<Harás lo que te ordeno porque si no buscaré el modo de contarle a Visser Tres que tú fuiste el instigador de todo>, amenacé a Eslin, el yeerk traidor.
Me hallaba en el observatorio. Estábamos los dos solos y Eslin me miraba furioso.
—Escoria andalita, ni siquiera has sido capaz de eliminar a Visser. ¿Qué te pasa? ¿Acaso también te da miedo?
<Conecta el software de una vez —le ordené—. Necesito hacer una transmisión. Sólo una vez más, Eslin, y después desapareceré de tu miserable vida para siempre. Venga, hazlo.>
Pasaron unos minutos hasta que la transmisión de espacio cero se estableciera. Después tuve que esperar un rato para ponerme en contacto de nuevo con el gran Lirem.
<Ésta es mi última comunicación —expliqué—. Tengo un mensaje para la mujer de Alloran-Semitur-Corrass, de parte de su esposo.>
Me resultó halagador ver que los ojos del viejo Lirem se abrían como platos de repente. Él sabía de sobra quién era Alloran y lo que era.
<Su marido le envía su amor. No ha perdido la esperanza de ser libre algún día.>
<¿Eso es todo lo que tienes que decir, aristh Aximili?>
<No… Sólo una cosa más. Intentasteis salvar a los hork-bajir acatando nuestras leyes y silenciando nuestros secretos, pero fracasasteis.>
<No sigas. No digas lo que estás a punto de decir, Aximili —advirtió Lirem—. No desobedezcas las leyes de nuestro pueblo.>
<Yo… príncipe Lirem, estos humanos son ahora mi pueblo. Y, señor, con todos mis respetos a la ley y a tí, no permitiré que los humanos sean destruidos como lo fueron los hork-bajir, al menos no mientras yo viva.>
<Debe de ser cosa de familia —gruñó Lirem al tiempo que entornaba sus ojos amenazantes—. Eres igual que tu hermano Elfangor.>
<Gracias, Príncipe —me reí—. Muchas gracias.>