Fuentes y agradecimientos

El Titanic me ha obsesionado toda la vida, como queda ampliamente demostrado en este extracto de Arthur C. Clarke’s Chronicles of the Strange and Mysterious (Collins, 1987):

Mi primer intento de escribir un relato de ciencia-ficción (afortunadamente destruido tiempo atrás) se relacionaba con ese típico desastre de las rutas del espacio, la colisión entre una nave interplanetaria y un meteorito de gran tamaño (o, si prefieren, un cometa pequeño). Estaba muy orgulloso del título, «Icebergs del espacio», aunque en la época ignoraba que esas cosas existían de veras. Siempre he sido excesivamente aficionado a los finales sorpresa. En la última línea revelaba el nombre de la nave naufragada. Se llamaba (contengan la respiración) Titanic.

Más de cuatro décadas después, volví sobre el tema en Imperial Earth (1976), donde llevaba el buque recobrado a Nueva York para celebrar el quinto centenario de la Independencia de Estados Unidos en 2276. En la época en que lo escribí nadie sabía que el transatlántico se había quebrado en dos.

Entre tanto había conocido a Bill MacQuitty, el cineasta (y muchas otras cosas) irlandés a quien está dedicado este libro. Tras el éxito de su magnífica La última noche del Titanic (1958), Billy estaba decidido a filmar mi novela A Fall of Moondust (1961); sin embargo, la Rank Organization se negó a inmiscuirse con la fantasía (¡hombres en la Luna, nada menos!) y el proyecto fue rechazado. Por suerte, ahora la novela será adaptada para una miniserie de TV por otro amigo íntimo, Michael Deakin. Si se preguntan cómo logramos encontrar mares de polvo en la Luna, manténgase a la escucha.

También agradezco a Bill MacQuitty las fotografías, planos, dibujos y documentos sobre el Titanic, sobre todo el menú reproducido en el capítulo 36, «El último almuerzo». También encontré una gran inspiración en Irish Gardens, el hermoso libro de Bill (texto de Edward Hyams; Macdonald, 1967).

Es grato consignar que el director de fotografía de Bill era Geoffrey Unsworth, que una década después también rodó 2001: una odisea del espacio. Todavía recuerdo a Geoffrey ambulando por el plato con expresión divertida, diciéndole a todo el mundo: «Hace cuarenta años que estoy en este oficio… y Stanley acaba de enseñarme algo que no sabía». Michael Crichton me ha recordado que Superman fue dedicada a Geoffrey, que murió durante su producción, y fue muy llorado por todos los que trabajaron con él.

Esta novela no habría sido posible sin la lectura de dos libros clásicos sobre el tema, A Night to Remember de Walter Lord (Allen Lane, 1976) y The Discovery of the Titanic de Robert Ballard (Madison Press Books, 1987), ambos excelentes. Otros dos libros que también me resultaron muy valiosos son la reciente «continuación» de Walter Lord, The Night Lives On (William Morrow, 1986) y Her Name, Titanic de Charles Pellegrino (Avon, 1990). Le agradezco a Charlie (que aparece en el capítulo 43) toda la información técnica sobre el proyecto «Bringing Up Baby», que nos provoca sentimientos encontrados.

El libro The Wreck of the Titanic Foretold?, de Martin Gardner (Prometheus Books, 1986), reedita la extraordinaria novela de Morgan Robertson, The Wreck of the Titan (¡1898!), mencionada por lord Aldiss en el capítulo 9. Martin justifica el concepto de anticipación inteligente por parte de Robertson; no obstante, cuesta resistirse a creer que debió recibir alguna información procedente de 1912…

Como muchos de los acontecimientos de esta novela ya han ocurrido, o están a punto de ocurrir, a menudo ha sido necesario referirse a personas existentes. Espero que ellas disfruten de mis extrapolaciones de sus actividades.

El «síndrome del siglo» (capítulo 4) ya preocupa a mucha gente, aunque tendremos que aguardar hasta el 1/1/00 para ver si las cosas son tan graves como sugiero. Mientras yo escribía este libro, un viejo amigo americano, el doctor Charles Fowler (que trabajó conmigo en el sistema de aproximación controlada desde tierra en 1942, nada menos), me envió un artículo del Boston Globe que mencionaba que los ordenadores tendrían un problema en el año 2000. Según esto, la broma entre los expertos es que todos se jubilarán en 1999. Veremos…

Desde luego, en 2099 no se presentará este problema. Para entonces, los ordenadores sabrán cuidar de sí mismos (y del Homo sapiens, si todavía existe).

