La caza de mariposas empezaba siempre temprano. La cosa se organizaba en parejas cazadoras, asilvestradas ellas. Jiménez de Asúa dirigía la expedición. Todos acataban su acreditada autoridad: en realidad era el único que entendía un pimiento de lepidópteros varios. Agarró la red y comenzó la búsqueda. Al principio, muchos lo siguieron: Casares y su hijo Enriquito, Martínez de Aragón, Álvarez del Vayo, Luisito y Fernando corrían con las redes detrás de todo bicho volador que se les cruzara. Las mujeres, sin embargo, demostraban siempre menos ímpetu e iban abandonando poco a poco. A menudo terminaban observándolos, sin entender casi nunca la gracia de aquello, desde las cómodas sillas que habían traído en los maleteros de las limusinas oficiales. Franziseck, sentado en una cerca del coche, seguía con la vista, medio irónico medio incrédulo, a los torpes cazadores. Con lo fácil que era atrapar a una mariposa cuando se posara en una flor. Eso mismo les decía Asúa, muerto de risa:
—Pero mira que son zoquetes, que esto no es la caza del murciélago, al final, las mariposas se pararán en algún lado, a su altura, generalmente. No hay que pegar esos saltos, que se van a descoyuntar. Solo hay que saber esperar.
Yo me había negado a atrapar a ningún animal vivo, pero miraba el espectáculo. Daniella se lo pasaba en grande corriendo junto a Mariquita detrás de una gran mariposa violeta que era mucho más rápida que ellas y logró escapar a un destino cruel. Las niñas se sentaron en el suelo, agotadas, con tal suerte que, a su lado, un escarabajo gordo e irisado andaba camino de no se sabía dónde. Ellas no dudaron y el pobre animal terminó en el puño de Daniella hasta que se lo entregó a Asúa, que le insertó sin vacilar un alfiler por la mitad del torso antes de meterlo en una cajita de cartón que colocó junto a las otras veinte que los demás le habían ido pasando. Se divertía horrores clasificando los insectos que todos le traían. Ya casi no se divertía con ninguna otra cosa. Además de un gran penalista, era un fantástico entomólogo.
La mañana se ocultaba ya tras las ondas oscuras del río. Entre los árboles, el viento silbaba canciones tristes, los pájaros volaban sobre las copas y un ruiseñor se rompió un ala al chocar, impetuoso y torpe, contra un castaño; pero nadie lo vio caer en picado contra el suelo y desparramar sus vísceras entre las amarillas flores silvestres. Las niñas, divertidas aunque exhaustas, se sentaron con los demás en unas mantas de lana a cuadros. Los domingos eran para los miembros de la legación española un oasis en su incierto y árido destino. En esos días de asueto, todos fingían que la vida continuaba, algunos de forma inconsciente, otros obligándose a rozar la felicidad. Álvarez del Vayo propuso entonces jugar a La oca y se formaron los equipos: Mariquita y Daniella de pareja; Katerina, María y Mercedes en un trío de damas; Amelita con su hermano, Luisito, que jamás perdía; él, Vayo, solo, que para eso era el más tramposo. Pensé en quedarme de observadora pero al escuchar que Fernando, Asúa y Ayala decidieron dar un paseo, les pedí permiso para acompañarlos.
—Por supuesto, será un placer caminar junto a una jovencita tan hermosa. —Asúa entornaba los ojos siempre que se dirigía a una mujer guapa. Ahora los tenía casi cerrados.
El agua del Moldava había alcanzado ya una altura considerable. El deshielo había sido más lento ese año y conseguía refrescar el aire, sobre todo a medida que uno se acercaba a la orilla. También el verde era más verde allí y la sombra, más sombra. Un barco lleno de domingueros y espíritus curiosos pasó cerca. Algunos saludaron desde la cubierta y los niños corrieron tras el crucero de estampa regia y casco blanco y dorado, gritándoles un trecho hasta perderlos de vista, y enseguida volvieron y se reincorporaron al juego. Ayala se nos adelantó unos metros, prefería disfrutar a solas de las horas de sol brillando sobre las aguas. Además, ya tenía clara cuál era la respuesta de su jefe a la pregunta de Fernando y no deseaba volver a escucharla.
