12

Sacha

Era la tarde de un sábado soleado y espléndido.

Estaba absorbiéndolo todo. Absorbía las cosas corrientes y todo lo que antes me parecía feo. Estaba absorbiéndolo todo y respirando hondo, y Dios, todo era hermoso. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

Llevaba de la mano a Maddie, la hermana pequeña de Al. Little Al la cogía de la otra mano. Levantamos los brazos y Maddie se columpió entre los dos, lanzando grititos. Su vaporoso vestido rosa (que había heredado de sus hermanas mayores y el sol había desteñido hasta dejarlo casi blanco) se arremolinó a su alrededor.

—Debemos de parecer un par de tipos raros —dijo Little Al mirándome.

Llevaba camisa y chaleco, muy propio de Al, que trataba de dar un toque estrafalario. La gente se acercaba a él constantemente creyendo que era uno de los artistas callejeros.

—Eso es porque somos un par de tipos raros —repliqué yo.

La fiesta me había animado; no había lugar para la depresión entre todas aquellas casetas de feria, el entusiasmo y la música de la banda. La escuela, desierta los sábados, estaba llena de vida y alegría.

Las tazas gigantes color pastel giraban perezosamente en el campo de deportes. Dejamos de columpiar a Maddie y ella tiró de Al para que la llevara a la atracción.

—Más tarde, Mads —dijo él—. Ahora, tendríamos que comprar algo de…

Se quedó callado.

—¿Comer? —propuse yo.

No hubo respuesta.

Al principio pensé que estaba dándole vueltas a una fórmula científica o a la tabla periódica, como era habitual en él. La clase de cosas que yo no entendía. Había dejado ciencias en cuanto había podido, a pesar de que Little Al se había ofrecido una y otra vez a darme clases particulares. Pero sus clases eran más complicadas y confusas que las propias ciencias.

Así que, al ver que miraba al vacío, supuse que estaba intentando descifrar el sentido de la vida, del universo y todo eso, o algo igual de incomprensible.

Pero no. Se había quedado inmóvil, mirando directamente al frente. Dirigí la vista hacia donde miraba. Noté vagamente que Maggie me tiraba de la mano.

True Grisham —la chica dedicada por entero a su carrera, mi mejor amiga— estaba al otro lado del campo de deportes, junto a la pared de escalada, haciendo manitas con un chico (ni idea de quién) entre risas.

Aunque Al seguía en pie, parecía casi en estado de coma. Me daba miedo que se desmayara. Era mucho más alto que yo y pesaba mucho más, y no habría podido arrastrarlo a ningún sitio. Maddie tampoco habría resultado de gran ayuda.

La niña me tiró de la mano.

—¿Taza?

—Dentro de nada —repliqué.

A veces ves a alguien haciendo algo que no cuadra en absoluto con la idea que tienes de esa persona y te das cuenta de que, en la mayoría de las ocasiones, no conoces realmente a la gente, ni siquiera a tus mejores amigos.

Solo consigues saber un poquito más de esa persona —lo que quiere dejar ver o deja ver sin darse cuenta— y entonces te inventas un montón de sandeces de la imagen que te haces. Así que tampoco importa mucho cómo es en realidad la gente. En serio, puedes acabar pasando toda tu vida casi con cualquiera, sin importar quién, porque la persona que es para ti depende completamente de cómo la ves tú. Puede que al final haya sido una buena idea no elegir filosofía para este curso.

La imagen que tenía de True Grisham estaba patas arriba. La idea que tenía de quién era y qué era, qué hacía y por qué lo hacía, estaba hecha pedazos.

La True Grisham que yo veía era lista, dedicada, trabajadora. True Grisham estaba dispuesta a sacrificar la amistad y la diversión por su carrera. Sí, True Grisham solo miraba hacia delante. Sí, a veces lo que quería de la vida difería de lo que querían los demás. Desde luego, tenía que aprender a divertirse.

La True Grisham en estado puro no tenía tiempo para salir con chicos. Eso no formaba parte de su estrategia. No, señor. Lo había dejado muy claro.

Me di cuenta de lo poco que conocía a True Grisham interiormente. Me daba miedo pensar que la imagen que tenía de ella solo fuera una caricatura de contornos borrosos y personalidad bidimensional.

O tal vez la True Grisham que veía al otro lado del campo de deportes, besando a aquel misterioso chico, solamente era un clon de nuestra True Grisham. La True Grisham que formaba parte de mi vida y, de una extraña forma, de la de Little Al, estaba en la oficina del periódico escribiendo un artículo, mejorando su currículum o haciendo algo serio y propio de True Grisham para mejorar sus perspectivas de futuro.

Nos habíamos metido en la enfermería.

Estaba vacía y apenas se oía el ruido del exterior.

