10

Mis amigos se marcharon y yo aproveché la ocasión para comer. Por lo general, siempre que puedo me alimento por las noches. En mi planeta es distinto, pero aquí, en la Tierra, tengo que procurar que nadie me vea.

Cuando correteo por espacios abiertos, o bien es de noche o, si no, Tobías vigila desde lo alto y me avisa si hay gente cerca.

Mis amigos dicen que desde lejos parezco un animal terrícola normal y corriente, un ciervo o un caballo pequeño. Pero si alguien me viera de cerca, enseguida se percataría de que no pertenezco a este planeta.

Así que no me queda más remedio que comer por las noches.

Entonces corro como un loco por los grandes campos de hierba que rodean la granja de Cassie, ya casi a las afueras del bosque. Correteo bajo una única luna, muy diferente a las lunas de mi planeta. La de la Tierra aparece y desaparece y hay noches en las que ni siquiera se ve. En cambio, en nuestro cielo, siempre hay por lo menos dos lunas, y cuando brillan las cuatro en el cielo de la noche, es casi como si fuera de día.

¡Mi casa! Mi casa se encontraba a cientos de miles de kilómetros de distancia de aquí. A veces me sumía en una profunda tristeza cuando pensaba en mi hogar. Un guerrero tiene que sobreponerse a eso. Pero por las noches, cuando permanecía en el bosque, o corría por los campos, no podía evitar acordarme de mi hogar.

Y una vez comprendí que podía hablar con ellos si así lo quería, me resultaba todavía difícil resistirme. Todo lo que tenía que hacer era convertir el radiotelescopio humana en un comunicador de espacio cero. Pero, si lo hacía, quebrantaría nuestra ley al dotar a los humanos de una tecnología avanzada.

No, no debía llevar a cabo aquella locura. Yo no era Elfangor. No podía decidir así como así quebrantar la Ley de la Bondad de Seerow.

Sin embargo, otra idea me rondaba la mente. En realidad había sido un accidente porque yo no tenía la intención de revelarles la existencia de aquel software a los humanos, con lo cual yo no había quebrantado la ley. Así que si iba al observatorio y lo borraba… estaría haciendo lo correcto.

Eso es, iría al observatorio y borraría el programa… pero antes lo utilizaría para comunicarme con mi planeta.

Después de todo, no estaba haciendo nada malo.

Me vinieron a la cabeza imágenes de mi padre y mi madre cuando estábamos juntos, y de Elfangor también. Aunque él no estuviera casi nunca en casa, su recuerdo permanecía en mi mente.

Yo era entonces muy pequeño, sin embargo recuerdo perfectamente el día en que Elfangor, que ya era un gran guerrero, vino de permiso. Apenas lo conocía, sólo lo había visto en las pantallas de comunicación, nunca en persona. Cuando yo nací, él se encontraba fuera de casa luchando contra los yeerks.

Recuerdo que nos fuimos a correr juntos, los dos solos. Yo era muy torpe en comparación con mi hermano, que parecía una criatura salida de una leyenda andalita. Él sí que era rápido y fuerte.

Conocer a mi hermano fue para mí una conmoción. Supongo que hasta entonces tenía muy asumido que yo era el miembro más importante de mi familia. Con Elfangor cerca, era muy difícil sentirse importante.

No habló conmigo demasiado, aunque tampoco se limitó a echarme el típico sermón de hermano mayor. Se comportaba tal y como era. Hablaba conmigo de la misma manera que lo hacía con mis padres y jamás me trató como a un crío, lo cual me parecía genial. Después de conocer a mi hermano, decidí lo que quería ser de mayor: quería convertirme en guerrero, quería ser como Elfangor.

Pero había muerto. Y quizá mis padres ni lo sabían, como tampoco sabían que yo seguía vivo.

Aminoré la marcha, me hallaba lejos de los campos y ante mí distinguí las luces de la granja de Cassie. Pero ¡qué tonto! Estaba tan absorto en mis propios pensamientos que me había despistado.

Sin perder tiempo, me di media vuelta para regresar al bosque.

—Ya que estás aquí, quédate un rato —dijo una voz

<¿Cassie?>

Surgió de la oscuridad. ¿Cómo era posible que no la hubiera visto? Me aproximé a ella.

Cassie empezó a transformarse. Su rostro era humano pero mostraba una fantasmal crin de caballo de color blanco grisáceo y sus piernas humanas terminaban en pezuñas.

<Te has convertido en caballo>, observé.

—Sí, a veces lo hago —reconoció una vez hubo recuperado del todo su forma humana—. Me encanta correr, pero no se lo digas a Jake. Se enfadaría conmigo si se enterase de que a veces me transformo sólo por gusto.

