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«No siempre consigues lo que te propones, pero a veces, si lo intentas, quizás acabes encontrándolo». Palabras textuales de un humano famoso llamado Rolling Stones. Me parecieron palabras muy sabias para haber sido dichas por un humano.

Extraído del diario terrícola de Aximili-Esgarrouth-Isthill

El ritual de las mañanas se realiza en época normal. Pero la mañana siguiente era muy especial, era el día de mi muerte.

<Soy el sirviente de mi pueblo>, recité inclinando la cabeza.

¡Mi pueblo!, que estaba a miles y miles de kilómetros.

<Obedezco a mi Príncipe>, proclamé y alcé la vista al cielo.

¿Mi Príncipe? Elfangor había sido mi Príncipe y estaba muerto. Un humano, Jake, era ahora mi Príncipe y me había echado de su lado por no contarle la verdad.

Todo el ritual era una mentira.

<Sirvo al honor>, continué y levanté mi rostro al sol naciente.

Honor. Morir por vengar a mi hermano. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y noté que mis entrañas se removían. Era miedo. Sabía lo que era el miedo porque lo había sentido en muchas batallas. Pero jamás había participado en una de la que era consciente que jamás saldría con vida.

Aquello no tenía dad que ver con el honor; era correr a los brazos de la muerte.

<Mi vida no me pertenece cuando mi pueblo la necesita.>

¿No podía pedir ayuda a mis amigos? ¿Por qué no buscar al príncipe Jake y contárselo? No, no podía hacer eso porque entonces tendría que confesar también todo lo demás, incluido lo de la conexión con mi casa.

Estaba llegando a la última parte del ritual.

<Mi vida.. es puerta al servicio de mi pueblo, de mi Príncipe y del honor.>

Arqueé la cola y acerqué la punta afilada al cuello. Era el símbolo de autosacrificio. Mi respiración era agitada, como si hubiera estado corriendo, y mis corazones latían muy deprisa.

<Hoy ha sido diferente —era Tobías—. No es el mismo ritual del otro día. Esta vez no te has metido en el agua.>

<Sí, ha sido diferente>, murmuré. Me molestaba que Tobías hubiese estado espiándome.

<Sigues dispuesto a hacerlo, ¿verdad?>

No respondí. En realidad, me resultaba imposible hablar de ello. Estaba aterrorizado. Sólo podía acabar con Visser si le pillaba por sorpresa, pero la horrible bestia tenía el cuerpo de un andalita adulto, de un macho totalmente formado y contaba con la ventaja de su experiencia. Además, estaría protegido por sus guardias. Estaba seguro de que habría un hork-bajir por los alrededores.

<Qué sangre fría, ¿no? —comentó Tobías—. Quiero decir que prepararse para luchar es una cosa, pero prepararse para asesinar a alguien…>

<¿Asesinar? —grité—. ¡Él mató a mi hermano! Ha esclavizado a miles de humanos y no tendrá ningún reparo en aniquilaros. Los terrícolas acabaréis convertidos en simples portadores.>

<No te ofendas, no te estaba criticando. Mírame a mí, soy un depredador. Pero ¿por qué no pides ayuda? Dime dónde se celebrará el encuentro. Los otros te ayudarían, ya lo sabes.>

<No puedo, no puedo pedir ayuda. Jake es mi Príncipe ahora… o lo era… Me lo podría prohibir.>

<Espera un momento. ¿Quieres decir que si Jake te ordena que no lo hagas, tú no lo podrías hacer? Y ¿qué pasaría si te exigiera que contestaras todas sus preguntas? ¿Qué harías entonces?>

<Todo el mundo necesita obedecer a un superior. Es una costumbre andalita. Cada guerrero tiene un Príncipe y cada Príncipe un Príncipe guerrero. Cada Príncipe guerrero tiene un líder y los líderes deben ser elegidos por el pueblo. Todos los andalitas, no importa el cargo que ocupen, obedecen la ley. Así que él no podría exigirme que yo quebrantara las leyes.>

<Si Jake es tu Príncipe, supongo que también lo es el mío, en cierta manera. Aunque ya sabes que él no opina lo mismo.>

<Sí. Ya me he dado cuenta.>

<¿Y no tienes la obligación de poner en conocimiento de tu Príncipe lo que pretendes hacer?>

<Sí. Pero supongo que no se me da muy bien eso de ser un guerrero fiel —respondí con amargura—. La verdad es que no se me da bien casi nada.>

<Eso no es cierto, Ax>, replicó Tobías.

