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Los humanos tienen unos gustos muy raros. Piensan que la música es bonita. En mi opinión, toda la música, sin excepción, es horrible. Además no conceden la menor importancia a lo que para mí tiene más mérito: los bollos de canela, las barritas de chocolate Snickers, la pimienta picante y una bebida refrescante llamada vinagre.

Extraído del diario terrícola de Aximili-Esgarrouth-Isthill

El cuerpo que adopto cuando me convierto en humano no se diferencia demasiado del cuerpo de Jake, excepto que él es un poco más grande. Como adquirí el ADN de mi amigo, soy idéntico a él. Cassie insistió en que me pusiera una prenda de ropa que ellos llaman «peto» y un par de botas que había en el granero antes de entrar en su casa. Los humanos son muy especiales con la ropa, es una cosa que aún no acabo de comprender.

—Hola, Jake. Cassie ya te ha vuelto a convencer para que le ayudes a limpiar la cuadra, ¿eh? —me preguntó el padre de Cassie en cuanto me vio entrar.

El padre de mi amiga era hombre, como todos los padres humanos. Tenía el pelo castaño oscuro, pero parecía que se lo hubieran arrancado en su mayor parte. Llevaba unas lentes redondas y transparentes en el rostro, que al parecer sirven para corregir la visión defectuosa. Su tez era oscura y tenía el número habitual de brazos y piernas.

—No —contesté—, me dijo que viniera a comer vuestra comida, comiiida, midaa.

—Tienes toda la razón, alguien tiene que comérsela, pero esta vez te va tocar sufrir porque he cocinado yo. Esta noche tenemos para cenar mi especialidad: el mejor chile del mundo.

—Oh. ¿Chile? —los ojos de Cassie se abrieron como platos. Parecía asustada—. Um, Jake me ha dicho que no tiene hambre. Ya ha comido.

—¿Es que el chile es una comida que da miedo? —le pregunté a Cassie.

—El mío sí —sonrió el padre.

—¿Es a Jake a quien oigo? —preguntó alguien desde la habitación de al lado. Luego apareció una mujer que, supuse, era la madre de Cassie. Tenía el pelo negro y mucho más abundante que el padre. A ella no se lo habían arrancado.

Se dirigió con los brazos abiertos hacia donde yo me encontraba.

—Cada día que pasa estás más guapo, Jake —me abrazó y me estrujó durante un instante, después me soltó—. ¿Te quedarás para probar el chile de la muerte?

—Sí, le he invitado a cenar —se apresuró a aclarar mi amiga—, pero no tiene hambre porque ya ha cenado, no creo que le apetezca probarlo.

—¿Has visto cómo tu hija trata de protegerle? —comentó la madre de Cassie sonriendo a su esposo.

—Demasiado tarde —replicó el padre—. No tiene escapatoria.

Para comer nos teníamos que sentar delante de una mesa. Sabía cómo funcionaba porque ya lo había hecho antes, cuando tuve que suplantar a Jake en su casa durante unos días. También sabía lo que era un tenedor, una cuchara y un cuchillo.

Esa noche descubrí que el chile es marrón y rojo, que contiene un montón de ingredientes y que despide un olor muy fuerte. Sobre la mesa había también una cosa llamada pan de maíz jalapeño y un cuenco con trocitos de frutas variadas.

Después de tantas advertencias no me hacía mucha gracia comer chile. Empezaba a ponerme nervioso, pero presentía que el padre de Cassie se ofendería si no lo probaba al menos. Así que me atreví con una cucharada.

Creo que en toda mi vida, por larga que sea, olvidaré esa experiencia.

El chile estaba muy caliente, pero no sólo de temperatura. Después he averiguado que a ese sabor lo llaman picante.

El caso es que sentí como si las papilas de gusto de mi lengua humana explotasen. Aquel sabor intenso ardía en mi boca. Estoy seguro de que todos los nervios de mi cuerpo sufrieron una sacudida. Incluso se me saltaron las lágrimas.

No era tan bueno como el chocolate, pero sí intenso, ¡muy intenso!

¡Oh! Un andalita nunca lo entendería. El sabor es un sentido exclusivamente terrícola. ¡Ah, el sabor! ¡Qué maravilla!

—¡Esta comida es fabulosa! —exclamé.

—¿Cómo? —preguntó la madre de Cassie.

—¡Ajá! ¡Por fin alguien que sabe apreciar los placeres de la comida picante! —celebró el padre.

Me di cuenta de que había limpiado el cuenco, pero quería más. ¡Quería más! ¡Qué sabor tan delicioso! ¡Qué sensación!

—Queda mucho todavía —me informó el padre al tiempo que me volvía a llenar el cuenco.

—Um… Jake, en serio, no tienes por qué comer más si no quieres —insistía Cassie.

—¡Me comeré el tuyo! —exclamé.

Empecé a notar una especie de hormigueo por todo el cuerpo.

Los ojos parecían a punto de salírseme de las órbitas y mi estómago hacía unos ruidos muy raros, sin embargo, no podía parar de comer.

—¡Me encanta este chico! —exclamó el padre de Cassie—. Me pregunto si sus padres aceptarían que lo adoptáramos. Jake eres un muchacho muy inteligente y perspicaz.

—Ha perdido el juicio —opinó la madre—, no hay otra explicación.

