La mañana se había levantado bailarina. Insensible a la muerte del alba. Los Devas revoloteaban, intensos en su luz, callados en su cometido. Asha había adornado el altar de Shakti con pétalos de rosa y el aroma del sándalo dibujaba ondas en el aire, por toda la casa. También había hecho sus ofrendas. Ya estaba lista. No había más remedio.
Me dejó dormir hasta que me desperté y eso ocurrió tan tarde que me extrañé de haber abierto los ojos cuando el sol ya había recuperado su sombra en el patio de atrás. Sus rayos encendían las caléndulas. Sobre el tablero extendido en el suelo de la cocina me esperaban todos mis manjares preferidos. Asha sabía que no había hecho bien, pero alguna ventaja debía tener haber nacido maga y saber cuándo y por qué ocurrían las cosas. En ese momento, para poco más podía aprovechar su poder. El corazón le oprimía el pecho, pero no sabía si ocurriría de ese modo, durante toda la noche había sentido ese mismo ahogo. Me abrazó y me cubrió de besos. Nos bañamos con el agua que había traído del río, nos vestimos con ropa limpia y cantamos juntas los himnos. Barathi no nos quitó ojo en todo el tiempo desde su nebulosa existencia privada.
—¿Te gusta?
Mis manos y mi boca estaban llenas de burfi de lentejas y nuez moscada. Tuve que masticar y tragar un poco antes de responder.
—¿Cómo puedes preguntar eso? Todo está riquísimo. Tenías que haberme despertado para que te ayudara. ¿Por qué hay tanta comida? ¿Va a venir alguien?
—No te preocupes, solo come lo que quieras. Hoy no iremos al bazar. Ya hemos vendido suficiente.
—¿Estás segura, abuela? Hoy es día de paga en la curtiduría, habrá muchas sirvientas y muchos hombres buscando cosas bonitas. Tenemos esa seda tan hermosa que nos trajo Chandresh.
—Me alegra que seas tan responsable, Lila, pero hoy no iremos. Está decidido. Desayuna… despacio, por favor, no quiero que te atragantes. Y luego ve a ver a tu amiga Noa, seguro que quieres contarle muchas cosas de la boda de tus hermanas.
—¿Sí? ¿Puedo ir a verla hoy?
—Eso es lo que más te apetece, ¿verdad? Pues ve y disfruta de ella. Pasa todo el día allí. Y cuando te vayas, abrázala fuerte y dale un beso muy muy grande, como si no fueras a volver a verla.
—¿Por qué no vienes conmigo? Su madre siempre me dice que eres bienvenida. Ella es muy simpática. Además, quiere encargarte otro sari.
—No, Lila. Hoy no puedo. Me queda mucho por hacer aquí, en nuestra casa. No tengo tanto tiempo. Además, tienes que estar con Noa. Si fuera yo, aprovecharías menos el día, sería una carga para ti. Ando despacio y tardaríamos más en ir y en volver. Si no quieres llegar hasta allí sola, que te acompañe Rahul, también debes verlo a él. Ve a buscarlo a su casa, estará. —Asha bajó un instante la vista al suelo. Pero enseguida volvió a mirarme—. Se me olvidaba: recuerda lo que te regalé el día del festival. No me gustaría que te lo dejaras.
—Pero ahora no voy a llevar puestas esas cosas, ¿no? ¿O quieres que se las enseñe a Noa?
—No, no, pero no las olvides. Las necesitarás. Voy a sacarlas del baúl y las guardaré en el lugar secreto del patio.
Yo ya no podía comer más. Había vaciado casi todas las escudillas y me estaba chupando los dedos. Me los relamía con avidez, sabiendo que no era habitual un festín así a mi alcance.
—No has comido nada, abuela. He sido una glotona.
Asha se rio. Las arrugas que rodeaban sus ojos se difuminaron en la piel brillante. Se sintió serena.
—No tengo hambre. Lo preparé para ti. Tienes que estar fuerte. Pero ya has terminado. Debes irte.
—¿No quieres que te ayude antes? Podemos bajar primero al río y lavamos las ropas de la boda. Así se conservarán mejor. Puedo irme luego.
—No. Es mejor que salgas ya.
