—No me gusta —dijo el capitán Taber después de que todos se congregasen de nuevo en la sala de reuniones.
Mel también se contaba entre ellos, tan pálida y lánguida que los demás concluyeron que, tal y como Jessica les había hecho creer, estaba enferma. La chica de cabello moreno no hizo nada para refutar aquella suposición. Respondió a las preguntas de sus amigos sobre su salud afirmando que se encontraba bien, de verdad, y pidiendo disculpas por haberse perdido la reunión hasta entonces; dijo que se sentaría a escuchar y que enseguida se pondría al corriente de lo que había pasado durante su ausencia. Cuando tuvo que elegir silla, optó por la que estaba más apartada de Jessica, alejándose todo lo posible sin llegar a abandonar la mesa. Jessica no le había preguntado cómo se encontraba. De todas formas, nadie pareció notar la tensión que había entre las dos. Había asuntos más importantes que atender.
—No me gusta esa idea en absoluto —reiteró Taber.
—Con todo respeto, señor, no le tiene que gustar —apuntó Travis—. La cuestión es si el plan puede funcionar o no, y yo creo que sí puede. Me dirijo a la colina Vernham, me encuentro voluntariamente con los recolectores, vuelvo al interior de la nave de los cosechadores, contacto con Darion de nuevo y lo convenzo para que sabotee o anule los escudos de algún modo.
—De algún modo —enfatizó Tilo—. ¿Así convencerás a Darion de que nos vuelva a ayudar? Por lo que nos has contado hasta ahora, Travis, antes tampoco es que fuese todo un revolucionario. ¿Qué te hace pensar que reunirá el valor para jugarse la vida por segunda vez para ayudar a unos terrícolas inferiores? Podrías acabar en un criotubo… y no conseguir nada. —Hablaba como si estuviese preocupada por lo que le pudiese suceder a Travis, aunque evitase su mirada.
—Tilo tiene razón, Travis —afirmó Jessica—. Para empezar, ¿cómo puedes estar seguro de que te enviarán a la misma nave? Y aunque así sea, no sabemos si descubrieron la traición de Darion después de que huyésemos. Puede que él mismo esté encerrado mientras hablamos, y lo único que podrá sabotear desde allí es tu plan. Es demasiado arriesgado. Es demasiado… impredecible.
—¿Y qué no lo es en estos días? —dijo Travis.
—¿Y si el comandante Shurion, o un evaluador, o alguien te reconoce antes de que puedas ponerte en contacto con Darion? —Antony defendía la postura de Jessica—. Y además, ¿cómo piensas dar con él?
—Bueno, la respuesta corta es que no lo sé. —Travis rio sin ganas—. No lo sé. No lo sé. No lo sé. Pero lo que sí sé es que tenemos que hacer algo y creo que lo que propongo es un «algo» constructivo. —Miró a todos los presentes alrededor de la mesa, como si suplicase—. Quiero decir, ¿y si soy capaz de encontrar a Darion? ¿Y si neutraliza los escudos? Los Josués podrían convertir sus malditas naves en chatarras y dar el pistoletazo de salida para el contraataque de la raza humana. Eso merece algún que otro riesgo, ¿o no? ¿Doctora Mowatt? ¿Capitán Taber?
La directora científica se volvió hacia su colega, el militar.
—Podríamos enviar un ojo vigía con él para seguir la situación lo mejor posible.
Taber parecía estar cavilando tras su mirada cansada.
—Una vida a cambio de la oportunidad de una victoria significativa. Quizá tenga razón, señor Naughton. Su plan tiene sentido desde un punto de vista militar. Pero ¿y si lo descubren o reconocen? ¿Y si lo torturan hasta revelar la ubicación del Enclave?
Tilo se estremeció al pensar en la combinación de «Travis» y «tortura».
—Ni siquiera saben que este lugar existe —dijo Travis—. ¿Cómo iban a obligarme a decirles dónde se encuentra?
Taber deliberó.
—Me encantaría volver a combatir, enfrentarme al enemigo de una vez.
—Entonces ya sabe lo que tiene que decir —lo apremió Travis.
—No debe emprender la misión solo —dijo Taber—. Si le sucediese algo…
—Pero ¿eso es un sí?
—Yo iré con Travis —dijo Antony—. Me ofrezco voluntario.
Mel pudo ver la admiración y el cariño en el rostro de Jessica cuando esta miró al antiguo delegado del colegio Harrington mientras le estrechaba la mano. Otra puñalada en su corazón.
—Gracias, Antony —dijo Travis mientras asentía.
—No puedo dejar que acapares toda la gloria para ti solo, ¿no? —Antony rio, un poco nervioso.
—A mí también me gustaría ir —solicitó una nueva voz, haciendo que seis pares de sorprendidas cejas adolescentes se levantasen al unísono. Ofrecerse a afrontar un peligro garantizado era algo que nadie esperaba de Simon Satchwell—. ¿Por qué me miráis así? —Si ellos supiesen…
—No. No tienes por qué, Simon. Pero te agradezco que te ofrezcas a ello —dijo Travis.