—Pues es así como te lo cuento. Estamos cercados, no hay salida. Ninguna en absoluto. Demasiados intereses ajenos a España desean que la República pierda esta guerra.
—Pero eso no puede ser, Luis, no tiene sentido.
—Sí, sí que lo tiene. La economía va por otros derroteros. El dinero tiene muchas manos y en nuestra guerra… los demonios son el anarquismo y el comunismo, todos lo sabemos… ¡Ja!, me río yo de esos que les tienen tanto miedo. A nosotros no va a matarnos el comunismo, va a dejarnos morir el capitalismo, el rudo capitalismo británico y estadounidense. Si yo te contara… La Texaco, la Ford y otras como ellas son las que les han puesto el dinero a los que están desmembrando España. Cantidades ingentes. Esos malditos, con su odio antisemita, se creen que Franco va a quitarles de en medio a comunistas, masones y judíos. Pues lo mismo hasta tienen razón y ya veremos si están tan contentos cuando empiecen a hacer también en el resto de Europa lo mismo que en Alemania y Renania. Y para remate, tenemos a la Iglesia católica estadounidense, llena de irlandeses e italianos, que odian a los presbiterianos que los gobiernan y han vivido con horror lo que pasó en nuestro país al principio de la guerra. Rebelde por Cristo, llaman a Franco, rebelde por la causa de la humanidad. Hay que joderse. No tenemos nada que hacer, Fernando, créeme. Por mucho que Roosevelt desee levantar el castigo, necesita a la Democracia Cristiana y estos no nos van a perdonar tanta iglesia quemada y tantas gaitas. Pero a ver de dónde saca Franco el petróleo, si apenas se habían sublevado y ya modificaron el destino de cinco petroleros de la Texaco con 18.000 toneladas de petróleo que iban camino de España. Su presidente es un profascista declarado; ordenó a los barcos que atracaran en puertos rebeldes a pesar de que los habíamos pagado nosotros. ¿Qué más da la multa que les pusieran? Franco ya había conseguido todo el petróleo que necesitaba para ponerse en marcha. Y no se quedan atrás la Ford, la General Motors o la Studebaker. De esas empresas llegan sus camiones, mucho más que de los alemanes e italianos. Son muy honorables los americanos pero su embargo solo es efectivo para nuestro bando, los franquistas no lo sufren. Los fabricantes estadounidenses les venden armas a través de Alemania. Que me parta un rayo si te miento. Pero no quiero amargarte el día, que está siendo tan agradable.
—¿Es que crees acaso que todo esto no me afecta? Además, jamás habría creído que necesitaras dinero, tú, con lo que eres.
—Pues créetelo. Si no, no te lo pediría. Menudas las estamos pasando.
Mi admirado Asúa prefería no pensarlo. Porque si los americanos los estaban machacando, lo de los británicos era aún peor. Esos «Oh! my friend» siempre eran mucho más sutiles, hasta para poner la puntilla. El presidente del Martin’s Bank inglés no tenía ninguna simpatía por la República y eso se notaba y mucho. Los agentes republicanos se las habían visto y deseado para abrir cuentas bancarias con las que pagar la compra de armamento. David contra Goliat, pero sin la honda. Por eso habían acudido a Moscú, por eso llevaron allí el oro de sus reservas. Negrín había apuntalado un poco el problema acudiendo al sistema bancario soviético que trabajaba en ese lado de Europa, al Banque Commerciale pour l’Europe du Nord, el famoso Eurobank, que trabajaba desde París y al Moscow Narodny Bank Ltd. de Londres, y se había conseguido así pagar desde la lavandería a los espías, pero eso, por desgracia, no se aplicaba a los diplomáticos. Sus sueldos se los pagaba el British Overseas Bank Ltd., el tristemente famoso BOB. Y claro que les afectaba. Luis le contó todo esto a Fernando porque necesitaba justificarse pero, sobre todo, porque apenas le quedaba fe.
