Jewel
Me abracé las piernas contra el pecho. La banda que tocaba ahora era más estridente que la del padre de Al. Little Al y su familia habían ido a bailar, así que Sacha y yo nos habíamos quedado solos.
Algunas familias con niños pequeños se habían ido a casa y había llegado gente nueva. Reconocí algunos profesores del colegio. Vestían más informal y un par de ellos iban haciendo eses y riendo más fuerte de lo normal.
Sacha vio que observaba a la profesora de matemáticas.
—Tiene gracia que los profesores se emborrachen. Si se toma otro par de copas de vino, los estudiantes no dejarán de recordárselo —dijo.
—Ya —reí.
Él se volvió y me miró.
—¿Tienes frío? —me preguntó.
Solo llevaba el vestido, las playeras y los guantes de punto. La noche había refrescado y podía ver frente a mí mi propio aliento en forma de susurrante nubecilla.
Asentí.
Él se quitó la chaqueta y me la dio.
—Gracias —dije—. ¿Y tú?
—Llevo otra capa. —Sacha señaló la camiseta de manga larga que llevaba debajo.
Sonreí y me puse la chaqueta. Era de lana y conservaba su calor.
Contemplamos a Al bailando con su hermana pequeña al ritmo de la música.
—Lo que me encanta de Al —dijo Sacha— es que le da igual lo que piensen los demás. Hace lo que quiere y lo que le apetece, sin pensar en lo que va a pasar. Me gustaría ser así de… ¿se dice espontáneo? ¿Espontaneidad? Vaya palabreja.
—No creo que esté tan seguro de sí mismo —repliqué yo—. Los que parecen más valientes suelen ser los que están más asustados. Seguramente se esfuerza mucho para ser como es.
—Creo que sé a qué te refieres —dijo él—. Como hoy, cuando se ha quedado de piedra.
—¿Por qué se ha quedado de piedra?
—Hemos visto a True besando a un desconocido —repuso Sacha—. Menuda sorpresa, ¿no?
—Ja, menudo chisme —apunté yo—. Pero ¿por qué se ha quedado de piedra?
—Está enamorado de ella.
—¿Salen… juntos?
—No. Nunca han salido juntos —respondió Sacha—. Es un amor no correspondido que dura desde hace cinco años.
—¿Ella sabe que Al está enamorado?
—Desde el principio. Al lo anunció por megafonía el segundo semestre de séptimo.
—Aun así, ella debería poder salir con chicos, ¿no? —dije yo—. No está obligada a corresponder sus sentimientos.
Sacha tragó saliva.
—Supongo. Es solo que… no sé, podría haberle dicho: «Mira, estoy saliendo con un chico. Tienes que olvidarte de mí». Nunca ha sido clara con él.
—¿No deberías dejar que lo resolvieran entre ellos?
Sacha frunció el ceño.
—¿Por qué tienes que ser tan inteligente? Me he pasado cinco años intentando solucionar esto y ahora apareces tú con todas las respuestas —dijo con un brillo travieso en los ojos.
Sacudí la cabeza riendo.
—Supongo que por eso antes estaba tan rara.
—Eso habrá contribuido. —Sacha se encogió de hombros—. No sé.
Después me sonrió y preguntó:
—¿Te apetece bailar?
—Soy incapaz de bailar aunque me vaya la vida en ello.
Sacha señaló con un gesto a los niños y a los adultos que daban vueltas riendo, algunos de ellos borrachos.
—Dudo mucho que eso importe —dijo. Se puso en pie, me cogió de la mano y me hizo levantarme.
Me arrastró hasta un pequeño espacio libre donde la música se oía más fuerte. En cuanto llegamos, la canción se acabó.
—Oh —suspiré.
Intenté dar marcha atrás, pero Sacha me sostuvo con fuerza la mano. Y por muchas ganas que tuviera de irme y sentarme, yo tampoco quería soltarla.
—Esperaremos a la siguiente canción, Jewel —dijo Sacha—. No vas a librarte de esta. —Sonrió.