—¿Crees que no estoy a la altura?
—Claro. Quiero decir, por supuesto que lo estás. Nos gustaría mucho que vinieses con nosotros, ¿no es verdad, Antony? —Antony expresó que sí, que, de hecho, le encantaría—. Pero acabas de escapar de la nave de los cosechadores. Quizá deberías descansar un poco antes de… Puede que sea lo mejor, Simon. ¿No lo cree, capitán Taber?
En público, el capitán Taber afirmó que al señor Satchwell le vendría mucho mejor un periodo prolongado de descanso. En privado, seguro que pensaba que no querría que un debilucho como el señor Satchwell estuviese implicado en la operación que estaba a punto de tener lugar.
—Si tan seguro estás, Travis —dijo Simon. Bueno, si iba a contactar con el comandante Shurion, tendría que encontrar otra manera—, Richie podría ir con vosotros.
Para este, ofrecerse voluntario sí que era un concepto totalmente alienígena. Pero iba a tener que decir que sí.
—Bueno, yo…
Todos tenían sus miradas clavadas en él. Naughton. Morticia. Tony Clive, el niño pijo. Quería decir que sí… parte de él, al menos. La parte a la que su madre siempre pensó que le vendría bien ingresar en las fuerzas armadas. La parte que era capaz de sentir orgullo y valor, que sospechaba que había cosas que estaban bien y cosas que estaban mal. La parte que había mantenido oculta durante años, como un prisionero en una celda, una celda cuya llave no había encontrado hasta ahora. Quizá la había perdido. Y Richie se encogió de hombros y cerró la boca, frunció el ceño y bajó la cabeza hasta mirar a la mesa. Maldito Satchwell, por sacar a la luz su cobardía.
—Bueno, pues entonces vamos nosotros dos y ya está. —El tono de decepción en la voz de Naughton era evidente.
—Quizá debería acompañaros una de las chicas —propuso la doctora Mowatt—. Los cosechadores parecen una cultura bastante sexista. Quizá presten menos atención a una mujer.
—Yo voy. —Tilo y Jessica hablaron al unísono.
—No, para nada. —Travis y Antony también, y por el mismo motivo. Mel vio sus respectivas miradas clavadas en sus novias. Nadie la miraba a ella.
—Pero Travis…
—Pero Antony…
—Iré yo. —Mel habló con tanta decisión que todo el mundo se la quedó mirando—. Quiero ir. No quiero quedarme aquí. —No con Jessica. Quería estar lo más lejos posible de ella.
—Pero, Mel, ¿estás segura de que estás en condiciones de…?
—Estoy bien, Trav. No me pasa nada en absoluto. Puedo hacerlo. Déjame hacerlo. Déjame ser la chica del grupo, por favor.
Travis parecía un poco confundido por su vehemencia, pero…
—Vale, Mel. Por lo que a mí respecta, si quieres venir, adelante. ¿Antony?
El estudiante de Harrington también aprobó que Mel participase en la misión, al igual que la doctora Mowatt y el capitán Taber. Mel ya era parte del grupo. Dejaría el Enclave al día siguiente, temprano, acompañada por los chicos, y eso le gustaba.
Y si no regresaba jamás, pensó, pues tanto mejor.
—¿A qué venía eso, Simon? —dijo Travis mientras el chico de las gafas lo conducía a su habitación. Cuando estuvieron dentro cerró la puerta, como si sospechase—. Si todavía estás enfadado por no venir mañana con Antony, Mel y yo, no tienes motivos. Necesitas tiempo para recuperarte después de lo que has pasado. Todos lo necesitamos, pero al menos nosotros nos teníamos los unos a los otros. Sabes que, si no fuese por eso, te querría conmigo, ¿verdad?
—No es eso —dijo Simon, tenso—. Es por Coker.
—¿Richie?
Y por ti, Travis, pensó Simon con amargura. Es cuestión de decidir si confío en ti o si me pongo del lado del comandante Shurion sin contemplaciones. Así que supongo que también es por mí. Por todos. Lo que digas durante los próximos minutos decidirá el futuro de todos nosotros. Esta es tu prueba.
—¿Qué le pasa a Richie?
—Coker no merece estar aquí con nosotros, en el Enclave, Travis. No merece ser uno de los nuestros.
Travis hizo una mueca de extrañeza. Pensaba, o en eso confiaba, que Simon había dejado atrás su fijación con Richie.
—¿No habíamos aclarado esto cuando salimos de Wayvale? —Para Travis era fácil decirlo. Richie Coker no había convertido su vida en un infierno durante años. Debería ser justo con Simon.
—Travis, cuando Mel y tú votasteis si Coker se unía a nosotros, recuerdo que dijiste, porque no lo he olvidado, que lo necesitábamos por si tuviésemos que pelear. Bueno, pues ya no lo necesitamos para eso, ¿no? No con todas las armas que tiene el Enclave dos plantas por encima de nosotros.
