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Pietà

Jason Bradley había visto algo parecido en una película del espacio cuyo título no recordaba. Un astronauta muerto volaba hacia las estrellas aferrado por brazos mecánicos… Pero esta pietà robótica se elevaba desde las profundidades del Atlántico, rumbo a los botes neumáticos que aguardaban en círculo.

—El último cuerpo —dijo Parkinson sombríamente—. La muchacha. Aún no sabemos su nombre.

Como esos marineros rusos, pensó Bradley, que habían yacido en esa misma cubierta más de treinta años atrás. No podía evitarlo; el tonto cliché le cruzó la mente: «Estoy de vuelta donde empecé».

Como muchos de los marineros recobrados durante la Operación Jennifer, estos muertos también parecían dormidos. Este detalle asombroso y perturbador había capturado la imaginación del mundo. Después del trabajo que nos tomamos para explicar por qué no podía quedar ni siquiera una astilla de hueso…

—Me sorprende —le dijo a Parkinson— que pudieran identificar a alguno, después de tantos años.

—Periódicos de la época, álbumes familiares; incluso los inmigrantes irlandeses pobres se hacían tomar al menos una foto en su vida. Sobre todo si abandonaban su patria para siempre. En el último par de días, los medios no habrán dejado un solo altillo de Irlanda sin revisar.

El ROV 3 había confiado su carga a los buzos con traje de caucho que aguardaban en los botes. La elevaron con cuidado —con ternura— a la base suspendida sobre el flanco de una de las grúas del Explorer. Era muy liviana, y un hombre podía manipularla con facilidad.

Casi de común acuerdo, Parkinson y Bradley se alejaron de la borda; ya habían visto demasiadas veces ese triste ritual. En las últimas cuarenta y ocho horas, habían exhumado a cinco hombres y una mujer de la tumba donde habían descansado durante casi un siglo, al parecer fuera del alcance del tiempo.

Una vez en la suite de Parkinson, Bradley le entregó un pequeño módulo de ordenador.

—Está todo ahí —dijo—. El laboratorio de la AIFM ha trabajado horas extra. Todavía hay algunos detalles desconcertantes, pero la imagen general parece clara.

»No sé si sabes lo que pasó con el Alvin. En los primeros días de su carrera, se perdió en aguas profundas. La tripulación apenas logró escabullirse… dejando su almuerzo a bordo.

»Cuando rescataron el submarino un par de años después, el almuerzo de los tripulantes estaba tal como lo habían dejado. Fue el primer indicio de que en agua fría, con bajo contenido de oxígeno, la decadencia orgánica puede ser sumamente lenta.

»Y en los Grandes Lagos han recobrado cuerpos que estaban intactos décadas después del naufragio. ¡Todavía puedes ver la expresión de sorpresa en la cara de los marineros!

»El primer requisito es que el cadáver se encuentre en un entorno cerrado donde no puedan llegar los organismos marinos. Eso es lo que sucedió aquí; esta gente quedó atrapada cuando intentaba encontrar una salida. Pobres diablos, se deben de haber perdido en la primera clase. Habían forzado la cerradura de la otra puerta de la suite, pero el agua los alcanzó antes de que lograran abrir ésta…

»Pero no se trata sólo del agua fría y estancada, y ésta es la parte más fascinante de la historia. ¿Has oído hablar de la gente de las turberas?

—No —dijo Parkinson.

—Yo tampoco, hasta ayer. Pero en ocasiones los arqueólogos daneses encuentran cadáveres perfectamente conservados, al parecer víctimas de sacrificios, de más de mil años. Cada arruga, cada cabello intactos. Parecen esculturas increíblemente detalladas. ¿El motivo? Los sepultaron en turberas y el tanino los protegió de la descomposición. ¿Recuerdas las botas y zapatos que encontramos desperdigados alrededor del barco, con el cuero intacto?

Parkinson no era tonto, aunque a veces fingía ser un personaje de P. G. Wodehouse; tardó sólo unos segundos en hacer la asociación.

—¿Tanino? ¿Cómo? Ah, claro… ¡Los baúles de té!

—Exacto. El impacto había roto varios. Pero nuestros químicos dicen que el tanino puede ser sólo parte del proceso. El barco estaba recién pintado, así que las muestras de agua que hemos analizado muestran gran cantidad de arsénico y plomo. Un ambiente muy insalubre para cualquier bacteria.

—Sin duda ésa es la respuesta —dijo Parkinson—. ¡Qué extraordinario giro del destino! Nadie se imaginaba que ese té se conservaría tan bien… Y me temo que el bisabuelo nos ha traído muy mala suerte. Justo cuando todo iba sobre ruedas.

Bradley sabía a qué se refería. A la vieja acusación de mancillar un altar histórico ahora se sumaba la de profanación de tumbas. Y, por extraña paradoja, una tumba aparentemente reciente.

Los olvidados Thomas Conlin, Patrick Dooley, Martin Gallagher y sus tres compañeros no identificados habían alterado toda la situación.

Esa paradoja deleitaría a cualquier irlandés genuino. Con el descubrimiento de sus muertos, el Titanic había cobrado vida.