La anciana inspiró el aire con olor a sándalo. Lo expulsó poco a poco. Necesitaba calmar el trote de su corazón. Luego me tomó las manos, acercó mis palmas a sus mejillas y rozó su rostro contra ellas. Estaban suaves y calientes y… eran tan pequeñas. Aún eran pequeñas. Se las llevó a los labios. Sus cien besos fueron cien plegarias, cien deseos, cien joyas, cien consejos. Yo sentí la piel arrugada pero suavísima de su rostro y los cien besos cálidos posados sobre mi carne me hicieron estremecer. Oí las cien plegarias, albergué los cien deseos, atesoré las cien joyas, memoricé los cien consejos.
—No me voy. Me quedo aquí, contigo. Ya iré a visitar otro día a Noa y a Rahul.
Asha temió que yo ya supiera verla por dentro. Olfateó en mi interior, escudriñó mi corazón. No, aún no había aprendido. Pero seguro que empezaba a conocer. Me abrazó con fuerza y se regocijó en la tibieza de mi pecho, en la bondad de mi corazón. En el amor de su nieta amada. Cuando logró separarse de mí, yo estaba llorando.
—No llores, mi pequeña mochuela blanca. No llores. Debes estar contenta. Hoy empieza tu nueva vida. Y llegarás a ser muy feliz en ella. Sabes que no miento. Lo dicen los astros. Y yo estaré contigo siempre. También lo sabes. Siempre. Como hasta ahora, cuando me necesites. Pero hoy tienes que ir a ver a tus amigos.
—No me voy, quiero quedarme.
—No, Lila. Debes ver a Noa y a Rahul. Haz caso a tu vieja dadi. Por favor. Debes ir a verlos. Ahora. —Asha volvió a besarme en las manos, en la frente, en las mejillas. Luego me empujó con suavidad hasta la puerta—. Ve tranquila. Yo te esperaré.
Sin mirar atrás, comencé a andar despacio hacia la aldea. Seguía llorando. Pero obedecí a Asha. Rahul se alegró de verme. Para entonces, el calor picajoso del mediodía ya me había secado las lágrimas y conseguí hablarle sin llorar de nuevo.
—¿Vienes conmigo a ver a Noa? Hoy necesito a alguien que me acompañe. Por favor.
—Ya no está Bhumika. —Su sonrisa era burlona.
—No, ya no está. Te envía sus buenos deseos. Y también Bhuvi.
—No, seguro que Bhuvi no. A ella no le gusto. No me perdona que me riera de su nariz grande.
—Mi hermana no tiene la nariz grande.
—Sí, sí que la tiene. Tú eres mucho más guapa que ella, la más guapa de todas tus hermanas, por eso vas a ser mi esposa.
—Estaban muy felices cuando las dejé. Las rencillas se olvidan cuando tu corazón canta.
—No te preocupes, volverás a verlas pronto. Yo te llevaré.
—¿Vas a venir conmigo hoy?
—Hoy no puedo. Tengo que pintar la valla de la casa donde trabaja mi tío Akala. Con lo cansado que estoy. Me pican los ojos y me duele un poco la cabeza, pero se lo prometí la semana pasada y ya han llevado todo lo que necesito. Ahora me iba para allá.
—Pues yo no quiero ir sola. Pero mi abuela me ha dicho que debía ver a Noa. Seguro que se pondría triste si llego enseguida y cree que no le he hecho caso. ¿Me dejas ir contigo?
—¿Quieres venir a pintar la valla? Eres una niña muy rara.
—No, solo te acompañaré un trecho. Luego me iré con mi abuela. Aunque no puedo volver tan pronto. Le diré que vine a verte a ti pero que luego quise estar con ella. Ya visitaré a Noa otro día.
Nos pusimos en marcha. Yo iba delante y Rahul me seguía. Le gustaba mirarme, aunque yo no solía dejarle. Eso pronto cambiaría, en cuanto me convirtiera en su esposa le debería obediencia y respeto. Como su madre a su padre y su abuela a su abuelo y sus tías a sus tíos.
—¿Por qué vas tan callada?
—Echo de menos a Bhumika. Sé que no podré volver a verla pronto.
—Pero tiene que ser así. Ella debe formar su propia familia. Estará bien con su marido. Tu padre habrá elegido con cabeza. Siempre es así. Por eso son ellos quienes deciden, tienen más experiencia, saben qué es lo mejor para nosotros. Dentro de poco, ella será una madre fabulosa. La mano que mece la cuna dirige el mundo, eso dice mi padre. Tú también serás así: mi gema preciosa. Pero yo te protegeré. Y te llevaré a ver a Bhumika.