—Bueno, no, en ese sentido supongo que tienes razón, pero…
—Y Mel dijo que si se pasaba de la raya una sola vez lo obligaríamos a marcharse y tú no te opusiste, Travis. Tenemos que estar con aquellos en quienes confiamos, ¿verdad?
Travis frunció el ceño.
—Creo que intentas decirme algo, Simon. ¿Por qué no vas al grano?
—No puedes confiar en Coker, Travis. Ninguno de nosotros puede. —E independientemente del verdadero propósito de aquella conversación, Simon así lo creía—. Dijiste que cambiaría, pero no ha cambiado. Creíste que se reformaría, pero sigue siendo el mismo pedazo de cabrón que siempre ha sido.
—Simon. —Travis reaccionó como si lo hubiesen golpeado físicamente. No recordaba haber oído al chico de las gafas decir una palabrota nunca antes. No le sonaba natural. No sonaba como Simon.
—Me pegó, Travis.
—¿Qué? ¿Cuándo? —No es que Travis no creyese a Simon, pero…
—En Harrington. Durante la fiesta. La noche que llegaron los cosechadores. Coker me pegó hasta dejarme tirado en el suelo y me amenazó con que volvería a hacerlo, y con intereses, si te contaba a ti o a Antony lo que sabía de él.
—Y… ¿qué es lo que sabes de él?
—Durante la batalla contra Rev y los moteros, estuve en la primera planta con Giles para supervisar e informar de las fuerzas de Rev y de su plan de ataque.
—Ya me acuerdo.
—Bueno, pues más tarde, estaba bajando las escaleras para ir al patio, donde luego me viste, cuando por el camino vi a Richie. —El odio se dibujó en el rostro de Simon—. Corriendo escaleras arriba. Alejándose de la batalla. Dejando que los demás arriesgásemos nuestras vidas mientras él huía y se escondía en los dormitorios. ¿Ves a lo que me refiero, Travis? Coker es un cobarde. Solo está interesado en salvar su propio pellejo. Si tuviese que traicionarnos a los cosechadores o algo así para ello, lo haría. Sin pensárselo dos veces. No puedes confiar en él.
Travis frunció el ceño. La descripción de Simon del poco heroico comportamiento de Richie sonaba bastante factible.
—Eso que me cuentas que hizo Richie es grave, Simon. Es grave. De eso no cabe duda.
—Es imperdonable, Travis.
—Bueno, imperdonable… Quizá está tardando más en cambiar de lo que esperábamos. Pero creo que está aprendiendo. Quiero decir, sé que no estabas ahí, pero cuando huimos de la nave, Richie cogió un subyugador y se mantuvo a nuestro lado. Un cobarde no se comporta así.
Simon resopló, cínico.
—Claro, y tampoco se niega en redondo a acompañaros a Antony y a ti mañana, ¿verdad? ¿Qué pasa, Travis, que él puede elegir cuándo hacer lo correcto? No pensaba que te gustase esa forma de comportarse. No se puede confiar en Coker.
—De acuerdo. Para abreviar la discusión, vamos a asumir que no. ¿Qué propones hacer al respecto, Simon? ¿Sacarlo del Enclave de una patada en el culo? ¿Que lo llevemos de vuelta a Harrington y lo dejemos ahí abandonado?
Como me abandonaste a mí, pensó Simon.
—Exacto —dijo.
—No podemos. —Travis se encogió de hombros—. No podemos hacer eso. Aunque el comportamiento de Richie no tuviese perdón, y eso que creo que se está volviendo menos egoísta y va dejando su pasado de matón atrás, no podemos echarlo así como así. Los cosechadores lo capturarían, lo meterían en un criotubo y lo convertirían en un esclavo para el resto de su vida. Nadie merece eso.
—Coker, sí —protestó Simon.
—Sé que todavía tenéis asuntos pendientes, Simon, pero si pudieses darle una oportunidad a Richie… Para empezar, demostrarías ser más hombre que él.
Simon oprimió los labios hasta formar una fina y amarga sonrisa.
—Así que me estás diciendo que Coker se queda. Pese a todo.
—Tenemos que permanecer unidos, Simon. Estamos juntos en es…
—No. Travis. Ahórrame el discursito. Entonces, eso es lo que me estás diciendo, ¿no? Que pese a lo que te he contado, pese a lo que quiero, Coker se queda. No me gustaría que quedase ni la menor duda al respecto.
Travis contempló a su amigo con extrañeza.
—Richie se queda —dijo.
—Muy bien. Muy bien. Gracias por dejarlo todo bien clarito. —Simon se volvió para que Travis no pudiese ver las lágrimas en sus ojos, que quemaban como gotas de ácido—. Ya sé cuál es mi papel.
Y de qué lado estoy, pensó Simon. Ya que Travis insistía en mantener a escoria como Coker dentro del grupo y tenerlo en más alta estima que a él, a este solo le quedaba una opción. Y que Travis asuma las consecuencias.
