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<¡En el planeta Tierra!>

<Exacto.>

<¿El príncipe Elfangor se encuentra contigo?>

Durante unos segundos mi concentración flaqueó y perdí la señal.

Tuve que obligarme a recuperar la concentración, aquello era demasiado importante como para dejarme llevar por mis sentimientos.

<¿Con quién hablo?>, pregunté.

<Soy Ithileran-Halas-Corain —respondió sorprendido por la pregunta—, subdirector de Comunicaciones Planetarias.>

<Gracias. Ithileran, la vida de mi hermano… acabó —informé—. La nave cúpula fue destruida y yo fui el único superviviente.>

Me percaté de que la noticia le había pillado desprevenido. Ithileran bajó la mirada y las antenas en un gesto de pesadumbre.

<Tu hermano fue un gran guerrero y lamento también la muerte de los otros guerreros a bordo de la nave cúpula.>

<Elfangor fue el más grande —aseguré—. Mi familia no sabe que ha muerto. Me gustaría que me conectaras con ellos. La conexión podría quedar interrumpida en cualquier momento.>

<No te preocupes, en cuanto localice a tu familia, os pondré en contacto. Pero antes infórmame de la situación.>

Rápidamente intenté ordenar mis pensamientos.

<Los yeerks operan aquí. Cuentan con, al menos, una nave nodriza, una nave-espada que pertenece a Visser Tres y numerosos cazas-insecto. Los humanos desconocen la invasión y no podría asegurar cuántos humanos han sido ya convertidos en controladores, pero calculo que debe de haber miles.>

Respiré profundamente, me costaba mantener la concentración. Me preguntaba hasta dónde le contaría a Ithileran.

<Entonces, ¿la Tierra ha sido conquistada por los yeerks?>

<¡No! —exclamé sin vacilar—. No todo está perdido aún. Se ha formado una pequeña resistencia constituida por un puñado de humanos, jóvenes… arisths, como yo. Así que lucho en su bando.>

<Pero, ¿qué probabilidades tenéis de vences?>

<Bueno, les hemos causado mucho perjuicio a los yeerks —continué—. Para empezar conseguimos destruir la Kandrona instalada en este planeta.>

Aquello llamó poderosamente su atención.

<¿Que habéis destruido una Kandrona yeerk? Pero ¿cómo es posible que tú y un puñado de humanos jóvenes hicierais eso?>

Había llegado el momento. Debía confesar la verdad o mentir.

<Los humanos… los humanos han adquirido la capacidad de transformarse —confesé—. Visser Tres está convencido de que se trata de un pequeño grupo de andalitas que lograron sobrevivir. En la Tierra existen muchos animales extraños y, gracias a la tecnología de las mutaciones, nos transformamos en ellos para atacar a los yeerks.>

<¿Humanos que se transforman? ¿Cómo han descubierto los humanos esa tecnología?>

<No la descubrieron. Alguien se la otorgó, Elfangor.>

Ithileran parecía desconcertado. Dirigió la vista hacia un lado y luego desapareció bruscamente de la pantalla. En su lugar apareció otro andalita.

Me quedé perplejo. Reconocí aquel rostro al instante.

Era muy viejo y, sin embargo, su fuerza parecía vibrar a través de la pantalla y de todos los años luz que separan la Tierra de mi planeta.

Lirem-Arrepoth-Terrous, director del Consejo y veterano de muchas batallas. Su sola aparición sería más que suficiente para hacerme perder la concentración, pero sentía demasiado respeto como para atreverme siquiera.

<¿Sabes quién soy?>

<Sí, sí, um… Sí, sí te conozco. Bueno no es que te conozca, pero sé quién eres.>

<Lamento terriblemente la pérdida de tu hermano y de toda la tripulación —dijo ignorando mi turbación—. Dime una cosa: ¿Elfangor quebrantó nuestras leyes e hizo partícipes de nuestra tecnología a los humanos?>

<Bueno… sí, los humanos se encontraban indefensos. Nuestra fuerza había sido destruida. Nada parecía poder detener la invasión yeerk del planeta. Necesitaban un arma con la que defenderse.>

Lirem me miró a los ojos con una mirada que, según se dice, hace temblar incluso a nuestros grandes príncipes.

