La señora Yasui

En todo el pueblo de Kiyotake, junto con la opinión: «Chuhei llegará a ser una persona muy importante», se comentaba al mismo tiempo: «Chuhei es bastante feo».

El padre de Chuhei, Shoshu, poseía unos terrenos de siete acres de extensión en el poblado de Kiyotake, en Miyazaki, provincia de Hyuga[56]. Allí había construido una casa de tres pabellones, donde vivía. Poseía como patrimonio unos campos de arroz, un poco alejados de su terreno, y, aunque enseñaba ideogramas chinos a los estudiantes desde hacía varios años, nunca dejaba las tareas del campo. Pero, cuando tenía treinta y ocho años, se fue a estudiar a Edo; a su regreso, dos años después, como empezó a estar cada vez más al servicio del feudal de Obi[57], contrató agricultores para que trabajaran la mayor parte de sus campos.

Chuhei era el segundo de sus hijos. Cuando su padre les dejó para marcharse a Edo, su hermano mayor, Bunji, tenía nueve años y él seis. Al regresar su padre, ya habían crecido bastante y todas las mañanas salían a trabajar al campo, llevando algún libro en el bolsillo. Mientras otras personas descansaban fumando cigarrillos, ambos se embebían en la lectura.

Unos años más tarde, en la época en que su padre empezó a trabajar como maestro del dominio de ese feudal, comenzaron los comentarios desagradables.

Cuando Bunji, de diecisiete o dieciocho años, junto con Chuhei, de catorce o quince, pasaban por el campo, todos los transeúntes con los que se cruzaban, como si se hubieran puesto de acuerdo, les miraban comparándolos y, si iban acompañados, murmuraban entre sí. Comparaban la alta estatura, el color blanco de la piel, las espléndidas facciones del hermano mayor con la baja estatura, el color oscuro de la piel y el único ojo del hermano pequeño; ciertamente, los miraban sin explicarse cómo podían ser hermanos. Ambos pasaron la viruela al mismo tiempo, pero en el caso de Bunji fue leve, mientras que a Chuhei le quedaron profundas marcas en el rostro, y, como consecuencia de esta grave enfermedad, además perdió el ojo derecho. También su padre, de niño, había contraído la viruela y se había quedado tuerto. Lo que le había sucedido a Chuhei, más que una casualidad, se podría decir que era una gran crueldad del destino.

Chuhei empezó a sentir que era duro andar junto a su hermano mayor. Entonces, por la mañana terminaba de desayunar un poco más pronto que él para salir antes y, por la noche, después de quedarse un rato haciendo el trabajo pendiente, volvía un poco más tarde. A pesar de eso, la gente con quien se cruzaba por el camino no dejaba de cuchichear algo al verle. Pero no solo eso: la actitud de la gente era mucho más descarada y su voz al murmurar era más alta que cuando iba con su hermano Bunji, e incluso se burlaba en sus narices con comentarios como: «¡Mira, hoy el mono va solo!», «¡Qué extraño ver a un mono leyendo un libro!», «¡Pero qué dices! Si los monos leen mejor que sus amaestradores…», «Señor mono, ¿dónde está hoy su amaestrador?».

Las personas con quienes se cruzaba por el estrecho camino generalmente eran conocidos. Cuando Chuhei probó a ir solo, hizo dos descubrimientos. Uno de ellos era que hasta ahora había estado bajo la protección de su hermano sin darse cuenta. El otro era sorprendente en extremo: a ambos les habían puesto un apodo; no solo a él le llamaban «el mono» por su fealdad, sino que incluso a su hermano le apodaban «el amaestrador del mono». Chuhei guardó estos descubrimientos en lo más profundo de su corazón sin contárselos a nadie y después de eso ya no se esforzó por ir y venir por los campos separado de su hermano.

Bunji, de frágil constitución, murió antes que Chuhei, en la época en que este estaba estudiando en Osaka, en la escuela del erudito confucionista Shochiku Shinozaki. Chuhei, en la primavera en que cumplió veintiún años, recibió de manos de su padre la suma de diez ryo[58] y se marchó de Kiyotake. Llegó a Osaka, al predio del señor feudal, en Tosabori san-chome, donde alquiló una habitación en la vivienda destinada a sus vasallos. Él mismo se hacía la comida y, para economizar, cocía alubias de soja con sal y salsa de soja que acompañaba con arroz; así, en el predio le apodaron «Chuhei, el alubias». Otro que se alojaba en la misma vivienda que él, pensando que Chuhei no podría mantenerse solo con eso, le recomendó que bebiera sake. Chuhei, que escuchó este consejo inocentemente, todos los días compraba un go[59]. Al llegar la noche, colgaba la jarra del techo con cuerdas de papel sobre la lámpara de aceite para que se calentase. Y a medianoche, cuando todo estaba en silencio, mientras leía frente a su luz los libros que había tomado prestados en la escuela de Shinozaki, la jarra de sake se había calentado y comenzaba a despedir vapor. Chuhei dejaba a un lado el libro, saboreaba despacio el sake y se dormía. Dos años después, cuando tenía veintitrés, murió su hermano mayor, Bunji, en su pueblo natal. Aunque no estaba tan dotado como él para el estudio, era un joven de bastante talento; pero, lamentablemente, una enfermedad se lo llevó con tan solo veintiséis años. Chuhei, nada más recibir la noticia, dejó Osaka y regresó a su casa.