—Y los tuyos, ¿me querrán como nuera?
—Cuando tu abuela Asha curó a mi padre, se ganó ese derecho. Mientras ella viva, mi familia estará en deuda con ella. Ningún otro curandero pudo adivinar lo que le ocurría. Es de necios no saldar las deudas. Se multiplicarían por diez en la siguiente vida.
De repente, me detuve. Sentí la mano de mi madre tocándome la mía. Tiraba de mí. Y estaba fría, no como otras veces.
—Rahul, debo irme ahora. Tengo que volver a casa.
—Aún no hemos andado ni medio camino. ¿No querías esperar un poco antes de regresar? Eres tan voluble como un junco ante el viento.
—No puedo explicártelo.
Lo abracé. Necesitaba sentir el calor de su cuerpo. Necesitaba cobijo, solo era eso. Pero él se apartó enseguida.
—¿Qué haces? No puedes tocarme así. Esa niña europea te está haciendo mucho mal.
—No sé lo que hago. Solo quería estar cerca de ti. Te pido disculpas, Rahul. Si me perdonas, te vendré a ver mañana.
—Estás loca, pero eres muy guapa. Te perdono.
Eché a correr camino de casa. Iba tan rápido que me rajé la planta del pie derecho con una piedra; sentí el escozor de la sangre y la tierra metiéndose en la carne, pero continué con todas mis fuerzas. La energía divina de Barathi me llevaba en volandas y yo necesitaba seguirla. Un halcón gañía en su nido esperando la comida de su madre que, herida por un cazador, no consiguió regresar a tiempo. Cuando llegué a la aldea, tuve que detenerme a tomar aliento. Y entonces supe. Me senté. Las lágrimas comenzaron a resbalarme por la cara. Crucé las piernas y miré al cielo. Intenté calmar mi respiración, cerré los ojos. Barathi me acariciaba el rostro. Roces de plumas de paloma sobre mi piel. Pero era ella. Seguí respirando lentamente, con los ojos cerrados, concentrada en ver. Junté los dedos pulgar e índice y recé, allí sentada, sin mover un corpúsculo de mi cuerpo, solo percibiendo mi dolor e intentando penetrar en el mundo del alma, para alcanzar el cuerpo astral de mi abuela y despedirme, antes de que ella me abandonara también.
—Lila, no te retrases más. Te está esperando. Te lo prometió.
—¿Por qué, mamá? ¿Por qué se va también ella? Ahora me he quedado sola.
—¿Acaso yo te he abandonado? Sigo a tu lado. Mientras me necesites, estaré aquí. Pero debes irte ahora. Rápido. Tu abuela te espera.
Me levanté del suelo y seguí corriendo sin detenerme hasta llegar a mi casa; estaba rodeada de gente. Neeja me aguardaba en la puerta. En cuanto me vio, salió a mi encuentro y me agarró del brazo.
—No entres. Vinieron a hacerle otro encargo y la encontraron muerta hace una hora. Ya están preparándola.
Me revolví y entré corriendo. Olía a almendras quemadas, el olor de los que esperan en el otro lado a que se abra la puerta para pasar al mundo de los que ya no son sustancia. Muchas mujeres rodeaban el cuerpo de Asha y otras oraban frente al altar. Todos querían estar ahí: permanecer cerca de un alma cuando se desprendía de la materia es la mayor de las bendiciones. El sacerdote entonaba una plegaria a Aditi, la diosa de la casa, a Shakti y a Kali, la diosa de la muerte y la destrucción. Para la gran travesía, la transición del mundo físico al plano astral, mi abuela se había engalanado con el sari rosa de su boda y la diadema de plata, y estaba recostada con las manos formando el símbolo sagrado, la cabeza erguida y el rostro sereno. La besé. Sentí su piel caliente aún. Enseguida la oí llamándome. Solo yo podía escuchar su voz de bruja hindú. De abuela amada.
—Lila, Lila, mi niña, mi pequeña mochuela blanca… No he podido esperarte más, solo me quedan unos minutos para cruzar. Dime lo que deseas decirme y me iré. Ya estás preparada. Ya eres. Podrás encontrarme siempre dentro de ti.
—Esta mañana no te dije cuánto te quiero, abuela. Solo era eso. Solo eso. Te quiero. Gracias por esperarme. Gracias por haber pasado esta vida a mi lado.