—De verdad, parezco un pez con un ataque epiléptico —dije yo—. No es agradable.
La sonrisa de Sacha se hizo más amplia.
La banda empezó a tocar la siguiente canción, una lenta. Puse la mano torpemente en su hombro y él me pasó una mano por la cintura y con la otra me cogió la mano libre. Bailamos despacio, casi sin movernos, yo mirando a cualquier parte menos a él.
Mi mirada se cruzó con la de Little Al, que se acercó. Estaba acunando al bebé de su hermana.
—Eh, chicos —dijo—. ¿Adivináis a quién han designado conductor de la familia esta noche?
Hizo un gesto en dirección a su madre, que estaba contando una escandalosa anécdota a una pareja de profesores que había acorralado. David y June —el padre de Al y su novia— reían un poco más fuerte de lo normal para estar sobrios.
Sacha sonrió.
—¿A ti?
—Sí. —Al le devolvió la sonrisa y acunó al bebé—. Con un poco de suerte, no le irán diciendo a todo el mundo cómo se llaman. Si no, la gente empezará a asociarme con esos borrachos simpáticos.
—Bueno, es el mejor tipo de borrachera —dijo Sacha.
—Siento discrepar. Siempre que mi madre bebe de más, se pone a contar con todo lujo de detalles el nacimiento de sus hijos, creyendo que hace gracia. No tiene nada de malo, pero un día lo hizo en la fiesta navideña del trabajo y la despidieron.
—¿La despidieron por hablar de partos? —pregunté.
—Fue bastante asqueroso. Además, vomitó en la oficina y estropeó un par de ordenadores.
—Qué bonito.
—Mi familia tiene estilo, Jewel Valentine. —Al guiñó un ojo—. En fin, aquí hay mucho ruido para Bobby. —Sonrió al niño, que miraba a su alrededor con gesto inexpresivo pero alerta.
No sé a ciencia cierta si la canción era especialmente larga o solo era una sensación, pero parecía que llevábamos diez minutos bailando. No es que no me gustara, que sí que me gustaba —la sonrisa de Sacha, su cálida mano en la mía, su otra mano en mi cintura, la noche en sí misma, la música—, pero si no tenía cuidado, el corazón me iba a saltar del pecho. Me daba pánico pisarle o acercarme demasiado. Estaba nerviosa. Me preocupaba que me sudaran las manos o que me oliera el aliento, o que de tan cerca viera lo mal que tenía la piel.
Recuerdo haber visto bailar una vez a mis padres. Fue después de que muriera mi hermano. Mis padres llevaban tiempo durmiendo en habitaciones separadas (si es que podían dormir). Todo estaba patas arribas y del revés. Un día salí de mi cuarto y vi que estaban bailando en la sala de estar, lentamente y en silencio. Había tres botellas de vino vacías en la mesa de la cocina y sonaba un viejo cedé. Mi mente de ocho años llegó a la conclusión de que las cosas estaban mejorando, de que mis padres volverían a ser felices, de que podríamos rehacer la familia en torno al vacío que había dejado Ben.
Me equivocaba.
Como siempre, estaba increíble y dolorosamente equivocada.
Después de que mis padres bailaran en la sala de estar, se sucedieron tres cosas rápidamente, tanto que apenas tuve tiempo de asimilar lo que estaba ocurriendo: mi padre se fue, mi madre tomó una sobredosis y a mí me enviaron con mis abuelos.
—Me gustas mucho, Jewel —dijo Sacha. Sentí su cálido aliento en la cara.
—Tú también me gustas mucho —repuse yo.
Quería inclinarme y besarle. Creo que los dos pensábamos lo mismo, pero ambos vacilamos, la canción cambió de estrofa y seguimos bailando. Y el momento desapareció… no pasó, simplemente se desvaneció.
—¿Has visto Atrapado en el tiempo? —pregunté—. ¿La película en la que Bill Murray revive el mismo día una y otra vez?
—Sí, ¿por qué? —preguntó Sacha.
Sacudí la cabeza.
—Hoy es el día que yo elegiría para revivir, si tuviera la oportunidad.
