Jewel
Me pasé todo el lunes acurrucada en la habitación, trazando implacablemente con un carboncillo duros dibujos de la lámpara, del joyero, de mi propio reflejo. Al anochecer tenía los dedos negros y la cara manchada de tanto restregarme los ojos. Me dormí con el cuaderno en las manos. Cuando me desperté, la contundente línea negra que cruzaba la página en blanco me miraba con una indignación muy poco propia de una línea.
El martes por la mañana Rachel me recibió en la cocina con una botella de vino vacía en las manos y me empujó un plato de tostadas quemadas. Ninguna de las dos hablamos, y yo solo levanté la vista hacia ella una o dos veces. No podía tragar nada, así que me levanté y cogí la mochila.
—Voy a llegar tarde —murmuré.
A ninguna de las dos nos había importado nunca.
Empecé el día con buenas intenciones. Cogí el autobús y me puse a mirar por la ventanilla, fingiendo que no oía a la gente que me hablaba. Me dirigí al aula, pero dos minutos antes de que empezara la clase salí al pasillo y me escondí en el último váter del lavabo de chicas intentando quitarme todo lo ocurrido de la cabeza. Me enrosqué los calcetines, me trencé el pelo y leí todos los garabatos de la pared… números de teléfono, promesas de amor eterno y palabrotas. Según las chicas que habían estado en aquel lavabo, la señora Ford era una tortillera, Lucy una zorra y a Skye, que ya hacía tiempo que se había ido (al lado del mensaje habían garabateado «1998») se le atribuía algo que no me atrevo a decir en voz alta.
Me pasé dos horas sentada en aquel váter (incluso escribí mi propio mensaje irónico en la puerta: «La magia existe»). Después de que las limpiadoras pasaran a la hora de comer y de casi ahogarme con lejía, salí de allí. Aspiré todo el oxígeno que pude mientras me escurría entre la gente con aire despreocupado y después me dirigí a los barracones, donde True trabajaba en el periódico escolar a la hora de comer.
Las persianas estaban corridas y la puerta cerrada. El barracón en el que se reunían los de audiovisuales estaba abierto y se comunicaba con el del periódico a través de un despachito con mucha corriente. Los empollones de AV se sonrojaron de sorpresa cuando llamé a la puerta.
—Tengo que ver a True Grisham —expliqué—. Por una cuestión del periódico.
Un chico con pecas sonrió.
—Claro. Está por allí.
Le devolví la sonrisa y abrí la puerta que daba al despacho.
True y Al estaban hablando. En vez de entrar me quedé fuera escuchando sin moverme. Me sentía como Nancy Drew o una especie de voyeur. Que Al estuviera allí me había cogido por sorpresa.
True estaba sentada a una mesa tecleando algo en su portátil, con el cabello suelto sobre los hombros y de espaldas a mí. Little Al estaba sentado en una silla giratoria, observándola. Ninguno de los dos se había dado cuenta de que estaba en la puerta que daba al despacho, pero si Al volvía la vista ligeramente a la izquierda podía verme.
—Oye, el sábado, en la feria —murmuró Little Al—. ¿Quién era el chico con el que estabas?
—¿Qué chico? —preguntó True. Podía oír sus dedos tecleando.
—Te vi besarle —dijo Little Al—. Solo quiero saber quién es.
El tecleo se detuvo bruscamente.
—Solo es alguien que conozco. Tengo más amigos aparte de Sacha, Michael.
—Creía que no querías salir con nadie —siguió Little Al—. Creía que querías centrarte en tu carrera y que las relaciones y el resto vendrían después.
—Es mi vida —le espetó True—. Y en cualquier caso, ¿no deberíamos preocuparnos un poco más por Sacha?
Respiraba con fuerza. No sabía si escabullirme silenciosamente hasta el otro barracón o entrar y hablar con ellos. La indecisión me bloqueó.
—Preocuparnos no va a cambiar las cosas, True —dijo Little Al—. Se está muriendo. ¿Qué podemos hacer contra eso?
—Tú eres el jodido genio de la ciencia, ve y encuentra una cura para el cáncer —le soltó True apartándose el pelo de la cara.
—Dios —murmuró Al respirando hondo.
—¿Qué?
—Nunca te había oído decir una palabrota.
—Lo siento. No sé cómo afrontar esto.
—Tú estabas con él la primera vez que estuvo enfermo…
—Era pequeña. Los dos éramos pequeños. A los diez años no eres consciente de la magnitud de la cuestión. Además, la leucemia infantil tiene un alto porcentaje de supervivencia.