—Mi pequeña mochuela blanca. Creo que seguiré llamándote así también en el mundo nuevo, ya he paseado por él y no hay razón para no hacerlo. Todo está bien. Y no debes preocuparte, seguiré cuidando de ti mientras me necesites. Tu madre y yo. Solo búscanos dentro de tu corazón, en tus sueños pero también en la realidad; tu fuerza es mayor que la nuestra, quizás porque reúnes en ti la luz y la oscuridad, la espiritualidad y el valor. Y no te olvides de quién eres, de quién quieres ser, pase lo que pase. Debes dejar que los elementos retornen a la tierra, que mi alma pase a la nueva habitación, que como el mango, el mijo o la baya me libere del tallo, como la serpiente muda la piel, como el polluelo se deshace de su cáscara. Mi mente te recordará y volverá siempre que tú desees. Y si tengo que volver a nacer, solo será cerca de ti.
Recosté mi cabeza sobre el cuerpo muerto de mi abuela, que ahora comenzó a enfriarse deprisa. Mis lágrimas caían sobre su piel pálida y se quedaban encharcadas en las comisuras de sus labios ajados, que empezaban a amoratarse. Algunas mujeres insistían en que me apartaran del cadáver, pero Neeja entró en la sala y les ordenó que me dejasen. Todos callaron. Me levanté y miré hacia la ventana. Mi abuela se despedía de mí al otro lado con una sonrisa en el corazón y un beso jugueteando en las orillas del alma.
—Vamos, Lila, nos esperan en casa.
Neeja me agarró del brazo. Me solté.
—Este es mi hogar. Yo quiero quedarme aquí.
—No sabes lo que dices. No puedes quedarte sola. Pero no agotes mi paciencia o dejaré que lo hagas. Soy una necia al apiadarme de ti. Haz un hatillo con lo que quieras llevarte y ven conmigo. Rápido, poco queda ya que recoger.
Dejé de llorar. La miré a la cara. La vi dentro, oscura y añeja como el final de los tiempos. Salí corriendo de la casa. Nadie me persiguió. Continué andando despacio. Ya no tenía que apresurarme, no me esperaban en ningún lugar. Me imaginé el mundo ahora: ¿a quién daría mi mano para dormirme sin miedo? ¿Quién me calmaría al despertar de madrugada aterrada por el ruido de un animal rondando la choza, ya fuera en la realidad o en mis fantasías? ¿Quién me querría jamás tanto como Asha? Sentí un dolor punzante como colmillo de leopardo. Nunca, en mi corta vida, lo había experimentado de ese modo. Y saber que mi abuela podría volver a este mundo no lo aminoraba; al contrario, no era justo que pudiera volver convertida en gacela al otro lado del Ganges, en mono al que yo jamás llegaría a besar o incluso en una persona a quien no conocería. Intenté rezar: «La vida de mi vida, cuya naturaleza es sostener el fuego en su mano, esencia de Verdad del oro más puro, quien ni viene ni va, el Poderoso que a todas las almas impregna en este mundo, para aquellos que así meditan en él, todos los futuros nacimientos terminarán». Y, con cada palabra, sentí caer una lágrima y mil más. Y así seguí, andando despacio sin dejar de llorar, hasta que el camino se convirtió en una calle de Jaipur y la misma multitud colorida e indolente de siempre irrumpió en mi intimidad.
Al llegar a la haveli donde Noa se hospedaba con su familia, me detuve antes de llamar. Me restregué los ojos y vi una infinidad de lucecitas amarillas. Las chiribitas volaban de verdad en mi mente. Así viviría Asha a partir de ahora dentro de mí. En el recibidor se amontonaban decenas de embalajes de madera y un sinfín de sirvientes corría de un lado a otro arrastrándolos, abriendo unos y cerrando otros. Solo uno me prestó atención mientras seguía afanado metiendo en ellos artículos de todo tipo. Me guiñó un ojo y me sonrió, yo bajé la cabeza y disimulé mi asombro. El guardián me hizo esperar allí y continuó mirándome mientras se atusaba sus largos y negros bigotes hasta que Katerina salió a recibirme.