<Y ¿cómo has logrado ponerte en contacto con nosotros? Esta transmisión se realiza en espacio cero.>

<Yo… yo… yo… hice algunos cambios en un aparato humano muy primitivo.>

<Entonces, también has quebrantado la ley al transferir nuestra tecnología a los humanos.>

<¡Los humanos no son nuestros enemigos! —protesté. Me sorprendí a mí mismo al ver que había levantado el tono—. No les quedan muchas posibilidades. Los únicos en todo el planeta que ofrecen resistencia a los yeerks son ese pequeño grupo de humanos. Ellos constituyen su última oportunidad y Elfangor lo sabía. Mi hermano hizo lo que creía correcto.>

Para mi sorpresa, Lirem no me mandó guardar silencio. Sus ojos se tornaron más oscuros y su expresión se ensombreció.

<Aristh Aximili, una vez un andalita hizo lo que creía correcto y le entregó nuestra tecnología a una especie débil y atrasada. Lo hizo porque pensó que debían tener la oportunidad de viajar a las estrellas. ¿Sabes el nombre de ese Príncipe?>

<El príncipe Seerow>, contesté.

<En efecto, el príncipe Seerow. Él fue mi primer Príncipe. ¿Lo sabías? Sí, hace muchos siglos cuando yo era un aristh como tú —Lirem me miró con dureza—. ¿Sabes lo que ocurrió por culpa de la bondad de Seerow?>

<Sí —repuse cortante—, lo sé. He sido testigo de sus consecuencias.>

Durante un momento los dos guardamos silencio. Luego, Lirem añadió:

<Joven Aximili, tu hermano Elfangor es un héroe. Nuestro pueblo necesita héroes en esta guerra sin fin. No deseo comunicarles que, al final, Elfangor quebrantó la ley. Quizá no haya perdón para un Príncipe que quebranta la ley, aunque no ocurre lo mismo con un aristh. Así que te voy a repetir la pregunta y quiero que medites la respuesta: ¿es verdad que fue Elfangor quien entregó esa tecnología a los humanos?>

No podía creer lo que estaba oyendo. Lirem no quería saber la verdad, prefería que yo mintiera para salvar el honor de Elfangor.

<Me… me equivoqué cuando dije que Elfangor lo había hecho —respondí. Estaba demasiado perplejo como para discutir—. En realidad… en realidad, fui yo. Yo les proporcioné el poder de transformación a los humanos.>

<Lejos de tu hermano —continuó Lirem—, solo, sin el entrenamiento y la formación necesarios como guerrero, quebrantaste las leyes, aristh Aximili. ¿No es así?>

<Sí>, susurré amargamente.

<En el nombre del Consejo, yo te perdono por tu error —agregó Lirem—. Lo hecho, hecho está. Tal vez… de alguna manera que yo ya no veré, todo esto sirva para algo.>

<Sí>, repuse sin comprender. ¿Por qué se me habría ocurrido hacer aquello? ¿Por qué me había puesto en contacto con los míos?

<Aristh Aximili-Esgarrouth-Isthill, ha sido un acto de valentía por tu parte asumir esa culpa. Conozco la tentación de quebrantar la ley a la hora de ayudar a la gente valiente a derrotar a los yeerks. Yo era consejero de los hork-bajir, por entonces nuestros aliados, pero no eran andalitas, no eran de los nuestros.>

<Pero… —sabía que debía permanecer en silencio pero una parte de mí se rebelaba—. Pero, al final, los hork-bajir terminaron por perderlo todo.>

<Tú eres un andalita —la mirada de Lirem me congeló la sangre—. Tú no eres humano. Obedece nuestras leyes. Escucha bien mis órdenes: lucha contra los yeerks pero no proporciones a los humanos información ni tecnología. ¿Has comprendido las órdenes, aristh Aximili?>

<Sí.>

<La flota está luchando en otras partes de la galaxia. Las cosas no van demasiado mal en la guerra contra los yeerks, pero tardaremos un tiempo antes de poder regresar a la Tierra. Lucha contra los yeerks, si eres la mitad de valiente de lo que era tu hermano, honrarás a tu familia.>

Desde algún lugar remoto, me llegó un leve murmullo.

<Ax… lárgate… un tipo… Creo que…>

Pero en ese preciso instante Lirem dijo:

<Aximili, tenemos aquí a tu padre. Quiere hablar contigo.>