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Burócrata

Artículo 156

Establecimiento de la autoridad

1. Por esta Convención se establece la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, que actuará de conformidad con esta Parte.

2. Todos los Estados Partes son ipso facto miembros de la Autoridad.

4. La Autoridad tendrá su sede en Jamaica.

Artículo 158

Órganos de la autoridad

2. Se establece también la Empresa, órgano mediante el cual la Autoridad ejercerá las funciones mencionadas en el párrafo 1 del artículo 170.

(Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, firmada en Montego Bay, Jamaica, el 10 de diciembre de 1982)

—Lamento los emolumentos —se disculpó el director general Wilbur Jantz—, pero están fijados por reglamentos de la ONU.

—Entiendo. Como usted sabe, no estoy aquí por el dinero.

—Y hay muchos beneficios adicionales. Primero, tendrá rango de embajador…

—¿Tendré que vestirme como tal? Espero que no. No tengo esmoquin ni esas otras tonterías.

Jantz rió.

—No se preocupe; nosotros nos encargaremos de esos detalles. Y recibirá tratamiento VIP en todas partes: eso puede ser muy agradable.

Hace mucho tiempo que recibo tratamiento VIP, pensó Jason Bradley, pero decirlo no quedaría bien. A pesar de su experiencia, era un novato en este ambiente; quizá no tendría que haber hecho ese comentario jocoso sobre los embajadores…

El director general leía el texto que rodaba en la pantalla del escritorio, y en ocasiones pulsaba la pausa para examinar algún artículo con atención. Bradley habría cedido una buena tajada de sus ingresos a sus empleadores por el privilegio de leer ese archivo. Me pregunto si saben algo, pensó, sobre aquella vez que Ted y yo «condimentamos» ese buque náufrago con ánforas falsas, en Delos. Claro que no sentía remordimientos: le había causado muchos trastornos a gente que se lo merecía.

—Debo aclararle que tuvimos un pequeño problema —dijo el director general—, aunque no es motivo para preocuparse. Algunos de nuestros estados parte más… eh… más agresivamente independientes… quizá no vean con buenos ojos el que haya trabajado para la CIA.

—¡Eso fue hace más de treinta años! Y ni siquiera supe que trabajaba para la CIA hasta mucho después de ser contratado… como marinero, nada menos. Pensé que ingresaba en la Summa Corporation de Hughes… y así fue.

—No pierda el sueño por eso. Sólo lo menciono por si alguien lo comenta. No es probable, porque en todos los demás aspectos sus calificaciones son superlativas. Hasta Ballard lo admitió.

—¿De veras?

—Bien, dijo que usted era el mejor elemento de una pandilla de indeseables.

—Muy típico de Bob.

El director general siguió leyendo el texto, luego reflexionó un instante.

—Esto no tiene nada que ver con su designación, y disculpe si soy indiscreto. Le hablo de hombre a hombre…

Vaya, pensó Jason, conocen lo de la Villa. Quién sabe cómo habrán penetrado la seguridad de Eva.

Pero la sorpresa fue mucho mayor.

—Parece que usted perdió la comunicación con su hijo y la madre hace más de veinte años. Si quiere, puedo ponerlos en contacto.

Por un instante, Bradley sintió una sofocación en el pecho; era como si le hubieran cortado el suministro de aire. Conocía de sobra esa sensación, y sintió el pegajoso inicio de ese pánico paralizante que es el peor enemigo de un buzo.

Como en ocasiones anteriores, recobró el control respirando profundo y despacio. El director general Jantz, notando que había abierto una vieja herida, aguardó comprensivamente.

—Gracias —dijo Bradley al fin—. Preferiría que no. ¿Ellos… están bien?

—Sí.

Era todo lo que necesitaba saber. Era imposible retroceder en el tiempo: ni siquiera recordaba al hombre —el joven— que había sido a los veinticinco, cuando había empezado tardíamente la universidad. Y por primera y última vez, se había enamorado.

Nunca sabría quién había tenido la culpa, y quizá ya no importaba. Se podrían haber comunicado fácilmente con él, si hubieran querido. (¿Acaso J. J. pensaba en él, y recordaba las veces que habían jugado juntos? Sintió un picor en los ojos, y ahuyentó ese recuerdo.)

A veces se preguntaba si reconocería a Julie si se cruzaban en la calle; como había destruido todas sus fotografías (¿por qué había conservado una de J. J.?) ya no recordaba su rostro con claridad. Sin duda la experiencia había dejado cicatrices indelebles en su psique, pero había aprendido a convivir con ellas… con la ayuda, admitía a regañadientes, de dama Eva. El ritual que él había institucionalizado en la Villa le había dado alivio físico y mental, y le permitía funcionar con eficiencia. Estaba agradecido por eso.

Y ahora tenía un nuevo interés —un nuevo desafío— como vicedirector (Atlántico) de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos. Se figuraba que Ted Collier se habría desternillado de risa ante esa metamorfosis. Bien, había mucha verdad en el viejo dicho de que los cazadores furtivos eran los mejores guardabosques.

—Le he pedido al doctor Zwicker que pase a saludar, pues ambos trabajarán juntos. ¿Se lo han presentado?

—No, aunque lo he visto con frecuencia. La última vez fue ayer, en el canal de noticias científicas. Estaba analizando el plan de Parkinson… y no demostró mucha admiración.

—Entre nosotros, Zwicker no admira nada que no haya inventado él mismo. Y en general tiene razón, para irritación de sus colegas.

La mayoría de la gente aún consideraba levemente cómico que el principal oceanógrafo del mundo hubiera nacido en un valle alpino, y había un sinfín de bromas sobre la pericia de la armada suiza. Pero la verdad incuestionable era que el batiscafo se había inventado en Suiza, y la larga sombra de los Piccard aún se proyectaba sobre la tecnología que habían fundado.

El director general miró la hora y le sonrió a Bradley.

—Si mi conciencia lo permitiera, podría ganar apuestas con esto. —Inició una silenciosa cuenta atrás, y había llegado a uno cuando llamaron a la puerta—. ¿Entiende a qué me refiero? Como suelen decir, «el tiempo es el arte de los suizos». —Elevó la voz—: Entra, Franz.

Hubo un momento de silenciosa evaluación antes de que el científico y el ingeniero se dieran la mano; cada uno conocía la reputación del otro, y cada uno se preguntaba si serían colegas o antagonistas.

—Bienvenido a bordo, señor Bradley —dijo el profesor Franz Zwicker—. Tenemos mucho de que hablar.