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<¿Ese edificio de la cúpula? —le pregunté a Tobías cuando ya volábamos por encima del observatorio—. ¿Es ahí donde se supone que están los ordenadores?>

<Quizás. Al menos ahí es donde tienen el telescopio normal, creo, así que es muy posible que también estén ahí el centro de control y los ordenadores.>

Examiné la cúpula con mi increíble visión de halcón. En la parte superior había una gigantesca abertura rectangular. En su interior distinguí un gran círculo de cristal. Me reí al reconocerlo.

<¿Un telescopio? ¿Un telescopio óptico de los de verdad? ¿Qué se pensarán que pueden ver con eso?>

<Pues por ejemplo un ratonero de cola roja y un aguilucho volando juntos con pinta de turistas despistados —comentó Tobías—. Según Marco, este lugar todavía no es operativo, así que no sé cuánta gente puede haber. Lo primero que hay que hacer es buscar un lugar seguro donde aterrizar. Allí podrás adoptar alguna forma más práctica para llevar a cabo… lo que tienes en mente.>

<Tobías, ¿es eso sarcasmo? Me refiero al tono con que has contestado a mi pregunta.>

<No, no es sarcasmo. Yo más bien lo llamaría desprecio.>

<Ah, gracias por la aclaración. Y ¿porqué no vamos directamente al interior de la cúpula?>, le pregunté.

<De acuerdo>, convino Tobías; y se lanzó en picado como un rayo.

Descendimos a una velocidad vertiginosa, parecíamos dos cohetes. La reluciente cúpula blanca se precipitaba hacia nosotros y, cuando lo juzgué oportuno, ladeé ligeramente el cuerpo y atravesé la abertura rectangular sin vacilación.

Dentro había mucha menos luz que en el exterior, aun así reconocí de inmediato el enorme tubo del telescopio por debajo de mí.

<Mira, allí hay unas puertas —indicó Tobías—. Probablemente son las oficinas, donde guardan los ordenadores. Quizás alguna de ellas esté vacía.>

<Eso sería genial, pero necesitaré mis dedos.>

<Para…>

<Para hacer lo que sea que vaya a hacer>, terminé.

Sobrevolamos la sala describiendo círculos con la intención de descubrir a algún humano, pero no vimos a nadie.

<Este lugar está vacío>, informó Tobías.

<Sí, parece abandonado —corroboré—. Tobías, voy a descender, se me acaba el tiempo. A partir de ahora debo continuar solo.>

<Vale, vale. Entiendo. Buena suerte, Ax-man. Sea lo que sea lo que vas a hacer, ten cuidado.>

Tobías se elevó y abandonó la cúpula. Me había quedado solo.

Descendí hasta el suelo y me posé sobre una mesa. Había una terminal de ordenador, pero ningún humano a la vista.

Distinguí una puerta abierta que conducía a lo que parecía ser una oficina vacía y oscura. Sin perder tiempo, levanté el vuelo y entré en la sala.

Los ojos del aguilucho, como los del halcón, están diseñados para la luz del día. Por la noche no resultan de mucha utilidad. Pero, por suerte, el aguilucho goza de un oído excelente. A pesar de mi pésima visión, localicé una mesa sobre la que me posé. Luego me paré a escuchar con atención.

Me encontraba solo en la habitación. De eso estaba seguro. Percibía sonidos humanos, pero me llegaban a través de las paredes. Hubiera jurado que se trataba de una conversación, pero me resultaba imposible identificar los sonidos. Tenía la sensación de que todos los humanos se hallaban concentrados en una zona.

<Ax, ¿me… pued… oír?>

Era Tobías. La comunicación era muy débil.

<Muy mal>, respondí.

<Estoy fuera. Me encuen… en… ventana. En el interior de la sala… hay… ete… como si celebraran una reunión.>

<Ya, los estoy oyendo —le informé—. ¿Puedes vigilarles y avisarme sin vienen hacia aquí?>

<Sí. Si… ien sale de la… eunión, me daré cuenta…>, respondió Tobías.