Jessica reflexionaba sobre la Historia. El señor Franks les dijo que aquellos que no aprendían de los errores del pasado estaban condenados a repetirlos. Era un profesor un poco pesimista, el señor Franks; Jessica siempre había imaginado que prefería sumergirse en el pasado porque no podía afrontar los sucesos del presente. Entendía su situación. Él decía que nadie aprendía realmente nada, que la raza humana nunca mejoraba o avanzaba sustancialmente, no donde importaba, al menos: en los corazones, en las mentes; por lo tanto la Historia era, en esencia, un ciclo, una repetición. Diferentes épocas, sí. Diferentes nombres. «Pero la misma mierda de siempre», le susurró Mel al oído por aquel entonces, cuando Jessica se alegraba de tenerla tan cerca.
* * *
Repetición.
* * *
Un amanecer en Harrington, días atrás, Travis y Antony se habían marchado para contactar con una nave alienígena. Otro día, otro amanecer (según los relojes), en otro lugar, los adolescentes volvían a prepararse para emprender un nuevo viaje hacia la nave de los cosechadores. En esta ocasión sus intenciones eran distintas, cierto, y dado que sus anteriores compañeros no se encontraban disponibles, solo se les unió una persona más, pero Jessica seguía teniendo la impresión de que todo aquello ya había ocurrido antes. El ciclo de la Historia.
Rezó por que se rompiese por una vez, para que hubiesen aprendido lo bastante de su anterior encuentro con los cosechadores como para, en esta ocasión, ser más listos que los alienígenas y derrotarlos.
* * *
Los siete adolescentes se reunieron en la sala de descanso antes de que la expedición se pusiese en marcha. Travis, Antony y Mel llevaban vaqueros y sudaderas entregados por el capitán Taber: no sería una buena idea que los capturasen ni con la ropa de trabajo del Enclave ni con el uniforme gris del procesamiento de esclavos de los cosechadores.
Jessica abrazó a Travis, lo hubiese hecho independientemente de cómo fuese vestido, y le rogó que se cuidase, que volviese sano y salvo. Era como su familia. En cuanto a Antony…
—¿Sabes? —le dijo—. Podría acostumbrarme a que me rodees con tus brazos. Quiero acostumbrarme, Antony. No dejes que este sea el último momento en el que me abraces. No hagas ninguna tontería ahí fuera.
—No tienes que preocuparte por mí —dijo Antony, convencido.
—No puedo evitarlo. ¿Y sabes qué? No quiero evitarlo. Lo que quiero hacer es esto. —Antes de la enfermedad, Jessica nunca hubiese soñado con ser tan lanzada con un chico. Abrazó a Antony a la altura del cuello, lo atrajo hacia sí hasta quedar pegada a él y levantó su boca hasta encontrar la suya. Sus labios se tocaron, saboreándose. Y así se quedaron un rato. Después, se separaron. Entonces, Jessica permaneció en silencio. Pero solo por un rato—. Ten cuidado, Antony.
Y debería haberle dicho lo mismo a Mel, que merodeaba por la zona, taciturna y aislada pero decidida, como si se muriese de ganas por ponerse en marcha. Mel era su mejor amiga… o lo había sido. Pero Jessica no sabía cómo dirigirse a ella, cómo acercársele, cómo arreglar las cosas o incluso si sería posible. Era mucho más fácil ignorarla. Y para Mel era más sencillo y más seguro guardarse sus sentimientos, no hablar de ellos, encerrarlos para que no diesen lugar a interpretaciones. Porque Jessica aún quería a Mel, como amiga. Aún rezaba porque no le pasase nada malo, ni aquel día ni ningún otro. Y en el fondo quería abrazarla. Solo que no se atrevía.
Tilo se aproximó a Travis desde atrás. Él sintió su cálido aliento cosquilleándole la nuca.
—Así que Jessica y Antony están juntos —observó.
—Eso parece, desde luego.
—¿Qué te parece?
—Les deseo lo mejor. Creo que hacen una pareja estupenda.
—Yo pensaba lo mismo de Travis y Tilo.
—¿Pensaba? —Travis se volvió para mirarla. Se veía en sus ojos que ambos estaban dolidos.
—Bueno, es que últimamente no hacen más que meter la pata, ¿no te parece?
—Yo creo que es culpa de él. A veces es un idiota. No para con la cantinela de que hay que tener perspectiva y ver el conjunto, lo cual no está mal, pero a veces olvida que la belleza está en los detalles.
—No, yo creo que la culpa es de ella. Es impaciente de narices. Lo hace todo corriendo. No piensa. Sobre todo con lo físico. Quiere… necesita contacto físico. Así es ella.
—No es un crimen. Pero creo que se ha llevado algún que otro chasco en ese sentido. Resulta que sé que no es exactamente un veterano. De hecho, nunca, aunque cueste creerlo, nunca ha estado con una chica. Nunca ha dormido con… bueno, ya sabes.
—No creo que a ella eso le importe lo más mínimo. Sé que no le importa. Y sé que lamenta que él piense que ella lo está forzando a hacer algo para lo que no está listo. Pero la cuestión es que ella está algo confundida con respecto al sexo y el amor. Cree que son lo mismo.
