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Inspección

Jason Bradley se disponía a soltar su lastre y seguir a J. J. a la superficie cuando el Explorer volvió a llamar.

—Buen trabajo, Jason; estamos rastreando el ascenso de J. J. Los botes ya lo esperan.

»Pero no sueltes el lastre todavía. El grupo N-T quiere que hagas una pequeña tarea; no llevará más de cinco minutos.

—¿Dispongo de ese tiempo?

—Ningún problema, o no lo pediríamos. Faltan cuarenta minutos para la embestida: en nuestras simulaciones informáticas parece un frente de tormenta. Te avisaremos con mucha antelación.

Bradley reflexionó. Deep Jeep podía llegar a la zona de Nippon-Turner en cinco minutos, y le gustaría echar un último vistazo al Titanic. Ambas secciones, si era posible. No había riesgo; aunque la estimación de llegada fuera muy errónea, aún tendría varios minutos de tiempo de advertencia y podría subir mil metros antes de que el alud pasara.

—¿Qué debo hacer? —preguntó, haciendo virar a Deep Jeep para que la popa cubierta de hielo quedara frente a su sonar.

—El Maury tiene un problema con sus cables de energía: no puede izarlos. Quizá estén enredados. ¿Puedes inspeccionarlos?

—De acuerdo.

Era una petición razonable, pues él estaba muy cerca. Los enormes conductores de flotabilidad neutra que habían bajado sus enormes amperajes al barco hundido costaban millones de dólares, así que era lógico que los submarinos intentaran recobrarlos. Supuso que el Pedro el Grande ya lo había conseguido.

Sólo tenía las luces de Deep Jeep para iluminar la montaña de hielo aún amarrada al fondo marino, aguardando un momento de liberación que quizá no llegara nunca. Moviéndose con cautela, para eludir los cables que lo enlazaban con los tensos globos de oxígeno-hidrógeno, bordeó la masa hasta llegar al par de gruesos cables de electricidad que subían hasta el submarino.

—No veo ningún problema —dijo—. Sólo necesita un buen tirón.

Segundos después, los grandes cables vibraron majestuosamente, como las cuerdas de un gigantesco instrumento musical. Bradley creyó sentir la onda de infrasonido que emitían.

Pero los cables se negaban a moverse.

—Lo lamento —dijo—. No puedo hacer nada. Quizá la onda de choque atascó el mecanismo que los destraba.

—Es lo que sospechamos. Bien, muchas gracias. Será mejor que vuelvas. Aún te sobra tiempo, pero estiman que quinientos millones de toneladas de fango se dirigen hacia ti. Dicen que es como el Mississippi con todo su caudal.

—¿Cuántos minutos faltan para que llegue?

—Veinte… No, quince.

Me gustaría visitar la proa, pensó Bradley, pero no abusaré de mi suerte. Aunque me pierda la oportunidad de ser el último hombre que jamás vio el Titanic.

A regañadientes, soltó el lastre número uno, y Deep Jeep comenzó a elevarse. Tuvo un atisbo final de la inmensa estructura envuelta en hielo mientras se elevaba; luego se concentró en el par de cables que titilaban en sus luces delanteras. Así como la cadena del ancla de su embarcación tranquiliza al buzo, los cables brindaban a Bradley un lazo alentador con el mundo de la superficie.

Iba a soltar el segundo lastre, y aumentar su velocidad de ascenso, cuando las cosas se complicaron.

El Maury aún tironeaba de los cables, tratando de recobrar el costoso equipo, cuando algo cedió. Pero no, lamentablemente, lo que querían.

El sonar anticolisión emitió un pitido, y luego un estrépito sacudió a Deep Jeep y arrojó a Bradley contra el cinturón de seguridad. Entrevió una enorme masa blanca que pasaba junto a él y se perdía en lo alto.

Deep Jeep empezó a hundirse. Bradley soltó los dos lastres restantes.

Su velocidad de descenso se redujo casi a cero. Pero no del todo. Aún bajaba lentamente hacia el fondo marino.

Bradley guardó silencio unos minutos. Luego, contra su voluntad, se echó a reír. No corría peligro inmediato, y en verdad era gracioso.

—Explorer —dijo—. Aunque parezca increíble, acabo de chocar con un iceberg.