Podemos dormir seguros en nuestras camas porque hay hombres duros que permanecen alerta durante la noche para defendernos con violencia de aquéllos que nos harían daño.
GEORGE ORWELL
Decir que una tierra fue «conquistada» por Gengis Khan siempre requiere algún tipo de matización. Cuando los romanos conquistaron Hispania y la Galia, trajeron consigo caminos, comercio, ciudades, puentes, acueductos… todos los símbolos de la civilización tal como ellos la conocían. Gengis no fue nunca un constructor. Ser conquistado por el ejército mongol significaba perder tus reyes, tus ejércitos y tus ciudades más preciadas, pero los mongoles nunca contaron con suficientes efectivos para dejar una fuerza nutrida tras ellos cuando continuaban su avance. Los guerreros mongoles aparecían en los mercados de las ciudades Chin, o se retiraban a lugares tan distantes como Corea y Afganistán, pero, en general, una vez que la lucha había concluido, apenas ejercían un gobierno activo sobre las tierras conquistadas. En esencia, ser conquistado por los mongoles significaba que todas las fuerzas armadas locales tenían que abandonar cualquier operación militar. Si corría la voz de que alguien estaba desplazando soldados, podían esperar ver aparecer a un tumán en el horizonte. Los mongoles aceptaban el pago de tributos y controlaban las tierras, pero nunca renunciaron a su estilo de vida nómada mientras Gengis vivió.
Es un concepto difícil de comprender ochocientos años más tarde, pero el terror que despertaban las tropas móviles de Gengis era tal vez tan efectivo a la hora de controlar una provincia vencida como la imperturbable presencia de los romanos. En el siglo XVII, el cronista musulmán Abu al-Ghazi escribió:
Bajo el reinado de Gengis Khan, todo país situado entre Irán y la tierra de los turcos disfrutó de una paz tal que un hombre podría haber viajado desde la salida hasta la caída del sol con una bandeja de oro en la cabeza sin sufrir el más mínimo ataque por parte de nadie.
El gran nivel de velocidad y de destrucción del que eran capaces eran elementos cruciales del éxito mongol. Después de todo, en la campaña contra el emperador Chin, los ejércitos de Gengis Khan atacaron más de noventa ciudades en un solo año. El propio Gengis participó en el asalto de veintiocho de ellas, siendo rechazado sólo por cuatro. Históricamente, se benefició del hecho de que China todavía no hubiera comenzado a utilizar la pólvora en la guerra con efectividad. Sólo seis años después de la caída de Yenking, en 1221, un ejército Chin utilizó recipientes de hierro explosivos contra la ciudad Sung meridional de Qizhou, con un efecto de metralla muy similar a las modernas granadas. Los que le sucedieron tuvieron que enfrentarse a las armas de una nueva era.
La escena contra los guerreros rusos del primer capítulo tiene lugar aproximadamente en la misma época que la quinta cruzada hacia Tierras Santas. Para colocar a Rusia en perspectiva histórica, ya en 1045, la enorme catedral de Santa Sofía se estaba construyendo en Novgorod, sustituyendo a una iglesia de madera con trece cúpulas que había sido erigida un siglo antes. La Rusia medieval y, desde luego, Europa estaban a punto de entrar en el gran periodo de la construcción de catedrales y expansión cristiana que chocaría con el islam durante los siguientes cuatro siglos. He descrito las corazas y armas de la época de los caballeros con tanta precisión como me ha sido posible.
Los mongoles no llegaron a Corea, aunque en todo momento he utilizado la grafía más antigua de «Koryo». El nombre significa «tierra alta y hermosa». Las fuerzas mongolas destruyeron a los Kara-Kitai, una rama de los Chin que se habían alejado de su tierra natal para adentrarse en las montañas de Corea, donde aquella dinastía fue incapaz de acabar con ellos.
En hombres como su hermano Khasar, Jebe y Tsubodai, el khan había encontrado un grupo de generales que justificaban el nombre de «los sabuesos de Gengis». Eran prácticamente imparables… y, sin embargo, Gengis marchó hacia Asia central, dominada por los musulmanes, antes de concluir la conquista de China, o incluso del norte de China. En realidad, Jebe, la flecha, asumió su puesto antes de lo que yo lo he situado, pero la presión del argumento hace que a veces los cambios sean inevitables. Tsubodai y él se convirtieron en los generales más famosos de su tiempo: idénticos en capacidad, implacabilidad y absoluta lealtad al khan.