—Pueden serlo. Deberían serlo.
—Solo que a veces no lo son. Es algo que ha descubierto por las malas.
—Y a veces lo son. Lo serán para Tilo y Travis. Y creo que… pronto.
—Creo que ella estará dispuesta a esperar. Querrá hacerlo. Y las cosas buenas merecen la espera.
—De todas formas, no debería esperar eternamente. Creo que él querrá hablar largo y tendido de unas cuantas cosas cuando este asuntillo de los cosechadores haya terminado. Creo que entonces Tilo y Travis podrán estar juntos. Por fin.
—Eso espero, Trav. En serio.
Ella puso su mano sobre su pecho, como quiso hacer cuando su piel estaba al descubierto. Él la acercó a sus labios y le besó los dedos, aproximándola a él.
—Yo también. Te he echado de menos, Tilo. Siento lo que pasó la otra noche.
Sintió el cuerpo de él bajo la ropa y pensó que no tardarían en volver a estar juntos.
—Trav —dijo mientras él pasaba de los dedos al cuello y del cuello a la boca—, no sé qué haría sin ti. Eres el único chico, Travis, el único chico del mundo.
Así que Travis y la hippie acabaron enrollados. Como Tony Clive y Barbie. Richie pensó, arrepentido, que quizá debería haberse ofrecido voluntario para aquella estúpida misión suicida, después de todo. Quizá hubiese sido su billete para un morreo y siempre podría escaquearse en cuanto intuyese que las cosas se torcían. Por lo menos Morticia parecía triste, aunque dudó que se sintiese tan mal como él.
Maldito Simoncete. Justo cuando Richie había empezado a cambiar de opinión con respecto a aquel pringado y cuatro ojos, justo cuando casi estaba empezando a sentir por Satchwell algo parecido al respeto, Simoncete tuvo que ir y pifiarla poniéndolo a él, a Richie, en aquel brete, humillándolo delante de los demás, demostrando que se había merecido todas y cada una de las palizas que Richie y sus amigos le habían propinado durante años. Se las merecía.
Los demás habían pasado a mirarlo de otro modo desde aquello. No como si lo odiasen a muerte ni nada parecido, tampoco como si sospechasen de él o del modo en el que lo miraba Morticia incluso después de que los hubiese salvado de la banda de Bufón en Wayvale, antes de saber de la existencia de los cosechadores. Ya no le eran hostiles. Era como si no les importase lo más mínimo lo que había hecho o quién era. Pasaban. Como si no esperasen nada bueno de él. Como si ya les hubiese decepcionado en demasiadas ocasiones. Había tenido su oportunidad… y la había cagado.
No como a Naughton, por supuesto. Naughton no solo se había ofrecido voluntario a regresar a aquella maldita nave de los cosechadores, sino que aquel plan tan estúpido había sido idea suya. Encontrar a ese tal Darion, confiar en un alienígena… Richie no confiaba en nadie. Bueno, la verdad es que aquello no era del todo cierto.
Confiaba en Naughton, maldita sea.
Y quería lo que Naughton tenía. Se preguntó cómo sería dejar de ser Richie Coker durante una temporada, olvidarse de ser Richie Coker. Pasar a ser Travis. Que la gente respondiese ante él como lo hacían con Travis Naughton. La hippie, por ejemplo, Tilo, que en aquel instante estaba aferrada a Naughton, llorosa, derramando sus lágrimas sobre su piel, frotándose contra su cuerpo como lo haría con el suyo cada vez que le apeteciese, cuando quisiese, con solo decir una palabra. Menudo bajón. Si Richie fuese Travis, ella haría todo eso con él. Ojalá.
* * *
Y mientras las parejas se despedían y Richie y Mel hacían rancho aparte, Simon observó al grupo con creciente desprecio. Sus sórdidas relacioncitas. Su patético plan. ¿Realmente pensaba Travis que iba a funcionar? Seguramente. Creía saberlo todo. Pero no era así. Simon también sabía alguna que otra cosa.
Por ejemplo, que el momento de dar a conocer su nueva lealtad estaba cerca. Que el traidor Darion y todos los demás estaban condenados.
Hubiese sido fantástico dar un paseo rodeados por los árboles y el rumor de la naturaleza durante la primavera anterior; cálida, brillante, pacífica. Sin embargo, pensó Travis, el contexto lo era todo. En aquella ocasión no había habido ni enfermedad ni cosechadores. Entonces había ambos y el paisaje no le proporcionaba ninguna tranquilidad, por mucho que intentase relajarse.
* * *
Los tres adolescentes habían abandonado el Enclave horas atrás. A una distancia prudencial, el ojo vigía flotaba tras ellos, retransmitiendo cada detalle de su viaje al centro de seguimiento y comunicaciones del Enclave. Travis y Antony no iban precisamente despacio, pero Mel se dirigía en dirección a la colina Vernham a tal velocidad que parecía a punto de echar a correr, como si la persiguiesen.