Después, Chuhei, a los veintiséis años, se fue a Edo, donde ingresó en la Escuela Shoheiko, que era la escuela oficial confucionista de aquella época, como discípulo del maestro Toan Koga. Chuhei, que deseaba profundizar en las enseñanzas clásicas de Confucio directamente, sin depender de comentarios o interpretaciones posteriores, hubiera preferido estudiar con el maestro Kodo Matsuzaki, experto en Confucio, en vez de con Koga; pero para entrar en la Escuela Shoheiko era necesario estudiar primero con Jitsuzai Hayashi, el director de la escuela, o con Koga.

Como era un muchacho de provincias, de baja estatura, tuerto y con el rostro picado de viruelas, tampoco aquí pudo librarse de las burlas de sus compañeros. No obstante, Chuhei callaba indiferente y seguía embebido en sus lecturas. Un día, cuando sus compañeros vinieron a reírse de él, encontraron el siguiente waka[60], escrito en un elegante papel, pegado en una columna junto a su asiento:

El canto del ruiseñor

se oye ahora oculto entre el bosque.

Llegará el día en que,

más allá de las nubes,

proclamará su nombre.

—¡Ja, ja, ja! ¡Qué pretenciosa ambición! —dijeron sus compañeros, y se fueron riendo; pero, en su interior, algo les hizo sentirse mal.

Estos versos los escribió a los diecinueve años, cuando se dedicaba con todas sus fuerzas a estudiar ideogramas chinos y a profundizar en el conocimiento de la literatura japonesa. Imitó a propósito un poema de estilo diferente al de su escuela para resarcirse de las burlas de sus compañeros.

Mientras Chuhei estaba todavía en Edo, a los veintiocho años, fue nombrado tutor del feudal. Y al año siguiente, cuando el feudal regresó a su dominio de Obi, Chuhei le acompañó.

A principios de ese año comenzaron las obras para construir una pequeña escuela en el dominio feudal de Aza Nakano, en el pueblo de Kiyotake. Al terminar la construcción, el padre de Chuhei, Shoshu, que tenía sesenta y un años, y él mismo, de veintinueve, se convirtieron en profesores en las cátedras de las mismas aulas. En aquella época, Shoshu le dijo a su hijo que debería casarse. Sin embargo, esa no era una cuestión fácil.

La gente que en el pueblo había comentado: «Chuhei llegará a ser una persona importante», al oír que había regresado de Edo y se había formado en la Escuela confucionista, no podía dejar de murmurar a su vez: «Chuhei es bastante feo», al verle bajito, tuerto y picado de viruelas.

Shoshu también conocía la dura experiencia de haber ido a estudiar a Edo. Su hijo Chuhei había terminado casi por completo su formación intelectual y, como al año siguiente cumpliría treinta años, pensaba que, sin falta, debería casarse; aunque era consciente de la dificultad que suponía esa decisión.

Él no era tan bajo como su hijo Chuhei, pero, como también había padecido la viruela y perdido un ojo, había tenido amargas experiencias con las mujeres. Le había sido imposible lograr que alguien le concertara un encuentro con alguna muchacha desconocida y entablar una relación. Por tanto, sabía que a Chuhei, lisiado igual que él y, para colmo, más bajo, le sucedería lo mismo. No había otra solución que elegir a una novia que conociera bien el carácter y la personalidad de Chuhei. Su padre, con bastante conocimiento de causa, le enseñó que, aunque alguna mujer le pareciera hermosa y joven, al poco de tener trato con ella, si quedaba patente su ignorancia, olvidaría pronto esa belleza. O que, al llegar a los treinta o a los cuarenta años y ver su rostro falto de prudencia y sensibilidad, ya no le parecería tan hermosa como antaño. Por el contrario, aunque tuviera en el rostro alguna herida o cicatriz, si era una persona de buenas cualidades, al tratarla, podría olvidar esa fealdad. Además, según fuera cumpliendo años, sus buenas virtudes la irían convirtiendo en una persona cada vez más bella. Incluso Chuhei, si se miraba de perfil su único ojo, de negra pupila brillante, mientras hablaba parecía un hombre muy apuesto. Y esto no era solo «amor paternal». «Quiero encontrarle una esposa buena y prudente», se dijo con resolución su padre.