<Tobías, debo cumplir con mi cometido. Tú prometiste guardarme el secreto. ¿Vas a romper tu promesa?>

Tobías guardó silencio durante unos minutos y después contestó:

<No, no se lo diré a nadie.>

<¿Me vas a seguir?>

<No, no te seguiré>, me prometió.

<Después… en caso de que no regresara, diles a los otros que… que siento no haberles contado todo lo que sabía. Pero que tenía mis razones.>

<Claro, no te preocupes —replicó Tobías con amargura—. En fin, buena suerte, Ax-man.>

Entonces eché a correr y no paré ni un minuto para descansar. Había unos tres kilómetros hasta el sitio secreto donde encontraría a Visser Tres. Hubiera corrido todo el día, sin detenerme jamás. Trataba de huir de mi propio miedo, y la única manera de hacerlo era ir directo hacia el peligro, sin desviarme.

Es lo que Elfangor hubiera hecho, Elfangor, el gran héroe. Elfangor sobreviviría en la memoria de todos como el perfecto guerrero, el distinguido Príncipe.

Con un poco de suerte, algún día la gente diría de mí: <Ah, sí, Aximili quebrantó la ley pero acabó con Visser Tres, la abominación andalita.> Por lo menos aquella acción me haría ganar puntos. La gente diría que al final tuve una muerte digna. Otros comentarían: <¿Qué otra alternativa le quedaba? Había perdido su honor. No fue el valor sino la desesperación lo que le empujó a enfrentarse a Visser.> Pero estaba seguro de que todavía habría gente que diría: <Pobre loco, sólo era un niño que trataba de imitar a su hermano.>

Corrí sin descanso hasta que empezó a dolerme el pecho de respirar aire pesado de la Tierra. Las hojas secas y la pinaza que cubrían el suelo del bosque crujían bajo mis cascos. Evité de un brinco los troncos podridos y caídos que me salieron al paso, esquivé los matojos de zarzas y sorteé árboles que no hablaban, como los de mi planeta.

Cada vez que me imaginaba enfrentándome cara a cara con Visser, aceleraba mi carrera en un intento por sacudirme el miedo.

Me encontraba ya muy lejos de las casas de los humanos, muy lejos de sus carreteras. Me había adentrado en las profundidades del bosque, del antiguo bosque de sombras y penumbras.

Y entonces encontré lo que buscaba: allí, un poco más adelante, el sol brillaba sobre la hierba verde. Era una pradera, justo en el lugar descrito en la nota de Eslin.

Me detuve y tomé aire. Me apoyé contra un árbol y traté de recobrar el aliento. Me temblaban las patas por el cansancio y el miedo.

La pradera era preciosa. Qué hierba tan verde, plagada de diminutas flores amarillas y violetas. Me habría encantado probarla.

Me acerqué con mucho sigilo hasta el borde de la pradera, sin abandonar en ningún momento el refugio que me brindaba la sombra de los árboles. No observé nada fuera de lo normal, ni cazas-insecto ni hork-bajirs ni Visser Tres. Tan sólo la ya conocida fauna terrícola: un par de ciervos paciendo, unas ardillas correteando arriba y abajo por los troncos de los árboles y una mofeta paseándose ajena a todo.

Disponía de una hora hasta que apareciese Visser Tres, según me había indicado el yeerk Eslin. Ahora que ante mí se extendía el terreno donde se entablaría la lucha, podría planear mi ataque y prepararme para la batalla.

Observé la pradera. En el centro corría un riachuelo de menos de un metro de ancho y en cuyo lecho la hierba crecía alta.

Debía prever en qué dirección Visser trataría de huir. ¿Iría hacia la derecha o hacia la izquierda? Debía acertar porque sólo dispondría de una única oportunidad. Traté de imaginar hacia dónde escaparía yo, si estuviese en su lugar. Al fin y al cabo, Visser Tres tenía cuerpo de andalita, así que tal vez sus reacciones fuesen iguales a las mías.

Salía a la luz del día. Me encaminé hacia el lugar en el que yo me situaría si fuese él. Me dirigí hacia una de las orillas del río donde la hierba no era tan alta y desde donde sería fácil meterse al río de un salto. Al llegar a ese punto, vi huellas de cascos andalitas. Visser Tres había estado allí y tal vez no hacía demasiado. Eslin no había mentido, aquél era el sitio.

Ya tan sólo era cuestión de tiempo. Debía ocultarme y estar listo para atacar en el momento adecuado, pero antes debía cambiar de forma, ¿qué mejor que transformarse en serpiente de cascabel? El cuerpo de este reptil es ideal para atacar por sorpresa.