—Mel, frena —dijo Travis, tras ella—. Tenemos que permanecer unidos. La idea es que nos capturen, no que nos separemos.
—Tranqui, si encuentro a los cosechadores pegaré un grito —respondió Mel, volviéndose hacia sus compañeros y caminando de espaldas—. Pero pensé que los Romeos querrían estar solos para intercambiar notitas sobre sus Julietas.
—Ahora mismo tenemos cosas más importantes en las que pensar que en nuestras relaciones —dijo Travis… y deseó que Tilo no se encontrase en ese momento en el centro de seguimiento y comunicaciones, escuchándolo.
—Los chicos no piensan en otra cosa que en relaciones, si sabes a lo que me refiero.
—Pues la verdad es que no y, francamente, no estoy seguro de querer. —Travis empezaba a preguntarse si haber incorporado a Mel al grupo no habría sido un error. Se comportaba de una manera extraña, despreocupada—. Tú no te alejes demasiado de nosotros, Mel.
—No te preocupes, solo soy una chica. Tarde o temprano necesitaré que me protejáis, machotes —dijo, sarcástica.
—Debo admitir —confesó Antony— que me sentiría más seguro si nos hubiésemos equipado con los subyugadores o con parte del arsenal del capitán Taber.
—¿Y hacer que los cosechadores se nos echasen encima de inmediato? —preguntó Travis, perplejo—. Qué buena idea, Antony.
—Bromeaba, Travis —dijo Antony, excusándose.
—Oh. —Sí, obviamente.
—Puedes asumir un cierto grado de sentido común en los demás, ¿lo sabías, Travis? No eres el único capaz de pensar de forma racional.
—Por supuesto que no. Lo siento, Antony. No quería sonar tan… será el estrés, supongo. No hago más que pensar en todas esas posibilidades a las que no les di tanta importancia en el Enclave… Como por ejemplo, qué pasará si no encontramos a Darion. Aquí fuera, donde podría aparecer un recolector o una vaina de combate de un momento a otro, dan más miedo, ¿no te parece?
—Estaremos bien. Si nos andamos con cuidado. Si recordamos para qué estamos aquí. En Harrington nos enseñaban que el bien siempre acaba triunfando.
—Eso espero. —Travis pensó que lo más prudente sería no echar por tierra la opinión de Antony recordándole lo que le había ocurrido al propio colegio Harrington. Además, la certidumbre de su amigo lo animaba—. Y Antony, si lo que he dicho antes te ha molestado, lo siento. Me alegro de que estés aquí. No solo de tener a alguien conmigo, sino de que ese alguien seas tú. Creo que hemos demostrado que hacemos un buen equipo.
—Un equipo, sí —dijo Antony, con segundas intenciones—. En el que los dos miembros son iguales.
—Como tiene que ser. —Travis miró hacia delante—. En cuanto a Mel… no sé qué mosca le ha picado últimamente, pero le pasa algo.
Antony pensó que se hacía una idea, pero optó por mantener un diplomático silencio. Primero quería tener una pequeña charla con la chica de cabello negro, pero, como Travis había dicho, aquel no era el momento para despistarse.
Sobre todo por el hecho de que, en aquel instante y de improviso, Mel se puso a hacerles señas, gesticulando con urgencia para que se uniesen a ella.
—¡Trav! ¡Antony! ¡Venid a ver esto!
Los chicos corrieron hasta llegar a su lado seguidos de cerca por el ojo vigía.
—Dios mío —dijo Travis, boquiabierto.
* * *
Los adolescentes se encontraban en la linde del bosque, desde la que el terreno descendía en una suave pendiente hasta formar un llano cubierto de hierba antes de volver a ascender de nuevo, conduciendo a la floresta que se encontraba a unos doscientos metros ante ellos. En el largo camino a su izquierda crecían densos matorrales y pequeñas arboledas ofrecían cobijo. A la derecha, altas colinas de empinada pendiente. Pero el objeto de su atención se encontraba en la explanada que se extendía a sus pies, caminando a duras penas sobre ella. Decenas de jóvenes, o quizá cientos, una gran multitud. De todas las edades. Desde adolescentes de dieciséis a diecisiete años a niños de cuatro y cinco. Los mayores llevaban a los jóvenes. Otros iban cogidos de la mano, caminando en filas de varias docenas de chicos. Despeinados. Desharrapados. Con sus expresiones vacías y sus ojos vidriosos fijados en un punto imaginario que flotaba ante ellos y por encima de sus cabezas. Caminando en silencio y de forma inconsciente, como si fuesen trigo recién segado mecido por la brisa. Al unísono. Como un solo ser. Todos ellos. De izquierda a derecha, caminaban en la misma dirección.
—Son refugiados —murmuró Mel, con el ceño fruncido—, y no hay nadie para salvarlos, Trav… —Como si él tuviese la respuesta.