En las reuniones de las festividades anuales y en los aniversarios de fallecimientos, Shoshu empezó a fijarse en sus parientes y le vinieron a la mente varias jóvenes casaderas. La más atractiva de ellas y en la cual se centraban todas las miradas era una muchacha llamada Yae, de diecinueve años. Su padre había estado al servicio del feudal en Edo, donde se casó con una mujer de allí y nació Yae. Esta muchacha se maquillaba y hablaba al estilo de Edo y aprendía danza con su madre. Shoshu pensaba que ella rechazaría la propuesta, y aunque no fuese así tampoco era muy adecuada; pero, en cualquier caso, no había ninguna que le gustara más. Deseaba una mujer discreta, de buenas cualidades y corazón generoso, y que fuera algo instruida; mas, por desgracia, ninguna reunía esas características. Todas las que había eran bastante mediocres.

Finalmente, después de vacilar mucho entre una y otra, la decisión del padre se inclinó por la hija de la cercana familia de los Kawazoe. Esta familia vivía en el mismo pueblo de Kiyotake, en el barrio de Oazaimai-zumi, en Koaza-Oka, y eran parientes de su esposa. Por tanto, las dos hijas eran primas de Chuhei. La hermana pequeña, llamada Sayo, tenía dieciséis años y era demasiado joven para ser la novia de Chuhei, de treinta. Tenía fama de ser muy bella y había oído que los jóvenes la llamaban «Oka no Komachi»[61]. De cualquier modo, no pegaba en absoluto con Chuhei. La hermana mayor, llamada Toyo, ya tenía veinte años. Al casarse Chuhei tan tarde, la diferencia de edad no suponía un escollo insalvable. Toyo no era especialmente hermosa. En cuanto al carácter, no destacaba por nada extraordinario; sin embargo, era muy activa y franca, siempre decía todo lo que se le ocurría, de forma ingenua y sin ninguna reserva. Su madre solía decirle: «Hablando sin comedimiento tendrás problemas». Pero esa cualidad le gustaba al padre de Chuhei.

El padre de Chuhei, Shoshu, firme en esta resolución, reflexionó con calma acerca de qué manera podría comunicarles sus intenciones. Como siempre que hablaba con las dos hermanas le escuchaban sumisas y con respeto, por supuesto, no podía decirles nada directamente. Después de que Shoshu perdiera a sus suegros, la familia Kawazoe había quedado en una posición inferior a la suya. Por eso, si les comentaba algo sobre este asunto, era posible que se quedaran perplejos. Sabía de otros casos en que algunas familias, tras mantener este tipo de conversaciones y no encontrarlas satisfactorias, al poco tiempo habían cortado sus relaciones. Al ser parientes, había que tener mucho tacto y mucha precaución.

Shoshu confesó sus preocupaciones a su hija, la hermana mayor de Chuhei, a quien la gente llamaba «señora Nagakura».

—Si estuviéramos buscando una esposa para el fallecido Bunji, no habría ninguna duda ni ningún problema, pero… —empezó a decir titubeando su hija, a quien, hasta que se lo sugirió su padre, ni se le había ocurrido que Toyo pudiese convertirse en esposa de Chuhei. Pero, después de pensarlo bien, no encontró ninguna que pudiera ser más adecuada, y, como imaginaba que Toyo no lo rechazaría, aceptó desempeñar el papel de enviada de Shoshu.

En la casa de los Kawazoe estaban haciendo los preparativos para la fiesta de Hina[62]. La habitación del fondo estaba llena de cajas con etiquetas que indicaban su contenido, y en medio de todas ellas estaba Toyo, quien, tras quitarles el algodón y el papel de Yoshino[63], sacaba una a una las figuritas (el emperador, los cinco músicos de la corte…) y las ponía en fila. Su hermana menor, Sayo, de vez en cuando las tocaba ansiosa.

—Ya está bien, déjamelo a mí —la reñía Toyo.

En ese momento, la señora Nagakura abrió las puertas corredizas de la casa y asomó el rostro. Llevaba en sus manos, como regalo, unas ramas de melocotonero rojo que había cortado.

—¡Oh! Ya veo que estáis muy ocupadas —dijo.

Toyo sacó las muñecas jouba, una pareja de ancianos que simbolizan la larga vida, y puso en sus manos la escoba y el rastrillo. Dejando su tarea, se quedó mirando las flores.

—¿Ya han florecido así en vuestra casa? —preguntó—. Las de aquí todavía son pequeños capullos.

—Como he salido con prisa solo he cortado unas pocas. Si queréis hacer arreglos florales, podéis venir a coger cuantas queráis.

Diciendo esto, la señora Nagakura les entregó las ramas del melocotonero.

Toyo las tomó, diciéndole a su hermana:

—Deja esto tal como está.

Se fue llevándose las ramas y la señora Nagakura la siguió. Bajó un balde de madera de la estantería de la cocina, lo llevó junto al pozo, lo llenó de agua y allí dejó a remojo las ramas. Todos sus movimientos eran muy diligentes. Viéndola y recordando la razón por la que había ido allí, la señora Nagakura pensó que sería muy buena esposa para su hermano y no pudo reprimir una sonrisa. Toyo, que se había quitado las sandalias de madera para subir a un taburete y alcanzar la estantería, se secó las manos con una toalla que colgaba de una vara en la pared de la cocina. La señora Nagakura se le acercó.

