Percibí el olor a andalita mucho antes de ver aparecer su figura.
Sin embargo, me resultaba imposible captar el olor del verdadero Visser Tres, del yeerk que habitaba aquel cuerpo.
<¡Alejaos! —ordenó Visser Tres. Su comunicación era alta y abierta para que sus soldados lo escucharan con claridad—. ¡Tú, vigila la línea de árboles! ¡Vosotros dos, apostaos en la entrada de la pradera! ¡Disparad contra cualquier cosa que se mueva!>
Su voz resonó en mi cabeza y sentí como si se me revolviese el estómago que en realidad ya no tenía. Intenté que mi pánico se difuminara en la seguridad y la serenidad del reptil, pero todos mis esfuerzos fueron en vano.
Repasé el plan: atacar, escapar, transformarme y volver a atacar.
Debía transformarme antes de que los guardias de Visser acudieran en su ayuda. Además esperaba que el veneno de la serpiente le afectara de modo que sus movimientos se hicieran más torpes.
Justo en ese momento… percibí un galope. Sí, cuatro pezuñas fuertes golpeaban el suelo de la pradera. Chasqueé la lengua y de inmediato noté su presencia en el aire. Se estaba aproximando y, tal como había imaginado, se dirigía hacia el río.
Una sombra. ¡Allí estaba! Justo encima de mí. Su sombra me cubría por completo.
Volví a chasquear la lengua y percibí su olor. Mis ojos sin párpados, siempre abiertos, divisaban su vientre en forma de tejado inclinado sobre mi cabeza. Sentía su calor.
Metió una de sus patas en el agua para beber.
No podía perder tiempo, debía actuar antes de que hiciera algún movimiento.
¡T-S-T-S-T-S-T-S-S-S-S-S!
¡Un ruido! ¿Qué era eso?
¡Era yo! ¡Procedía de mí! ¡Era mi cola, mi cola de cascabel! Se había agitado instintivamente para avisarme del peligro.
Visser bajó la cabeza y fijó sus dos ojos principales sobre la serpiente. En su mirada podía leerse el miedo.
Me erguí, mis músculos enroscados se dispararon todos a la vez. Mi cabeza cruzó el aire, mi boca se abrió y dejó al descubierto unos colmillos enormes y listos.
¡SSSSSSS-ZAAAAPPP!, ¡le mordí! Clavé los colmillos hasta el fondo en una de sus patas y le inyecté el veneno.
La bestia pegó un brinco.
Yo aflojé un segundo que él aprovechó para retroceder. Fue rápido pero no más que yo. Volví a atacar, le mordí y le insuflé otra dosis de veneno en el cuerpo. Tenía que acabar con aquel monstruo, con aquella abominación, con el asesino de Elfangor.
Me retiré. En mi boca quedaban todavía restos de mi propio veneno.
Mientras tanto, Visser enarcó la cola y la lanzó contra mí. La hoja afilada de su extremo se clavó en el suelo y yo tan sólo noté la ráfaga de viento provocada por el golpe. El cuerpo de la serpiente era ágil y me escabullí con facilidad.
<¡Transfórmate!>, me ordené.
Visser no había avisado a sus guardias, estaría meditando el paso a dar. Supuse que desconocía lo peligrosa que podía resultar una serpiente de mi especie, y que tampoco se había percatado de que no era una serpiente auténtica. Empezaría a darse cuenta poco a poco.
Yo me deslizaba a toda velocidad por la hierba. Mi cuerpo alargado se retorcía y enroscaba, se aflojaba y estiraba sin cesar. Mi cabeza, sin embargo, se mantenía recta, vertical estable, volando a ras de suelo por entre la hierba.
Cuando ya había recorrido unos quince metros de distancia, mis movimientos se hicieron más torpes, ya no me movía a la misma velocidad, los cambios habían empezado a manifestarse. Me crecieron unas patas diminutas que al principio no abultarían más que una colilla. Me salieron también las antenas en la parte ancha de mi cabeza en forma de diamante.
<¡Hay una serpiente! —bramó Visser Tres—. ¡Buscadla y matadla!>
Avancé como pude, debía llegar al borde mismo de la pradera.
De pronto… percibí el calor de un cuerpo. Era un animal de sangre caliente, ¡justo delante de mí! Saqué mi lengua y capté un aroma que me resultaba familiar. ¡Hork-bajir!
Los hork-bajir son las tropas de choque del imperio yeerk. Antes eran una raza honesta y pacífica que, según Marco, parecen picadoras de carne: brazos y piernas repletos de cuchillas; pies con uñas desgarradoras y una cola lenta pero letal. Todos han terminado siendo controladores, es decir, sometidos y esclavizados por el yeerk que tienen alojado en el cerebro.
