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«Dame la libertad o dame la muerte», dijo un tal Patrick Henry. Me pregunto si los yeerks, antes de aventurarse a la conquista de la Tierra, sabían que los humanos decían cosas como ésas. Me pregunto si sabían dónde se estaban metiendo.

Extraído del diario terrícola de Aximili-Esgarrouth-Isthill

<Nosotros lo llamamos la Ley de la Bondad de Seerow>, empecé.

Nos hallábamos en el bosque donde yo vivía, un bosque del planeta Tierra.

Habían transcurrido dos días desde los terribles sucesos de la pradera y desde entonces había estado reflexionando sobre muchas cosas y después les había pedido a mis amigos que se reunieran conmigo.

—¿Y qué significa? —me preguntó Rachel.

Mi amiga permaneció de pie, con los brazos cruzados. Creo que se trataba de una muestra de escepticismo.

<Significa que bajo ningún concepto podemos transferir tecnología avanzada a ninguna otra raza —expliqué—. Es una ley muy importante, de hecho es una de las más importantes.>

—No queréis competencia ninguna, ¿eh? —continuó Marco—. Vosotros los andalitas queréis manteneros siempre a la cabeza, cosa que me parece muy bien, pero los humanos estamos de vuestro lado. Nosotros somos los que estamos siendo invadidos.

—Marco —intervino el príncipe Jake—, relájate y deja que Ax termine su historia.

<Seerow fue un gran andalita, un guerrero y un científico. Él… él dirigió la primera expedición andalita al planeta de los yeerks.>

Percibí cómo la tensión se apoderaba de mis amigos humanos. Tobías revoloteó en silencio hacia otra rama más baja.

<Seerow sintió lástima de los yeerks. Eran una especie inteligente que utilizaba como portadores a una especie primitiva, los gedds, que estaban casi ciegos y eran torpes y bastante inútiles, la verdad. Los yeerks nunca habían visto las estrellas y menos aún abandonado su planeta. Seerow sintió pena. Seerow era un andalita bueno y amable…>

—Dios mío —susurró Cassie—, así que ése es el gran secreto de los andalitas. Ésa era la vergüenza que los andalitas esconden.

—¿El qué? —preguntó Rachel—. ¿Qué gran secreto?

—Seerow les enseñó a los yeerks tecnología avanzada, ¿verdad? —preguntó Cassie.

<En efecto —asentí—. Seerow creyó que los yeerks también tenían derecho a viajar a las estrellas como nosotros. Al principio todo fue bien, pero después… una especie llamada nahara… Para cuando lo descubrimos ya era demasiado tarde. Todos los nahara habían sido esclavizados. Los yeerks habían sometido a toda la especie. Luego esclavizaron a los hork-bajir y después a los taxxonitas y a otros planetas… miles de razas sucumbían ante el poderoso imperio yeerk. ¡Se extendieron como una plaga! Millones… billones de seres libres cayeron en manos de los yeerks o fueron destruidos. Todo por culpa de Seerow, por culpa nuestra, por culpa de los andalitas.>

Mis amigos guardaron silencio. Yo sabía cómo iban a reaccionar. Primero habían considerado a los andalitas unos héroes. Luego, empezaron a sospechar y por fin veían confirmadas sus sospechas. Ahora sabían que los andalitas no eran los salvadores de la galaxia.

—Sin embargo Elfangor quebrantó la Ley de la Bondad de Seerow, ¿verdad? —señaló Marco.

<Sí, pero yo asumo la culpa por él. Elfangor fue un gran héroe. Su nombre sería manchado. Yo no soy nadie. Por eso he asumido la culpa. Si os ayudo y vosotros, los humanos, os convertís en una nueva raza de conquistadores, en los nuevos yeerks, mi gente hablará de la Bondad de Aximili. Y yo pasaré a la historia como otro ejemplo de estupidez.>

Vi que Rachel sonreía y negaba con la cabeza.

—Y yo que estaba empezando a odiarte, Ax —comentó Marco poniendo los ojos en blanco.

No entendía nada. Esperaba que se enfurecieran conmigo y, sin embargo, todos estaban sonriendo.

<Pero ¿no lo veis? Vuestro mundo está amenazado por los yeerks y todo por culpa nuestra.>

—Sí, claro que lo vemos, Ax —asintió el príncipe Jake—. Hace mucho tiempo alguien se portó bien y salió mal. El tal Seerow hizo una buena acción, esperaba que las diferentes razas de la galaxia se llevasen bien y que todos pudiésemos viajar juntos a las estrellas.

