Cuando mi padre se fue, mantuve una pequeña conversación con mi madre. Me dijo lo que yo me esperaba, que ella prefería que me quedara pero que era yo la que debía decidir. Mi madre confiaba plenamente en mí.
Yo decidía… ¡Fantástico! O hacía daño a mi madre y a mis hermanas o se lo hacía a mi padre. Perfecto, esto del divorcio es muy divertido, ¿verdad?
Me acosté sin poder conciliar el sueño. Miraba fijamente el techo mientras mi mente no descansaba, como un ordenador que no puedes desconectar. Había demasiadas cosas en juego, mi padre, mi madre y, lo más importante de todo y que no me atrevía ni a considerar: mis amigos, los animorphs, la guerra contra los yeerks.
Al final decidí ir a dar una vuelta, tenía que salir de mi habitación y respirar un poco de aire fresco, me sentía agobiada entre aquellas cuatro paredes.
Salté de la cama y abrí la ventana de par en par. Me quité la camiseta de dormir y me puse el maillot que normalmente llevo debajo de la ropa. El uniforme de las transformaciones.
Ya no podía más. Necesitaba espacio para evadirme y no pensar en mi padre ni en decisiones.
Me concentré, sólo sería un momento. Enseguida mis manos se convirtieron en plumas y los dedos de mis pies se curvaron hasta formar garras.
Supongo que cualquier niño tiene momentos en los que desearía desaparecer y yo, por suerte, tenía la posibilidad de hacerlo porque era capaz de convertirme en un ser diferente.
Me lancé a la noche oscura y volé en absoluto silencio. EL viento no me erizó ni una sola pluma. La luna, tan sólo una pincelada en el horizonte, estaba muy baja. Las nubes bloqueaban la luz de las estrellas en lo alto. Los campos de hierba que se extendían por debajo de mí habrían sido sólo sombras para unos ojos humanos. Pero mi ojos no eran humanos. Eran unos ojos tan grandes que casi me ocupaban todo el rostros y que veían en la oscuridad como si fuese pleno día. Distinguía cada brizna de hierba y hasta las hormigas que correteaban por debajo de ella.
Mi oído era tan fino que a una distancia de veinte metros captaba el movimiento de una ratón en una rama o el aleteo de un gorrión saltando de árbol en árbol.
Me había transformado en un búho de Virginia, el asesino nocturno, el depredador de la oscuridad. Descendí un poco, cada vez más cerca del suelo. La mente del gran búho buscaba una presa. Pasaron infinidad de alimañas: ratones, musarañas, topillos y toda clase de pequeños pájaros.
Para el búho sólo eran comida. Podría descender con sigilo, acercarme a una rata o a un conejo, extender mis garras y lanzarme en un ataque mortífero hasta reventar al animal y… «basta, no», me dije, yo no era como Tobías. Él no tenía otra opción, se había convertido en un ave rapaz para el resto de su vida. Yo, en cambio, podía elegir.
Igual que mi padre, si él no hubiera elegido trasladarse de ciudad, yo no estaría entre la espada y la pared. Tal vez si mi padre supiera lo que estaba ocurriendo… no me haría esto. Estoy segura de que entendería que mi sitio está aquí porque formo parte de una misión muy importante: salvar la Tierra.
Pero no se lo podía contar. Incluso mi padre podría ser uno de ellos. Eso es lo que pasa una vez sabes lo de los yeerks: cada vez que miras a alguien te preguntas qué tendrá dentro del cerebro. Aunque imagino que si mi padre fuese un controlador lo habría notado.
La verdad es que mi pare y yo siempre nos hemos llevado muy bien. Desde que tengo uso de razón, hemos estado juntos en todo. Recuerdo una fotografía en la que yo tengo tres años y estoy subida en la barra de equilibrio con la ayuda de mi padre que sonríe a la cámara de oreja a oreja. Me encanta esa foto (aunque en ella llevo un uniforme horrible) y por eso la tengo sobre el escritorio de mi habitación.
Cuando mi madre estaba embarazada de Sara, mi hermana pequeña, oí una conversación que mantenían mis padres:
—Quizás esta vez sea niño —le comentó mi madre a mi padre—. Siempre has querido tener un niño.
—¡Qué va! —respondió él—. Eso era antes. Entonces pensaba que podría compartir todas las cosas que me gustan mejor con un hijo, pero ahora tengo a Rachel que vale tanto como cualquier chico. Ya casi es más fuerte que la mayoría de los niños de su edad. ¿Has visto qué saltos da?
—No digas eso delante de ella —le regañó mi madre—. A las niñas pequeñas no les hace gracia verse comparadas con un chico.
Se equivocaba. Sé que puede parecer machista, pero a mí me encantó que pensara eso de mí. Mi padre creía que yo era tan fuerte como un chico. ¡Fantástico!
«Si me viera ahora», pensé.
¿Cómo pretendía mi padre que tomara una decisión? No podía abandonar a mis amigos, ni hablar. Ellos contaban conmigo para volver a aquel maldito estanque y también confiaban en mi valor y en mi fuerza. Ésa era la imagen que tenían de mí, una chica fuerte y valiente.
Y si yo era tan fuerte y valiente, ¿por qué de pronto deseaba una vida nueva por completo, sin yeerks ni guerras? ¿Por qué trataba de imaginar lo que sería recibir clases de gimnasia, o ir a los partidos de béisbol con mi padre; verme en la obligación de volver a ese infierno de gritos y desesperación que era el estanque yeerk?
Si yo era tan valiente, tan fuerte, ¿cómo podía pensar en llevar una vida normal?