Gengis no guerreaba para hacerse con el gobierno de las ciudades que conquistaba, que no le ofrecían nada que él necesitara. Su propósito era casi siempre personal, el deseo de derrotar o matar a enemigos individuales, independientemente de cuántos ejércitos y ciudades se interpusieran en su camino. En una ocasión se mostró dispuesto a negociar con el emperador Chin sobre Yenking, pero cuando el emperador huyó a Kai-Feng-Fu, Gengis prendió fuego a la ciudad y mandó a un ejército tras él. Por muy amplia y terrible que fuera la destrucción ocasionada, no dejó de ser una batalla entre Gengis y una familia.
Otros acontecimientos hicieron que Gengis se desviara de su decidida y personal perspectiva sobre la guerra. Es cierto que una de las caravanas diplomáticas, léase espías, de los mongoles fue destruida por el sah de Corasmia. Gengis envió entre cien y cuatrocientos cincuenta hombres (dependiendo de la fuente consultada), sólo para encontrarse con que el gobernador de Otrar, un pariente del sah, los retenía contra su voluntad. Aun entonces, Gengis dio por supuesto que el gobernador actuaba en solitario y envió a otros tres hombres para aceptar al gobernador como prisionero y negociar la liberación del primer grupo. Ellos también fueron asesinados y fue ese acto el que llevó a Gengis a invadir las naciones islámicas. En aquel momento, es casi seguro que su intención era terminar la conquista de China. No deseaba abrir un frente totalmente nuevo contra un enemigo tan ingente. Pero no era de los que ignoran un desafío directo a su autoridad. El ejército mongol avanzó y millones de personas murieron. Gengis se dirigió solo a la cima de una montaña y le rezó al padre cielo, diciendo: «No soy el causante de este problema, pero dame la fuerza necesaria para vengarme».
Al enfurecer a Gengis, el gobernador de Otrar tomó la que quizá sea una de las peores decisiones militares de la historia. Puede que pensara que podía burlarse del khan de los mongoles con impunidad. Como primo del sah y teniendo a su disposición un vasto ejército, tal vez la amenaza mongola le pareciera insignificante.
La ciudad original de Otrar sigue en ruinas hoy en día y nunca ha sido reconstruida. Inalchuk fue ejecutado vertiendo plata líquida en sus ojos y oídos. Aunque he alterado el orden de caída de las ciudades, el sah sufrió una derrota aplastante y tuvo que salir huyendo con Tsubodai y Jebe siguiéndole la pista, como he descrito. Se mantuvo delante de ellos durante más de mil kilómetros, cruzando los actuales Uzbekistán e Irán en dirección a las orillas del mar Caspio, donde se montó en un bote con sus hijos hasta arribar a una pequeña isla. Agotado, falleció de neumonía y su hijo Jelaudin (o Jalal-ud-Din) asumió el liderazgo de los ejércitos árabes. Se enfrentó finalmente a Gengis junto al río Indo y escapó prácticamente solo, mientras su ejército era arrasado. Es cierto que el muchacho que llegaría a ser Kublai Khan estaba allí y se dice que Gengis se preocupó de hacerle notar la valentía de Jelaudin, como ejemplo de cómo un hombre debería vivir y morir.
Los Asesinos árabes son conocidos principalmente por darnos la palabra en inglés hashish[1], de «Hashishin», a través del «Ashishin» de Marco Polo, por su costumbre de inducir un delirio frenético con esa droga. No obstante, puede que tomara una ruta más sencilla y provenga de assasseen, la palabra árabe para «guardia». Como musulmanes Shia, eran diferentes de la rama principal del islam. La práctica de mostrar a los reclutas aturdidos por la droga una versión del cielo y el infierno es auténtica. Es fácil imaginar el resultado de ese tipo de experiencias en las impresionables mentes de los jóvenes. Sin duda su reputación era que mostraban una feroz lealtad al «Viejo de las Montañas». En su apogeo, su influencia era inmensa y es cierto que dejaron un pastel envenenado sobre el pecho de Saladín mientras dormía, un claro mensaje de que no se acercara a ellos en su impulso conquistador. Aunque sus bastiones fueron destruidos por Gengis y los khanes que le sucedieron, la secta siguió activa durante muchos años.
