Ya podía entender por qué Asha se preparaba a veces una mezcla de almendra molida y kesar. Luego la batía durante largo rato, hasta que del mejunje salía una espuma blanquecina que era lo primero que se tomaba y después bebía a sorbitos el espeso líquido, que sabía dulce, con un aroma a medio camino entre la mandarina y la papaya blanca. En algunos momentos, mi abuela también necesitaba aplacar las palabras y los pensamientos, dulcificar el impulso de hacer daño y despertar sus sentimientos de amor. El sirope draksha hacía que se quedara un instante mirando embobada no se sabía bien adónde y yo me reía de verla de ese modo, como si fuera y no fuera ella. Cuando volvía en sí, ya se había convertido otra vez en la mujer amable y de palabras amorosas que tanto amaba. Pero en ese momento no había almendras y kesar suficientes en este mundo para conseguir que yo dejara de odiar.
Seguía llorando mientras intentaba mover el cuerpo de mi hermana para poder ponerle la ropa. Solo los hombres de la familia de Shauri verían partir a Bhumika en su último viaje. Él no había querido esperar a que avisaran ni siquiera a Neeja y a nuestras hermanas y en pocas horas lo habían dispuesto todo para la cremación. Habían ido incluso contra la tradición, pero él mandaba sobre el cuerpo de su esposa. En la vida y también en la muerte. Yo me quité mi sari rosa, el que Asha me había regalado el día del último Festival de las Luces y que yo había querido llevar en el que esperaba como un feliz reencuentro esa mañana, y nadie me impidió que la vistiera con él. Me puse la falda y el corpiño de la muerta, abandonados en un rincón. Luego abrí el único ventanuco de la casa. Los espíritus caminaban aún por las partículas de viento. Yo los veía, desde siempre, aunque antes no sabía lo que eran esos pequeños puntos de luces con formas que cambiaban sin cesar en mis sueños. Los reconocí cuando vi cómo mi hermana se unía a ellos: su apariencia de niña se fue tornando en una luz brillante que parpadeaba en su resplandor hasta que se fundió con las otras que esperaban, los fulgores que se reunían y se separaban transformándose en siluetas distintas una y otra vez. Tras una llamarada, todas se oscurecieron de repente. Ella se había ido enseguida. No había aguardado siquiera a que su cuerpo se convirtiera, como la tierra del volcán, en calientes cenizas.
Shauri me observaba desde un rincón mientras escupía al suelo el paan que acababa de masticar. La caja de plata incrustada en oro de la que sacaba la mezcla roja brillaba cuando el sol de la tarde la tocaba. Ojalá la pasta entre dulce y amarga se volviera de repente venenosa y matara, entre agudos gritos de dolor, al elefante que aguardaba inmutable a que terminaran de arreglar a su esposa desgarrada. Si hubiera sabido, la habría envenenado yo misma. Y me sentía extraña por esa sensación recién estrenada de odio y de deseos de hacer mal a otro, pero también reconfortada: sabía que, al menos, el mal karma del elefante se ocuparía por mí de darle su merecido.
Mi abuela Asha me había repetido muchas veces, sin que yo hubiera sabido apenas de qué me hablaba, las limitaciones de mi magia: jamás debía ir contra las Leyes del Universo, tampoco actuar en mi propio beneficio ni emplear mi sabiduría en dañar de gravedad a nadie. Si transgredía esas normas inmutables de mi poder, tal vez sería castigada, empezaría a funcionarme al revés o dejaría de demostrar eficacia; nunca se podía saber bien hasta que ocurría. Y yo no había entendido lo que ese poder significaba de verdad hasta ese día, al ver el miedo reflejado en la cara de Sagar y de Shauri cuando los amenacé, con la voz firme y el alma encogida en mi cuerpecito de niña bruja.
Mientras yo oraba junto al cadáver, porque a pesar de ser mujer nadie se atrevió a echarme, Sagar ató cuatro palos largos y macizos en forma de catre y tejió el centro con algunas ramas finas. Después los hombres colocaron el cuerpo encima y yo lo cubrí con un gran pañuelo de color azafrán. Despacio, dejé caer sobre mi hermana algunos pétalos de flores que unas desconocidas me ofrecieron, ablandadas ante mis lágrimas, y los varones de la familia de Shauri la llevaron encabalgada en su pira hasta el río. Solo quedaba a la vista su cara, aún inquietantemente hermosa a pesar de los rastros que el sufrimiento había impreso en ella a cincel, como la estatua de la diosa Durga. En la orilla, su marido le lavó el rostro infantil y los pies menudos con el agua sagrada mientras, a tan solo unos metros, dos monos piojosos bebían agua y los miraban con apatía.