—En la familia Yasui han decidido buscar una esposa para Chuhei —dijo de pronto, yendo al grano sin preámbulos.

—Ah, ¿sí? ¿De dónde?

—¿La novia?

—Sí, ¿de dónde es?

—Esa novia… —empezó a decir mirando fijamente a Toyo—. ¡Eres tú!

Toyo, sorprendida y atónita en extremo, se quedó en silencio.

—¡No puede ser cierto! —dijo unos instantes después con una amplia sonrisa.

—Es verdad. Yo he venido a hablarte sobre ese asunto. Y ahora pienso comunicárselo a tu madre.

Toyo soltó la toalla, dejó caer los brazos lánguidamente y se quedó mirando sin pestañear a la señora Nagakura. La sonrisa de antes se le borró del rostro.

—Yo pienso que Chuhei es una gran persona, pero no quiero ser su esposa —dijo con una actitud impasible.

Toyo expresó su rechazo de una forma tan contundente que la señora Nagakura no pudo encontrar ninguna razón para seguir conversando. Sin embargo, recordando que esa era la única misión que la había llevado allí, pensó que no podía regresar sin comunicárselo a la madre. Tras contarle con detalle a esta su fracaso con Toyo, bebió el sake blanco que le había ofrecido y se despidió.

Como la señora Kawazoe sentía una especial predilección por Chuhei, lamentó mucho la dura negativa de su hija y, como pensaba persuadirla, le pidió a la señora Nagakura que no revelara a la familia Yasui la imprudente respuesta de su hija. Ya que su misión era conocer la respuesta de Toyo, decidió esperar, aun convencida de que no cambiaría de parecer.

—Por favor, no trates de convencerla a la fuerza —dijo, levantándose para marcharse.

La señora Nagakura salió de la casa y, cuando había andado un corto trecho, la alcanzó corriendo un criado de la familia Kawazoe llamado Otokichi:

—Tienen algo muy importante que comunicarle. Tenga la amabilidad de volver a casa, por favor.

La señora Nagakura pensó que se trataba de algo inesperado. De ninguna forma podía creer que Toyo hubiera cambiado de opinión tan rápidamente. «¿De qué se tratará?», pensaba mientras volvía a casa de los Kawazoe junto con el criado Otokichi.

—Perdona que te hayamos hecho volver, pero ha sucedido algo inesperado —dijo la señora Kawazoe, que la estaba esperando, antes de hacerla pasar a la sala de visitas.

—¿Sí? Dime —la señora Nagakura miraba con atención el rostro de la madre de Toyo.

—Es algo relacionado con la propuesta de Chuhei. Para mí sería una gran satisfacción tenerlo como yerno, pero he hablado con Toyo y sigue rechazándolo. Después, ella se lo ha contado a su hermana Sayo, quien ha venido a mí indecisa, con intención de decirme algo, pero sin atreverse. Al indagar qué le pasaba, me ha preguntado si no podría ser ella la novia de Chuhei. Pensando que lo había dicho sin saber bien lo que significaba «ser novia y casarse», he confirmado sus intenciones y con gran resolución ha dicho que, si la aceptaban, ella quería casarse con él. Desde luego, creo que es una descortesía por mi parte. No sé qué le parecerá a la familia Yasui; de todos modos, quería consultarte primero —habló la señora Kawazoe muy cohibida, eligiendo bien sus palabras.

La señora Nagakura se llevó una enorme sorpresa. Al hablar con su padre de este asunto, este le había dicho: «Sayo es demasiado joven». Y también: «Es demasiado hermosa, ¿no?». Pero ella sabía desde siempre que Sayo no le disgustaba. Quizá su padre había pensado en Toyo, que no era excepcionalmente guapa, para que no desentonara mucho con Chuhei. Pero si Sayo, más joven y más hermosa, aceptaba casarse con él, ¡miel sobre hojuelas! Además, había sido la calladita y tímida Sayo quien se lo había preguntado con claridad a su madre. «De todas formas, lo consultaré con mi padre y mi hermano; ojalá salga todo como quiere Sayo», pensó la señora Nagakura.

—¡Ah! ¡Se trata de eso! Mi padre había pensado en Toyo, pero creo que Sayo no le parecerá mal. Iré enseguida y le consultaré. Tu tímida Sayo, ¡qué claro te lo ha dicho!, ¿eh?

—¡Verdad que sí! Yo también me he quedado muy sorprendida. Pensamos que sabemos lo que pueden comprender los niños, y nos equivocamos. Si vas a hablar con tu padre, déjame que la llame, y le preguntamos una vez más para asegurarnos.

Diciendo esto, la madre llamó a su hija menor. Sayo abrió temerosa la puerta corrediza y entró.