Los elefantes fueron utilizados contra los mongoles en Otrar, Samarcanda y otras batallas, lo que resultó ser una táctica inútil frente a guerreros cuya primera arma era el arco. Los mongoles no se dejaron intimidar en absoluto por los enormes animales de asalto y los derribaron con sus flechas. Todas las veces, los elefantes salieron en estampida y aplastaron sus propias filas. En un momento dado, Gengis tuvo en su poder a varios elefantes capturados, pero los soltó en vez de emplear a criaturas tan poco de fiar.
Por motivos argumentales, trasladé el minarete ante el que Gengis se «inclinó» a Samarcanda. De hecho, se encontraba en Bujará y sigue irguiéndose allí con sus casi cuarenta y seis metros. Se dice que Gengis habló con los ricos mercaderes de esa ciudad, diciéndoles a través de traductores que era evidente que habían cometido grandes pecados y si necesitaban alguna prueba, no tenían más que pensar en su propia presencia entre ellos. No podemos saber si realmente se veía como el castigo de Dios o estaba bromeando sin más.
Nota: en la fe islámica, Abraham es considerado el primer musulmán, el que se sometía a un solo dios. Como sucede con Moisés y Jesús, la descripción de su vida en el Corán difiere en puntos significativos de la de la Biblia.
El hijo mayor de Gengis, Jochi, fue el único general que se volvió contra él en toda su vida. Se llevó a sus hombres y se negó a regresar a casa. Aunque el hecho está bien documentado, un escritor de ficción histórica a veces tiene que explicar cómo pudo suceder algo así. Sus hombres dejaron atrás a sus esposas e hijos y eso resulta extraordinario para la sensibilidad moderna. ¿Es posible que realmente fuera tan carismático? Puede parecer un ejemplo extraño, pero me he acordado del líder sectario David Koresh, cuyos seguidores murieron en un cerco policial en Waco, Texas, en 1993. Antes del final, se había llevado a las esposas de los seguidores casados a su propia cama. Los maridos no sólo no se opusieron, sino que incluso aceptaron su norma de que ellos ya no yacerían con sus mujeres. Ése es el poder de un líder carismático. Para aquéllos de nosotros que no exigimos ese tipo de lealtad, hombres como Nelson, César y Gengis siempre tendrán un algo misterioso. No se conoce la forma exacta en que murió Jochi, aunque si hubiera sido por orden de su padre, no habría quedado documentado. Sin embargo, el momento es sospechosamente conveniente. Fue muy conveniente para Gengis que el único hombre que le traicionara muriera poco después de haberse llevado a sus hombres al norte. Podemos estar seguros de que Gengis no habría empleado a los Asesinos para llevarlo a cabo, pero eso es todo.
La esposa de Tolui, Sorhatani, posee uno de esos nombres que tienen varias grafías. Probablemente, la más exacta sea Sorkhakhtani, pero decidí no utilizarla por resultar demasiado difícil a simple vista (además, el sonido «k» se pronunciaba como «h» de todos modos). Sorhatani desempeña un papel reducido en este libro, pero como madre de Mongke y Kublai, tuvo una enorme influencia en el futuro de la nación mongola. Siendo cristiana, fue una de las influencias sobre los nietos de Gengis y, sin embargo, permitió que Yao Shu, un budista, se convirtiera en el mentor de Kublai. Entre ellos, crearían a un hombre que adoptó la cultura china como Gengis nunca fue capaz de hacer.
Tras la muerte de su padre, Jelaudin reunió aproximadamente sesenta mil hombres bajo su bandera. Considerando que estaba separado de sus propias tierras, debe de haber sido también un líder extraordinario. En el valle de Panjshir, en Afganistán, obligó al ejército mongol a retirarse a través de un río. Infravalorándole, Gengis envió sólo a tres tumanes a sofocar la rebelión. Por única vez en la vida de Gengis, su ejército tuvo que huir en desbandada. En sólo un año, el aura de invencibilidad que tanto había trabajado para crear había quedado hecha añicos. El propio Gengis salió al campo de batalla con todos sus efectivos. Desplazó a sus hombres tan deprisa que no pudieron ni cocinar y alcanzaron finalmente a Jelaudin en la ribera del río Indo en la actual Paquistán. Gengis inmovilizó a los soldados del príncipe contra sus orillas. No he continuado la historia de Jelaudin, pero después de sobrevivir a la batalla del Indo, atravesó Irán y llegó a Georgia, Armenia y Kurdistán, reclutando seguidores hasta que fue asesinado en 1231. Fue su ejército el que invadió, sin él, Jerusalén, que quedó bajo control musulmán hasta 1917.