Cuando hubo terminado, el marido tapó también la cabeza de Bhumika y entre Sagar y varios de los hombres agarraron los palos, subieron el cuerpo a uno de los altares y lo colocaron sobre él y las maderas dispuestas en forma de pira. Antes Shauri había introducido algunas bolsas de grasa y recubrió todo el bulto con paja humedecida. Enseguida, el sacerdote le prendió fuego. Cuando las llamas comenzaron a ascender, casi todos se alejaron. Solo Sagar y yo permanecimos allí. No había ningún otro muerto esperando para consumirse en la hoguera, así que Bhumika pudo arder el tiempo suficiente como para que el fuego se comiera todo su maltrecho cuerpo. Su olor se me metió en la nariz: otra vez almendras quemadas. Solo cuando escuchamos el cráneo explotar por el intenso calor de las llamas y el sacerdote recogió sus restos y los arrojó al río, abandonamos nosotros la orilla. Aire, agua, fuego, tierra y madera se habían juntado de nuevo. Mi hogar había dejado de ser para mí un sitio donde no se temía a la muerte y solo se le tenía miedo a la vida. Los acontecimientos me habían hecho percatarme de que ambas iban a la par.
El camino de vuelta lo hicimos sin hablar. Sagar pensaba en qué contarle a Neeja y, también, en qué le contaría yo. Intentaba no mirarme a la cara. Lo normal habría sido que el traslado de su hija Bhumika a casa de su marido, la gauna, se hubiera pospuesto hasta que la esposa tuviera la primera regla, pero las deudas de juego de Sagar con su yerno y sobrino le habían hecho adelantarlo y la niña se había quedado ya en su nuevo hogar a cambio de que el marido perdonara a su suegro lo que le debía; así, al menos Sagar sacó algo de provecho a la boda de una hija, que solo acarreaba gastos y gastos. Shauri se impacientó; al fin y al cabo, tarde o temprano ese momento llegaría, ¿por qué retrasarlo mucho más? Ahora su suegro estaba furioso con él, porque le había prometido esperar un poco, pero tenía que reconocer que Bhumika era demasiado bella. Una flor de jazmín a punto de abrirse. Y su incipiente aroma atraía el instinto natural de los hombres.
Sin embargo, más que el atisbo de culpa, lo que le hacía seguir caminando absorto en sus pensamientos era su propio miedo. En la casa, cuando me enfrenté a ellos, Sagar me había temido. También su yerno. Las mujeres de nuestra familia no eran como las otras, bien lo sabía él. Seguía sin entender qué hizo su esposa Barathi para que aquel médico ingrese consiguiera sobrevivir a pesar de haberlo rematado con una puñalada certera, por la espalda y en tan mal sitio que nadie habría podido escapar de su dentellada. ¿Habitaría la venganza en mi alma? Neeja tenía razón, yo era igual que ellas, que mi madre y que mi abuela. Sagar aún temblaba al recordar cuando algunos llegaron a su casa contando que varios hombres de una aldea vecina habían obligado a masticar los rescoldos de una hoguera a una vieja y la habían hecho andar desnuda por los caminos. Después de ella, fueron a por sus hijas y a por su marido, y a todos ellos los acusaron de brujos y los azotaron desnudos en la calle, delante de decenas de ojos curiosos. La vergüenza había llevado al padre a ahogarse en el río, y las hijas habían terminado andando descalzas por las calles, mostrando a todos a lo que habían terminado dedicándose. De la madre nunca nada se supo. Al final, no había sido Asha la vilipendiada y hasta Neeja pareció sentir alivio al confirmarlo, pero ¿quién podía asegurar que algo así no pudiera ocurrirme a mí y que yo arrastrara igual que esa desgraciada a los míos, él entre ellos? Todo dependía del equilibrio de fuerzas. Sagar se arrepentía de haberse hecho cargo de mí. Me temía incluso más que a Asha o a Barathi; yo seguía con vida.
Cuando Sagar le contó a Neeja lo sucedido a su manera, ella se apiadó y me dejó tumbarme a descansar sin pedirme explicaciones. Pero debían casarme pronto. Mi ira se apaciguaría cuando estuviera sujeta y el trabajo duro doblegaría el espíritu de Asha que hubiera pervivido en mí. Ofrecerían al viudo Raquil lo que fuera necesario para convencerlo de que me aceptara como esposa y adelantara la boda. También dejó entrar, por última vez, a Rahul, que se atrevió a venir a verme al día siguiente.
Ya toda la aldea sabía que Bhumika había muerto en casa de su marido, aunque nadie más que su padre y su abuela conocían el verdadero motivo. No había sido la primera niña en morir así, los hombres eran impetuosos. Algunos vecinos se habían acercado a ver a la familia durante toda la mañana y se habían mostrado amables, compasivos incluso, pero todos se alejaban luego con la mirada de alivio de los que saben que otros sufren más. Esa era una mirada corriente allí, la de los muchos que veían a otros morir de hambre o de enfermedad, perder un hijo deshaciéndose con el calor de la sequía, quedarse sin nada por las lluvias del monzón, comerse entre lágrimas su última ración de grano guardada celosamente sabiendo que ya no habría más, con suerte, hasta la cosecha del año siguiente. Pero solo quedaba conformarse y aprovechar lo bueno que a veces traía el día. Esos de las ciudades y de otras aldeas de los que oía hablar a veces en Jaipur, que salían a las calles para seguir al loco de Nueva Delhi, estaban aún más locos que él. Revolverse era ir contra su condición, contra su dharma. De nada serviría. Ya hacía mucho tiempo que Neeja no sentía remordimiento, piedad, amor ni compasión; tampoco esperanza ni complacencia; Neeja solo sentía la vida que se iba y agarraba cada día su ración de soplo vital. Y había dejado de preguntarse si había hecho bien. Incluso había llegado a olvidar que en otro tiempo ella fue diferente y casi todos los que podían recordarlo habían muerto ya o lo habían olvidado con ella.