—Antes has dicho que, si Chuhei te acepta como esposa, tú también querrías casarte con él, ¿verdad? —preguntó su madre.

Sayo se puso colorada hasta las orejas:

—Sí —dijo, y bajó aún más la cabeza ya gacha.

Shoshu se sorprendió tanto como su hija, la señora Nagakura. Pero el más sorprendido de todos fue… ¡Chuhei, el futuro novio! Todos se mostraron muy extrañados y a la vez felices. Y los muchachos jóvenes del vecindario, además de gran sorpresa, sintieron envidia. Entonces, de boca en boca corrió la noticia: «Oka no Komachi es la prometida del mono». En poco tiempo, esta noticia se difundió por todo el pueblo de Kiyotake y no había nadie que no se extrañara. Podría decirse que era tan extraño o misterioso que no podían sentir ni alegría ni envidia.

La ceremonia de la boda se celebró bajo el auspicio del matrimonio Nagakura cuando aún florecían los melocotoneros. Y Sayo, que hasta ese momento solamente había sido alabada por su belleza, igual que una muñeca, desplegó sus alas como una mariposa que rompe su capullo, deshaciéndose de su retraída y tímida actitud, y, como una perfecta esposa, tomó las riendas de la casa que frecuentaban tantos estudiantes.

En octubre se terminó la construcción del nuevo edificio de la escuela, llamado Meikyodo, y, cuando los antiguos amigos y parientes de la familia Yasui se reunieron para celebrarlo, bajaban de forma espontánea y natural la cabeza, admirados ante una esposa tan decidida, además de hermosa y joven. Sayo era completamente diferente de esas jóvenes atolondradas de las que se ríe todo el mundo.

Al año siguiente, cuando Chuhei tenía treinta años y Sayo diecisiete, nació su hija primogénita, Sumako. Dos años después, en el séptimo mes, la escuela del dominio feudal fue trasladada a Obi. Al año siguiente, el padre de Chuhei, Shoshu, que había cumplido sesenta y cinco años, fue nombrado director de la escuela de Obi, llamada Sindokudo; y Chuhei, con treinta y tres años, pasó a estar bajo sus órdenes como profesor. Un vecino, llamado Yuge, se trasladó a vivir a su antigua casa de Kiyotake, mientras que la familia Yasui recibió a cambio una finca en la zona de Kamo, en Obi.

Cuando Chuhei tenía treinta y cinco años, fue de nuevo a Edo acompañando al feudal y regresó al año siguiente. Esta fue la primera vez que Sayo se quedó a cargo de la casa durante la larga ausencia de Chuhei. Shoshu murió de una enfermedad que le dejó paralizado medio cuerpo cuando tenía sesenta y nueve años, un año después de que Chuhei volviera por segunda vez de Edo.

Cuando Chuhei tenía treinta y ocho años, fue por tercera vez a Edo. Sayo, que tenía veinticinco, debió quedarse a cargo de la casa por segunda vez. Al año siguiente, Chuhei fue nombrado director de la residencia de estudiantes de Shoheiko, la escuela confuciana oficial en Edo. Después, pasó a desempeñar la función de jefe supervisor de la mansión del dominio feudal en Sotosakurada. Al año siguiente, Chuhei regresó a su casa y, tras una breve estancia, se trasladó a vivir a Edo. Esta vez le prometió a Sayo llevarla consigo cuando hubiese encontrado allí una residencia fija. Entonces decidió dejar su trabajo en el dominio feudal y abrir una pequeña escuela privada para seguir dedicándose a la enseñanza.

En aquella época, los conocimientos de Chuhei le habían procurado el reconocimiento público. Entre sus amigos íntimos se contaban excelentes personas como el prestigioso intelectual confucionista Toin Shionoya. Cuando paseaban juntos, ambos mostraban unas figuras un poco maltrechas y no muy bien plantadas; de todos modos, como la estatura de Shionoya era imponente, les tomaban el pelo con chascarrillos como este: «Las caderas de Shionoya flotan entre las nubes, mientras que la cabeza de Chuhei no sobresale entre la hierba».

Aunque estaba viviendo en Edo, el austero Chuhei hacía una vida muy sencilla. Durante sus recientes idas y venidas, antes de entrar en la Escuela Shoheiko, vivía en una sección de la mansión del dominio feudal en Sendagaya; después, en la parte principal de la mansión de Sotosakurada, y también, durante una época, en Konji-in, dentro del recinto del templo Zojo-in. En cualquier caso, siempre cocinaba él mismo.

