Sacha
Ocurrió casi un año después de conocer a True. Ambos teníamos nueve años.
Y es un recuerdo que me resulta inquietante, porque fue la primera vez que me enfrenté a la idea de que uno de mis padres podía morir (naturalmente, poco después me daría cuenta de que yo también podía morir).
True nació cuando sus padres ya eran mayores, entrados los treinta. Aun así, su padre debería haber disfrutado de varios años más. Ahora su madre tenía cincuenta y tantos.
Tardé un tiempo en saber que se debió a un problema genético de corazón. Creo que eso llegó a atormentar mucho a True… que su vida pudiera terminar bruscamente a los cuarenta y pocos, que un ataque de corazón pudiera fulminarla siendo aún joven, como a su padre. Tal vez por eso intentaba exprimir las cosas al máximo y trabajaba tanto para conseguir todo lo que pudiera antes de que fuera demasiado tarde.
O tal vez, tanto si su padre hubiera muerto cuando ella tenía nueve años como si no, se habría convertido en la misma chica resuelta y de objetivos claros.
Una mañana llamaron a True al despacho del director. Todos pensamos que era otra de sus «reuniones especiales». Iba muy avanzada respecto a los demás estudiantes y los profesores no sabían qué hacer con ella.
True no volvió en todo el día.
Yo fui quien más notó su ausencia porque siempre iba con ella. Solíamos volver juntos a casa, así que, cuando acabaron las clases de la tarde, no supe qué hacer. Me quedé rondando frente al despacho del director (creyendo que True seguiría allí), hasta que la secretaria fue tan amable de llamar a mi madre para que viniera a buscarme.
Aquella noche, después de cenar, mis padres me sentaron a la mesa del comedor y me dieron bizcocho con natillas y helado. Aquello era un manjar en nuestra casa, de modo que pensé que pasaba algo importante, como por ejemplo que iba a tener el hermanito que tanto había pedido (le llamaría Davin y sería un chico alucinante y jugaríamos a Spiderman. Lo tenía todo planeado).
Mi padre dijo:
—Sacha, el padre de True ha muerto.
Yo dije:
—Oh. ¿Cómo?
Los ojos de mi madre se llenaron de lágrimas.
—Era mayor, cariño.
En ese momento me pareció lógico porque parecía muy mayor; los padres de True tenían diez años más que los míos. Ahora sé que cuarenta y cuatro años no son nada.
Todo el mundo estaba consternado, incluido yo, aunque apenas le conocía, pero True y su madre estaban destrozadas. Cuando True volvió al colegio un mes después, yo ya había ingresado en el hospital para recibir mi primera tanda de quimio.
No fue un buen año para nadie.
Lista de Sacha de los lugares en los que sería más agradable vivir que en la tierra
En las nubes: cuando vas en avión y te adentras en ellas parecen nubes de algodón. Y si consigues no zampártelas, tienes unas vistas preciosas y (por encima de las nubes altas) sol constante.
Bajo el mar: una vez solucionado el tema de la respiración, podría ser muy agradable aunque un poco húmedo.
Venus: es un planeta gaseoso, de modo que básicamente se flota en el aire. Eso dejaría mucho tiempo para pensar y, debido a la ingravidez, la gente no se preocuparía mucho por su peso (estarían más concentrados en el hecho de que no pueden respirar).
Qué tienen en común todos estos sitios: el silencio.
Tras un miércoles de escuela sin incidentes (Jewel no miró en mi dirección ni una sola vez en clase de arte y yo no reuní el suficiente valor para ir a hablar con ella), la madre de True nos dejó a ella y a mí delante de Lucky House.
—¿Tienes suficiente dinero? —preguntó Geraldine.
True se acercó a la ventanilla y besó a su madre en la mejilla.
—No te preocupes.
Geraldine me envió un beso y arrancó mientras gritaba por la ventanilla:
—¿Llevas el móvil? Llámame cuando quieras que pase a recogeros.
—Necesito un coche —dijo True cuando su madre se fue.