<No creo que Jake se enfade contigo —añadí—. No soy un experto en la raza humana, pero diría que nuestro Príncipe siente un cariño especial por ti.>

—Lo dudo —contestó Cassie riéndose en silencio—, sólo somos dos amigos animorphs.

<Entonces, ¿cómo es que a veces vais de la mano y con los dedos entrelazados?>

—Oh… vaya, no entiendo cómo te has dado cuenta.

<¿Por qué?>

—Buff… es una larga historia —informó Cassie—. Olvídalo, ¿vale? ¿Cómo va tu aprendizaje sobre los humanos?

<Ya he acabado El almanaque del mundo.>

—¿Y qué opinas?

<Creo que los humanos son interesantes.>

—Claro, claro. ¿Y qué tal si me dices lo que realmente piensas?

Vacilé unos segundos, mi amiga parecía esperar otro tipo de respuesta. Pero con los humanos nunca se sabe porque se ofenden muy a menudo por cosas insignificantes.

<Creo que hay una segunda razón por la que los yeerks quieren esclavizar a vuestra especie>, admití.

—Aparte de para tener muchos portadores humanos, ¿para qué más?

<Porque os tienen miedo.>

—¿Que nos tienen miedo? ¿Por qué? —se rió mi amiga—. Te has estado informando sobre las guerras de este planeta, ¿no? Ya sé que ha habido muchas y terribles, pero los humanos somos mucho más que eso…

<Todas las especies luchan entre sí —la interrumpí—. En el pasado los andalitas se enfrentaron entre ellos. Los hork-bajir tenían un reloj biológico que los programaba para la lucha cada sesenta y dos años. Y en cuanto a los taxxonitas… son auténticos caníbales.>

—Ya, bueno, los humanos tampoco somos una joya.

<Todas las especies tienen algo de que avergonzarse —añadí—, todas esconden alguna terrible culpa.>

Cassie me miró fijamente a los ojos. Imaginaba que se estaría preguntando si eso se refería también a los andalitas, pero por suerte no dijo nada.

—Entonces, si las guerras no son lo que les preocupa, ¿cuál es el problema?

<Descubristeis la radioactividad en 1896. En 1945 hicisteis explotar una bomba atómica. Sólo habían transcurrido cuarenta y nueve años. En 1903 volasteis por primera vez y sesenta y seis años más tarde llegabais a la Luna.>

—Ya veo que has leído a conciencia El almanaque del mundo —observó Cassie con una sonrisa—. ¿Tratas de decir que avanzamos con rapidez?

<Lo que quiero que comprendas es que si los yeerks no os destruyen ahora, saben que dentro de unos cincuenta años habréis descubierto el modo de viajar más rápido que la luz. Y dentro de cien años… a saber.>

—¿Cuánto tiempo habéis tardado vosotros en hacer esas cosas?

<No… no lo recuerdo bien>, mentí.

—Ya veo —comentó Cassie. Su tono de voz expresaba lo que ellos llaman «decepción».

<Yo… —bajé la cabeza—, como guerrero andalita que soy estoy obligado bajo juramento a no revelar información alguna sobre la tecnología andalita a ninguna otra especie, por eso no solemos hablar de nosotros, ¿entiendes?>, incluso a mí me resultaba patético.

—¿Ni siquiera aunque esa información pudiera ayudarnos a derrotar a los yeerks? ¿No fue precisamente eso lo que tu hermano hizo al concedernos el poder de transformarnos?

No tenía respuesta. Mi amiga tenía razón, Elfangor había incumplido nuestras leyes.

—¿He dicho algo malo? —preguntó Cassie.

<Yo no soy Elfangor —contesté al fin—. Yo soy como vosotros, un niño. Elfangor era un gran Príncipe. Mi gente puede comprender y perdonar lo que hizo Elfangor porque él era una persona importante.>

—Ya veo —dijo Cassie—. Tengo una idea, ¿por qué no te transformas en humano y vienes a casa? Así conocerías a mis padres y podrás quedarte a cenar.

<Ya he comido.>

—¿Así que ya has comido? —replicó arqueando una ceja. Creo que estuvo a punto de preguntarme algo al respecto, pero cambió de idea—. Bueno, no importa. Pasa, no tienes por qué comer si no tienes hambre. Venga, anímate, te sentará bien.

<¿Que me sentará bien? ¿Es que parezco enfermo?>

—No, sólo un poco… muy solo, para ser sinceros.

Aquella palabra me perforó el alma. No imaginaba que dolería tanto.

<¿Cómo vas a explicar a tu familia quién soy?>

—Transfórmate en Jake —sugirió Cassie al tiempo que se encogía de hombros—. Ya lo has hecho alguna vez, ¿no?