Estaba paralizado y no podía moverme. Ya no era una serpiente pero tampoco un andalita todavía. El hork-bajir se encontraba a un par de metros, demasiado cerca.
<Bueno —pensé—, es el fin.>
Mis antenas crecían imparables y mi cuerpo se iba elevando poco a poco sobre mis patas larguiruchas de andalita. Mi cola también se iba formando.
Vi al hork-bajir y cómo éste me observaba.
No podía hacer nada, iba a morir.
El hork-bajir blandió su brazo derecho, que más bien parecía una guadaña, dispuesto a descargar sobre mí un golpe mortal.
¡BOUM!, el hork-bajir vaciló y su brazo cortó el aire por encima de mi cabeza.
—¡GGGGRRRROOOOOUUUUUURRRR!
¡Un rugido! Y no precisamente del hork-bajir que, para mi sorpresa, salió despedido por los aires.
Dos metros de peligroso y mortal guerrero hork-bajir dando volteretas en el aire. En su lugar apareció Rachel, pero no la Rachel de pelo rubio y magníficos ojos azules, sino otra con forma de oso pardo.
El oso se hallaba erguido sobre sus patas traseras y su altura sobrepasaba los dos metros del hork-bajir. Sus garras casi podían competir con las cuchillas de aquella picadora de carne andante y desde luego, sus músculos eran lo bastante fuertes como para levantar a un hork-bajir y hacerlo volar.
—¡GGGGRRRROOOOOUUUUUURRRRR! —rugió el oso con fuerza.
<¡Me encanta hacer esto!>
<¿Rachel?>, pregunté confuso.
<No —repuso con ese tono que los humanos llaman «sarcasmo»—, soy el oso Yogui. Acaba de una vez, pesado. Tenemos que machacar a unos cuantos yeerks.>
Ya casi había recuperado mi forma andalita. Recorrí la pradera con los ojos de mis antenas. Visser Tres se encontraba en el centro y dos hork-bajirs se apresuraban a su lado atravesando la pradera a saltos.
Al otro extremo de la pradera, un tercer hork-bajir cubría la zona y, con la pistola de rayos dragón lista para disparar, miraba frenético a todas partes, excepto hacia arriba, desde donde algo casi líquido, algo de color naranja y negro, que hasta ese momento había permanecido agazapado en un árbol, se precipitó sobre él con las zarpas extendidas.
¡El príncipe Jake!
Y un ratonero de cola roja describía círculos bajos sobrevolando la zona.
<Hay dos hork-bajir vigilando los cazas-insecto —informó Tobías—. Un hork-bajir en… No importa, Cassie y Marco ya están ocupándose de él. Visser Tres y dos hork-bajir siguen en el centro del campo.>
<Venga, Ax —me alentó Rachel—, vamos a intercambiar una palabras con Visser Tres.>
<Yo me encargo de él —le advertí a Rachel—. Tengo una obligación que cumplir.>
<Todo tuyo.>
Tobías descendió hasta casi rozar la hierba y se dispuso a lanzarse contra Visser Tres.
<Se lo has dicho, Tobías>, le acusé cuando pasó por mi lado.
<Claro, fuiste tú el que me dio la idea. ¿No fuiste tú quien dijo que tenías que obedecer a tu Príncipe? Bueno, pues como Jake también es mi Príncipe y me ordenó que se lo contase todo…>
<Pero, ¿cómo sabías a dónde iba? —le pregunté—. Yo no te lo dije.>
<Por favor… ese controlador, ¿cómo se llamaba? Eslin no-sé-qué. Lo escribió en un papel, Ax-man. Olvidas que tengo ojos de halcón y soy capaz de ver las pulgas de un gato a treinta metros de distancia. ¿No se te ocurrió pensar que podría leer la nota?>
<Estoy muy enojado contigo, Tobías>, me quejé.
<Y tú me sacas de quicio, Ax. Pero todavía tenemos un asunto entre manos. Vamos, acabemos con Visser de una vez.>
Nos lanzamos en bloque contra Visser y sus guardianes. A mi lado, Rachel, que avanzaba como un maremoto marrón arrollador y, por encima de nosotros, volaba Tobías.
Cuando ya estábamos muy cerca, vi que Visser se tambaleaba.
¡El veneno! Sí, empezaba a causar efecto.
Visser Tres se dobló y cayó al suelo.
Los dos hork-bajir empezaron a temblar de miedo al ver aproximarse a un elefante arrasándolo todo y a Jake, el mismísimo demonio bajo aquel pelaje de rayas negras y naranjas, que se acercaba por el otro lado. Marco, en forma de gorila y Cassie, transformada en lobo y enseñando lo dientes, se disponían a reunirse con nosotros.
Tobías había alcanzado a Visser y, tras elevarse hacia el cielo, se lanzó en picado contra él y lo golpeó con furia.
Pero para los guardianes el peor de todos era el andalita, su más terrible enemigo.