—¿Para qué? —pregunté—. Solo perjudicarías el medio ambiente. Y, además, tampoco es lo que conduces.
—Dependo demasiado de ella —replicó True—. Luego me compraría algo que llevara estampado «eco» por todas partes para no sentirme culpable.
—Si así duermes tranquila por la noche…
Tenía los labios cortados y el viento se cebaba en ellos. True se arrebujó en su rebeca beige.
—Venga, entremos.
Lucky House era un hervidero de gente y el aire estaba muy cargado. Nos sentamos fuera, al calor de las estufas suspendidas del techo y protegidos del viento por las mamparas de plástico transparente. Las mesas estaban adornadas con velas y había plantas artificiales y farolillos colgados por todas partes.
True se quitó la rebeca y la dejó en el respaldo de la silla. Después se sentó y lanzó un suspiro.
—¡Menudo alivio!
—¿Por qué? —pregunté.
—Tenía miedo de que fuera una encerrona y que Michael estuviera aquí por casualidad y acabara comiendo con nosotros.
Me reí.
—Ah, ¿sí?, ¿no es aquel de allí?
True sacudió la cabeza.
—Tiene que superarlo.
—Supongo que eres consciente de que es una persona de carne y hueso con sentimientos reales, ¿no? —pregunté.
True se quedó boquiabierta.
—¿He detectado un tono acusador? Sacha, no voy a salir con un chico solo porque él siente algo por mí. Eso sería una estupidez.
La camarera se detuvo delante de nuestra mesa con un carrito lleno de platos y nos sonrió.
—¿Empanadillas de cerdo?
—¿Tiene empanadillas de gambas? —pregunté.
—Gambas y cebollinos —respondió la camarera.
—Perfecto, gracias. Pónganos dos. Y de eso. Sí.
La camarera sirvió la comida y marcó tres cruces en el comprobante de nuestra mesa.
Cuando se fue, le susurré a True:
—Creo que esa es la chica que le gusta al hermano de Al.
True lanzó un suspiro y se sirvió una empanadilla sin prestarme atención.
Contemplé el comprobante de nuestra mesa.
—Sería muy fácil borrar estas cruces y ahorrarse algo de dinero. Por casualidad, ¿no llevarás tippex encima?
—No —contestó True en tono indiferente—. ¿Qué querías contarme?
Señalé la comida de la mesa.
—¿Comemos primero?
True cogió los palillos justo cuando venía otra camarera a servirnos el té.
—¿Sabes a qué me recuerda esto? —Sonreí a True—. A esa canción, «Turning Japanese».
Cuando empecé a cantar, los labios de True formaron una fina línea.
—Esto es un restaurante chino —me cortó.
—Ya lo sé —dije riendo—. Solo me estaba divirtiendo un poco. ¿Sabes lo que es eso, True? Tienes que aprender a divertirte, a relajarte, a disfrutar de la vida.
—Odio decirte esto, Sacha —replicó ella—, pero la «diversión» —su forma de decir «diversión» sonó sucia y casi ilegal— no va a llevarnos a ningún sitio, ni a ti ni a mí.
Volví a reír.
—Eres consciente de que le estás diciendo eso a alguien que tuvo cáncer de niño y cuya madre murió el año pasado, ¿no?
Los labios de True desaparecieron completamente.
—No metas a tu madre en esto. Además, no eres el único que ha perdido a uno de sus padres.
No respondí.
—¿Sabes lo que está muy bueno? —dije finalmente—. Los bollitos dulces de cerdo. Pidamos un par de platos.
Al volverme para llamar a la camarera, vi la pecera. Estaba semiescondida junto a la entrada y observé que dentro flotaba una solitaria langosta.
—Voy a rescatar a esa langosta —le dije a True. Debía de haberlo dicho demasiado alto, porque la familia que estaba sentada al lado me miró como si estuviera loco.
Probablemente estaba loco, pero eso no les daba derecho a mirarme así.
Esbocé una rápida sonrisa en su dirección y después me quedé mirando mi dim sim.
—¿Intentas recordar la letra de «Rock Langosta»? —preguntó True.
