Cuando adoptar forma humana resulta muy difícil recordar que no eres uno de ellos, y que su dolor no es el tuyo. Es muy duro permanecer al margen y hay veces en las que es casi imposible.
Extraído del diario terrícola de Aximili-Esgarrouth-Isthill
Esa misma tarde, el príncipe Jake nos convocó a todos a una reunión en el granero de Cassie.
Lo primero que pensé fue que Tobías les había contado lo de mi visita al observatorio. Claro que él ignoraba que yo me había puesto en contacto con mi planeta, pero sí sabía el plan de Eslin para matar a Visser Tres.
Al granero de Cassie también lo llaman Clínica de Rehabilitación de la Fauna Salvaje. Ella y su padre lo usan para cobijar a animales salvajes enfermos o heridos. Siempre hay docenas de animales enjaulados, desde mofetas, zorros, mapaches hasta todo tipo de pájaros, y la mayoría llevan alguna venda.
Me resultaba muy extraña la relación que los humanos establecen con los otros animales de la Tierra. Parecen sentir mucho cariño por algunos, mientras que a otros los odian. Creo que tiene que ver con un concepto que llama «belleza» y que yo nunca he comprendido.
No era tan estúpido como para pensar que podría enfrentarme a Visser Tres y sobrevivir. Quizá, si lo planeaba bien y la suerte me acompañaba, podría acabar con él, pero jamás viviría para contarlo.
Tal vez ése era mi destino.
Lirem me había perdonado por haber quebrantado la ley, pero ya nunca podría ser un guerrero y menos aún un héroe. Jamás seré otro Elfangor. A él se le recordará siempre como el gran héroe y a mí como a su torpe hermano pequeño que entregó a los humanos el secreto de la metamorfosis.
Me había transformado en humano para acudir al granero. Lo hacía por precaución, por si los padres de Cassie les daba por entrar.
En cuanto empecé a notar los cambios, me sentí mal. Cuando la piel humana sustituyó mi pelaje y aparecieron los ojos humanos, me vino a la memoria la imagen de Lirem mientras me explicaba que él había sido consejero de los hork-bajir.
Los hork-bajir habían sido derrotados y los yeerks finalmente los habían esclavizado. Pero Lirem se había mantenido firme a las leyes y tradiciones andalitas.
¿Y si no lo hubiera hecho? ¿Qué habría ocurrido si les hubiera enseñado a los hork-bajir nuestra tecnología más avanzada y les hubiera dado las claves para construir naves espaciales? ¿Serían los hork-bajir un pueblo libre hoy en día?
No era asunto mío, al fin y al cabo yo sólo era un aristh y nunca llegaría a ser nada más. Al menos si lograba destruir a Visser, la gente diría: <Era tonto, pero al final supo morir bien.>
Sin embargo, no era un gran consuelo.
Cuando llegué al granero, los otros ya me estaban esperando. El príncipe Jake estaba sentado sobre un fardo de heno. Marco, con los brazos cruzados, descansaba apoyado sobre uno de los establos. Cassie, para variar, estaba haciendo algo. Esta vez le daba de comer a una cría de ganso con un cuentagotas. Rachel paseaba arriba y abajo y al verme contrajo sus lindos ojos.
Allí estaba también Tobías. Se había posado como siempre en uno de los travesaños del techo. Intercambiamos una mirada, la suya intensa y penetrante, típica de los ratoneros. Entonces observé que de una de sus garras colgaba un trocito de tela manchada de sangre, cuya procedencia conocía de sobra. Acababa de averiguar la razón de la reunión.
—Hola, Ax —saludó el príncipe Jake— ¿qué tal?
—Bien —respondí.
—Pensé que debíamos reunirnos —informó el Príncipe, un poco cansado. Parecía evitar mirarme a los ojos—. Tenemos que reflexionar sobre lo que ha pasado últimamente. Primero, el tipo ese del centro comercial. Luego el señor Pardue, y en el periódico, esta mañana, contaban que a un hombre de negocios, le había dado una especie de ataque cuando estaba en una reunión y se había vuelto loco. Estoy convencido de que se trataba de otro controlador.
Entonces me miró, pero yo permanecía en silencio.
—Escucha, Ax —intervino Marco de repente—, estamos hartos de que nos des siempre largas. Aparece Tobías con un trozo de tela manchada de sangre colgando de la garra. Le pregunto qué es y se niega a contestar. ¿Por qué Tobías no iba a hacerlo? Muy sencillo, porque le ha prometido a alguien que no lo contaría. A ver, ¿quién puede ser?
Era inútil seguir ocultándolo por más tiempo.
—Sí, yo obligué a Tobías a que me lo prometiera. Es culpa mía.
—O sea, ¡no sólo no compartes tus secretos con nosotros, sino que además nos obligas a que tengamos secretos entre nosotros mismos! —gritó Rachel—. A ver si te enteras de una vez por todas, Ax. No somos marionetas, ¿me oyes? No somos tus soldados de juguete. Éste es nuestro planeta y ésta es nuestra lucha. No te creas que puedes controlarnos sólo porque seas un «poderoso» andalita.
—Yo no intento controlar a nadie —me defendí.
