Sacha
Jewel me cogió la mano para bajar, después se dio la vuelta y me miró. Estábamos demasiado cerca, y ambos dimos un paso atrás al mismo tiempo.
—No te has pintado la cara —observó Jewel. Las luces del festival y la luna solo iluminaban parte de su rostro.
—¿Qué? —dije yo—. Ah, no. Lo de Spiderman era cosa de Al.
—Ya me lo imaginaba —convino Jewel.
Volvimos a la fiesta. Las paradas y las atracciones ya estaban cerradas y la gente que se había quedado estaba en la cancha de baloncesto, cerca del escenario, donde ahora tocaba una banda de rockabilly.
—¿Vamos a comer algo? —pregunté.
—Genial —dijo Jewel—. Un rato más en el árbol y me muero de inanición.
Sonreí.
—Lo dudo.
—True.
Levanté la vista. Pero no, no era True; Jewel solo estaba diciendo que era verdad.
—Siento que no te lo hayas pasado bien —dije—. Ya sé que es mucho más divertido cuando conoces a la gente.
—Sí que me he divertido —replicó ella—. Siento haber desaparecido de esta forma tan rara y haberme escondido en un árbol.
Me encogí de hombros.
—Lo raro no me molesta.
—Bien, porque va a haber muchas más rarezas.
Me reí.
Llegamos a la cancha de baloncesto. La banda estaba situada en un extremo, y grupos de profesores, estudiantes, familias y amigos se arremolinaban frente al escenario. Algunos habían extendido mantas de picnic, otros tenían sillas plegables. A lo largo del recinto había pequeñas carpas donde vendían vino y comida.
Nos detuvimos un momento, hasta que localicé a Al. Estaba subido a una silla, haciéndonos señas como un loco. Si ya era de por sí alto sin la silla, subido a ella le sacaba un palmo a todo el mundo.
Nos abrimos paso hacia él. Al estaba con un par de hermanas, un hermano y su madre. La banda estaba tocando una estridente versión de una canción que reconocía pero cuyo nombre no recordaba. El grupo era bastante bueno y vestía al estilo de los cincuenta.
—¡Eh! —gritó Al para hacerse oír entre la música—. ¡Os he guardado sitio!
Nos sentamos. Jewel sonreía incómoda y apretaba la mochila contra el pecho como si fuera un escudo.
Mason, el hermano de Al, se inclinó hacia nosotros.
—¿Tenéis hambre, chicos?
Se levantó antes de que pudiéramos contestar.
—Os pillaré unos perritos calientes. ¿Alguien más? ¿Miri?
La hermana mayor de Al estaba dando el pecho al bebé.
—Sí, tráeme uno —dijo.
Las sillas estaban colocadas en un semicírculo irregular alrededor de la manta de picnic. Maddie dormía en la falda de su madre.
—Mamá —dijo Al—, esta es Jewel. Jewel, esta es mi madre.
—Encantada de conocerla —murmuró Jewel.
Sal esbozó una amplia sonrisa.
—Encantada de conocerte a ti, cariño —repitió—. Jewel es un nombre muy bonito. —Se giró hacia Al—. ¿Esta es la chica que me decías que le ha salvado la vida a Sacha?
Al asintió.
—No es para tanto —dijo Jewel.
—Claro que lo es —replicó Sal—. A la gente como tú la condecoran, ¿verdad, Al?
—Desde luego —asintió él.
—¿Cómo se llama la banda? —preguntó Jewel, cambiando de tema.
—Oh —dijo Al—. Cada semana tiene un nombre diferente. El batería es mi padre. No es solo una cara bonita —añadió sarcástico.
—¡No hables así de tu padre! —Sal se volvió hacia Jewel—: En nuestra familia todos tenemos muchos talentos ocultos bajo la manga. Y consideramos al joven Sacha parte de esta familia. —Me guiñó un ojo—. Me llamo Sal, por cierto. Sal Mitchell.
Sal presentó a Jewel a toda la familia. Miri dejó el bebé en el cochecito y lo meció con suavidad. La banda terminó la canción que estaba tocando y empezó otra.
—Tienes los ojos de diferente color —comentó Sal—. Uau.
Jewel se sonrojó.
—Se llama heterocromía —explicó Al.
Miri lanzó un resoplido.
—¿Cómo te cabe todo eso en la cabeza?
—¿Wikipedia? —pregunté yo.
—Lo aprendí en ciencias de séptimo curso, ¿vale?
—Hiciste ciencias de séptimo cuando ibas a tercero —repuse yo.
—Es sencillo —replicó él asintiendo—. Viene del griego. Hetero, «diferente». Cromía, «color».
—Eso significa… —dijo Sal sonriendo— ¿que yo soy homocrómica?