De repente, tomaba la decisión de cambiar de domicilio. En cierta ocasión, cuando se incendió su residencia de Sendagaya, por primera vez se le ocurrió comprar una casa. La vivienda se encontraba en Gobancho y pagó por ella veintinueve mai[64] de oro. Cuando trasladó su residencia desde Gobancho hasta Kaminibancho, Sayo se trasladó a Edo. Allí fundó Chuhei su escuela, llamada Sankei[65]. En el piso de abajo había varias habitaciones, unas de tres y otras de cuatro tatami[66] y medio; y en el piso de arriba había un estudio en el que Chuhei había colgado una caligrafía enmarcada en un cuadro de bambú moteado. Esta era una de las variedades especiales de las raíces del bambú que Chuhei trajo consigo cuando dejó su casa provisional en la sección de Tanomura, de su dominio feudal nativo, en la época en que se trasladó a Edo.

Cuando Chuhei tenía cuarenta y un años y Sayo veintiocho, nació su segunda hija, llamada Mihoko, y después la tercera, llamada Tomeko. Mihoko murió pronto a causa de una enfermedad que se agravó inesperadamente. Y Sayo, acompañada de Sumako, que tenía once años de edad, y de Tomeko, que tenía cinco, se trasladó a la Escuela Sankei en Edo.

En aquella época, Chuhei y Sayo no tenían ninguna empleada de hogar. Sayo se encargaba de cocinar y Sumako hacía la compra. Pero, como el acento de Hyuga de Sumako era incomprensible para los tenderos de Edo, muchas veces volvía sin haber podido comprar nada.

Sayo trabajaba sin importarle su apariencia o lo que pensaran los demás. A pesar de eso, todavía permanecía en ella, de alguna forma, la belleza que antaño hizo que mereciera el apodo de «Oka no Komachi».

En esa época vino a visitar a Chuhei un hombre llamado Magoemon Kuroki, quien anteriormente había sido pescador en Sotoura, en Obi; pero, como era un erudito en historia natural y biología, había sido llamado a Edo para formar parte de la guardia como soldado de rango inferior. Después de que Sayo les sirviera el té, los ojos de Magoemon se quedaron mirando cómo se retiraba y, con la astucia y jocosidad reflejadas en el rostro, preguntó a Chuhei:

—Maestro, ¿ella es vuestra esposa?

—Sí, así es —respondió tranquilamente.

—¡Ah! Su esposa también será muy culta, ¿verdad?

—Bueno, ella no ha estudiado en ninguna escuela oficial.

—Mirándolo bien, a pesar de toda su ciencia, parece que ella es mucho más inteligente que usted.

—¿Por qué?

—Porque, a pesar de ser una mujer tan bella, se ha casado con usted.

Chuhei se echó a reír de pronto. Entonces, divertido con el descortés cumplido de Magoemon, le desafió a una partida de go[67]. Aunque a Chuhei le gustaba mucho este juego, no era buen jugador. Poco después de finalizar la partida, su visitante se marchó.

El año en que Sayo abandonó su tierra natal para ir a Edo, Chuhei se trasladó a Ogawamachi, y al año siguiente compró una casa en Ushigome-mitsuke. El precio fue tan solo diez ryo. Tenía una habitación de ocho tatami, con tokonoma[68] y un corredor, además de una habitación de cuatro tatami y medio y otra de dos tatami También tenía alguna habitación con el suelo de madera. Chuhei puso su mesa de trabajo en la habitación de los ocho tatami, y alrededor colocó apilados todos los libros que estaba leyendo. En aquella época, Chuhei tomaba prestados libros de la biblioteca de un rico comerciante llamado Seibe Kajimaya, de Reiganjima. Aunque Chuhei era un notable intelectual, nunca se acostumbró a coleccionar libros. Como llevaba una vida austera, nunca tuvo problemas para sobrevivir; sin embargo, tampoco le sobraba el dinero para poder comprar libros. Los tomaba prestados y los devolvía después de haberlos leído y tomado nota de los pasajes importantes. Del mismo modo, cuando frecuentaba la Escuela de Shinozaki en Osaka, no iba allí para asistir a clase, sino para tomar libros prestados. Por eso, cuando se alojó en Shiba, en el templo Konji-in, fue para leer libros.

Ese año murió su tercera hija, Tomeko, de una enfermedad repentina y nació la cuarta, Utako. Al año siguiente, el feudal fue nombrado maestro de ceremonias y propuso a Chuhei como asistente principal. Este rechazó la propuesta alegando que no veía bien. Como no hacía más que leer libros con escasa luz, había ido perdiendo vista.

Un año después, Chuhei se trasladó a Nagasaka-ura-dori, en Azabu. Allí construyó una nueva casa con los materiales que trajo de la casa vieja de Ushigome. Nada más trasladarse allí, Chuhei hizo un viaje turístico a Matsushima[69]. Partió vestido con un haori[70] de algodón azul claro, un hakama[71] de viaje, en la cintura dos espadas de plata, un sombrero de junco y sandalias de paja.

Cuando volvió de su viaje, Sayo, que tenía entonces treinta y un años, dio a luz por primera vez a un varón, llamado Tozo, que después se convirtió en un muchacho tan guapo como su madre. Tozo era como el niño prodigio que, en el capítulo noventa y ocho de Kinbunshosho[72], dijo que quería «gobernar algún día el imperio». Por desgracia, murió de cólera el verano en que cumplió veintidós años.

