Noa y yo susurrábamos sentadas en el suelo, sobre una gran alfombra estampada con flores extrañas que enrollaban sus tallos sobre sí mismos y cientos de hojitas. A nuestro lado, dos sirvientes esperaban con gesto de resignación. La habitación daba a un patio con una fuente cuyo chorro no dejaba de sonar. También se oía el cantar de pájaros desconocidos, que a menudo se acercaban a beber en ella y luego salían volando por los arcos de las paredes. Desde allí, se veía el palacio de Hawal Mahal, tan naranja, una extensión de la zenana para las integrantes del harén. A Noa le parecía increíble que tras sus casi mil celosías pudieran esconderse las esposas del rey poeta. ¿Qué hombre podía haberse casado mil veces? Si a menudo oía quejarse a su padre de lo difícil que era contentar a una sola mujer. Tampoco comprendía lo que yo le estaba contando.
—Es difícil de explicar, Noa, si no conoces nuestras creencias y nuestra religión. Yo apenas consigo entender lo que me has enseñado de la tuya. Los fantasmas son seres astrales que no tienen un cuerpo que pueda tocarse. Son las almas de las personas que han vivido en este mundo, en el que tú y yo hablamos ahora, y que, al morir, se quedan en el Pretaloka, una parte del mundo astral. Pero no se parecen a esos seres extraños de tus historias fantásticas. Los nuestros no hacen daño a nadie. Mi madre tan solo me acompaña y cuida de mí. Tampoco sé si es un fantasma, eso es lo que creo, pero nunca se lo he preguntado.
—¿Y yo puedo verla también? ¡Quiero verla! ¡Enséñamela, Lila!
Noa me cogió del brazo y lo zarandeó de emoción. Me reí con ganas.
—Qué más quisiera, Noa, pero yo no decido cuándo viene ni a quién se aparece, ella manda en su mundo. Y no sé por qué no se ha reencarnado todavía, pero está conmigo desde que yo nací y ella abandonó el mundo físico. Allí, ahora es feliz, tiene hasta una cama como la tuya, dice que es mucho más cómoda que dormir en el suelo, pero no le gusta vuestra comida, sigue siendo vegetariana. Siempre me he preguntado de dónde saca los alimentos, aunque ella dice que no necesita comer. Y se alegra mucho cuando mi abuela y yo le hacemos ofrendas y le ponemos flores.
—¿Y puede atravesar las paredes?
—Yo nunca le he visto hacer eso, ¿para qué tendría que hacerlo si puede pasar por la puerta?
—Pues es verdad, nunca lo había pensado. Qué idiotas son los fantasmas europeos.
—Será que vuestras casas son más grandes y vuestros fantasmas más vagos. Así no tienen que molestarse en buscar una puerta abierta.
—Sois las dos tontas de remate. —Gabriel nos observaba. En la mano llevaba un sable de madera que agitaba en el aire mientras hacía aspavientos y ruidos extraños. Nos levantamos a toda prisa.
—¡Vete de aquí! No queremos que nos molestes —le dijo su hermana.
—No me da la gana. No sé por qué siempre tienes que estar con este bicho raro, Noa.
El niño me colocó el sable apuntándome al pecho. Junté las palmas mientras bajaba la cabeza y luego lo miré a los ojos. Gabriel bajó el arma, aunque no logró ocultar el temblor de sus manos.
—Namasté. Veo que has conseguido aprender a controlar tu ímpetu y por fin estás en paz.
—Ya estás diciendo tonterías. Por muy blanca que seas, no eres como nosotros. No sabes las ganas que tengo de volver a mi casa y no verte más.
—Gabriel, se lo voy a contar a mamá. Si no te gusta Lila, vete y déjanos tranquilas. ¿Quieres jugar con nosotras?
—¿Estás tonta? Ni en broma jugaría con esta cosa. Cuando volvamos, todos se reirán de ti por haber pasado todo el tiempo con una indígena.