Lanzamos todos una carcajada.
—¡Deja de hacer el tonto, mamá! —gimió Miri.
A pesar de que la familia de Al era un poco ordinaria, miserablemente pobre y tan alta que te podías perder en ella, deseé que fuera la mía. Por mucho que quisiera a mi padre, el hecho de que solo fuéramos él y yo producía una sensación de mucha soledad, y más aún cuando nos convertíamos en él, el señor Carr y yo, separados del resto del mundo.
Alguien me alborotó el cabello.
—¿Cómo va, gente?
Hablando del diablo.
Sal sonrió y parpadeó varias veces.
—Señor Thomas, qué alegría verle.
Mi padre se acercó y le estrechó la mano en un incómodo saludo.
—Llámame Tristan.
—Tristan. —Sal se abanicó con la mano.
—Mamá —suspiró Al—. Es gay. —Después se volvió hacia mi padre—: Está colada por usted.
Me reí.
—Te has pasado un poco, Al —le riñó Sal, mirándole con el ceño fruncido.
Mi padre sacudió la cabeza y, sonriendo, fue saludándolos a todos. Se detuvo al llegar a Jewel.
—Me parece que no nos conocemos.
—Soy Jewel.
Se estrecharon la mano.
—Tienes unos ojos preciosos, Jewel —dijo él.
—Gracias —murmuró Jewel con la mirada baja.
—¿Dónde está el señor Carr? —le pregunté.
—Jason ha ido a comprar algo de comer —replicó mi padre—. ¿Necesitarás que te acompañe a casa, Sach?
Al contestó por mí.
—Ya le llevamos nosotros. Tenemos varios coches. Siento haber dicho lo de que eres gay. No somos homófobos ni nada de eso.
—De hecho, yo soy homocromática —dijo Sal.
Todos volvimos a reír.
Mi padre me sonrió débilmente.
—Supongo que estaréis bien, chicos. Nos vemos después, Sacha. —Dirigió una última mirada al grupo, deteniéndose brevemente en Jewel, que estaba a mi lado—. No dejes que mi hijo se quede hasta muy tarde, Sal.
—Ya sabes que cuido de él como si fuera hijo mío.
Mi padre sonrió.
—Adiós.
Cuando se fue, Jewel se inclinó y me susurró:
—Tu padre me cae bien.
—Le cae bien a casi todo el mundo.
La banda de rockabilly tocó su última canción. El padre de Al hizo un redoble final de batería y todos aplaudimos como locos. Al se subió a la silla y silbó.
Cuando el padre de Al y su novia se reunieron con el grupo, Al les presentó a Jewel.
—Jewel, este es mi padre, David —dijo—. Y esta es June. Papá, June, esta es Jewel.
Jewel les estrechó la mano y murmuró «hola». Los dos se sentaron y, cuando todos tuvieron bebida, siguieron charlando ruidosamente.
Jewel frunció el ceño y me susurró:
—¿June es pariente de Al?
—No, es la novia de su padre. Su madre y su padre están separados, pero viven todos bajo el mismo techo —le expliqué.
—Es un poco raro.
—Al principio a mí también me lo parecía, pero todos tenemos nuestras rarezas. Pasa por alto las rarezas de los demás y ellos lo harán con las tuyas.
Jewel me sonrió.
—Tendrían que hacer un adhesivo para coches con esa frase.
Hablábamos susurrando, muy cerca el uno del otro. Era un momento apacible, perfecto: ver la luna meciéndose en el cielo, formar parte de aquella ruidosa familia llena de alegría aunque un poco rara, el olor a barbacoa en el aire, hablar en susurros con Jewel. De alguna forma, la cancha de baloncesto de la escuela se había vuelto mágica.
Quería capturar y conservar ese momento como un último recuerdo feliz, para poder recuperarlo y revivirlo. Quería acercarme un poco más y besar a Jewel, pero habría sido estúpido e incómodo hacerlo delante de la familia de Al, pero Dios, cómo lo deseaba.
Mason volvió con unos perritos calientes rebosantes de cebolla y salsa de tomate. Jewel y yo nos separamos bruscamente.
—¡Has tardado un montón! —exclamó Al.
Mason no le prestó atención.
—Están calientes —nos avisó.
—Gracias —dijo Jewel—. ¿Cuánto te debo?
—Esta ronda pago yo —replicó él.
—¿Puedes aguantar esto un segundo? Voy a buscar una Coca-cola —dije yo, alargándole mi perrito caliente—. Vuelvo enseguida.
—Vale —replicó Jewel—. ¿Me puedes traer una? —Le dio los dos perritos a Al y hurgó en su bolso.
—Tranquila, costará unos cinco dólares. Ya pago yo —dije.