—Por eso te pido el dinero, que mira que me cuesta. Pero te devolveré hasta la última corona. Esto ya ha pasado antes; aunque esta vez es mucho más grave, de un modo u otro lograrán pagar nuestras nóminas.
—Pero, Luis, ¿cómo es posible que el Gobierno republicano se haya quedado sin dinero?
Al escuchar la última frase de mi padre de este mundo, presté mucha más atención a la conversación que ambos mantenían, como si yo me hubiera vuelto de verdad invisible. Hacía tiempo que le había entregado la esmeralda a Armando y desde entonces no había podido ni dormir pensando que me había equivocado. Si mis visiones llegaran a cumplirse, Checoslovaquia sería tomada por los alemanes y, más por sentido común que porque mi magia me lo hubiera mostrado, imaginaba también que antes o después necesitaríamos dinero. El temor, de nuevo, me había llevado a tomar una decisión impetuosa. Pero, Asha me había advertido de que me librara de los regalos de Burbujas y de la raní, la maldición que acechaba a esa esmeralda era poderosa y antigua como la fuerza de las mareas, nada ni nadie podría vencerla, y Armando… Mejor apartarlo de ellos. Llevaba tanto tiempo haciendo de guardiana de mi familia que ahora tenía miedo de haberles fallado. Pero ya se me había ocurrido una posible solución: acudir a Asúa o pedirle ayuda a Mariana y a su familia. Ellos estaban en una posición acomodada. Agucé el oído.
—Ojalá fuera eso, ojalá. Sería menos indignante, mucho menos doloroso. El Gobierno republicano tiene dinero aunque su atención se centra en tantos frentes que muchas veces hasta se les olvida enviarlo, pero lo peor son los intereses que otros de fuera tienen en que perdamos. Nuestros enemigos son mucho más poderosos que Franco. Por motivos muy diferentes, económicos la mayoría, pero no solo les mueve el dinero. Ahora, sin embargo, sí es el dinero. Por eso he pensado en vosotros. Ya he acudido a todos los que pensé que podrían ayudarme.
Empecé a ponerme nerviosa y me quedé rezagada, lo bastante separada para que no advirtieran mi presencia. No quería que dejaran de hablar al darse cuenta de que yo los acompañaba.
—Pero, amigo mío, no consigo entender cómo habéis llegado a ese extremo.
Luis se paró a pensarlo. ¿Cómo se había llegado a que los cónsules y ministros de las legaciones de todo el mundo no recibieran sus sueldos ni pudieran pagar sus servicios? Para explicárselo, debía remontarse un siglo atrás. El servicio de Tesorería del Estado español se realizaba a través de una rancia casa bancaria inglesa, Frederik Huht & Co., que terminó actuando también como corresponsal del Banco de España. Antes del levantamiento, los cuatro socios que la formaban se separaron. Los dos que se quedaron con la parte más importante, Walters y Meinertzhagen, traspasaron a su vez el negocio de banca a una entidad que trabajaba con industriales ingleses y españoles, sobre todo en Cataluña: el BOB. Ninguno de los socios mayoritarios tenía experiencia en la tesorería exterior pero, como el banco británico era muy solvente y eficaz, el Gobierno lo nombró corresponsal en Londres del Banco de España. Recibía el dinero del Tesoro español y se encargaba de enviarlo a sus bancos colaboradores en todo el mundo, que a su vez hacían llegar el dinero a cada legación y consulado. La Dirección General del Tesoro del Ministerio de Hacienda autorizó a realizar las operaciones monetarias del Tesoro Público español con el BOB y este fue desde entonces el receptor del dinero de los consulados, allí donde todos deberían transferir los ingresos debidos a sus operaciones, tasas, servicios o derechos, y también el encargado de pagar sus nóminas.
