Volé hacia el territorio de Tobías, que por la noche estaba dominado por un búho de Virginia verdadero al que no creo que le hiciera demasiada gracia tenerme cerca.
Conocía el árbol donde solía dormir Tobías y, en efecto, allí estaba. Dejé de batir las alas y me acerqué planeando. Cuando las ensanchaba para posarme, Tobías me vio.
<Tranquilo, tranquilo, ¡soy yo, Rachel!>
<¡Caray! ¡Casi me da un ataque al corazón!>
<Perdona.>
<¿Perdona? —repitió muy enfadado—. Es de noche y estamos en el bosque. Yo soy un ratonero y tú un búho de Virginia dispuesto a atacarme según todos los indicios. No me des estos sustos, por favor.>
<Sólo soy un búho, no un águila> me defendí. Sabía que había águilas e incluso halcones que atacaban a otras rapaces diurnas.
<Está bien, pero se dice que los búhos hambrientos atacan a veces a los ratoneros. No es habitual, pero a mí me dan miedo. Ya sé que todo el mundo piensa que los búhos son como los de los dibujos animados, que se pasan el día haciendo «Uhh, uhh» y además son muy sabios. Pero yo he visto cómo se comportan y te aseguro que los búhos no un encanto precisamente. Más bien al contrario, son muy fuertes. No me gustaría tener que vérmelas con ninguno de ellos.>
Me acomodé en la rama de al lado y clavé las garras en la corteza esponjosa. Ahora entendía por qué a Tobías le gustaba aquel sitio, desde allí disfrutaba de una vista fantástica de la pradera, incluidas sus deliciosas alimañas.
<Lo siento de veras, Tobías A menudo me olvido de que tu vida está llena de constantes peligros.>
<Bueno, también tiene sus ventajas —repuso—. Se acabaron las clases de gimnasia a primera hora, por ejemplo. Y tú, ¿se puede saber qué haces volando por aquí?>
<Necesitaba salir de casa y respirar aire puro.>
<¿Y eso por qué, si puede saberse?>
<No lo sé. No tiene ninguna importancia. Estaba nerviosa, eso es todo.>
Tobías no dijo nada. Estaba claro que no me creía. Permaneció callado, a la espera de que me decidiera a contárselo mientras me penetraba con su mirada.
Lo cierto es que no se lo quería contar, o mejor dicho, aunque en un principio ésa había sido mi intención, y si no, ¿para qué había ido hasta allí?
Sin embargo, una vez lo tuve delante, se me antojó ridículo agobiarle con mis problemas.
<Este asunto del estanque yeerk me tiene preocupada>, le comenté al fin.
<Tú, ¿preocupada?>, bromeó.
<A veces también me preocupo, ¿sabes? —respondí a la defensiva—. Había pensado volar hasta el zoo para adquirir el ADN de algún animal, uno bien fuerte por si nos metemos en líos, tal vez un león o un oso gris, algo así. Pensé que quizá te gustaría venir conmigo.>
<Rachel, sabes que no me gusta volar de noche, no veo bien en la oscuridad. Además, no hay corrientes de aire ascendentes, tendría que estar batiendo las alas todo el tiempo y el zoo queda muy lejos. Si estuviera más cerca, te acompañaría, pero no es un buen paseo.>
<De acuerdo, olvídalo.>
<Oye, y mejor, ¿por qué no me dices lo que realmente te preocupa? Estás muy rara. No pareces tú.>
<No me pasa nada —contesté—. Perdona por haberte asustado. Me voy a casa.>
<Rachel, puedes venir a hablar conmigo siempre que quieras, ¿vale?>
<Gracias… una cosa, Tobías. ¿Tú alguna vez piensas en el futuro? Quiero decir en la universidad y todo eso.> Nada más decirlo, deseé tragarme mis palabras.
Pero a Tobías no pareció importarle, al contrario, se rió en silencio y dijo:
<Claro, sería el número uno en… ornitología, el estudio de los pájaros.>
<Podrías incluso ser profesor —añadí—. Lo que quiero decir es que tarde o temprano empezaremos a separarnos, a trasladarnos a otra ciudad. ¿Qué haremos si los yeerks siguen todavía por aquí?>
<La verdad es que no lo había pensado —replicó Tobías al tiempo que se arreglaba las plumas con el pico, en un gesto instintivo. Instintivo, sí, aunque a veces también lo hace cuando algo le inquieta—. Supongo que para entonces todo esto habrá terminado, para bien o para mal. Si los yeerks ganan, no tendrás que preocuparte por la universidad. Si pierden, seguiremos con nuestra vida normal, más normal para unos que para otros>, añadió sin rodeos.
Guardé silencio durante un rato, me resultaba imposible articular palabra. Me odiaba a mí misma por haber sacado el tema. Y precisamente con Tobías. Mi pobre amigo ya había sufrido bastante con esta guerra, estaba atrapado en el cuerpo de un ratonero, y ahí estaba yo pensando en tirar la toalla.
Pero ¿qué me estaba pasando? No podía irme. ¿Largarme, y dejar a Tobías viviendo en el bosque? Y en cuanto a Cassie, mi mejor amiga, ¿abandonarla en una lucha en la que tal vez perdería la vida? ¿Cómo iba yo a cortar todo aquello y salir huyendo? ¿Sería capaz de dejar a Jake, a Marco y a Ax? ¿Por qué? ¿Porque mi padre estaba solo y porque a mí me apetecía asistir a unas clases de gimnasia?
<Rachel, ¿te encuentras bien?>
No, claro que no me encontraba bien. Me entraron gansa de vomitar. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo iba a dejarles plantados? Ni hablar, no estaba dispuesta a darme por vencida.
<¿Yo? Claro que estoy bien —disimulé—, es lo de siempre. Necesitaba reponer fuerzas. Ha llegado la hora de La venganza de los animorphs: el estanque yeerk, segunda parte.>
<No sé, pero me temo que voy a perderme otra batalla>, auguró Tobías.
<No te preocupes —le tranquilicé—, te reservaré un hork-bajir para ti solito.>
<¿Estás bien? Pareces un poco triste.>
<Estoy mejor que nunca. Me tengo que ir.>
<Sí, Rachel, vete a casa>, me aconsejó Tobías.
Extendí las alas y las batí con fuerza en el aire marchito de la noche. Naturalmente, no me fui a casa. Necesitaba despejarme un poco después de tanta confusión y si me iba a casa no pegaría ojo en toda la noche, así que di media vuelta y me dirigí hacia el sur.