No he inventado el enorme molusco del capítulo 12. Los detalles (con fotografías) de esta portentosa bestia se encontrarán en Arthur C. Clarke’s Mysterious World (Collins, 1980). El Octopus giganteus fue identificado por primera vez por F. G. Wood y el doctor Joseph Gennaro (Natural History, marzo de 1971), y tuve el placer de tener a ambos frente a la cámara para mi serie de TV Mysterious World.

La útil sugerencia sobre las alergias del pulpo (sabremos qué hacer si encontramos uno en el inodoro) está tomada del libro Octopus and Squid: The Soft Intelligence, de Jacques-Yves Cousteau y Philippe Diole (Cassell, 1973).

Y aquí debo consignar algo que me ha desconcertado durante años. En este libro, Jacques afirma que sus buzos han jugado con pulpos cientos de veces pero nunca han sufrido un mordisco, y jamás oyeron hablar de semejante incidente. Bien, la única vez que yo atrapé uno, frente a la costa oriental de Australia… ¡me mordió! (véase The Coast of Coral, Harper & Row, 1956). Soy incapaz de explicar este colapso total de la ley de probabilidades.

Según la revista Omni, la cuestión que se describe en el capítulo 13 se planteó en el test de inteligencia de una escuela secundaria, y sólo un alumno genio detectó que la respuesta impresa era errónea. Esto aún me resulta asombroso; los escépticos pueden quitarse la duda si pasan unos minutos con tijera y cartulina. La historia aún más increíble de Srinivasa Ramanujan, mencionado de pasada en el mismo capítulo, se encontrará en el pequeño clásico de G. H. Hardy, A Mathematician’s Apology, y más convenientemente en el primer volumen de The World of Mathematics de James Newman.

Debo agradecer a mi viejo amigo de Sri Lanka, Cuthbert Charles, a sus colegas Walter Jackson y Danny Stephens (que trabajan en Brown & Root Vickers Ltd.) y a Brian Redden (gerente de la división de servicios técnicos de Wharton Williams) por un curso acelerado sobre las operaciones petroleras marítimas. Me impidieron cometer demasiados errores flagrantes (eso espero), y no son responsables de mis alocadas extrapolaciones de sus logros, auténticamente asombrosos, ya comparables a muchas cosas que haremos en el espacio en el próximo siglo. Me disculpo por retribuir su amabilidad saboteando buena parte de su trabajo.

Nunca se ha contado la historia completa de la Operación Jennifer (1974), y es probable que nunca se cuente. Para mi sorpresa, su director resultó ser un viejo conocido, y le estoy agradecido por sus elusivas aunque útiles respuestas a mis preguntas. En general, preferiría no saber demasiado sobre lo que sucedió aquel verano distante, para que la mera realidad no sea un obstáculo.

Mientras escribía esta novela, me divirtió encontrar otra obra de ficción que mencionaba al Glomar Explorer, aunque (¡por suerte!) con un propósito muy distinto: Ship of Gold, de Thomas Allen y Norman Polmar (Macmillan, 1987).

También agradezco a varios conocidos de la CIA y la KGB que preferirían conservar el anonimato.

Me alegra identificar a uno de mis informadores, el profesor William Orr, del Departamento de Ciencia Geológica de la Universidad de Oregon, ex compañero de viaje en la universidad flotante Universe. Los planos y la documentación que me dio sobre el Glomar Explorer (que hoy languidece en la bahía de Suisun, California, entre Vallejo y Martínez, y se puede ver desde la carretera 680) fueron datos esenciales.

El descubrimiento de grandes explosiones en el fondo marino, que se menciona en el capítulo 33, fue documentado por David B. Prior, Earl H. Doyle y Michael J. Kaluza en Science, vol. 243, pp. 517-9, 27 de enero de 1989, con el título «Evidence for Sediment Eruption on Deep Sea Floor, Gulf of Mexico».

El mismo día en que hacía la corrección definitiva de este manuscrito, me enteré de que existen pruebas convincentes de que la perforación petrolera puede provocar terremotos. El Science News del 28 de octubre de 1989 cita un trabajo de Paul Segall, de U. S. Geological Survey, que hace esta afirmación en el número de Geology de octubre de 1989.

Se hallará información sobre la tumba neolítica que se menciona en el capítulo 34 en Nature 276, p. 608, 1978.

El apabullante trabajo de Ralph C. Merkle sobre reparación molecular («Molecular Repair of the Brain») se publicó inicialmente en el número de Cryonics de octubre de 1989 (publicado por ALCOR, 12327 Doherty St., Riverside, California, 92503), y le agradezco que me haya enviado un ejemplar.