Le sonreí.
—Deberías pensar en dedicarte a la comedia.
True chasqueó la lengua como un profesor de inglés desaprobador o tus padres cuando te oyen decir palabrotas.
—Lo digo en serio. —Me incliné sobre la mesa y le susurré—: No puedo permitir que uno de esos monstruos se la coma. —Miré de reojo a la familia de al lado, que estaba saboreando unos pasteles de crema.
—La han criado para que nos la comamos —gruñó True—. Seguramente ha vivido en peceras minúsculas toda su vida. No sufrirá al morir. Tiene tres segundos de memoria.
—Los peces de colores también tienen tres segundos de memoria —dije yo—. Aunque no tengo claro que eso sea verdad, porque todos los peces que he tenido me recordaban. En cualquier caso. —Me volví y miré por encima del hombro a la langosta—, ¿no ves su expresión de angustia? ¿La suplicante mirada de sus ojos?
—No debería haber venido a comer contigo.
Me volví para mirarla frente a frente y seguí hablando como si no hubiera dicho nada.
—Nuestro deber es salvar a esa pobre e indefensa criatura.
True lanzó un resoplido.
—¿Indefensa? ¿Es que no has visto las pinzas que tiene?
—Indefensa respecto a nosotros, quiero decir. —Le lancé una mirada que esperaba fuera implorante.
True suspiró.
—¿Cómo lo haremos? —Señaló con un gesto el restaurante lleno de gente.
—Tú pagas la cuenta, los distraes, y mientras tanto yo cojo la langosta y me doy a la fuga.
—Este plan tiene muchos fallos, incluido el hecho de que no podremos volver nunca. Has caído en eso, ¿no?
Me encogí de hombros.
—Por aquí hay muchos restaurantes chinos.
—¿Tan buenos como Lucky House? —True me miraba poco convencida.
—No lo sé. Pero a finales de año te mudarás al centro de la ciudad igualmente.
—Tienes razón. ¿Por qué no volvemos a finales de año y la robamos entonces?
—Chissst, estás hablando muy alto. Y el término es «emancipar», no «robar». —Sacudí la cabeza—. Además, a finales de año ya la habrán hervido, descuartizado y devorado. Es ahora o nunca.
—¿Qué tiene de especial esa langosta? —Era evidente que True estaba intentando alargar el tema.
Me volví y de nuevo miré por encima del hombro a la langosta.
—Es la reencarnación de mi madre —anuncié.
—Dios mío, has perdido completamente la cabeza —dijo True. Lanzó otro suspiro y se frotó la frente.
Me incliné hacia ella.
—Es broma, idiota.
True se pasó la lengua por los dientes.
—¿Quieres que pidamos tartaletas de crema antes de que… —frunció el ceño— robemos esa langosta?
El plan tenía muchos más fallos de los que había imaginado, incluido lo que haríamos con la langosta, aparte de que no sabíamos cuánto tiempo podía vivir fuera del agua (solo faltaría que le salvásemos la vida y muriera de asfixia veinte minutos después).
Si hubiera tenido previsto robar una langosta, habría consultado antes en Wikipedia. Ese es el problema de las cosas improvisadas. Que son improvisadas.
Habíamos corrido varias calles abajo. Yo sostenía la langosta, que se removía entre mis manos, y True jadeaba sin parar de reír.
—Hemos robado una langosta —exclamó muerta de risa—. No me lo puedo creer.
—Tenemos que llevarla al mar —dije. Sus carcajadas me hicieron sonreír.
True paró de reír.
—Estamos muy lejos del mar y de nuestras casas, y no tenemos coche. —Se interrumpió un instante—. Y, además, no sé cómo le sentaría a mi madre que metiera un crustáceo vivo en su coche nuevo.
Yo seguía sosteniendo la langosta a cierta distancia. No era fácil sujetarla sin hacerme daño en las manos. Vista, tan cerca, parecía casi un extraterrestre.
Levanté los ojos y miré el cartel que había sobre nosotros. Después miré a True sonriendo.
—¿Sabes quién vive por aquí?