—Si el porcentaje de supervivencia es tan alto, ¿por qué se está muriendo?
—Algunos mueren. Si no, el porcentaje sería del cien por cien.
True apartó la vista de su ordenador y miró a Al.
—Le echaré de menos —dijo Al. Alargó el brazo y cogió de la mano a True, centrándose en esta en lugar de ella.
—Todos le echaremos de menos —murmuró True desasiéndose de la mano de Al—. Pero piensa en esto: podría haber muerto el sábado pasado. Tenemos que retenerlo un poco más.
Little Al lanzó una risa ahogada y miró al techo, seguramente intentando contener las lágrimas.
—Gracias a Jewel.
—Esta vez la ha fastidiado bien, ¿eh? —dijo True.
—Se la volverá a ganar —murmuró Little Al.
—¿Estás seguro de que hablas de Sacha? Es demasiado pasivo para ganarse a una chica. Lo máximo que ha ganado es el concurso de colorear de tercer curso. Llegó a las regionales.
Little Al volvió a reír.
Se quedaron unos instantes sin hablar. Yo intenté dejar de respirar al menos otros diez minutos. No sabía qué hacer… ¿Seguir escuchando? ¿Irme? ¿Y si se daban cuenta de que estaba allí?
—Y bien, ¿quién era ese chico?
—Déjalo, Michael —suspiró True.
—Dímelo, por favor.
—No estoy saliendo con él.
—De modo que solo es una especie de «amigo con derecho a roce»…
—¡Michael!
—Vale, vale.
True respiró hondo.
—También quiere ser periodista. Me lo encontré en la jornada de puertas abiertas de la universidad.
—Pero tú no… buscas una relación con él.
—Es muy pretencioso. —True suspiró de nuevo—. El típico niño de escuela privada.
—Ah.
—¿Por qué te importa tanto?
—Sabes que te quiero desde los doce años —replicó Al.
—Eres un crío. Quieres a cualquier miembro del género femenino que respire.
—Eso no es verdad. Se supone que tenías que preguntar «¿Por qué?» y yo contestar «Porque eres bonita, inteligente y divertida, y vehemente y seria al mismo tiempo». Porque eso es lo que diría mi delicada faceta de don Juan.
—Si se suponía que esto tenía que hacerme caer rendida a ti, no lo has conseguido.
Al rió.
—¿Qué tengo de malo, True? ¿Qué es tan extremadamente repulsivo? ¿Crees que algún día llegaremos a llevarnos bien? A lo mejor podríamos ir a ver películas de zombis de serie B y besarnos en la última fila.
True rió.
—Te estás pasando.
Entonces Al cogió a True de la mejilla y la besó (y he de deciros que ahora me sentía como una auténtica voyeur).
Lo más sorprendente de todo fue que True le devolvió el beso. Le aferró los hombros y se besaron durante un tiempo indeterminado que a mí, la horripilante chica de las sombras que contenía la respiración, me pareció una eternidad.
Al deslizó una mano por la rodilla de True y ella la apartó. Se separaron y True murmuró con voz jadeante, tan bajo que apenas pude oírla:
—No demos a esto más importancia de la que tiene.
No volvieron a besarse, pero se quedaron muy juntos. True jugueteó con la corbata de Al, surgiendo súbitamente una intimidad entre ellos que bien podía interpretarse en el brillo de los ojos de Al y también en los de True.
—No quiero darte falsas esperanzas, Al —dijo True—. No es el mejor momento para que ninguno de los dos se involucre en una relación… con el instituto y Sacha, y los planes de futuro y todo lo demás.
—Irás a la universidad que quieras —dijo Al—. No hace falta que te preocupes por el instituto constantemente.
—Ha sido una semana muy estresante —replicó True—. Será mejor que dejemos esto para cuando acabe el curso.
—¿Como un área de descanso? ¿O una llamada de teléfono en espera? —Al sonrió y se inclinó hacia delante, intentando besarla en la mejilla. True apartó la cara y soltó la corbata.
Entonces un montón de obras de Shakespeare apiladas precariamente junto a la puerta decidió que había llegado el momento de derrumbarse y se esparció aparatosamente por el suelo. Mi intento de mantenerla en pie solo provocó más ruido. Un tomo especialmente pesado (debían de ser las obras completas de Shakespeare) me cayó en el pie y lancé un juramento.
True y Al se volvieron hacia mí con un sincronismo casi cómico. Sus ojos revelaron sus sentimientos: confusión, miedo, sobresalto.