<Vuestro Visser está acabado —les informé—. Podéis quedaros y morir con él o echar a correr.>
Los controladores hork-bajir tomaron rápidamente una decisión y, en efecto, echaron a correr y desaparecieron de nuestra visa en cuestión de segundos. Cuando se trataba de huir, podían ser muy rápidos.
Visser estaba en el suelo. Lo rodeamos. Allí estaba el monstruo, solo, indefenso, como lo había estado Elfangor al final.
<¡No!>, exclamó Tobías.
Alcé la vista. ¿Por qué Tobías…?
Después, pegó las alas al cuerpo y descendió a toda velocidad. Se precipitó hacia nosotros como una flecha y extendió sus garras en posición de ataque. Parecía como si fuese a golpearse contra el suelo y entonces…
<¡NO! ¡NO! ¡NO!>, gritó Tobías mientras se elevaba de nuevo.
<Tobías, ¿qué ocurre?>, le preguntó el príncipe Jake por telepatía.
<¡Se ha escapado! ¡Se ha escapado! El yeerk ha huido. Consiguió meterse en el agua y ha desaparecido. ¡Se nos ha escapado!>
<¿Qué? —grité—. ¿Qué ha pasado?>
<Que se ha ido, ¡Visser Tres ha conseguido abandonar el cuerpo a tiempo! He visto cómo se arrastraba entre la hierba.>
No comprendía nada, no podía ser verdad.
<¿Que ha abandonado el cuerpo? —pregunté—. ¿Que Visser Tres ha abandonado a su portador?>
<Sí, salió por la cabeza del andalita y se deslizó hasta el agua —confirmó Tobías—. La corriente es muy fuerte y me resulta imposible distinguir nada debajo del agua. ¡No lo veo por ningún sitio!>
Observé a la criatura que yo siempre había identificado con Visser, claro que Visser de verdad era un gusano gris, un yeerk. El cuerpo que tenía delante de mí era el de un andalita. Visser había huido. Había logrado escapar.
El andalita todavía respiraba, pero le costaba mucho trabajo moverse. Me miró con sus ojos principales.
Cuando estás cara a cara con Visser, sientes la fuerza maligna que emana de su ser pero en ese momento yo no sentía esa maldad. Sin duda sólo quedaba el cuerpo de un andalita, el yeerk había desaparecido.
<Mátame —logró articular a duras penas el andalita moribundo—, mátame antes de que se vuelva a instalar en mi cerebro. Por favor, mátame. Te lo suplico.>
Mis corazones casi dejaron de latir, aquello era más de lo que podía soportar. Todavía, después de tantos años bajo el control de Visser Tres, el cerebro del portador andalita seguía vivo y consciente.
<Si no me equivoco, ya te he matado, amigo mío —susurré—. La serpiente…>
<No, no lo entiendes. Visser Tres… cuenta con fuerzas de apoyo que estarán aquí en tan sólo unos minutos. Media docena de cazas-insecto. Intentarán mantener mi cuerpo con vida, tu veneno es demasiado lento.>
<Yo… pero tú eres andalita. No puedo matarte —protesté. Estaba desesperado—, no puedo…>
<Volverá a ocupar mi cuerpo —suplicó el andalita—. Los yeerks me encontrarán y me llevarán hasta él para que se instale en mi cuerpo y vuelva a dominar mi mente. No puedo más. Por favor, no puedo seguir así… He visto tantas cosas… ¿Es que no lo entiendes? Es espantoso.>
Intentó levantar la cola y acercarla a su garganta para suicidarse en un último intento desesperado, pero el veneno lo había debilitado tanto que su cola cayó al suelo inerte.
<Lo entiendo —prosiguió con una tristeza desgarradora—. Escucha… me llamo… ¿cómo me llamo? Hace tanto tiempo… y el veneno… ah, sí, eso es. Me llamo Alloran-Semitur-Corrass. Yo era un Príncipe guerrero. Algún día… Algún día, si sobrevives… Tengo mujer y dos hijos… algún día… diles que todavía espero… diles que les quiero…>
<Sí, Príncipe Alloran, se lo diré. ¿Tienes alguna otra orden que darme?>
Extendió con dificultad una de sus débiles manos y yo se la estreché entre las mías.
<Lucha contra ellos —añadió—. Son más fuertes de lo que piensas. Se han… se han infiltrado… en todas partes… Lucha…>
Sus dedos se quedaron inmóviles y cesó de hablar. Puse su mano junto a su cuerpo inconsciente. Sabía que la próxima vez que viera esa cara, pertenecería al enemigo, a la abominación, a Visser Tres.
<Tenemos que largarnos de auqí cuando antes>, advirtió el príncipe Jake.
<Vamos, Ax —me animó Tobías—, ya habrá una segunda vez.>