Pasé buena parte de la noche leyendo el libro de citas. Debería haber aprovechado para descansar, pero no podía, estaba inquieto.
Pensaba constantemente en lo fácil que resultaría convertir el radiotelescopio del observatorio en un transmisor de espacio cero.
La idea de comunicarme con mis padres me llenaba de tristeza y de nostalgia.
<Me podrían dar algún consejo —pensaba—, o incluso darme instrucciones concretas.>
Pero por otro lado me preguntaba:
<¿NO se sentirían orgullosos de que yo estuviera luchando contra los yeerks? Todos dirían: «Es como Elfangor, otro héroe».>
No es que me sintiera muy orgulloso de este último pensamiento, pero si os digo la verdad, lo cierto es que me moría de ganas de que toda la gente de mi planeta supiera lo valiente que era, allí solo, en la Tierra.
Así, poco a poco, en mi mente empezó a cobrar forma un plan.
Encontré un sitio tranquilo para dormir. Me recosté y cerré los ojos principales. Los ojos de las antenas permanecían abiertos, atentos a cualquier peligro. Relajé los músculos de la cola hasta que ésta tocó el suelo.
Solo, sí, me encontraba solo, durmiendo en el bosque, en un planeta muy lejos de mi hogar. Era el único de mi especie y eso hacía que me sintiera terriblemente solo. Además, todos los demás tenían una casa. Cassie estaría durmiendo en su cama, Marco en la suya, y lo mismo harían Rachel y Jake. Todos tenían su hogar. Todos excepto Tobías y yo.
Tobías, él lo entendería. Pero ¿me ayudaría? Si decidiera llevar a cabo mi plan, ¿me ayudaría? ¿Podría confiar en él?
Levanté la cola y abrí los ojos principales. Sabía dónde dormía Tobías y hacia allí me dirigí. Lo encontré sin problemas, aferrado con sus garras a la rama del árbol donde supuse que estaría durmiendo.
<¿Tobías?>, lo llamé.
<¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasa?>
<No pasa nada, sólo que… quiero hacerte una pregunta.>
<Espero que sea una pregunta importante porque estaba durmiendo.>
<Tobías, ¿eres amigo mío?>
<¿Para eso me has despertado? —extendió las alas como si intentara estirarse—. Ax, tú y yo somos las criaturas más extrañas de este planeta: tú, un extraterrestre estrambótico de cuatro ojos, que parece un cruce de centauro, ciervo y escorpión; y yo, un pájaro con la mente de una persona. Hemos luchado codo con codo y hemos estado a punto de morir en muchas ocasiones. Pues clar oque soy tu amigo.>
Me sorprendió la rapidez de su respuesta, como si fuese la única posible y no le cupiera la menor duda.
<Me alegro —repliqué—. ¿Me guardarías un secreto? No se lo podrías contar ni siquiera al príncipe Jake ni a Rachel.>
Tobías enmudeció durante unos minutos.
<¿Es algo que podría perjudicar a mis amigos?>
<No.>
<Entonces, sí, te guardaré el secreto —asintió Tobías—. Te lo juro.>
<¿Por quién? Tengo que estar seguro. Dime, ¿qué promesa no romperías jamás?>
<Ax, ya sabes que yo estaba presente cuando tu hermano murió.>
<Sí, lo sé. Lo acompañaste hasta el final.>
<Sí, y no sé muy bien por qué —confesó Tobías—, pero había algo en él… Es difícil de explicar. Solo sé que quería seguir junto a él y escuchar todo lo que dijera. Era como un imán del que me costaba trabajo separarme. No me fui hasta que me lo ordenó. No sé si me entiendes.>
<No tienes que explicar nada>, añadí con dulzura. Incluso aquí, entre alienígenas, Elfangor es un héroe.
<Me has preguntado por quién lo juraría. Te lo juro por él, por el príncipe Elfangor.>
Entonces, le conté a Tobías mi plan.