—Ya —se burló Rachel—. La información parece viajar en una sola dirección. Nosotros te contamos todo y tú no sueltas prenda. Oh, sí, a veces dices algo, pero nunca nada útil.
—Dijiste que ya sabías que los yeerks se desharían de todo controlador que se rebelara contra ellos —presionó Marco—. ¿Cómo lo sabías? ¿Es que ya ha ocurrido eso antes, en algún otro planeta?
—Te hemos mostrado nuestro mundo —prosiguió Rachel—, te hemos acogido, te hemos presentado a nuestras familias, lees nuestros libros y hasta has ido al colegio con nosotros. Y todo ¿para qué? ¿Para que sigas sin confiar en nosotros?
Aquellas palabras me atravesaron como balas. Mis amigos tenían razón, pero yo tenía que acatar las leyes de mi pueblo.
—Somos una raza inferior, ¿verdad? —añadió Marco—. Es eso, ¿no? No somos lo bastante buenos, tan sólo somos unos pobres humanos primitivos y por eso no merecemos ser tratados como iguales.
—Eso no es cierto —contesté.
—¡Sí que lo es! —vociferó Marco—. Para ti tan sólo somos un puñado de cavernícolas. Así es como nos ves, ¿verdad?
Tal vez si no hubiera estado transformado, habría reaccionado mejor, pero la adrenalina inundaba mi cuerpo humano y me recorría una sensación de gran frustración. Tenía miedo y me sentía culpable.
—¡No puedo contestar a vuestras preguntas! —grité—. ¡No puedo!
—Mejor di que no quieres —replicó Marco alzando la voz—. Rachel tiene toda la razón. Sólo somos los peones de un gran juego. Está claro que la lucha es entre andalitas y yeerks, y nosotros ¿qué somos? ¿Los chicos que llevan las toallas?
—Escuchad… escuchad… Tengo que cumplir las leyes.
—¿Ah, sí? —preguntó Cassie. Era su primera intervención. Su voz sonaba suave y razonable—. ¿Cumplió Elfangor la ley cuando nos otorgó el poder de la transformación?
—¡Yo no soy Elfangor! —grité—. ¿Es que no lo veis? No soy ningún gran héroe. Sólo soy un joven andalita, ¿de acuerdo? ¿Queréis saber parte de la verdad? Ahí va: no soy un guerrero. Soy un aristh, un aprendiz de guerrero, un cadete. Un don nadie.
—Ya, ya —se burló Marco—. Qué conmovedor. Queremos la verdad, Ax. ¿Qué estabais haciendo Tobías y tú? ¿Por qué le has obligado a guardar silencio? ¿Qué está pasando?
—No os lo puedo contar —repuse en un susurro—. En mi planeta hay una ley que prohíbe compartir nuestra tecnología con los alienígenas… quiero decir, con todo aquel que no sea andalita. Y esa misma ley prohíbe explicar el por qué. Orqué, qué.
—Estoy harta de… —Rachel comenzó a levantarme la voz otra vez, pero el príncipe Jake se puso en pie y la sujetó del brazo. Vi cómo intercambiaba una mirada con Cassie y ésta asentía.
—Entiendo que no puedas revelarnos secretos sobre vuestra tecnología —observó el príncipe Jake—, pero ¿a qué vienen los otros secretos? ¿Por qué no podías contarnos que tú sabías lo que los yeerks iba a hacer? Que no quieras hablas de vuestras mega-armas, lo comprendo. Pero ¿negarte a decirnos qué pintamos nosotros en medio de esta batalla que los andalitas mantenéis contra los yeerks? ¿Por qué?
—Porque así nos controla —contestó Marco.
—Sí, sin duda, es una cuestión de poder —corroboró Rachel.
—No —añadió Cassie, que me miraba de forma extraña—, eso no es verdad. No tiene nada que ver con el poder. Sino con la culpa, con la vergüenza, ¿no es así? Eso es lo que dijiste la otra noche, ¿lo recuerdas? Sí, dijiste que todas las especies deben cargar con su culpa.
—¿Culpa? ¿Vergüenza? —preguntó Marco, mirando a Cassie como si hubiera perdido el juicio.
—¿Qué habéis hecho para sentiros avergonzados? —preguntó el príncipe Jake.
—Una vez fuimos amables cuando no teníamos que haberlo sido —respondí.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó Jake.
Dije que sí con la cabeza, como hacen los humanos.
—No es suficiente, Ax —añadió el príncipe Jake con tristeza—. Si estás en nuestro bando, tienes que ser sincero con nosotros. De lo contrario… supongo que lo mejor será que vayas por tu cuenta. Odio decir esto, pero no puedes ser uno de nosotros si nos mientes.
—Lo entiendo —repuse—. Habéis sido… —de nuevo sentí ese extraño obstáculo en la garganta—. Habéis sido muy buenos conmigo y siempre os estaré agradecido. Buenos. Agradecido, ido. Aunque la verdad es que… la verdad es que, de cualquier manera, tampoco habríamos estado juntos mucho más tiempo.
Alcé la vista y miré a Tobías. Sólo él comprendía lo que había querido decir.
Muy despacio, como si mis torpes piernas de humano se hubieran convertido en un metal terrestre muy pesado llamado plomo, me di media vuelta y me fui.