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A la mañana siguiente, cuando el sol ya se veía por el horizonte, yo me encontraba junto al pequeño río del que bebía todos los días. La brisa barría el suelo del bosque todas las mañanas y arrastraba hasta el agua las ásperas briznas de hierba mezcladas con las hojas de los árboles y pinaza. El bosque era tan tupido que apenas penetraba claridad.

<Desde el agua que nos da vida —recité sumergiendo mi pezuña delantera derecha en el agua. Cada mañana repetía el mismo ritual—, desde la hierba que nos alimenta —continué y moví la misma pezuña para pisar una brizna de hierba—, desde la libertad que nos une —extendí los brazos—, nos elevamos hacia las estrellas>, dirigí mis cuatro ojos hacia el sol naciente.

Dejé escapar un suspiro.

En realidad aquel ritual no servía de mucho y yo nunca había sido un gran creyente. Era un ritual para futuros guerreros. Pero si encima eras un aristh y te sorprendían saltándote algunas frases para abreviar, la reprimenda era tal que se te quitaban las ganas de volver a repetirlo.

Sin embargo, yo me encontraba a miles de kilómetros terrestres de mi hogar. Muchas veces me preguntaba por qué tenía que seguir actuando como un buen guerrero cadete en aquel planeta extraño, rodeado de alienígenas. ¿A quién le importaba si cumplía o no con los rituales?

<Mi única causa es la libertad —proseguí, a la vez que inclinaba el cuerpo—, mi único guía, mi pueblo, y mi única gloria, la obediencia al Príncipe.>

Vacilé unos minutos al percibir que Tobías se había posado en una de las ramas que quedaban por encima de mi cabeza.

<La destrucción de mis enemigos, mi más solemne voto —me incorporé y adopté una posición de ataque—. Yo, Aximili-Esgarrouth-Isthill, guerrero cadete andalita, ofrezco mi vida.>

Entonces, enarqué la cola y acerqué la terrible hoja cortante hasta rozar mi propio cuello. A continuación, relajé todos los miembros. Esa parte del ritual exigía contemplación y en ella se supone que debes reflexionar sobre todas y cada una de las partes de las que consta el ritual y preguntarte si las cumples.

La destrucción de mis enemigos, mi más solemne voto. Esa parte se me había quedado grabada en el cerebro para siempre.

Mi enemigo era terrible y poderoso, tanto, que todavía no había sido capaz de destruirlo y, si lo intentase, acabaría conmigo. Pero eso era lo de menos. Lo que importaba era mi enemigo, aquella criatura que había matado a mi hermano no en la batalla, sino cuando Elfangor se encontraba indefenso y herido.

Habían sido mis amigos humanos los que me habían contado el resto de la historia. Cuando la nave cúpula perdió el control y se precipitó al mar de la Tierra, el caza de mi hermano fue alcanzado por los yeerks, lo que le obligó a dirigirse a la Tierra y fue alcanzado en un recinto abandonado. Allí se topó con cinco niños humanos que pasaban por casualidad: Jake, Cassie, Marco, Rachel y Tobías.

Elfangor estaba agonizando y sabía que la Tierra se encontraba indefensa, por lo cual juzgó correcto advertir a los chicos de la amenaza yeerk y, a continuación, hizo lo que nunca debería haber hecho: darles su mejor arma para enfrentarse al enemigo, es decir, la capacidad andalita para cambiar de forma.

Nunca antes en la historia se había otorgado este poder a otro ser que no fuera un andalita. Va en contra de la Ley de la Bondad de Seerow, la ley más importante para los andalitas.

Sólo hay otra criatura que puede mutar. Hubo un yeerk que se hizo con el control de un cuerpo andalita, con lo cual es el único controlador andalita que existe, frente a los cientos y cientos de hork-bajirs, taxxonitas y humanos que ya han sido esclavizados. Sólo hay un yeerk que tiene cuerpo de andalita y que, como tal, puede cambiar de forma: el terrible Visser Tres, nuestra abominación.

