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Cuestión de megavatios

—Tenemos la respuesta —dijo un Kato cansado pero triunfal.

—Me pregunto si ahora tiene importancia —respondió Donald Craig.

—Bah, esa histeria no durará. Nuestros muchachos de relaciones públicas ya están trabajando con ahínco… y también los de Parky. Hemos tenido un par de reuniones para planear una estrategia conjunta. Quizá termine por beneficiamos a ambos.

—No entiendo.

—¡Obvio! Gracias a nuestra cuidadosa exploración… mejor dicho, la exploración de Parky… esa pobre gente al fin recibirá cristiana sepultura en su propio país. A los irlandeses les encantará. No se lo digas a nadie, pero ya estamos hablando con el papa.

Donald encontró ofensiva la frívola actitud de Kato. Ciertamente irritaría a Edith, que parecía fascinada por la encantadora niña que el mundo había llamado Colleen.

—Más te vale ser cauto. Muchos de ellos pueden ser protestantes.

—Improbable. Todos embarcaron en el sur, ¿verdad?

—Sí, en Queenstown. Pero no lo encontrarás en el mapa: un nombre que aludiera a la reina no era popular después de la independencia. Ahora se llama Cobh.

—¿Cómo se escribe?

—C-O-B-H.

—Bien, hablaremos con los arzobispos y también con los cardenales, por si las dudas. Pero te diré lo que han inventado nuestros ingenieros. Si funciona, será mucho mejor que la hidrazina. Bluepeace empezará a gritar eslogans a favor de nosotros.

—Sería un cambio agradable. Un milagro, en verdad.

—Nos especializamos en milagros, ¿no sabías?

—¿Y éste en qué consiste?

—Primero, construiremos un iceberg más grande, para obtener más empuje ascendente. En consecuencia, sólo necesitaremos diez mil toneladas de flotabilidad adicional. Podríamos seguir el método de Parky, y me temo que al principio tendremos que hacerlo. Pero hay un modo eficaz y más limpio de obtener gas allá abajo. Electrólisis. Descompondremos el agua en oxígeno e hidrógeno.

—Es una vieja idea. ¿No necesitará demasiada cantidad de corriente? ¿Y qué hay del riesgo de una explosión?

—Una pregunta tonta, Donald. Los gases irán a electrodos separados, y una membrana los mantendrá aparte. Pero tienes razón en cuanto a la corriente. ¡Gigavatios-hora! Pero los tenemos. Cuando nuestros submarinos nucleares hayan cumplido su parte con los elementos de enfriamiento Peltier, pasaremos a la electrólisis. Quizá tengamos que contratar otro submarino. Como te he dicho, los británicos y los franceses quieren participar, así que no es problema.

—Muy elegante —dijo Donald—. Y entiendo por qué le puede agradar a Bluepeace. Todo el mundo está a favor del oxígeno.

—Exacto… Y cuando abramos los globos durante el ascenso, el mundo entero respirará un poco mejor. Al menos, eso es lo que dirán los de relaciones públicas.

—Y el hidrógeno subirá a la estratosfera sin molestar a nadie. ¿Y qué hay de la pobre capa de ozono? ¿Algún riesgo de abrir más agujeros?

—Lo hemos verificado, por supuesto. No estará en peores condiciones que ahora. Concedo que eso no es decir mucho.

—¿Tendría sentido embotellar los gases durante el ascenso? Contarías con cientos de toneladas de oxígeno-hidrógeno a cuatrocientas atmósferas. Eso debe ser muy valioso. ¿Por qué desperdiciarlo?

—Sí, también hemos pensado en ello. Muy poco margen: aumento de complejidad, el coste de los tanques y demás. Podríamos hacer la prueba… pero nos pondrá en situación desfavorable si los militantes ambientalistas se vuelven a poner pesados.

—Has pensado en todo, ¿verdad? —dijo Donald con franca admiración.

Kato meneó la cabeza lentamente.

—Nuestro amigo Bradley me dijo una vez: «Cuando hayas pensado en todo, al mar se le ocurrirá otra cosa». Sabias palabras, y nunca las he olvidado… Ahora debo colgar… Ah, recuerdos a Edith.