<Te oigo fatal —informé—. Voy a transformarme.>

<No te oi… pero adelan…>

Mi plan inicial era recuperar mi estado natural de andalita y seguidamente convertirme en humano por si me tropezaba con alguna persona. Pero el vuelo me había dejado exhausto y transformarse exige mucho esfuerzo, sobre todo si pretendes hacerlo muy deprisa. Además, si surgía una emergencia y tenía que escapar, primero debía convertirme en andalita y después otra vez en ave. Mi cuerpo no resistiría tantos cambios en tan poco tiempo, por lo cual decidí arriesgarme a permanecer en mi forma de andalita.

Además, si cumplía mis objetivos, prefería que mis padres me reconocieran nada más verme.

Así que empecé la metamorfosis. Tenía miedo, mi única esperanza era Tobías. ¡Ojalá me pudiera avisar a tiempo en caso de peligro!

Aunque me encantaba ser pájaro, fue maravilloso volver a sentir mi cola. Sin ella, un andalita está perdido.

Y a pesar de la intensidad de su mirada, los aguiluchos sólo tienen la posibilidad de mirar en una única dirección a la vez, así que cuando mis antenas oculares empezaron a formarse, respiré aliviado porque de nuevo era capaz de controlar diferentes puntos al mismo tiempo.

No localicé ningún ordenador en aquella sala. Me dio mucha rabia porque me vería obligado a volver a la sala principal del observatorio y utilizar el ordenador que había allí.

Mis pezuñas patinaron en el suelo encerado y mis ojos rápidamente examinaron la zona para asegurarse de que no había nadie cerca.

Aparté la silla situada delante de la terminal y empecé a teclear en el primitivo teclado. La pantalla me pedía una contraseña.

<¿Contraseña?>, me reí. Desactivé el sistema de seguridad y comprobé que, efectivamente, habían instalado el nuevo software del padre de Marco.

Estupendo, así sería todo más fácil.

Tan rápido como pude, introduje un virus que de inmediato transformaría el software que controlaba el radiotelescopio.

Como los humanos no conocían el espacio cero, no podían saber que un receptor de radio con potencia suficiente se podía sintonizar de tal forma que crease un vacío en el espacio cero y abriera un túnel de acceso a otra dimensión.

Una vez conseguido, fue pan comido usar los mismos receptores para modular y reflejar la radiación de fondo en una señal coherente. La parte más difícil sería utilizar la telepatía para controlar la señal, la concentración debía ser absoluta.

<…aquí fuera>, informó Tobías.

Esperaba que las palabras que no me habían llegado fuesen «Todo bien».

Me llevó unos diez minutos terrícolas ajustar el radiotelescopio. En tan sólo diez minutos acababa de hacer avanzar la ciencia humana al menos un siglo.

Diez minutos habían bastado para quebrantar las leyes andalitas.

Por fin concluí. El sistema estaba listo. Pulsé la tecla «enter» y miles de líneas de lenguaje informático desaparecieron de la pantalla del ordenador, que se quedó completamente negra.

Utilicé todo mi poder de concentración. Pensé en la señal coherente, la imaginé surgiendo de mi cabeza.

<Planeta andalita —pensaba—, planeta andalita.>

La pantalla parpadeó y… apareció un rostro. Era un semblante duro y desconfiado pero, sin duda, se trataba de un andalita.

<Identifícate —exigió el andalita—. Éste es un enlace de alta seguridad y tú no eres un emisor autorizado. Nombre y localización.>

<Me llamo Aximili-Esgarrouth-Isthill, hermano de Elfangor-Sirinial-Shamtul, hijo de Noorlin-Sirinal-Cooraf y de Forlay-Esgarrouth-Maheen.>

El andalita me observó fijamente.

<¿El hermano de Elfangor —preguntó desconcertado—. ¿Dónde te encuentras?>

<Estoy en el planeta llamado Tierra.>