Fui hacia la carpa de las bebidas serpenteando entre los grupitos de gente y me tropecé con alguien.
—Lo siento —mascullé. Después levanté la vista—. ¿True?
Nos quedamos mirando fijamente.
—Eh —dijo ella—, no te he visto en todo el día.
—Qué curioso —repliqué yo—, porque Al y yo sí que te hemos visto a ti.
El rostro de True no dejó entrever el menor atisbo de culpabilidad.
—Tengo que irme, Sacha. Mi madre va a acompañarme a casa…
Yo la interrumpí.
—¿Quién era ese chico?
True puso los ojos en blanco.
—¡Oh! No me digas que ahora Michael está deprimido.
—De hecho, lo está —contesté yo—. Pero eso no viene al caso. Creía que no querías liarte con nadie.
—¿Ahora resulta que tú también estás enamorado de mí? —Su tono era seco.
—¿Sabes lo que más me gusta de ti, True? Tu humildad, tu amabilidad, tu consideración por los sentimientos de los demás…
—Puede que la otra noche cambiara de actitud. Y pensara… que a lo mejor debería empezar a vivir la vida.
—¿Y lo siguiente que haces es morrearte con un tío en la escuela? Vas rápida, True.
—Ah, por favor —murmuró ella—. Hace siglos que le conozco, ¿vale?
—Cuando dije que tenías que «divertirte» no hablaba de «morrearte con un tío y romperle el corazón a Al».
—No tiene el corazón roto —dijo True—. Se le pasará enseguida. Está montando un drama por nada.
—Se ha quedado prácticamente catatónico —repliqué—. Después se ha puesto histérico. No sé qué ha sido peor.
—Quizá deberías dejar de hablar en su nombre —dijo True—. Quizá deberías dejar de intentar emparejarnos.
—Yo no estoy haciendo eso —contesté indignado—. No lo he hecho nunca.
True torció el gesto.
—Sacha, no quiero hablar de esto ni aquí ni ahora…
—True…
—¡Deja de interrumpirme! —susurró ella. Una profesora que pasaba cerca nos miró con aire preocupado. Ambos le sonreímos y siguió su camino.
—Tengo que contarte algo importante —dije.
True suspiró.
—No lo entiendes, ¿verdad? Siempre te pones melodramático. No todo gira en torno a ti. No puedes obligar a la gente a hacer lo que tú crees que tiene que hacer. Existe algo llamado libre albedrío, ¿sabes lo que es?
—No te pongas así y escúchame —murmuré. A medida que hablaba, True había ido levantando la voz. La serena, templada y calmada True Grisham estaba nerviosa y alterada. Era extraño. Los planetas debían de estar mal alineados.
True suspiró de nuevo. Un niño chilló en la lejanía. Empezó a tocar otra banda. La batería retumbaba en el asfalto de la cancha de baloncesto, bajo nuestros pies, y sentía la vibración extendiéndose por mi cuerpo.
—Yo… —empecé.
—Espera —dijo True—. Primero quiero decirte algo. —Se interrumpió para ordenar sus pensamientos, y luego dijo—: Me importas mucho, Sacha, pero últimamente nada me va bien y tú estás haciendo cosas raras y sin sentido. Quiero ayudarte, sea lo que sea lo que te esté pasando, pero me lo estás poniendo muy difícil.
Lancé una carcajada que sonó a falsa, y mi intento de parecer despreocupado fue un fracaso.
—Pareces mi madre.
La referencia a mi madre turbó visiblemente a True. Cuando se recobró, me preguntó con voz calmada:
—¿Qué pasó en el lago, eh?
—Está relacionado con eso tan importante que tengo que decirte…
True se frotó las sienes y dijo:
—Escúpelo, Sacha.
—No puedo decírtelo aquí y ahora, ¿vale? —farfullé. Tragué saliva y me obligué a respirar. Inhalar. Espirar.
True abrió la boca para hablar —la frente fruncida y una mirada suplicante en el rostro—, pero de repente apareció Jewel junto a mí.
—Eh, ¿y las bebidas?
Se produjo un microsegundo de silencio que pareció una eternidad, como si me hubiera quedado atrapado en un fotograma.
—Me tengo que ir —dijo True—. Ya hablaremos en otro momento.
Sonrió brevemente a Jewel con una sonrisa distraída. Después dio media vuelta y se fue hacia el aparcamiento. Jewel y yo nos quedamos mirando cómo se alejaba.
Los momentos del día favoritos de Sacha
El breve instante antes de que aparezca el sol en el horizonte, al amanecer.
El final del día, cuando el sol se ha puesto y la luna todavía no ha salido.
La medianoche en las noches claras y tranquilas, cuando todo está en silencio.