—¡Aaaaaaaaaarrrrrrrrrrggggghhhh! —gritaba el profesor sujetándose con violencia la cabeza.
—¿Qué le pasa? ¿Qué le pasa? —empezó a gritar uno de los chicos.
Otro salió corriendo de la clase y en el pasillo comenzó a dar voces.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
El príncipe Jake y yo permanecimos muy quietos, uno al lado del otro, al fondo de la clase.
—¡Basta! ¡Deja de golpearme! —exclamó el señor Pardue. A continuación, y como si se estuviera contestando a sí mismo, dijo en tono agresivo—: ¡Sal de mi cabeza! ¡Sal de mi cabeza! ¡Estás acabado!
El príncipe Jake y yo intercambiamos una mirada, ambos sabíamos de sobra lo que le estaba ocurriendo al profesor.
—Con éste ya son dos —me susurró el Príncipe—, al menos que nosotros hayamos visto. Algo les ha salido mal.
El señor Pardue empezó a llorar y a maldecir. Se retorcía por el suelo ante la mirada atónita de un montón de humanos que no sabían qué hacer.
—¿Tenías idea de que este profesor era un controlador? —le pregunté al príncipe Jake en voz baja.
—No, a mí siempre me había parecido una persona encantadora. No aguanto más, no puedo permanecer por más tiempo aquí sentado sin hacer nada.
—¡FUERA DE MI CABEZA! —chilló de repente el profesor.
El yeerk de la cabeza del profesor se iba debilitando progresivamente. Llevaba demasiado tiempo sin nutrirse de rayos kandrona. Su portador, el verdadero señor Pardue estaba recuperando el control.
De pronto, el príncipe Jake se incorporó y se acercó al profesor. Yo no me separé de él ni por un instante. Intenté detenerlo, pero sin éxito.
—¡Príncipe Jake! —lo llamé, pero me ignoró por completo.
—Sé lo que le está pasando, profesor —le susurró mi amigo tras arrodillarse a su lado—. Sé lo que le está pasando, señor Pardue. Aguante un poco más y cuando el yeerk muera usted se verá libre.
Los demás se iban acercando. Si no actuaba rápido oirían lo que decía mi amigo.
—Atrás —les ordené—, puede ser peligroso.
No se me ocurrió otra cosa, pero funcionó porque se detuvieron.
El señor Pardue puso los ojos en blanco y después los clavó, entrecerrados, en el rostro de Jake.
Mi amigo agarró con fuerza uno de los hombros del profesor y le susurró al oído:
—A mí me pasó lo mismo y logré sobrevivir, señor Pardue. Yo también he sido un controlador pero, por suerte, conseguí escapar. Resista un poco más.
Observé las caras de los otros humanos para comprobar si habían oído la conversación. Jake era mi príncipe, aun así, su comportamiento no había sido el correcto y nos estaba poniendo a todos en peligro.
De repente, se abrió la puerta de la clase. Enseguida reconocía al personaje que acababa de entrar. Era Chapma, el subdirector del colegio y uno de los controladores más importantes aquí en la Tierra.
—Muy bien chicos, todo el mundo fuera —ordenó Chapman—, todo el mundo al patio, salid del edificio. A vuestro profesor no le ocurre nada malo. Se ha puesto enfermo, eso es todo.
—¡Usted! —exclamó el señor Pardue—. ¡No! Chapman es… es un…
—¡He dicho FUERA! —rugió el subdirector.
Los pequeños humanos salieron en bloque de la habitación, ansiosos por desaparecer cuanto antes de la escena.
Pero el príncipe Jake no se movió. Permaneció pegado al profesor, con los puños apretados y la mirada resplandeciente.
Chapman posó la vista primero en mí y después en mi amigo.
—Jake, os quiero a ti y a tu amigo fuera de clase ahora mismo.
Durante un instante, nada sucedió. Yo contuve la respiración preguntándome si Jake estaría dispuesto a enfrentarse a Chapman. En tal caso tendría que ayudarle, a pesar de que sería estúpido por parte de mi amigo desvelar su identidad. Así que tomé la iniciativa y tiré del brazo de Jake hasta obligarle a ponerse en pie. Me lanzó una mirada asesina.
—Tenemos que irnos —le dije.
—Ya —asintió—. Espero que se ponga bien —repuso mirando a Chapman—. Se pondrá bien, ¿verdad, señor Chapman?
—¿Quién sabe? —espetó fríamente el subdirector.
Tiré del príncipe Jake que, al llegar a la puerta, se giró y vio que Chapman sacaba del bolsillo un pequeño cilindro metálico y lo acercaba a la nuca del profesor, que lloraba desconsolado.
—¡No! —chillaba el señor Pardue—. ¡No!
Luego, casi de inmediato, el profesor dejó de gritar.
El príncipe Jake se dio la vuelta y echó a correr. Se abrió paso entre los demás humanos que se habían apiñado a la salida de clase y no cesó de correr hasta salir al aire libre. Respiró hondo, como si le faltara el oxígeno.
Me resultó difícil seguirlo, aunque al final lo alcancé. A mí, como ya os he dicho, me falta un poco de práctica todavía.