Maddie había encontrado polos con electrolitos en la nevera y se entretenía lamiendo uno. Little Al, que se había tumbado sobre un raído cubrecama de los Wiggles, se apretaba una bolsa de hielo contra la cabeza sin motivo alguno. Yo estaba sentado al pie de la camilla.

—Hemos entrado en un universo paralelo, Duck. Hay una brecha en el continuo espacio-tiempo. Esta no es nuestra realidad. ¿Tengo el pelo de otro color? —Parecía aterrorizado.

—No, Al, tienes el pelo de siempre. Y seguimos en nuestro universo. —Después añadí—: La otra noche cené con True y no me dijo nada sobre ese chico. Ni una palabra.

El polo de Maddie era de color violeta y tenía la boca como si se hubiera comido un puñado de moras.

—No sé si mi vida volverá a ser la misma, Duck. —Al sacudió la cabeza.

—No te pongas melodramático, Al. Nunca se me habría pasado por la cabeza que True sucumbiera a algo tan trivial como las hormonas.

—Puede que su padre sea el propietario de algún periódico importante.

Ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Maddie seguía chupando ruidosamente el polo.

—Puede que a ella le guste de verdad —dije yo con suavidad.

Little Al tardó un minuto en contestar.

—No me sentiría ofendido si hubiera besado a una chica, ¿sabes? Pero es un chico, lo que da a entender que no evita las relaciones, sino que solo me evita a mí.

Antes de que tuviera oportunidad de responder, la secretaria entró en la enfermería y nos dijo que nos fuéramos. Pero aunque hubiera tenido tiempo de decir algo, no sé qué le habría dicho, o si realmente había algo que decir. A veces con quien más cuesta hablar es con tu mejor amigo, porque te toca muy de cerca.

Animales que a Sacha le gustaría ser para poder librarse de las preocupaciones humanas y limitarse a pensar en su próxima comida

Un leopardo de las nieves.

Una tortuga gigante.

Un oso panda.

Un dragón.

Un suricata.

Volvimos al campo de deportes —en contra de mi buen juicio— y, por suerte para nosotros, True y su misterioso acompañante ya no estaban.

Habíamos vuelto porque Maddie no paraba de insistir en subirse a las tazas. En ese momento deseé volver a tener cuatro años para no darme cuenta de que la gente que me rodeaba estaba al borde de una crisis nerviosa. Quizá lo mejor es que las cosas te pasen inadvertidas. Cuanto menos sepas, mejor.

Hay que decir en favor de Al que no estaba hecho un mar de lágrimas. Cogió en brazos a Maddie y le limpió la cara con una servilleta. En ese momento se acercó un chico disfrazado de payaso que hacía animales con globos.

Yo me alejé, porque cualquiera que fuera disfrazado de payaso me hacía sentirme incómodo.

Un par de compañeros de clase que pasaban por allí saludaron y después vi al señor Carr. Creo que nuestras miradas se cruzaron un instante, pero fue demasiado fugaz para estar seguro.

Y entonces, por supuesto, apareció la persona a la que llevaba esperando todo el día, a pesar de no tener ni idea de qué hacer cuando la viera.

Ella me vio y me saludó, algo vacilante. Llevaba un vestido de cachemira —nunca la había visto con vestido— y a medida que se acercaba fui advirtiendo los pequeños detalles: los mitones de punto, el colgante en forma de flor, los pendientes de plata.

Se detuvo frente a mí y sus manos revolotearon nerviosas hasta el cuello. Jugueteó con el pelo.

—Hola —dijo.

—Hola.

—Ayer no te vi en la escuela, ni tampoco el jueves —dijo ella.

—Estaba enfermo —repliqué. Era verdad.

—Oh —murmuró ella.

La luz hizo brillar sus ojos y, durante un instante, me pareció estar en un sueño, un sueño soleado, cálido y perfecto, y el bullicio que nos rodeaba se apagó.

Entonces Little Al se acercó con Maggie, que llevaba una corona de globos, y empezó a charlar con Jewel —ruidoso, divertido, sin rastro del desconsuelo de diez minutos antes—, y el hechizo se rompió.

Mientras hablaban recorrí con la mirada el campo de deportes, los tenderetes, todo lo que me rodeaba. Sabía que era la última vez que iría a aquella fiesta. Para los chicos de duodécimo curso era su última fiesta como estudiantes, pero yo, en concreto, no podría volver nunca, ni el próximo año, ni el siguiente, ni a la reunión de antiguos alumnos.

Aquel pensamiento me entristeció más de lo que esperaba. Solo era una fiesta. Además, seguro que la reunión de los veinticinco años sería hortera e incómoda.

Anhelé lo que no podía tener. Suena a tópico asqueroso, sí, pero cierto.

Al y Jewel dejaron de hablar y ella me miró sonriente y se pasó la mano por el pelo. Quería cogerle la mano, sentir su calidez en la mía.