El hombre que se cayó de las murallas de Herat es una parte curiosa de las historias. La abandonada ciudad fortificada sigue en pie hoy en día, muy similar a como yo la he descrito. Gengis realmente le perdonó la vida a aquel hombre, asombrado de que hubiera sobrevivido a una caída así. Como sucede en muchas otras ocasiones, Gengis el hombre era muy distinto de Gengis el despiadado khan. Como hombre, admiraba las exhibiciones de valor, como cuando Jelaudin se lanzó con su caballo por un precipicio. Como khan, Gengis ordenó la matanza de todo ser viviente en Herat, sabiendo que enviaría un mensaje a todos los que pensaban que su control se había visto mermado por la rebelión de Jelaudin. La masacre de Herat fue su última gran acción en Afganistán. Como esa ciudad, la región china de Xi Xia creyó que los mongoles estaban demasiado desperdigados para defender los puestos de avanzadilla que estuvieran muy distantes, así que dejaron de enviar el tributo. Su negativa fue lo que haría que el khan abandonara las tierras árabes al fin, resuelto a reanudar la absoluta subyugación del imperio Chin, que había comenzado hacía más de una década.
En 1227, sólo doce años después de conquistar Yenking en 1215, Gengis Khan murió. De esos doce años, pasó unos ocho guerreando. Aun cuando no había un enemigo evidente, sus generales siempre estaban en movimiento, y llegaron incluso a Kiev, en Rusia, donde Tsubodai lideró el único ataque invernal de éxito. De todos los generales de Gengis, Tsubodai es conocido justamente como el de más talento. Este libro apenas le hace justicia.
Gengis falleció tras caerse de un caballo durante el segundo ataque a los Xi Xia. Su última orden fue arrasar Xi Xia. Existe una persistente leyenda que cuenta que el gran khan fue apuñalado por una mujer antes de esa última cabalgada. Puesto que se dirigía a destruir Xi Xia, tenía sentido darle ese papel a la princesa que había tomado por esposa. Dado que su fecha de nacimiento no puede saberse con exactitud, sabemos que tendría entre cincuenta y sesenta años. Para haber tenido una vida tan corta y unos inicios tan humildes, dejó una marca increíble en el mundo. Su legado inmediato fue que sus hijos no hicieran pedazos la nación intentando decidir quién sería el líder. Aceptaron a Ogedai como khan. Tal vez se habría desencadenado una guerra civil si Jochi todavía hubiera estado vivo, pero no lo estaba.
El ejército de Gengis Khan estaba organizado en múltiplos de diez, con una rígida cadena de mando:
Arban: 10 hombres, con dos o tres gers entre ellos si avanzaban con todo el equipo.
Jagun: 100.
Minghaan: 1000.
Tumán: 10 000.
Los comandantes de 1000 y 10 000 hombres recibían el rango de «noyan», aunque he utilizado el término «minghaan» y «general» para simplificar las cosas. Por encima de ellos, hombres como Jebe y Tsubodai eran «orloks», o águilas, el equivalente de los mariscales de campo.
Es interesante destacar que, aunque a Gengis no le interesaba demasiado el oro, unas placas de la sustancia conocidas como paitze se convirtieron en el símbolo del rango en los ejércitos y la administración mongoles. Los oficiales jagun llevaban una de plata, pero los noyan llevaban una que pesaba aproximadamente veinte onzas de oro. La de los orlok pesaba cincuenta onzas.
Al mismo tiempo, el aumento de la organización del ejército, las armas de campo y las rutas con mensajeros requirió que se creara un rango ocupado de la intendencia. A los que ocupaban esos cargos se les llamaba «yurtchis», y su misión era elegir el lugar donde se instalaría el campamento y organizar a los mensajeros que mantenían la comunicación entre los ejércitos a lo largo de miles de kilómetros. El yurtchi de más rango se ocupaba de la labor de reconocimiento, de la inteligencia y de la gestión diaria del campamento de Gengis.
Por último, a aquéllos que deseen saber más sobre Gengis y sus seguidores, les recomiendo el fantástico libro de John Man Gengis Khan: Vida, muerte y resurrección, The Mongol Warlords de David Nicolle, The Devil’s Horsemen: The Mongol Invasion of Europe de James Chambers, Jenghiz Khan de C. C. Walker y, por supuesto, La historia secreta de los mongoles (obra de autor desconocido; he utilizado la traducción al inglés de Arthur Waley).