—Príncipe… quiero decir, Jake. ¿Te encuentras bien?
—Pardue era un controlador —respondió moviendo la cabeza de un lado a otro— y su yeerk se estaba muriendo de hambre. ¿Por qué? Porque nosotros hemos destruido la kandrona. Yo, tú y los demás. ¡Nosotros lo hicimos!
—¡Era necesario! —le aclaré—. Hemos destruido la kandrona y eso ha representado un duro golpe para ellos.
—Chapman lo ha matado, ¿verdad? —me preguntó el príncipe Jake—. ¿Has visto ese pequeño cilindro metálico? No sólo al yeerk, sino al propio Pardue, ¿verdad? Los ha matado a los dos.
Era absurdo seguir mintiendo, mi amigo lo había visto todo y algo por dentro me impedía seguir ocultando la verdad.
—Si el yeerk que el profesor tenía en el cerebro hubiera muerto, el hombre habría sobrevivido y ahora no sólo sería libre —repuse— sino que además podría contarles a los otros humanos lo que le había ocurrido. ¿No te das cuenta?, el señor Pardue los habría prevenido y eso lo convertía en una amenaza para los yeerks, por eso éstos no permiten que haya testigos.
—Entonces matarán a todos los portadores cuyos yeerks mueran, ¿no? —replicó Jake con amargura—. Todos y cada uno de los controladores cuyos yeerks no logren sobrevivir, serán liquidados. Ésa es la pura verdad, ¿no?
—Sí.
En el rostro de mi amigo asomó una expresión que reflejaba todo el asco que sentía por dentro.
—Nosotros somos los responsables —insistió Jake.
—Es la guerra —añadí.
—Mi hermano —continuó mi amigo—. Tom es un controlador, ¿qué va a pasar con él?
No tenía respuesta. Los yeerks salvarían a tantos como estuviera en sus manos, pero si su sistema de emergencia empezaba a fallar, no se detendrían ante nada y eliminarían todo tipo de pruebas sin ningún tipo de escrúpulos.
El príncipe Jake me miró a los ojos.
—Tú lo sabías, ¿verdad?
Yo le mantuve la mirada. No sé si fue la adrenalina pero el caso es que aquella mirada acusadora empezaba a ponerme furioso.
—Sí, sabía que esto pasaría.
—¿Cómo podías saberlo?
Vacilé unos segundos, cosa que no gustó nada al príncipe Jake. De repente, giró sobre sus talones y me empujó con violencia contra la pared.
—¿Cómo podías saber que los yeerks iban a hacer eso, eh?
—Porque ya ha sucedido antes, ¿o acaso crees que éste es el primer planeta en el que se han infiltrado? ¿No pensarás que la Tierra es el único lugar donde los andalitas se han enfrentado a los yeerks? Esos monstruos nunca dejan testigos.
Jake me soltó no sin antes dirigirme una mirada recelosa.
—No me gusta que guardes secretos, Ax. Yo soy tu amigo, somos tus amigos y por eso mismo deberíamos saber tanto como tú. No me contaste nada de esto.
—Las guerras son así —repliqué—. Vosotros hicisteis lo que teníais que hacer, y eso incluye la destrucción de la kandrona.
—Pues serán así —replicó Jake—, pero yo lo odio.
—Ama al guerrero, odia la guerra, erra.
—¿Qué es, un antiguo dicho andalita? —me preguntó mi amigo con sarcasmo.
—Sí, mi hermano solía decirlo.
Entonces, el príncipe Jake se me quedó mirando tanto rato que me hizo sentir incómodo.
—¿Sabes una cosa, Ax? A veces tengo la impresión de que los humanos no somos más que simples peones en un gran tablero en el que vosotros, los andalitas, y los yeerks jugáis a la guerra. Sólo somos la munición, ¿verdad?, demasiado inocentes para saber qué es lo que está pasando, y demasiado primitivos para convertirnos en auténticos guerreros.
—Eso no es verdad —contesté ya un poco más tranquilo. Mi rabia iba disminuyendo a medida que las sospechas de Jake aumentaban.
—Se supone que tú luchas en nuestro bando, Ax. Que eres uno de los nuestros. Y de repente descubro que nos ocultas información. Rachel y Marco no dejan de hacerme preguntas: «¿Qué sabemos en realidad de Ax?» «¿Qué nos ha contado él de su planeta, en comparación con lo que nosotros le hemos enseñado del nuestro?» Y yo les contesto que podemos confiar en ti, pero ahora ya no estoy tan seguro. Cuando alguien oculta algo, lo que sea, la confianza desaparece. Deberías haberme advertido de lo que harían los yeerks. Tú sabes que tengo un hermano que… en fin, tú sabes lo te Tom. Tenía derecho a conocer las consecuencias.
—Pero si tú hubieras sabido de antemano que esa acción podría perjudicar a tu hermano, quizá no hubieras destruido la kandrona —señalé.
—Eso es lo que crees, ¿eh? —me desafió Jake con su rostro junto al mío—. ¿Sabes una cosa, Ax? Tienes razón al querer aprender más de los humanos, porque la verdad es que no tienes ni idea de cómo somos.