—No. Esto no tiene buena pinta —se quejó Travis—. Esto no tiene buena pinta, para nada. ¿Sabes adónde se dirigen? —Apuntó hacia la colina más elevada—. A la colina Vernham. ¡Van a darse de bruces con los cosechadores!
—No pueden hacer eso. No saben lo que les espera —dijo Mel, visiblemente nerviosa—. Tenemos que detenerlos, Trav.
—Lo sé. Lo haremos. —Se volvió hacia el ojo vigía—. ¿Nos has oído? ¿Lo ves desde aquí? Quédate para no asustar a los niños. Vamos a advertirlos. En marcha —apremió a Antony y a Mel.
Puede que por primera vez desde que abandonaron el Enclave, los tres adolescentes actuaran con genuina preocupación.
—¡Quietos! ¡Esperad! ¡Eh! —gritaron mientras corrían ladera abajo hacia los chicos.
Sin embargo, eran demasiados. Mel sintió que el corazón se le encogía en el pecho. ¿Qué podían hacer, habiendo tantos? Algunos de ellos serían incapaces de oírlos. De hecho, parecía que ninguno en absoluto los escuchaba. Porque no se detuvieron y no esperaron. Seguían avanzando, como conducidos por un impulso que no pudiesen controlar. No parecieron reparar en los recién llegados, ni siquiera cuando Mel y los chicos corrieron hasta colocarse ante ellos.
—¡Tenéis que parar! ¡Volved por donde habéis venido! Escuchadnos. Por ahí vais directos hacia los alienígenas. —Travis y Antony hacían aspavientos con los brazos, enfrentando a la muchedumbre con la cruda realidad, gritando como profetas en la naturaleza—. Son cosechadores. Son esclavistas. Volved. Si seguís adelante, los alienígenas os convertirán en esclavos. Deteneos. Esperad. Escuchadnos.
Aquello no iba a funcionar.
Mel pensó que eran como el rey Canuto[2] intentando contener la marea. Antony y Trav tenían buenas intenciones, pero también límites. Y era más fácil convencer a una persona que a cien.
La multitud no parecía tener ningún líder propiamente dicho, del mismo modo que un rebaño de ovejas, pero había varios adolescentes de mayor edad que avanzaban unos pasos por delante del resto. Quizá tuviesen alguna influencia. Mel corrió hacia uno de ellos, una chica con el pelo color caoba enmarañado y el labio ensangrentado, que llevaba a un niño pequeño y sollozante seguida por otros tantos. Mel se interpuso en su camino.
—Escuchadnos. No podéis seguir por aquí. Es peligroso. Los alienígenas… —Se estremeció. El rostro de la chica no tenía ninguna expresión. Otra de las chicas tenía la mirada muerta. No parecían conscientes, ni siquiera vivas. Eran zombis, autómatas. Mel miró a los niños que las acompañaban y comprobó que su estado era el mismo. Como Jessica después de la enfermedad. Pero a Jessica habían conseguido traerla de vuelta—. Podemos ayudaros si nos escucháis —gritó Mel a una de las chicas mientras la sujetaba por los hombros. Pero la chica se sacudió de encima a Mel y continuó su camino, como una máquina sujeta a un programa.
* * *
Más adelante, en la fila, Travis y Antony estaban teniendo el mismo poco éxito a la hora de detener el imparable avance. La horda de jóvenes era como una marea avanzando sobre ellos, una corriente que no podían detener ni desviar. Se vieron limitados a gritar, a hacer gestos, a correr de un joven a otro, a sujetarlos de los brazos, a sacudirlos de los hombros. No sirvió para nada. Era como intentar despertar a los muertos.
En mitad de la multitud, los adolescentes volvieron a reunirse.
—Travis, esto es horrible —dijo Mel a la vez que le recorría un escalofrío—. Es como si les hubiesen borrado la mente.
—Han roto sus espíritus —dijo Travis, sombrío—. No tienen fuerzas para defenderse. No tienen voluntad para pelear. Ya se han rendido. No es solo culpa de la enfermedad y los cosechadores; estos son los chicos que la sociedad ha producido.
—Travis, ¿y si…? —Antony parecía más que sorprendido ante su propia idea—. ¿Y si saben adónde se dirigen?
Y sobre la colina Vernham, alzándose hacia el cielo despejado, apareció la brillante cuchilla plateada del primer recolector, seguida de otra. Sobrevolando el denso bosque hacia la explanada, hacia la masa de jóvenes. Dos hoces gemelas listas para la cosecha de esclavos.
Las vainas de batalla emergieron de las naves como burbujas sopladas por un niño en una tarde de verano.
—¡No! —gritó Mel, como si quisiese negar la realidad—. ¡No!
* * *
Y entonces al fin escuchó un sonido procedente de los niños que la rodeaban. Mel recordaba haber oído aquel sonido de boca de los miembros de Harrington que languidecían en la celda a bordo de la nave de los cosechadores, condenados a la esclavitud. Era el gemido agónico del alma. En aquel momento sonó amplificado, subió de volumen, creció hasta convertirse en un chillido de puro miedo, el de una presa que sabe que el depredador está a punto de caer sobre ella.