Me concentré en el animal y, casi de inmediato, comencé a notar los cambios. No se parecía en nada a las otras transformaciones que había experimentado antes. Por lo general, mis patas se convertían en otro tipo de patas y mis brazos adquirían la forma de otros brazos, aunque fueran aletas. Pero esta vez no había ni brazos ni piernas. Ninguna parte de mi cuerpo, excepto mis ojos y mi cola, encontró reflejo en esta nueva forma.

Mis patas se derritieron sin más, se arrugaron y desaparecieron. Me desplomé contra el suelo como si fuera un muñón.

Mis brazos temblaron y se evaporaron.

De mi interior me llegaban unos chirridos que indicaban que mis huesos se estaban disolviendo. Tan sólo permaneció la espina dorsal.

Estaba encogiendo de tamaño pero, al estar en el suelo, no resultaba tan violento como en otras ocasiones. Las briznas de hierba crecieron y también las flores violetas, pero no se produjo la típica sensación de caída que experimentaba siempre que encogía. En su lugar me asaltó una terrible sensación de debilidad. ¡No tenía brazos ni patas!

Pero sí cola… al menos eso no me faltaba, aunque fuera muy diferente a la mía. La hoja afilada de mi cola se dividió y formó una especie de hilera compuesta de unos anillos superpuestos. Es lo que se llama cola de cascabel.

Mi pelaje desapareció rápidamente y mi piel desnuda se cubrió de escamas, diminutas placas de una armadura que unidas entre sí formaban un dibujo de color marrón, negro y tostado.

Me creció una boca, una boca enorme en comparación con el tamaño de mi cuerpo. Qué aspecto tan extraño, mi cuerpo era un tubo con un extremo abierto: la boca. Transformarme en ese animal me resultó mucho más extraño que hacerlo en hormiga o pez. Me había convertido en una criatura sin extremidades.

Los ojos de mis antenas dejaron de ver y de mi boca brotó una gran lengua bífida, asombrosamente larga y de rápidos movimientos. No era como las lenguas de los humanos. El sentido del gusto de esa lengua iba mucho más allá del que había experimentado como humano. Esa lengua podía degustar el aire mismo.

Y entonces apareció lo que yo tanto había esperado: los colmillos. Eran enormes, largos y curvados, cada uno de ellos compuesto por agujas diminutas y huecas. Por encima de los colmillos me crecieron unas glándulas que contenían veneno lleno de toxinas.

Luego percibí la mente del animal. No era una mente inquieta, ni tan siquiera dominada por el hambre o el miedo. Era un animal tranquilo, de mente relajada y pausada. Sin duda la actitud de un depredador, de un cazador, de un asesino frío y calculador.

¡Los sentidos eran increíbles!

Los ojos, por ejemplo, no tenían párpados y los colores que veían eran muy extraños, pero contaba con un ángulo de visión magnífico.

La lengua que salía al exterior por una ranura que se abría en la parte inferior de la boca, percibió el sabor del aire. La variedad de sensaciones que ésta captaba era innumerable, desde el aroma de la hierba y la tierra, hasta el olor que desprendían los insectos o cualquier otra criatura viva y de sangre caliente.

Por debajo y hacia la parte posterior de las ventanas de la nariz de la serpiente, se distinguían dos agujeros que servían para medir la temperatura, sobre todo el nivel de calor que despedían las presas.

Sí, era el animal perfecto para atacar a Visser. Jamás se lo esperaría. El cuerpo andalita de Visser era rápido, pero no tanto como el de la serpiente. Lo sabía por experiencia.

Empecé a avanzar, me deslizaba con facilidad entre la hierba, con movimientos sinuosos y en silencio. Me guiaba por la lengua, sacándola continuamente por la ranura para oler y degustar el terreno.

Mi mente se alternaba con la del reptil. El animal no sentía miedo. No tenía honor que defender, ni amigos por los que preocuparse, ni familia a la que decepcionar. No se atenía a reglas ni tampoco sufría la soledad. La serpiente siempre había estado sola.

Me acomodé entre la hierba y esperé paciente e inmóvil. Iba contando los minutos mentalmente.

De pronto sentí una sacudida. La vibración indicaba que una nave, con toda probabilidad un caza-insecto, acababa de aterrizar. Luego me llegó una segunda vibración, otro caza-insecto. No se volvieron a repetir, por lo tanto sólo habían aterrizado dos cazas, y no muy lejos de donde yo me encontraba.

Había llegado la hora.

Los yeerks se acercaban. Visser Tres llegaría en cualquier momento.

Tras sepultar mi miedo bajo la calma que reinaba en el cerebro de la serpiente, me preparé para efectuar mi ataque mortal.

Y para morir.