Al iniciarse la guerra, el BOB se declaró leal al Gobierno de la República siempre que el Gobierno Británico lo reconociera, pero en octubre de 1936, ante la designación del nuevo Gobierno de los sublevados, pidió un dictamen externo para saber si debía seguir ocupándose de los pagos republicanos. Siguiendo su recomendación, lo hizo hasta que el Gobierno de Franco en Burgos pleiteó en los tribunales ingleses y estos reconocieron su derecho de beligerancia. Entonces el Gobierno británico consideró legales a los sublevados y el Banco de Inglaterra lo tuvo en cuenta. Aunque Madrid no había caído, los británicos reconocieron de facto a Franco y empezaron los problemas para cobrar el dinero que los republicanos enviaban a sus embajadas en todo el mundo.
Asúa pegó una patada a una piedra que fue a caer al río y formó varias ondas hasta hundirse del todo. Sufría tanto que me habría gustado tener cerca una infusión de cardamomo y haritaki, o al menos, poder ponerle las manos sobre la frente, en el punto del sexto chakra para llevarlo a otro nivel de conciencia. A él también le hacía falta olvidar. ¿Y si en el olvido se encontrara la esencia de la felicidad?
—Cómo hemos llegado hasta aquí da lo mismo. Lo que importa es el modo en que nos afecta. A ver de qué manera vamos a dar de comer a todos estos que se han quedado jugando a La oca. ¡Leche! No somos millonarios. La mayoría ya nos hemos gastado todos nuestros ahorros en este menester. Para que cobremos, los banqueros del Tesoro deben abonar a fin de mes el sueldo y los gastos de representación. Luego el Ministerio de Hacienda da orden al banco que hace efectivo los pagos. Si no recibimos el dinero, debemos comunicarlo al Departamento de Pagos del BOB. Varios de esos comunicados llevo ya. Varios.
Suspiré. ¿Qué había hecho? Era una estúpida. Respiré como debía para calmarme. Se me había cerrado una puerta. Deseé con toda mi ansia poder deshacerme de mis malditos poderes de bruja hindú. Pero seguí atenta a las palabras de Asúa.
—Así que estoy muy enfadado porque ni desde España nos aclaran nada, en lugar de poner las cartas sobre la mesa y decirme si tienen algún interés en que sigamos luchando o les importa un bledo. Hemos tenido hasta que soportar que los del banco nos aseguren que nuestro Gobierno no les paga. Los bancos ahora nos engañan adrede; desde que el BOB cambió de corresponsal al Banco Unión de Bohemia, no nos avisa nunca de que podemos disponer del dinero, nos pagan en libras o en otras monedas que tenemos que cambiar a un tipo carísimo y hasta nos niegan adelantos que antes nos concedían enseguida. Y les dan igual nuestras quejas porque si el Gobierno de España no nos respalda, estamos desamparados.
—Sabes que lo lamento muchísimo, Luis. Y puedes contar conmigo hasta lo que me sea posible, que no es mucho, tal y como estoy ahora. Pero hablaré con Katerina. A ver cuánto dinero podemos darte.
—Eres una gran persona. Ni siquiera me preguntas.
—Me basta con saber que estás pasando un apuro. Ojalá pudiera hacer más.
Me derrumbé, no solo espiritualmente, también tropecé en ese momento con una rama y caí al suelo. Los hombres no repararon en mí y siguieron hablando, ensimismados en su charla. No me hice daño, pero al levantarme y ver cómo ambos se alejaban despacio caminando entre los árboles, tuve ganas de echarme a llorar. ¿Cómo podía haberle entregado a un desconocido una joya tan valiosa? La única que podría ayudarme si mis visiones llegaban a hacerse realidad era Mariana, y no dependería de ella, sino de sus padres. ¿Cómo iba a ponerla en ese compromiso? Intenté tranquilizarme. Al fin y al cabo, tampoco parecía tan urgente. Si lo fuera, ¿seguirían los embajadores en Checoslovaquia? Y Fernando estaba bien situado, su despacho era uno de los de más renombre de Praga. Anduve un poco más aprisa aunque la conversación había perdido ya el interés para mí.
—¿Y por qué no acudís a otros bancos?