Los humanos me describieron la última batalla de Elfangor. Visser Tres se había transformado en una enorme y monstruosa criatura, pero mi hermano, lejos de asustarse, había peleado en vano hasta el final, cuando la bestia abrió sus tremendas fauces y…

Los humanos no lo saben pero, si Elfangor hubiese vivido, se habría metido en un buen lío por incumplir nuestras leyes. Como mínimo hubiese sido desposeído de su rango de Príncipe. Elfangor, el gran héroe, habría terminado para siempre.

<La destrucción de mis enemigos, mi más solemne voto.>

Me había encontrado cara a cara con Visser Tres en más de una ocasión y él seguía vivo. Mi única excusa es que yo tan sólo soy un aristh. Si hubiera sido un guerrero, no haber acabado con él sería motivo de gran deshonra para mí.

Estoy convencido de que Elfangor no habría dudado un momento y, si hubiera sido yo el que había muerto a manos de Visser, Elfangor ya habría ido en su búsqueda.

Pero yo no soy como mi hermano.

<Ax-man, ¿cómo va eso?>

<Bien, muy bien>, contesté, aunque no fuese del todo cierto. La presencia de Tobías me había recordado los planes para aquel día. Me sentía tan inquieto que ni el ritual, que en teoría sirve para relajarse mentalmente, había conseguido tranquilizarme. Iba a hacer algo que me asustaba mucho: iba a ir al colegio por primera vez.

<Perdona la indiscreción pero ¿se puede saber qué estabas haciendo? Ya te lo he visto hacer otras veces.>

<Es el ritual de la mañana. Enseña al guerrero a ser humilde y le recuerda que su cometido es servir a los demás.>

<Muy bien —aprobó Tobías—. Esto…¿Ax? Um…Um… no des un paso hacia atrás. Mejor dicho, no te muevas.>

<¿Qué pasa?>, pregunté.

<¿No lo oyes?>

Me paré a escuchar.

<¿Te refieres a ese rumor como de tierra en un recipiente? Ya lo había oído antes.>

<Es una serpiente de cascabel que tienes ahí, justo al lado de tu pierna. Ya sabes que son venenosas, ¿no?>

<Pues no, no tenía ni idea>. Me giré y vi cómo reptaba por entre las hojas y entonces… se abalanzó sobre mí. ¡Qué rapidez! No me dio casi tiempo a verla, menos todavía a reaccionar.

Por suerte clavó los colmillos en una de mis pezuñas, momento que aproveché para chasquear la cola y con ella mantuve al maldito bicho inmóvil contra el suelo.

<Será mejor que te deshagas de ella>, recomendó Tobías.

Pero tuve otra idea mejor. Me concentré en el reptil y empecé a adquirir su ADN, que a partir de entonces formaría parte de mí.

<¿Para qué quieres esa forma?>, preguntó Tobías con desconfianza.

<Es un animal muy rápido —expliqué—. Además no dispongo de tantas formas animales como los demás. Quién sabe, quizás algún día me sea útil.> La serpiente languideció, como siempre ocurre cuando adquieres el ADN de un animal. Una vez hubo terminado el proceso, me serví de la cola para agarrar el animal y lanzarlo entre los arbustos.

<Por cierto, ¿todavía sigues empeñado en conocer mejor a los humanos?>, preguntó Tobías.

<Claro. Quizá tenga que permanecer en este planeta mucho tiempo, ¿qué mejor que aprender sobre sus habitantes? Aunque… creo que el otro día no me comporté muy bien en el cine.>

<Ya me han contado —añadió Tobías desternillándose de risa—. Procura no acercarte al chocolate.>

<No estoy preparado para resistirme al sabor. Es una experiencia muy intensa para mí. Quizá no debería transformarme en humano nunca más.>

<No te preocupes —me tranquilizó Tobías—. Pero hablando del sabor… No sé si te has parado a pensar que tú para nosotros representas un gran misterio.>

<¿Un gran misterio?>

<Sí, nadie se atreve a preguntártelo porque lo consideran de mala educación, pero a todos les gustaría saber por dónde comes si no tienes boca.>

<¿Qué por dónde como? —repetí confundido—, pero ¿no veis que tengo pezuñas?>

<Um… de acuerdo —replicó Tobías—, tienes razón, no es asunto mío.>

Iniciamos la marcha. Enseguida me puse a correr a galope tendido. Me encantaba saltar por encima de los troncos de los árboles caídos y esquivar los matorrales de plantas espinosas. Empezaba a conocer el bosque a fondo.