—¿Por qué hoy?
—Bueno, ha hecho muy buen tiempo. Es fin de semana. Hay una fiesta fantástica. Tú estás aquí…
—Lo sé. Soy maravilloso, ¿verdad?
—Cierra el pico —le espeté, riéndome—. Si volviera a revivirlo, me haría pintar la cara en lugar de pasarme casi todo el día encaramada a un árbol.
Esta vez Sacha no rió, solo esbozó una sonrisa.
—Sabes que hacen fiestas y ferias continuamente en un montón de sitios, ¿no? Lo más probable es que el próximo fin de semana haya alguna en algún sitio donde podrías pintarte la cara.
—¿El fin de semana que viene no es tu cumpleaños?
—Sí —asintió Sacha—. ¿Hiciste algo especial cuando cumpliste los dieciocho?
Negué con la cabeza.
—No me van las fiestas. Y tú, ¿tienes algún plan?
—Más o menos. Bueno, en realidad no. Es complicado organizar algo cuando tienes dos amigos y uno de ellos odia al otro. Aunque ahora tú y yo también somos amigos y a ti te caen bien los dos, ¿no?
Asentí.
—Solo tenemos que conseguir que True deje de odiar a Al —dijo Sacha—. Después podemos llevar la paz a Oriente Próximo, detener el calentamiento global y, no sé, ir a los bolos por mi cumpleaños.
—Me gusta jugar a los bolos —convine.
—Mientras te guste mantener la paz, estamos listos.
Vacilé un instante antes de que un torrente de palabras brotara de mis labios sin previo aviso.
—Cuando tenía ocho años, mi padre se fue. Pero antes de que se fuera, él y mi madre llevaban semanas peleándose mucho. Alternaban períodos de auténticos gritos y peleas violentas con otros de silencio total, en los que se encerraban en sus respectivos cuartos y no paraban de llorar.
Sacha preguntó tan suavemente como pudo sin que la música ahogara sus palabras:
—¿Pasó algo más? ¿Algo que les llevara a actuar así?
—Siempre hay algo más —dije yo—. Yo procuraba mantener la paz. Tenía ocho años. Cuando lloraban, intentaba hablar con ellos, intentaba ayudar. Pero cuando gritaban y se tiraban los trastos por la cabeza, me escondía. Siempre me he culpado de que al final se separaran. Pensaba que podría haber arreglado las cosas, que podría haber notado antes que las cosas iban mal y detenerlos, impedir que rompieran nuestra familia.
—Ya sabes lo que dicen siempre —replicó Sacha—. «No es culpa tuya». Tus padres siguen queriéndote, el problema es solo entre ellos.
—Nunca me dieron esa charla. Mi padre se largó.
—Oh, Jewel —exclamó él—. No te diré que lo siento porque de tanto decirlo la gente ha perdido su significado, pero, si te sirve de algo, lo siento de verdad.
—Mierda —mascullé—. No debería habértelo contado. Solo te falta eso. Y con lo de tu madre…
—Eh, para eso están los amigos —dijo él—. Esa es otra de las cosas que se dice con demasiada frecuencia, pero sigue siendo verdad.
La canción había acabado y estaba sonando otra más animada. Aun así, no nos separamos. Dejé la mano en su hombro y él apretó la suya con más fuerza alrededor de mi cintura. Estábamos muy cerca… mucho más que al empezar la canción.
De repente, alguien me agarró del brazo y me dio la vuelta. La madre de Al me echó los brazos al cuello y me abrazó. Después se apartó, sonriendo de oreja a oreja.
—Ojalá mi hijo fuera con una chica tan encantadora como tú… ¿Cómo habías dicho que te llamabas? —preguntó, guiñándole un ojo a Sacha—. Esa True Grisham es tan… distante. ¿Esa es la palabra? ¿Distante?
—Es agradable cuando la conoces —dijo Sacha—. Las dos, Jewel y True.
Sal le sonrió.
—Te quiero, chico. ¿Te lo había dicho?
En ese momento empezó a llover a cántaros.