—Si tú fueras el director de un banco, ¿a cuál de los dos Gobiernos atenderías? ¿A los dos? ¿Al que fuera más afín a tu ideología? Yo ya he pedido a nuestro Ministerio mil veces que no indique cuáles son los destinos de los fondos que envía porque, según a quién vayan dirigidos, las transferencias se abonan antes o después. Qué casualidad que las que más han tardado siempre son las que se destinan al Servicio de Información y a pagar las armas. —Luis miró a su alrededor y se cercioró de que nadie podía escucharle. Yo miraba el río. El agua se oía como en un ronroneo—. Es que hay que ser gilipollas. Estás organizando un Servicio Secreto y quien lo tiene que pagar pone en el abono, que ve todo dios, desde el contable al de la caja, que es para pagar a los espías. Si no fuera tan doloroso decir esto que digo, hasta me reiría. Pero lo peor es que desde febrero los bancos colaboradores han suspendido pagos en todo el mundo. Por eso me he decidido a pedirte el dinero. Es la puntilla, ya no es un retraso en el cobro, es una suspensión de pagos de todas las legaciones. Incluso habiendo dinero en las cuentas del Gobierno republicano, los bancos se niegan a abonar ningún cargo.
—Pero eso es ilegal. ¿Cómo puede un banco suspender pagos si su cliente sigue teniendo fondos?
—No se puede demostrar nada pero los intereses por dejar sin dinero a toda la maquinaria de la República en el exterior han vencido. Si ahogas a sus funcionarios fuera, matas toda posibilidad de ganar la guerra.
Luis tomó aire. Había contado todas sus preocupaciones por primera vez a alguien ajeno a la legación. Y eso le estaba haciendo percatarse de la cruda realidad: sin dinero, no había ninguna esperanza. Pero él, que jamás había vivido por encima de sus posibilidades y no le debía nada a nadie, se sentía en la obligación de que su amigo conociera sus razones.
—En bragas nos han dejado, Fernando. Después de veinte años de colaboración entre el Banco de España, el Tesoro español y el BOB. ¿Cuántas veces más podrás dejarme dinero, que te agradezco infinitamente, pero que ni puedo saber cuándo te devolveré? ¡Es que son idiotas! ¿Se creen que si Franco gana la guerra, el Gobierno de Burgos va a seguir trabajando con ellos? Van listos. Pero cojonudamente listos. Una patada en el culo les darán; en cuanto Alemania estalle, Franco se pondrá de su lado. Amigo mío, esto está llegando a su fin. Y también te digo algo, Checoslovaquia está en peligro. Ya no me queda ninguna duda.
—Luis, en cuanto llegue a casa, hablaré con Katerina, pero hicimos esa inversión de la que te hablé. Y bien que me arrepiento ahora. No sé de lo que dispondremos. También nos dificulta a nosotros salir de Checoslovaquia. Solo nos queda una baza: vender algunos objetos de valor que guardamos. Llevo tiempo buscando compradores, sin que lo sepa Katerina, pero lo que nos ofrecen ahora es una miseria, ni la décima parte de lo que valen, y por supuesto es insuficiente para plantearse abandonar el país. Pero sigo en ello.
—La información que nos llega de nuestros agentes en Alemania y Austria es cada día más preocupante. No debéis tardar.
—Lo sé, pero ya lo hemos hablado muchas veces y no consigo convencerla. Es terca y… checoslovaca. En cierto modo entiendo su postura, aunque en el momento que pueda encontrar un comprador a un precio decente, haré todo lo posible porque cambie de idea. Y, sobre lo tuyo, estoy pensando…, podría acudir a Lucas y a Irene. Esta es una situación de urgencia y ellos siguen aquí, su posición es desahogada. Les pediré ayuda, aunque no tienen que saber que es para ti.
—¡Ay!, Fernando, qué inocentón eres. Lucas lleva meses colaborando con Lázaro. Conoce todos nuestros problemas, si le pides dinero justo ahora que nuestro banco ha suspendido los pagos a la legación, sabrá que es para mí. Tu amigo es una pieza clave en el servicio de espías de los facciosos. Hizo como que se retiraba pero ahí sigue, viviendo de ellos, a la sombra de Lázaro, aunque haciendo como si no estuviera.
—Pero él es mi amigo, no le importará para qué quiero el dinero.
