho portador a la fuerza. En el primero de los casos, el portador se incorporaba y se marchaba con toda tranquilidad. Pero el controlador que no era voluntario y se veía temporalmente libre de su horrible invasor, al sentir que de nuevo recuperaba el control de su cuerpo y mente, chillaba como un loco, lloraba de rabia, o incluso pedía que lo liberasen.
Los que intentaban escapar eran rápidamente apresados y enjaulados por el guardián. Ahí esperarían el momento de ser conducidos hasta el otro embarcadero donde los yeerks, que ya habían recuperado fuerzas y se habían nutrido de rayos kandrona, se introducían de nuevo en sus portadores. Ésa era la zona de carga.
Cuando sueño con ese maldito estanque… han sido muchas noches sin dormir… en mis pesadillas yo siempre estoy en el segundo embarcadero.
Los portadores voluntarios se arrodillaban y daban la bienvenida al yeerk; los portadores rebeldes luchaban y peleaban, maldecían y hasta se atrevían a desafiar al guardián hork-bajir, a pedirle que los matara.
Seguimos caminando y de nuevo parecíamos hallarnos sobre una rampa. Continuamos el descenso en silencio. Supongo que todos estábamos pensando lo mismo, excepto Ax, que nunca había estado allí.
<¡Ojalá pudiese ver mejor! —dijo Ax—. ¡Me gustaría ver qué es lo que hay!>
<No sabes lo que dices>, repliqué.