Dos años después, Chuhei y Sayo vivieron temporalmente en unas habitaciones de la mansión principal del dominio feudal y después se mudaron a Sodefurizaka, en Bancho. Ese invierno Sayo, a los treinta y tres años, dio a luz a su segundo hijo varón, Kensuke. Pero, como tenía poca leche para criarlo, lo entregó en adopción a la familia del alcalde de Zoshigaya. Cuando creció, Kensuke se convirtió en un hombre con una apariencia extraña, muy parecido a su padre. Tomó el nombre de Ekisai Andou y se dedicó a la medicina en Togane y Chiba. También se dedicó a enseñar ideogramas chinos. Un día se suicidó en Chiba, en uno de sus congénitos arrebatos de cólera, cuando tenía veintiocho años. Su tumba se encuentra en el templo Dainichi-ji, en la ciudad de Chiba.

Los buques de guerra norteamericanos llegaron a Uraga en el año 1846, y ese otoño sucedieron notables acontecimientos. Chuhei tenía cuarenta y ocho años y Sayo treinta y cinco. Chuhei, que se había ganado el reconocimiento de la máxima autoridad de la escuela oficial confuciana, el maestro Sokken, apenas podía escaparse del torbellino de aquellos tiempos.

En el dominio feudal de Obi, Chuhei estaba empleado como concejal. Cuando tenía cuarenta y nueve años, presentó el proyecto «Para la defensa de las costas». A los cincuenta y cuatro se hizo amigo de Toko Fujita, estudiante confucionista, y conoció al feudal de Mito, Naruaki Tokugawa, destacado político que vivió muy de cerca todos los acontecimientos importantes de la Restauración Meiji. Al año siguiente, en respuesta a la amenaza que suponía la visita de los buques del comodoro norteamericano Perry a Uraga, presentó un plan «Para la defensa de los puertos»; pero, como el gobierno del dominio feudal no lo aprobó, renunció a su puesto. Sin embargo, aunque dejó el trabajo de concejal, se quedó como administrador, y sus derechos y obligaciones quedaron igual que antes. Cuando tenía cincuenta y siete años, presentó una tesis sobre «El desarrollo de Hokkaido» para evitar que esta isla septentrional fuera invadida por Rusia.

Cuando tenía sesenta y tres años, pidió permiso al feudal para retirarse. Ese año (1860) Naosuke Ii, feudal de Hikone, fue asesinado por un samurái imperialista en la puerta Sakurada-Mitsuke del castillo de Edo, y también murió el feudal de Mito, Naruaki Tokugawa.

La familia de Chuhei se trasladó a Hayabusa-cho cuando él tenía cincuenta y un años. Al año siguiente, después de un incendio, vendieron lo que quedó del almacén y los muebles que se salvaron y se mudaron a Bancho. Y a los cincuenta y nueve se trasladó con su familia a Zenkokujidani en Kojimachi. Cuando vivían en Bancho, Chuhei escribió en caligrafía la frase: «No discutir por la defensa del país», y la colgó en el segundo piso.

A los cuarenta y cinco años, Sayo sufrió una enfermedad bastante grave y, aunque se recuperó, a partir del año en que cumplió cincuenta tuvo que guardar cama. Murió en el Año Nuevo, a los cincuenta y uno. Entonces, Chuhei tenía sesenta y cuatro años. Además de sus hijos varones, Tozo y Kensuke, que tuvieron una breve vida, todavía vivían dos de sus hijas, Sumako y Utako, esta última de salud delicada. Sumako se casó con el hijo del intendente de la familia Akimoto, Tetsunosuke Tanaka, pero su matrimonio acabó en divorcio. Posteriormente, gracias a la mediación de Toin Shionoya, se casó con Teitaro Nakamura, un samurái originario de Shimabara, en la región de Hizen, también conocido por su pseudónimo «Taro Kitaarima». Cuando el marido de Sumako murió en prisión, esta regresó a casa de su familia con sus dos hijos, la niña, llamada Ito, y el niño, llamado Kotaro. Siete meses después de que muriera Sayo, su hija Utako murió a los veintitrés años.

¿Qué tipo de mujer era Sayo? Con austeros vestidos desgastados cubriendo su hermosa piel, se pasó la vida sirviendo al también austero Chuhei.

Otro miembro de la familia Yasui, llamado Rinpei, vivía en Kofuse, a dos ri de distancia de Aza-Hoshikura, en el pueblo de Ágata, en el han[73] de Obi. Su esposa, Shina, recibió de su familia, como recuerdo de Sayo, un kimono a rayas de algodón. Probablemente, Sayo casi nunca había llevado nada de seda en toda su vida.