—Hola, mi niña. ¿Qué cara es esta? ¿Te ocurre algo? ¿Quieres beber alguna cosa? —Pidió enseguida a uno de sus sirvientes una taza de té y unos bollos—. Siento que hayas hecho el viaje para nada. Noa acaba de acostarse. No se encontraba bien, lleva unos días indispuesta y hoy tenía fiebre. Lo siento mucho, de veras, pero ahora no puedes verla. Y Gabriel y yo vamos a la Pothikhana, la biblioteca del rajá. Pero se me ocurre que quizás desees venir con nosotros. Así no habrás hecho el viaje en balde.
Contuve las lágrimas, junté las manos y miré al suelo.
—Gracias, señora. Solo quería ver a Noa. Pero si está dormida, volveré mañana, si no le importa.
Katerina me ofreció el té y me lo tomé sin levantar la vista. En sus posos se reflejaba la tristeza de un corazón vulnerable. La vi burlándose allí de mí y seguí bebiendo. No acepté su comida.
—Por supuesto que puedes venir mañana. Sin embargo…, creo que debo decirte algo. Noa quería contártelo ella misma, pero creo que no debemos demorarlo más…
—¡Nos vamos la semana que viene! —Gabriel acababa de entrar corriendo en la sala. En la mano llevaba una pequeña pistola que parecía de verdad y apuntaba sin cesar a un lado y a otro. Estaba radiante.
—¡Gabriel! No creo que fuera necesario decirlo así, ¿no te parece?
—Es que estoy muy contento, madre, por fin nos vamos de este lugar asqueroso.
—Vuelve a tu cuarto y espérame allí. —Katerina se dirigió a mí de nuevo—: Lo siento mucho, cariño. Debes disculpar sus malos modos. Le queda mucho que aprender.
—No se preocupe, señora. Solo está contento. ¿Cuándo se van?
—Gabriel ha dicho la verdad, mi marido regresó la semana pasada y nada nos retiene aquí. No ha aceptado el ofrecimiento del maharajá para hacer negocios aquí y tenemos que ocuparnos ya de nuestros asuntos en Europa, no puede dejar abandonado mucho más tiempo el bufete. Es una pena que Noa no se sienta bien hoy, le habría gustado mucho pasar la tarde contigo. Pero vuelve mañana, si puedes. Ella está muy triste por tener que separarse de ti.
—Bien, señora, volveré entonces.
Tomé el camino de siempre para llegar a mi aldea pero no me detuve, como otras veces, a mirar los bultos sinuosos del lago de los caimanes ni a comprar dos annas de regaliz, que la vieja vendedora, conocida de mi dadi, me dejaba fiado si lo necesitaba antes de salir de la ciudad; todo eso me pareció lejano e irreal, como en un sueño de mentiras profundas y dolorosas. Asha había muerto. Noa también me dejaba.
Caminé deprisa hasta que se me acercó un hombre y me pidió, con los ojos en blanco y la boca ensangrentada, algo para comer. Todas las advertencias de los mayores me vinieron de pronto a la mente. ¡Corre, Lila, corre! Y eso hice, correr, aunque el mendigo no tenía más que una pierna y se quedó tirado en el mismo lugar donde habría estado las últimas semanas. El miedo hacía que los sentidos se atrofiaran y descubrieran demonios donde tan solo había almas desamparadas.
Cuando llegué a la aldea, era ya noche cerrada. Salamanquesas doradas cazaban sobre los muros de las casas. Esperaban al acecho, inmóviles, cerca siempre de alguna antorcha que emitía una luz cansina y, en cuanto su presa se acercaba lo suficiente, se tiraban con rapidez hacia ella, abrían la boca al instante y la apresaban dentro de sus fauces. Entonces se oía un crujido y el bocado desaparecía en la oquedad de su garganta. Yo las distinguía, a pesar de las lágrimas. Había hecho todo el recorrido luchando por no llorar a veces y, otras, limpiándomelas para conseguir ver por dónde iba. Ahora me sentía extraña, como si me faltara una mano o un pie, y solo me diera cuenta cuando iba a agarrar algo o a echar a andar. Hasta el momento, en cada uno de mis pensamientos y de mis acciones, intervenía de un modo u otro Asha. Pero ella ya no estaba en mi mismo mundo.