<Sí, y el resultado fue desastroso.>

—Ax, uno no deja de tener esperanza sólo porque las cosas no salgan bien —explicó Cassie—. En todo caso se hace más sabio y actúa con más cuidado, pero la esperanza no se pierde.

—Mira, Ax —intervino el príncipe Jake—, nosotros nunca te hemos exigido ni te exigiremos que nos enseñes tecnología avanzada. No queremos que quebrantes tus leyes. Tan sólo queremos que confíes en nosotros, que nos digas la verdad, que seas uno de los nuestros.

—No estás solo, Ax —añadió Cassie con dulzura—. Quizá no seamos tu gente, pero somos tus amigos.

—Tu amigo Seerow no se equivocó —aclaró Marco—, el problema fue que no escogió a la raza adecuada. Nosotros no somos los yeerks. Somos Homo sapiens, humanos. Los andalitas están buscando una especie que les acompañe para viajar por las estrellas, ¿no? Pues ya la han encontrado. Vosotros poned las naves, que nosotros traeremos los Raisinets y los bollos de canela.

<Yo sé que haréis más que eso —repliqué—. Aprenderéis rápidamente y algún día superaréis a los andalitas.>

—No —puntualizó el príncipe Jake—, porque todo lo que aprendamos lo compartiremos con vosotros.

<No es posible —insití—, somos dos razas totalmente diferentes y venimos de mundos opuestos y separados por cientos de miles de kilómetros terrícolas.>

<Ax-man —intervino Tobías—, dime una cosa, ¿qué es lo que más desea un andalita? ¿Por qué lucháis?>

<Por la libertad, por supuesto>, contesté.

<Y ¿qué es lo que más desean los humanos?>, preguntó Tobías.

—La libertad —respondió Jake.

—La libertad —corroboró Rachel, asintiendo.

—La libertad —contestaron Marco y Cassie a la vez.

<La libertad —añadió Tobías—. Cuerpos diferentes, especies diferentes pero ¿qué importa eso si estamos de acuerdo en lo esencial?>

Guardé silencio durante unos minutos. Supongo que me sentía un poco abrumado. Luego reparé en algo que me hizo sonreír.

<¿Veis? Ya está sucediendo>, dije al fin.

—¿El qué? —preguntó Rachel.

<Ya les habéis enseñado algo a los andalitas —aclaré—. Tenéis razón. Nuestra guerra es la misma, luchamos por el mismo objetivo.>

—A los andalitas de tu planeta puede que nos les guste mucho la idea —recordó Rachel.

<Ya lo sé. Allá arriba tienen sus leyes y tradiciones y están convencidos de que saben lo que se hacen. Si alguna vez vuelvo a casa, tendré mucho que explicar.>

<Sí, tal vez sí —asintió Tobías—, pero sé de un andalita que hubiera estado muy orgulloso de tí.>

—¿Estás con nosotros? —me preguntó el príncipe Jake.

<Sí, príncipe Jake.>

—No me llames Príncipe.

<De acuerdo, príncipe Jake>, repetí otra vez.

—Muy bien —intervino Marco frotándose las manos—, y ahora que todo ha quedado aclarado, y que por fin nos consideramos todos iguales y se acabaron las mentiras… creo que todos estamos deseando hacerte la gran pregunta, Ax. Una pregunta trascendental que pondrá a prueba nuestra amistad.

Todos asintieron.

<¿El qué?>, pregunté un poco nervioso.

—¿Cómo… cómo te las apañas para comer sin boca? —preguntó Marco.

<Ah, eso —me eché a reír—. Comemos al correr. Las pezuñas machacan la hierba y de esa manera absorbemos los nutrientes. Lo mismo que para beber, basta con sumergir una pezuña en el agua.>

<Vaya, así que en eso consiste el misterioso ritual de la mañana, por eso introduces una de tus patas en el agua>, comentó Tobías.

—¿Ritual de la mañana? ¿De qué habláis? —preguntó Rachel.

—Sí, cuéntanos —insistió Cassie.

<De acuerdo —convine—. Os lo contaré todo. Os contaré todo lo que sé.>

Entonces miré fijamente a Tobías y me encontré con su intensa y penetrante mirada. Quería hacerle entender a mi amigo que también respondería a esa pregunta que seguro le quemaba las entrañas.

Pero la pregunta nunca se formuló y no pude evitar recordar las palabras de Tobías como un eco: <Tal vez cuerpos diferentes, especies diferentes, pero ¿qué importa eso si estamos de acuerdo en lo esencial?>

Ni yo ni mi shorm Tobías podemos sonreír, pero hay veces en que una mirada nos basta para comprenderlo todo a la perfección, y entonces sonreímos.