Sayo nunca dejó de esforzarse en sus duras labores por apoyar a su esposo ni pidió una recompensa a cambio. Aguantó la austeridad y no se permitió ningún capricho en cuanto a ropa u otros adornos. Tampoco dijo jamás que quisiera vivir en una magnifica mansión, ni tener buenos muebles o utensilios domésticos, ni que quisiese comidas exquisitas o ver cosas interesantes.

Nadie puede creer que Sayo fuese tan tonta como para no distinguir qué cosas eran lujosas o caras ni tan despreocupada como para no desear nada desde el punto de vista material o espiritual. Efectivamente, Sayo tenía un deseo muy especial. Ante este deseo, cualquier otra cosa se le antojaba tan insustancial y vana como vestigios de polvo.

¿Qué deseaba Sayo? Quizá que su esposo destacara entre los intelectuales de la sociedad de su época. Yo mismo, que estoy escribiendo sobre ella, no puedo negarlo. Pero no estoy de acuerdo con quien piensa que Sayo era poco inteligente al ofrecer a su esposo su ayuda, su apoyo y su paciencia sin esperar nada a cambio, como un comerciante que invierte toda su fortuna en un negocio y muere sin haber obtenido ningún beneficio.

Seguro que Sayo tenía algún deseo pensando en el futuro. Hasta su muerte, sus bellos ojos tenían fija la mirada en lugares lejanos, muy lejanos; o ¿quizá no tuvo tranquilidad ni tiempo para sentir que su propia muerte sería una desgracia? ¿Acaso no era este su verdadero deseo, que nunca había expresado claramente?

Seis meses después de que Sayo muriera, Chuhei fue llamado al castillo de Edo, cuando tenía sesenta y cuatro años. Dos meses después fue citado para una audiencia con el shogun, Iemochi Tokugawa[74], y fue nombrado canciller secretario. Al año siguiente le fue concedido el título de «Guarda custodio de documentos» y fue nombrado jefe de secretarios. Su hijo Kensuke también estuvo empleado en el dominio feudal y después se convirtió en profesor de Shoheiko, la escuela oficial confuciana.

Para que continuase la sucesión familiar en el dominio feudal, en el cuarto año del período Ansei (1859), Nakamura eligió a Keizaburo Takahashi como esposo para su hija Ito, nacida de su matrimonio con Sumako. Pero esta joven pareja murió pronto. Más tarde, Kotaro, el otro hijo de Sumako, continuó el linaje familiar. Cuando Chuhei tenía sesenta y seis años, fue nombrado intendente en funciones de Hanawa, en Mutsu, con unos ingresos de sesenta y tres mil novecientos koku[75] al año; pero como cayó enfermo declinó este honor y aceptó un puesto inferior.

A los sesenta y cinco años, Chuhei se mudó a Kachimachi, en Shitaya, y a los sesenta y siete años vivió provisionalmente en la parte principal de la mansión del dominio feudal y, después, compró una casa cerca de Hanzomon no Horibata, en Kojimachi. La torre junto al acantilado en el mar, desde donde contemplaba la luna con el conspirador Kumoi Tatsuo (1844-1870), un samurái procedente del dominio feudal de Yonezawa, estaba en el segundo piso de esta casa.

En 1868, año en que todo Edo estuvo revolucionado y cayó el gobierno feudal, Chuhei, que tenía setenta años, se retiró de la vida social. Poco tiempo después, la torre del acantilado junto al mar fue destruida por el fuego, y entonces vivió durante una temporada en la mansión principal del dominio feudal y en las casas dependientes. En medio de los tremendos tumultos de la ciudad, se refugió en la casa de Masakichi, el hermano menor del agricultor Zembe Takahashi, de Zairyokemura, Oji. Desde que su hija Sumako había vuelto a Obi hacía ya tres años, Chuhei vivía con su hijo Kensuke y su esposa Yoshiko, procedente de la familia Amano, junto con el pequeño Sengiku, que había nacido el agosto anterior. Yoshiko se había quedado muy débil después del parto y a los seis meses de empezar a vivir con su suegro, Chuhei, murió a los diecinueve años, sin poder ver antes a su esposo, que se encontraba por entonces en Shimofusa.

Chuhei permaneció retirado hasta el invierno en esta casa y después se trasladó a la mansión del dominio feudal de Hikone, en Yoyogi, adonde fue invitado por publicar en este feudo un libro sobre la interpretación de las Analectas (partes correspondientes a la primavera y al otoño) de Confucio. Al año siguiente, cuando tenía setenta y un años, se trasladó a la mansión del antiguo feudo, en Sakurada, y cuando tenía setenta y tres años se trasladó una vez más a Dote Sanbancho.

Chuhei murió el día 23 de septiembre, cuando tenía setenta y ocho años. El hijo que tuvieron Kensuke y Yoshiko, Sengiku, su nieto, que entonces tenía diez años, fue el que continuó la tradición familiar. Después de la prematura muerte de Sengiku, fue Saburo, el segundo hijo de Kotaro, quien finalmente la continuó.

Tercer mes del tercer año

de la era Taisho (1914)