—Puedes intentarlo, aunque yo no tendría muchas esperanzas. ¿Recuerdas a Mauro, el chaval al que apadrinamos después de que sus padres murieran de una forma horrible? Lo conociste en la legación. —La conversación había vuelto a interesarme. Y cuánto—. Lo apreciábamos mucho, era un gran chico, jamás pensé que pudiera hacernos algo así. Nos entregó a los fascistas, les contó dónde íbamos a recibir un cargamento de armas en una misión en la que él también participaba. Mataron a varios de sus compañeros, entre ellos a alguien a quien yo creía que apreciaba mucho, un chico asturiano, como él. Cada uno va y viene acompañado de sus fantasmas según ondea el viento, ¿quiénes somos los demás para juzgar? Pero eso…, eso no. Por su culpa, su amigo murió. Eso no consigo entenderlo.
A punto estuve de gritar: por fin tuve la prueba de que una de mis visiones más horribles se había hecho realidad. Me habría echado a llorar con ganas. Pero solo seguí andando tras los dos hombres, rezando por que, cuando por fin muriese, al menos mi karma me hiciera regresar en el cuerpo de una ardilla asustadiza y no en el de un gusano pegajoso. ¿Qué más podría hacer ya mal? Luis y Fernando se detuvieron de repente: sin darme cuenta, habíamos regresado al lugar donde se quedaron los demás. Pero ya nadie jugaba, Ayala había llegado mucho antes que nosotros y estaba hablando rodeado de casi todos los adultos, llevaba en la mano una carta que le había traído uno de los ayudantes de la legación. Al ver a Asúa, se dirigió a él.
—Don Luis, acaban de traer este despacho. Es de uno de nuestros agentes de Alemania, parece muy importante. Otra argucia más de los nazis, esta vez, para invadir Checoslovaquia. Pasará como con Renania y con Austria, otro Anschulss como el de marzo.
Jiménez de Asúa se puso tenso. Una nueva barbaridad para la lista. Lamentó no poder contar con el criterio de Kulçsar, aunque no quiso decirlo en alto. El austríaco había sido una gran pérdida, lo apreciaba mucho y confiaba en sus informaciones: eran cien por cien fidedignas. Ahora ya no podía saber si la comunicación de la que hablaba Ayala lo era tanto: el sustituto de Kulçsar, del partido socialdemócrata alemán, conocía bien el Servicio y también era muy leal, pero Torn no era ni mucho menos su fiel amigo Leopold. No le llegaba ni a la suela de sus gruesos zapatos. Sin embargo, no podía arriesgarse. Siguió escuchando con sumo interés a su secretario. Ayala estaba tan serio que al hablar apenas movía los labios.
—Todas las informaciones que le han llegado a Torn coinciden: Alemania invadirá Checoslovaquia, con la excusa de los Sudetes. Los decretos del Partido Alemán de los Sudetes del mes pasado, en los que exigen autonomía y libertad para seguir al partido nazi, lo dejan muy claro: los alemanes que viven dentro del país apoyarán a Hitler. Ya hemos sufrido en nuestras propias carnes cómo cumple Francia con su obligación de respaldar a los países amigos. Y si ellos no demuestran claramente su apoyo al presidente Benes, los soviéticos no tendrán por qué seguirlos, aunque Torn crea que ellos sí lo harían, a saber qué otros intereses desconocidos podrían tener. La situación es muy complicada, don Luis.
Luis Jiménez de Asúa, jefe de misión en la legación española en Praga durante la Guerra Civil española, respiró hondo y miró a todos de hito en hito.
—Señores, creo que el momento ha llegado. Siento tener que decir esto, pero me temo que nuestros días en Praga están contados. Las mujeres y los niños saldrán de Checoslovaquia cuanto antes, también algunos de nosotros, quienes no dependan directamente del Ministerio de Estado, y no creo que los demás tardemos mucho en seguirlos. No consentiré que nadie se arriesgue ni un minuto más de lo necesario. Aquí, señores y señoras, ya hemos hecho todo lo que podíamos hacer. E incluso muchísimo más.