De repente sentí un dolor agudo en una de mis piernas. Supuse que Cassie me había dado una patada por debajo de la mesa. Alcé la vista y la miré. Mi amiga sonreía con dulzura y, sin previo aviso, me propinó otra patada.

—Creo que ya has comido más que suficiente —dijo mientras me dirigía una mirada asesina.

—Sí, ya no quiero más —anuncié y aparté el cuenco a un lado—, chilee, chil-eee.

—Lleva chiles habaneros —explicó el padre—, la sustancia picante que más ardor produce.

—No tanto como la fusión nuclear —señalé.

—Bueno y ¿qué tal el colegio, Jake? —me preguntó la madre de Cassie.

Yo conocía ese tipo de actividad. Se llama «mantener una conversación». Las reglas consisten en que cada uno le hace al otro una pregunta.

—Bien, y ¿qué tal su trabajo con los animales? —le pregunté yo.

—Sin muchas novedades —contestó la madre de Cassie—. Aunque vamos a tener muy pronto bebés camello.

La madre de Cassie es veterinario. Trabaja en el zoo, un lugar donde guardan animales no humanos.

—Jake, ¿crees que los Bulls volverán a arrasar este año? —me preguntó el padre de Cassie.

Percibía que el nerviosismo de Cassie iba en aumento. Temía que yo no comprendiera alguna de las preguntas, pero gracias al Almanaque del mundo, sabía que los Bulls era un equipo de baloncesto.

—Sí —respondí—, estoy seguro de que arrasarán.

Era mi turno. Así era como funciona lo que llaman «mantener una conversación».

—¿Sabían que el colador fue inventado en 1878? —pregunté.

Cassie, su madre y su padre me miraron sorprendidos. Era evidente que no lo sabían.

Luego vimos la televisión un rato. Era la historia de una familia ficticia. La seguí con mucha atención, sin dejar de observar a Cassie y a sus padres.

Se aprende mucho de una familia humana. Además, yo ya había conocido a la familia de Jake y al analizar la de Cassie, encontraba algunas diferencias. Por ejemplo, la familia del Príncipe realiza un breve ritual religioso justo antes de comer, y la de Cassie no. Además, en la familia del Príncipe, el padre se queda dormido mientras mira la televisión y en la de Cassie era a la madre a quien se le empezaban a cerrar los ojos.

—Me tengo que ir —le dije a Cassie—. Ya casi han pasado dos horas de las vuestras.

La madre de Cassie se despejó lo suficiente para repetirme que estaba loco pero que seguía siendo un encanto.

El padre me guiñó el ojo izquierdo y me hizo un gesto con la mano cuando ya me iba. A continuación, se echó a reír por algo que acababa de ver en la televisión.

Salimos a la calle. Era ya tarde y había refrescado.

—Bueno —exclamó Cassie a la vez que dejaba escapar un rotundo suspiro—, no ha ido tan mal, después de todo. Vamos, te acompaño hasta donde puedas transformarte sin peligro. Por cierto, como ya te has leído El almanaque del mundo, he pensado que quizá te gustaría empezar otro libro. Toma —me ofreció al tiempo que me lo mostraba—, es un libro de citas, cosas dichas por gente famosa.

—Gracias.

Me sentí raro caminando en la oscuridad, alejándome de la casa de Cassie. Era muy extraño, tenía frío, aunque en realidad no lo hacía.

—¿Qué te han parecido mis padres? —me preguntó Cassie.

—Me han gustado mucho —contesté—. Por cierto, ¿cómo es que tu padre se ha quitado el pelo de la cabeza? Pelo, eee-loo. Se lo iba a preguntar y al final se me ha olvidado.

—Se está quedando calvo —aclaró Cassie— y has hecho bien en no mencionarlo. Es algo normal en los humanos, pero hay personas muy sensibles a ese tipo de cosas.

—Ya entiendo. Las pezuñas de mi padre están perdiendo brillo. También es normal, pero a él no le gusta que se lo digan.

—¿Cómo es tu padre? ¿Y tu madre?

—Son… padres normales. Son muy buenos. Son…

—Sigue.

—Tengo algo que la garganta —confesé—, como un tapón que me impide hablar. ¿Es normal?

—Los echas de menos —explicó Cassie agarrándome de un brazo—. Pues claro que es normal.

—Un guerrero andalita sabe que tiene que pasar muchos años lejos de su hogar y de su familia. Es lo normal.

—Ax, tú mismo lo has dicho. Aunque seas un guerrero andalita, también eres un chico muy joven.

Me detuve. Ya apenas se distinguían las luces de la casa, podía volver a mi estado natural sin peligro de ser visto. El cielo estaba precioso, todo lleno de estrellas.

—¿Dónde están? —me preguntó mi amiga siguiendo la dirección de mi mirada—, si es que te está permitido decírmelo.

Señalé con uno de mis dedos humanos hacia el cuadrante del espacio donde la estrella de mi hogar parpadeaba.

—Allá —indiqué.

Observé la estrella mientras mi forma humana se iba derritiendo y empezaba a resurgir mi cuerpo de andalita.

—Ax, tú sabes que Jake, Tobías y yo, incluso Rachel y Marco nos preocupamos por ti, ¿verdad? No pienses ni por un momento que para nosotros sólo eres un simple alienígena.

<Gracias por el chile —respondí—. Estaba riquísimo.>

Una vez hube recuperado mi forma por completo, me adentré en el bosque.