Lo primero que tuve que decidir fue adónde volvería. Al principio pensé en vivir sola en mi casa, pero mi madre me convenció de que no podría. En pocos días, los ladrones de niños o los hombres de otras aldeas se enterarían y podrían ir a buscarme. Demasiado bien sabían las jóvenes del pueblo lo que ocurría cuando los hombres se encaprichaban de alguna. Lo mejor, que terminara casándose con el que la violaba. Aunque aún mi cabeza no entendía bien qué era aquello, mi hermana Bhumika me lo había intentado explicar alguna vez tal y como se lo había contado la más desvergonzada de nuestras primas mayores, pero ninguna de las dos había visto nunca eso que ellos tienen entre las piernas y no podíamos creer que fuera tan duro y tan largo como una espada para poder atravesarnos. Mi madre insistió en que volviera con Sagar y con Neeja, y yo, a regañadientes, la obedecí. Es muy difícil desoír a un espíritu que te observa siempre que lo desea.
Cuando entré en la casa, mis numerosas primas se acercaron enseguida a abrazarme y me acribillaron a preguntas sobre dónde había estado, cómo había escapado de quienes secuestraban a las niñas que desobedecían y al lado de quién dormiría esa noche. Pero en cuanto Neeja apareció y sus ojos se fueron fijando por turnos en el rostro de cada una, todas callaron.
—Has vuelto. Me alegro. Nos vendrá bien tu ayuda ahora que se aproxima el Festival de las Cometas y los maridos regalan muchas joyas a sus mujeres o a sus rameras. Aprenderás enseguida lo que hacen tus hermanas.
—¿No podré seguir yendo al bazar? Ese es mi trabajo, lo hago bien.
—Calla, que aún puedo cambiar de idea y azotarte por haber huido de mí. Eres una desvergonzada, ni siquiera me preguntas por tu abuela. Su cuerpo ya reposa preparado en el templo. Mañana la conducirán a la pira. Lo harán mis hijos. Son nobles. Pero parece que poco te importa.
Agaché la cabeza. Ella prosiguió:
—No volverás al bazar. Ese no es lugar para una mujer. Solo las furcias se dejan ver por otros ojos que no sean los de su marido. Tú te casarás pronto, no puedes estar por ahí mostrándote a todos. Eso se acabó.
Levanté el rostro, pero no la miré a los ojos. Mis dedos temblaban tanto como mi voz.
—Abuela, yo quiero seguir aprendiendo a leer y a escribir. Quiero ir a la escuela. Quiero saber más cosas. La raní me lo permitirá. Me lo dijo Asha.
Neeja se carcajeó. Pero paró de golpe.
—Eres una insolente. ¿Quién te has creído? Deja de decir insensateces delante de tus primas. ¿Acaso conoces a la raní? ¿Acaso le importas? Y ¿cuándo se ha visto que una mujer hindú vaya a la escuela cuando ya tiene que ocuparse de su hogar? ¿Para qué necesitas ahora leer y escribir? Ya no es tiempo. Tienes obligaciones y debes aprenderlas cuanto antes. Con ella vivías como una salvaje, sin respeto ni deberes, pero eso se acabó. Tienes que aprender a cocinar y a hacer tortas de boñiga, a cuidar bien de tu marido y de tus hijos, a convertirte en la mujer que mandan los Upanishads. ¿Por qué crees que puedes hacer otra cosa? ¿Es que yo desprecié acaso la sabiduría de mis padres y no me casé con quien ellos eligieron? Tenía ya doce años y enseguida Visnú me bendijo con mi propia familia. Mírala, es muy próspera, todos mis hijos se han casado en bodas fabulosas, con mujeres respetuosas que cuidan de ellos. No nos falta la comida ni el cobijo. Nuestros vecinos nos respetan. ¿Para qué tendría que haber sabido leer o escribir? ¿Es que eso te va a dar de comer, niña pretenciosa? El que será tu marido no necesita que le leas ni que le escribas. Te casarás a la vez que Chandrika, durante el Akha Teej que viene; menos de un año falta. Solo para eso debes prepararte. Estamos en manos de Dios. Ayuda a terminar de recoger y acuéstate, mañana os levantaréis al amanecer, hay mucho trabajo que hacer. Y no te descuides; si fuera por mí, te abandonaría ahora mismo. Dale gracias a mi hijo de que no lo haga, no quiere abandonarte, él sabrá por qué. Pero yo sé que tú traerás también la desgracia a tu familia; como tu abuela, tu madre y tus tías, no valdrás más que para traer hijas a este mundo. Por eso solo podremos casarte con algún viudo que ya tenga sus propios hijos a los que puedas cuidar, si oramos a Visnú.