—Pídele disculpas. La estás ofendiendo. No actúas así cuando juegas con Bhawani y también es indígena, ¿o no? Claro, como él es un príncipe y te regala siempre cosas muy bonitas, le tratas con respeto. Pero Lila es mi amiga y debes respetarla.
Me aproximé a Noa y la abracé.
—No sufras por mí. Él no piensa lo que dice, solo está asustado. No se acerca a mí porque le da miedo lo distinto. Pero eso cambiará.
Gabriel apretaba los puños como si fuera a darme el puñetazo que según él me merecía.
—¿Sí? ¿Y tú qué sabes? ¿También ves el futuro?
—A veces. Y ahora veo que vas a perder un diente de un fuerte golpe contra una puerta. Ten cuidado.
Él se encendió. Las mejillas se le pusieron encarnadas como su pantalón corto que dejaba a la vista unas piernas ya algo torneadas. Salió de la habitación pegando un portazo. No pudimos evitar reír a carcajadas mientras nos cogíamos de las manos.
—Veo que, como siempre, estáis disfrutando mucho.
Katerina acababa de entrar, a tiempo de observar casi toda la escena. Me saludó con un namaskaran y se agachó para dar un beso a su hija. ¡Cuánto los había echado de menos mientras había estado de viaje! Tan solo habían sido algunos días, pero ver a sus hijos como siempre, discutiendo, le hacía sentirse otra vez en casa, aunque la haveli no lo fuera. Agradecía volver a estar entre los suyos, y más después del desagradable incidente con Víctor. Ojalá no volviera a ver a ese malnacido. Pero tampoco podía arrepentirse de haber ido: la experiencia de ver a Gandhi no se le olvidaría jamás. Además, la raní se lo había agradecido enormemente. Al constatar el interés que Katerina demostraba por el arte y la historia de la India, le había permitido visitar una de las estancias más bellas de todo el palacio, la biblioteca del maharajá Jai Singh, repleta de objetos y libros en sánscrito, hindi, bengalí, persa, árabe, latín, alemán, francés e inglés.
Noa se levantó para colgarse de sus hombros.
—¡Mamá! ¿Cuándo has regresado?
—Ahora mismo, a tiempo de ver cómo os las apañabais con Gabriel. Disculpa su comportamiento, Lila, algunos hombres se ponen nerviosos cuando tienen delante chicas tan bonitas como vosotras. Se le pasará, está creciendo muy deprisa y eso es muy difícil. Estoy segura de que te trata así porque le gustas mucho.
—No se preocupe, señora Katerina, no me ofende. Él no lo hace con mala intención.
—¿Te ha gustado la biblioteca del maharajá, mamá?
—Es un sitio increíble la Pothikhana. Me han dejado entrar porque tenía el permiso especial de su alteza Naisha. No podéis imaginar las maravillas que contiene. Pero dime, ¿ha venido al final el príncipe Bhawani?
—Sí, vino, cubierto de joyas como si fuera una mujer vieja o un muestrario. ¡Hasta en el turbante llevaba una piedra verde y redonda! Mucho más grande que ninguna de las que tú te pones, no sé cómo no se le caía. Pero no me gusta, siempre está rodeado de todos esos guardianes de bigotes enormes y ridículos trajes rojos. Y no sueltan los palos de las manos, como si fueran a necesitarlos aquí para algo. Burbujas solo ha jugado con Gabriel, no ha querido quedarse donde estábamos nosotras. No sé por qué no dejan venir a ninguna de sus hermanas, son más simpáticas.
—No lo tomes en cuenta, Noa, es su cultura. Ellos se juntan poco con las mujeres y supongo que nunca con una de una clase o una casta inferior. Pero su madre mostró mucho interés en volver a veros. Con la de hijos que tiene este maharajá, siendo tan joven. Cuando toqué para la raní en la fiesta de bienvenida, conocí a toda la familia ¡y aún había otras cinco o seis esposas! Qué brío, Dios santo, qué brío tienen los hindúes. Y no llames Burbujas al príncipe; si se lo llaman su niñera o sus criados, allá ellos, pero tú tienes que ser siempre correcta.