Mi agradecimiento a Kumar Chitty por la información sobre la Convención de la ONU sobre Derecho del Mar, dirigida durante muchos años por el difunto embajador Shirley Hamilton Amarasinghe. Es una gran tragedia que Shirley (cuya hospitalidad disfruté a menudo en los setenta en su apartamento de Park Avenue) no viera la culminación de sus esfuerzos. Era un hombre con gran capacidad de persuasión, y si hubiera vivido habría impedido que las delegaciones de Estados Unidos y Gran Bretaña se pusieran en ridículo.

Mi gratitud a mi colaborador Gentry Lee (Cuna, la trilogía de Rama) por haber programado sus actividades de tal modo que yo pudiera concentrar toda mi energía en la más reciente de mis «últimas» novelas.

Un especial agradecimiento a Navam y Sally Tambayah (y a Tasha y Cindy, desde luego) por su hospitalidad, el WordStar y los faxes.

Por último: un homenaje a mi querido amigo el difunto Reginald Ross, que entre otras gentilezas me hizo conocer a Rajmáninov y Elgar hace medio siglo, y que murió a los noventa y un años mientras yo escribía este libro.

Mandelmemo

Hoy día existe una abundante bibliografía sobre el conjunto de Mandelbrot, presentado al mundo ajeno a IBM en «Computer Recreations» de A. K. Dewdney (Scientific American, agosto 1985, 16-25). El libro del maestro, The Fractal Geometry of Nature (W. H. Freeman, 1982), es sumamente técnico, y muchos pasajes son inaccesibles aun para los que se ufanan de ser hábiles en matemáticas. No obstante, buena parte del texto es informativa e ingeniosa, así que vale la pena hojearlo. Sin embargo, contiene sólo brevísimas referencias al conjunto M, cuya exploración apenas comenzaba en 1982.

The Beauty of Fractals, de H-O. Peitgen y P. H. Richter (Springer-Verlag, 1986), fue el primer libro que mostró el conjunto M en glorioso Technicolor, y contiene un fascinante (y a menudo divertido) ensayo del mismísimo doctor M. sobre sus orígenes y descubrimiento (¿o invención?). Describe desarrollos posteriores en The Science of Fractal Images (compiladores, H-O. Peitgen y Dietmar Saupe, Springer-Verlag, 1988). Ambos libros son sumamente técnicos.

Mucho más accesible para el lector general —pero empecinado— es The Armchair Universe (W. H. Freeman, 198) de A. K. Dewdney. Contiene el artículo publicado en Scientific American en 1985, con actualizaciones e información sobre el software disponible para ordenadores personales. He quedado muy satisfecho con MandFXP, de Cygnus Software (dirección postal: 1215 Davie St., P. O. Box 363, Vancouver BC, V6E IN4, Canadá), y lo he usado muchísimo en mi Amiga 2000. Mientras realizaba un documental televisivo para el Canal 4 de Gran Bretaña (God, the Universe, and Everything Else), tuve el raro privilegio de mostrarle a Stephen Hawking algunos hermosos «agujeros negros» que había descubierto, mientras expandía el conjunto hasta alcanzar la órbita de Marte. Otro proveedor de software para el conjunto M (para Mac y PC) es Sintar Software (1001 4th Ave., Suite 3200, Seattle, WA 98154, USA).

Huelga decir que hay revistas de admiradores de Mandelbrot que contienen sugerencias para acelerar los programas, notas de exploradores de regiones remotas del conjunto e incluso muestras de un nuevo género literario, la fractal-ficción. El boletín especializado es Amygdala, dirigido por Rollo Silver, que también provee software (Box 111, San Cristobal, NM 87564, USA).

El mejor modo de apreciar el conjunto es a través de los vídeos que se han hecho con él, en general con acompañamiento musical. El más famoso es Nothing But Zooms de Art Matrix (P. O. Box 880, Ithaca, NY 14851, USA). También he disfrutado de A Fractal Ballet de The Fractal Stuff Company (P. O. Box 5202, Spokane, WA 99205-5202, USA).

En rigor, el «extremo oeste» del conjunto M está exactamente en –2, no en –1,999… al infinito, como se dice en el capítulo 18. ¿Alguien quiere partir la diferencia?

No sé si hubo casos de mandelmanía en la vida real, pero no me extrañaría recibir informes en cuanto este libro se publique… y me eximo de antemano de toda responsabilidad.