—Oh, Dios —exclamó True en cuanto me reconoció. Apartó a Al, cerró bruscamente el portátil, se lo puso bajo el brazo y agarró el bolso antes de salir del barracón.
La puerta se cerró de un golpe tras sí.
Little Al se quedó al otro lado del despacho con una sonrisa tensa en el rostro, las mejillas sonrojadas y las manos hundidas en los bolsillos.
—¿Cuánto llevas aquí? —preguntó.
—Desde que… desde que has preguntado «quién es ese chico» —murmuré yo—. Lo siento. Había venido a hablar con True. Lo siento.
Al levantó la cabeza y respiró hondo.
—No pasa nada. Puedes compensármelo haciendo las paces con Sacha. Preferiría que no se fuera a la tumba pensando que le odias. ¿Le odias?
—No, pero me siento traicionada.
—Ya, y seguramente debes sentirte así. —Al suspiró—. Por mucho que lo desee, no puedo arreglarle los problemas. Ya tengo bastante con lo mío. Y bien, ¿te has divertido viendo cómo me mandaban al cuerno con todas las de la ley?
Me mordí el labio.
—No te han mandado a ningún sitio. Si yo no hubiera estado aquí, habría salido bien.
—No. —Al se derrumbó en la silla giratoria—. No le gusto. Nunca le he gustado ni creo que le guste nunca.
—Te ha devuelto el beso. ¿Por qué no vas tras ella?
—No le gustaría. Plantarme delante del baño de chicas y llamarla solo llamaría la atención sobre nosotros.
—Puedo hablar con ella.
—Hazlo. Y no te olvides de Sacha.
—¿Cómo iba a hacerlo? —dije—. ¿Dónde está?
—En el médico.
—Ah.
Los ojos se me llenaron de lágrimas.
—Ven a darme un abrazo —dijo Al tendiendo los brazos.
—¿Qué? —Intenté reír—. ¿Por qué?
Fui hacia él llorando y nos abrazamos en medio del barracón.
—Estamos fatal, ¿eh? —susurró Al.
Me aparté.
—Ve a hablar con True —dijo Al—. Yo intentaré hacer vudú, a ver si consigo que me quiera.
—Ahora iré. Espero que el vudú funcione.
Me di la vuelta para salir por el despacho de audiovisuales.
—Espera —dijo Al.
Me volví.
—Te conviene hacer las paces con Sacha.
—¿Y eso por qué?
—Porque puede dar buenas referencias tuyas ahí arriba. Conseguirte un buen sitio cuando sea tu hora. —Al guiñó un ojo.
Yo reí a pesar de lo mal que iba todo. A veces reír es lo único que se puede hacer.
—No entiendo por qué True todavía no se ha enamorado de ti.
—Exacto —dijo Al—. Soy un Errol Flynn moderno.
True estaba sentada en el mismo váter en el que había estado yo (la puerta estaba abierta y ella de frente, como si se esperara que yo viniera), con un pañuelo en la mano. Cuando me vio esbozó una sonrisa tensa.
Aunque era alta y elegante y actuaba con mucha más confianza de la que había visto jamás en mi madre, aquella mañana, al mirarla, no pude evitar ver a Rachel. Había cierta fragilidad en ellas, la de mi madre disfrazada de tristeza, la de True oculta bajo su feroz sonrisa.
—La otra noche te saltaste la cita con mi madre —dijo.
—Lo sé —repuse—. Me pasaré esta tarde a charlar con ella.
True sonrió.
—¿No es alucinante?
—¿El qué?
—Todo. La coincidencia. Los seis grados de separación. La muerte. No sé. Es un día raro. Es un año raro.
—Eso lo he escrito yo —dije señalando «La magia existe».
—¿Existe realmente la magia? —preguntó True.
—Solo si quieres que exista —contesté.
True se secó los ojos con el borde del pañuelo. Debía de ser la única chica que conocía que llevaba pañuelo.
Al oír el timbre que anunciaba el final de la hora de comer, tragó saliva con fuerza y se puso en pie.
Se detuvo frente al espejo, sacó el neceser y se empolvó la nariz.
—Me siento como una idiota.
—No lo eres. Dime, ¿qué tiene de horrible Little Al? ¿Le huelen los pies? Porque he notado cierto tufillo y no estoy segura de si era él o los chicos de AV…
True rió.
—Ven —dijo—. Déjame que te maquille.
—Puede que la magia sí que exista —contesté sonriendo.