—Pero así le llama todo el mundo… Y ¿por qué está tan gordo? Es el único niño gordo que he visto en la India.
Katerina se rio. Había cosas muy difíciles de explicar a una niña. Aunque su hija tenía razón, Bhawani estaba tan gordo como un globo terráqueo de los que había visto en la Pothikhana. En ese momento Rachel entró en la sala. Acababa de despertar de una larga siesta, una costumbre que Fernando le había descubierto hacía poco y ella había adoptado con gusto. Aún tenía los ojos enrojecidos y la marca de los dobleces de la almohada en las mejillas.
—Además le ha traído a Gabriel un regalo —continuó Noa—. Un plano de cuando construyeron esta ciudad, hace muchos años. Era muy feo, estaba todo lleno de garabatos marrones, pero al tonto de mi hermano le ha encantado. Y a mí no me ha traído nada.
—Bueno, hija, no debemos impedir que tu hermano y el príncipe sean buenos amigos, ¿no crees? A ti tampoco te gustaría que no te dejaran jugar con Lila. Yo creo que es solo eso, que a Burbujas le gusta más estar con Gabriel.
—¿A Burbujas? Pero ¿no habías dicho que no le llamáramos así?
Las tres empezamos a reír a carcajadas. Rachel se nos quedó mirando, pero ya estaba acostumbrada a las extravagancias de su hermana.
—¿Qué tal tu visita? ¿Te divertiste? —preguntó Rachel a Katerina.
—Sí, lástima que no vinieras. Me han dejado ver uno de los ejemplares más fabulosos de la colección: una edición en persa de algunos versos épicos del Mahabaratha traducidos por el poeta Abul Fazl, que, según parece, aquí es una eminencia. Es un libro especial y de muchísimo valor. Los mapas me han maravillado, parece mentira que en este país ya hubiera una cartografía tan avanzada hace tres o cuatro siglos. Hay mapas de Amber y del país cercano, del Punjab y de Delhi, de Agra y…, bueno, de otros lugares. También había muchas pinturas: de los emperadores mogoles de Deli, de los dirigentes de Amber y Jaipur, de varias batallas… Todo de un valor incalculable. Aunque me he guardado de decirlo, me da la sensación de que el maharajá no es consciente de lo que tiene, apenas está protegido. Aunque, claro, bien pensado, ¿a quién se le ocurriría que en este país perdido iba a encontrar semejantes tesoros? Me gustaría volver a verlos antes de irnos. Luego le pediré a Gabriel que me enseñe el mapa que le ha regalado el príncipe; si vale la mitad de lo que yo he visto, deberíamos devolvérselo. Pero contadme, ¿qué tal vuestra tarde? ¿Habéis hecho algo más, aparte de discutir con Gabriel? Supongo que sí, o no habríais sacado casi todos mis velos y los habríais desperdigado por el salón.
El niño había vuelto ya a la sala pero se quedó medio escondido tras la puerta.
—¡Oh, mamá!, perdónanos, por favor, no nos ha dado tiempo a recogerlo. Lila me ha explicado cómo es una boda hindú y hemos jugado a celebrar una. ¡Ha sido muy divertido! Aunque Gabriel no ha querido ser el novio.
—¿No? ¡Qué raro!
La risa de Katerina era cantarina como el agua fresca del río. Me recordó a mi madre; a menudo, cuando venía a verme de noche y hablábamos sobre cosas divertidas, ella reía así. Todas las madres que querían a sus hijos reían en ocasiones así.
—Él nunca quiere jugar con nosotras.
—Es normal que los niños no jueguen con las niñas, os gustan cosas diferentes. Miradme a mí, no me he ido con tu padre a cazar tigres. Con lo hermosos que son.