Rahul llevaba unas piedras con bonitas formas que había encontrado en el río. Le daban buena suerte. Neeja entró en la casa y me avisó de que él me esperaba afuera. Salí con la cabeza gacha y los ojos enrojecidos. Nos sentamos con las piernas cruzadas, guardando la distancia que la prudencia y el decoro marcaban. Cuando lo miré quise llorar, pero él me tomó de la mano y depositó en mi palma las piedras.
—Son mis talismanes. Harán que cambie tu suerte. Tú los necesitas más.
Le acaricié los dedos. Mi sonrisa era muy tenue. Apreté en mi puño el precioso regalo.
—Gracias. Las guardaré bien. Pero me ayudarías más si hicieras algo por mí. —Observé alrededor y le hablé en voz muy baja—. Necesito que vuelvas a casa de mi abuela y busques algo.
—¿Qué es?
—Asha tenía muy pocas cosas y casi todo se lo ha quedado Neeja, pero me había regalado algunos brazaletes y anillos y los ocultó en el patio, en un pequeño hatillo. Lo escondió debajo de una de las piedras más grandes, al fondo, cerca del muro de la chabola más cercana. El sitio es muy pequeño, lo encontrarás.
—¿Y qué harás con esas cosas? Si te ven con ellas, te las quitarán.
—No me verán. Si las vendemos al usurero, conseguiremos dinero suficiente para escapar de aquí. Podríamos viajar hasta Nueva Delhi. Tú podrías trabajar de carpintero y yo sé vender telas y vestidos, mi abuela me contó que allí viven muchos sahibs que compran en los bazares y tienen dinero. Sé cómo hacerlo, podríamos ganarnos la vida. Pero debemos irnos.
—Estás muy triste, Lila, y te entiendo. Primero te dejó tu abuela y ahora Bhumika, pero no debes dejarte llevar por las pasiones, este es tu karma, justo lo que necesitas en este momento, utilízalo para dirigir tu pensamiento a la virtud. Aquí están nuestras raíces. Y Dios proveerá. Yo no quiero irme.
—¿No querías casarte conmigo? Pues si no nos vamos, me casarán con un viudo, en unos meses. Puede que ese sea mi karma.
Rahul comenzó a toser con violencia. Cuando se calmó, me miró asombrado.
—¿Cómo sabes eso? ¿Han concertado ya la boda?
—Solo lo sé. A veces me pasa, aunque nunca cuando yo deseo. Neeja va a dar a ese hombre una dote más grande para que se case antes. No me quiere en su casa. Rahul, si no buscas las joyas que me regaló Asha, no podré ser tu esposa.
—Hoy no habrá luna. Iré esta noche y te las traeré de madrugada, cuando las nubes se escondan. Las guardaré debajo de esa piedra. —Rahul señaló una bien grande, a unos quince pasos de donde nos encontrábamos—. Pero ahora me voy a casa, estoy muy cansado. Hace días que me duele la cabeza y he tenido fiebre varias veces, siento escalofríos a menudo. También me duele aquí, en el cuello; cuando me aprieto, me duele como si me estuviera pisando la cabeza un elefante. Tengo que recobrar fuerzas. Solo he venido porque quería saber cómo estabas. Pero te prometo que buscaré tus cosas y luego pensaremos qué hacer con ellas. He prometido protegerte siempre y cumpliré mi promesa.
—Rahul, solo un ruego más. Debo volver a ver a Noa, ella se irá pronto a su país y tengo que despedirme, pero Neeja no me dejará. ¿Me ayudarás?
—Lila, has cambiado. ¿Por qué no te resignas? Acepta tu destino.
—Mi hermana lo hizo y mi madre antes que ella. Ahora entiendo muchas cosas que me enseñó mi abuela Asha. Mañana cogeré las semillas de pimienta negra, las herviré enteras y tomaré su jugo. Así mi boca se abrirá sin miedo y podré decir que no, si es necesario. No. Mi hermana y mi madre y muchas otras deberían haberlo dicho antes. Ahora estarían vivas.
—Me asustas pero también me das lástima. Y no quiero que te alejes de mí. Dime qué tengo que hacer.
Neeja tosió desde la puerta. Si no lo hubiera hecho, me habría atrevido a besar a Rahul. Sentía un extraño deseo de abrazarme a él y darle las gracias. Quizás solo necesitara abrazar a alguien. Pero el miedo a Neeja pudo más que el sentimiento diferente que me angustiaba y que a la vez me hacía sentir un hormigueo en el pecho, como si un bichito mordisqueara las esquinas del corazón.
—Recuerda lo que te he pedido, Rahul, no me defraudes. Y seré tu esposa.