E incluso entonces había signos de pasividad. Algunos de los jóvenes levantaron los brazos mostrando las manos, miraron hacia arriba mientras imploraban con los ojos entrecerrados, como los adoradores de un dios que al fin hubiese llegado a la Tierra. Algunos incluso echaron a correr hacia delante, presos de una desesperación maníaca que les sugería que los alienígenas les proporcionarían cobijo y ayuda.
Cuando estuvieron a su alcance, las vainas de batalla abatieron a los primeros.
La mayoría de los chicos, sin embargo, echó a correr.
Los cuerpos zarandearon a Mel mientras el pánico se extendía y los jóvenes huían en estampida. No podía resistirlos, apenas era capaz de mantenerse en pie. Iban a derribarla, a pisotearla sobre la tierra. O quizá la arrastrasen con ellos, como el océano arrastra una brizna de paja, y jamás volviese a ver a Travis o a Jessica para poder explicarse y rogarle otra…
Travis la cogió de la mano y la sujetó con fuerza.
—Permanezcamos juntos, ¿vale? —Sus ojos brillaban como estrellas azules.
Las vainas de batalla empezaron a emitir destellos brillantes. Los haces blancos se precipitaron hacia la tierra, acompañados por el frío crepitar de los rayos de energía. Aquellas esferas de cristal y plata sobrevolaron aquella masa de jóvenes disparando a discreción, sin apenas fallar. Los chicos quedaban congelados con una expresión de terror, pero no tardaban en desplomarse sobre la tierra y caer inconscientes.
Mel divisó a los cosechadores enfundados en sus armaduras en el interior de las vainas, ataviados con sus cascos negros con forma de animal que ocultaban sus verdaderos rasgos; blancos y pálidos, sí, pero oscuros a ojos de Mel.
—Cabrones —maldijo.
—¿Qué hacemos? —dijo Antony mientras un niño de diez años que había echado a correr a toda velocidad se desplomaba sobre la tierra a su lado, con el rayo de energía brillando sobre su cuerpo como si lo envolviese una capa de hielo—. Intentad que no os alcancen o… bueno, aunque queremos que nos capturen, ¿no? —No parecía muy entusiasmado ahora que se presentaba la oportunidad.
—¿Y los chicos, Trav? —preguntó Mel.
Travis no tuvo tiempo de tomar una decisión. De repente, acompañado de una voluta de humo, de entre la protección de los árboles al otro extremo de la explanada cubierta de hierba, apareció un cohete surcando el aire. Como lanzado por una bazuca, tuvo tiempo de considerar Travis antes de que alcanzase a una sorprendida y desprevenida vaina de combate, haciéndola saltar en pedazos. Del cielo cayeron fragmentos retorcidos y calientes de metal. El piloto del vehículo habría muerto, sin duda. Bien. Y mejor aún, parecía que las vainas de batalla no estaban protegidas de los ataques por el mismo escudo que la nave nodriza. Quizá necesitase más potencia de la que aquellas esferas monoplaza eran capaces de generar.
El capitán Taber estaría interesado en ese detalle.
—¡Travis! —gritó Mel mientras señalaba, al mismo tiempo que el origen del cohete se hacía evidente gracias al rugir de los motores y los aullidos de celebración. Del bosque emergieron más de diez motos, conducidas por adolescentes vestidos de cuero. Una carga de la brigada de la Luz[3] con una caballería algo más posvictoriana. También aparecieron varios coches y curtidos cuatro por cuatro, uno de ellos con el techo arrancado. En el asiento trasero iba un chico con un lanzacohetes, disparando un nuevo proyectil hacia las vainas. Muchos de sus compañeros también iban armados. Con escopetas. Con fusiles. ¿Eso que sonaba era el traqueteo de una ametralladora? Pero Travis dudó que las balas supusiesen un problema para las vainas de batalla.
—¿Pero qué…? —gritó Mel.
Algunas de las vainas se desviaron del objetivo principal de los cosechadores para contraatacar al enemigo. Los rayos de energía se precipitaron sobre los vehículos sin llegar a alcanzarlos, ya que aquellos blancos eran más difíciles de acertar. Las motos zigzagueaban a toda velocidad entre los haces.
Avanzaron hacia los niños que huían, yendo en su misma dirección, y siempre que podían los moteros frenaban, cogían a algunos de los chicos y los subían al asiento trasero de sus motos antes de volver a ponerse en marcha, acelerando hasta que las ruedas chirriaban sobre la hierba. Los coches intentaron la misma maniobra, aminorando la marcha mientras sus ocupantes apremiaban a los chicos a subir. Los aterrados jóvenes se apelotonaron en los asientos traseros.
—Es una misión de rescate —dijo Travis al caer en la cuenta.
Un trío de Harleys se detuvo a su lado, con un asiento libre para cada uno de ellos.
—No me lo puedo creer —dijo boquiabierto.
—Pues será mejor que te lo creas. Volvemos a vernos, chaval —dijo Rev.