—Pero en mi colegio en Londres sí había niños que jugaban con las chicas. Y aquí también los he visto juntos por la calle. ¿No es verdad, Lila?
Miré a mi amiga con timidez, no me gustaba mucho hablar delante de Katerina.
—Antes, cuando éramos más pequeños, sí, pero ahora, cada vez menos. Ya tenemos edad de guardarnos para casarnos. Aunque yo sigo jugando con Rahul. Mi abuela me lo permite y a él no le importa.
—Pero ¿cómo puedes decir eso? Con ocho o nueve años no creo que nadie se case en estos tiempos, ni siquiera en la India. —Katerina se acercó a mí y me acarició las mejillas.
Sentí cómo me ruborizaba: no estaba acostumbrada a ese contacto tan íntimo con los extranjeros, aunque ella me trataba siempre igual que a sus hijos, como una más de su casa.
—Sí, señora. La boda de mi hermana Bhumika será en pocos días. También mi hermana Bhuvi se casa. Pero ella es mayor. Ya tiene once años. Es muy caro casar a una hija y la familia de la novia es la que paga más, mi padre lleva años ahorrando para poder casar a todas mis hermanas. Las primeras tienen mucha suerte, se llevan más regalos y un novio mejor situado, pero eso siempre adelgaza para las últimas. Puedo agradecerle a Siva que a mí me casará mi abuela Asha. Ella me quiere mucho.
—¿Las van a casar tan pequeñas? Pero eso no puede ser…
Rachel le hizo a Katerina un gesto que esta entendió enseguida. Le costó tanto no seguir hablando que tuvo que morderse la lengua.
—Ellas están muy felices, señora. Todos lo estamos. Bueno, yo no mucho. Ya no volveré a verlas tan a menudo, sobre todo a Bhumika. Vivirán un poco lejos, en otra aldea. Pero iré a verla, se lo he prometido y yo siempre cumplo mis promesas.
—Y ¿el novio? ¿Qué opina de casarse con alguien tan… tan…, con tan poca experiencia? Aunque, claro, si tienen la misma edad…
—Ellos lo prefieren así. Si esperan mucho para elegir esposa, se quedan con las más feas. Y no siempre los novios tienen los mismos años. El que se casará con mi hermana es nuestro primo Shauri. Él ya lleva barba y tiene rayas entre las cejas, como mi padre. A mí no me gusta por eso, pero Bhumika está muy contenta.
—Y después de la boda, ¿dónde vivís? ¿Os vais enseguida a la casa de vuestro novio?
—Esa es la costumbre. Solo cuando nos casan siendo aún niños de pecho esperamos con nuestros padres hasta que la familia del novio nos reclama y se celebra la gauna. Pero las mujeres siempre terminamos viviendo en la casa de nuestro marido. Y tenemos que agradecer a los dioses que tu futuro suegro te elija como esposa de su hijo, así viviremos en nuestro propio hogar. Aunque no todas tenemos esa suerte: si nuestros padres no pueden ahorrar una buena dote para la nueva familia, nunca nos casaremos.
—Y tú, mi niña, ¿también vas a casarte pronto?
—¡Katerina! Basta ya de cháchara —interrumpió Raquel—, ¿o es que has olvidado que debemos prepararlo todo para cuando lleguen los hombres? Si seguimos así, le van a encontrar todo manga por hombro, con lo cansados que vendrán. Pensarán que hemos estado todo el rato divirtiéndonos, qué bochorno.
—Tienes razón. Ya la dejo. De todas formas, ahora que vuelve Josef, espero que me hagas el favor que te pedí. Lila podría estudiar, seguro que vosotros podéis conseguirlo.
—Venga, hermana, vamos a arreglarnos. Y yo, si fuera tú, también haría que Noa y Gabriel se asearan, parecen pordioseros de la calle. A su padre le va a dar un soponcio si los ve así y nunca podremos convencerlo de que volváis a Jaipur.