Mientras yo corría y saltaba, Tobías volaba por encima de mí. A veces se elevaba por encima de la copa de los árboles y desaparecía de mi ángulo visual. Otras, iba de árbol en árbol, veloz y silencioso.

<En el colegio, en la asignatura de Xenobiología, hay una sección dedicada a los humanos —le expliqué a Tobías—. Estudiamos sobre todo los programas de televisión de los humanos, como los telediarios, o los programas de entretenimiento, música, etc.>

<¿Música? ¿Tenéis algo parecido a la MTV? ¿Veis vídeos musicales en vuestro planeta?>

<La verdad es que no me acuerdo muy bien. Yo… nunca estaba muy atento en clase de Xenobiología y ahora me arrepiento. A un guerrero se le exige que sea un buen científico y un buen artista, además de saber luchar. Pero, como a mí eso era lo único que me interesaba, no prestaba mucha atención a lo demás. Supongo que los humanos siempre están atentos en clase.>

<Pues claro —se burló Tobías—, por eso yo soy un experto en la guerra de 1812.>

<¿Una guerra? ¡Cuéntame!>

<Te estaba tomando el pelo. No sé nada sobre la guerra de 1812. Ya casi hemos llegado. ¿Estás listo para tu primer día de clase?>

Habíamos recorrido un buen trecho del bosque. En otra ocasión no me hubiera atrevido a llegar hasta allí porque esa zona se hallaba rodeada casi por completo de casa. Pero me sentía tranquilo con Tobías allá arriba, vigilando la zona con su prodigiosa visión.

<Sí, estoy listo.>

<Jake y Cassie vienen hacia aquí. Ya puedes empezar a transformarte. Ha llegado la hora de la dimensión humana.>

<Tobías, ¿podrías…? Esto… mientras yo estoy con los otros, tú te vas a quedar solo, ¿no?>

<¿Y qué? Como si no pudiera estar sin ti, Ax-man. Tengo que ir a hacer un par de cosillas. Tengo que arreglarme las plumas y buscar roedores que llevarme a la boca. Además, Jake me ha pedido que vigile la zona mientras tú estás ahí adentro.>

No sabía muy bien por qué, pero el caso es que me sentía más seguro sabiendo que Tobías estaría sobrevolando el colegio. A veces creo que Tobías y yo podríamos llegar a ser verdaderos shorms. Un shorm es un amigo de verdad, alguien al que nunca mientes, alguien que conoce todos tus secretos. La palabra shorm significa literalmente «hoja de la cola». Veréis, quiere decir que es una persona en la que confías tanto que no te preocuparía lo más mínimo que te amenazara con su cola y te acercara la punta mortal al cuello.

A veces tengo la impresión de que entre Tobías y yo hay algo de eso porque los dos estamos lejos de nuestro entorno y de nuestra gente, y además los dos estamos solos.

Por otra parte, si fuéramos amigos no podría esconder ningún secreto y, aunque tiene la forma de un ratonero de cola roja, en su interior es humano. Y yo soy un andalita. Por muchas ganas que tuviera de tener un amigo de verdad, siempre habría un muro entre mi gente y los humanos, es decir, entre ellos y yo.

Es un gran error entablar amistad con una especie alienígena. Al menos eso es lo que nos han enseñado. Nos está permitido defenderlos, protegerlos y preocuparnos por ellos, pero nunca hacernos demasiado amigos suyos.