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—Yo que tú dejaría eso donde estaba, Simon.

—¿Qué? —preguntó Simon, atónito.

—Ahora mismo, a poder ser. —Era Travis, con gesto adusto. De algún modo, se encontraba en el umbral de la puerta. Entrando en la estancia. Con Antony Clive tras él. Y el capitán Taber. Y la doctora Mowatt.

Y un par de soldados armados.

—No entiendo nada —fingió Simon con una sonrisa—. ¿Qué pasa, Travis?

—Este es el centro de seguimiento y comunicaciones, Satchwell —le recordó el capitán Taber, omitiendo el «señor» de forma intencionada—. Sus cámaras pueden apuntar hacia dentro y hacia fuera. Hemos estado esperando a que se descubra usted solo.

—¿Que me descubra…? —Simon sintió que estaba empezando a temblar—. No sé de qué está hablando.

—Darion sabía que Shurion había reclutado a un informador, Simon —dijo Antony—, un espía, aunque no sabía quién. Nosotros sí. El comandante Shurion te dijo cómo contactar con él, ¿verdad?

—No. —Simon negó con la cabeza, a la desesperada—. No, no, no. Esto no es lo que parece. Estaba preocupado… y de pronto… de pronto pensé, ¿y si el disco de comunicación es como una especie de baliza, algo que revele nuestra posición a los cosechadores? Quiero decir, no se puede confiar en que un sucio alienígena diga la verdad, ¿a que no? Este cacharro podría conducir a los cosechadores hasta aquí mismo.

—Así hubiese sido si te hubiésemos dejado solo cinco minutos más, desde luego. —Antony se dirigió a Simon con una mezcla de pena y sarcasmo—. Traicionando a tus amigos. Nunca hubieses sido un digno alumno de Harrington, Simon.

Este se volvió hacia Travis, buscando comprensión.

—Travis, sabes que nunca haría algo así, ¿verdad? Me crees, ¿a que sí? No estaba traicionando a nadie. Solo estaba comprobando el disco de comunicación por si…

—Simon —lo interrumpió Travis, claramente decepcionado a juzgar por su voz—. Basta de mentiras. Es demasiado tarde para mentir.

Por un segundo, Simon contempló la posibilidad de seguir defendiendo su inocencia.

—No te estoy mintiendo, Travis, tienes que… —Los soldados avanzaron hacia él hasta quedar cada uno a un lado—. Creerme, tienes que… —La doctora Mowatt le arrebató el disco de comunicación de la mano con el tacto de una madre quitándole un objeto peligroso a un niño—. Creerme.

—Lo siento, Simon. —Entonces, en el rostro de Travis no había la menor sonrisa. Solo pesar y desconcierto. El ceño fruncido, contrito—. Me gustaría creerte.

—Bueno, si lo hicieses, serías tan imbécil como ese cabrón retrasado de Coker.

—¿Eh? —El súbito cambio en el tono de voz de Simon sorprendió a Travis.

El chico de las gafas rio. Con frialdad. Le encantaba la confusión del que había sido su protector. Porque ya no tenía sentido seguir fingiendo. Contactar con el comandante Shurion era imposible. Tendría que conformarse con que sus mal llamados amigos descubriesen cómo los había engañado, y saber que él, Simon Satchwell, era más listo que ellos.

—Pues claro que soy el espía de los cosechadores, Travis. Por supuesto que iba a traicionaros. ¿Por qué si no iba a estar rondando por aquí en mitad de la noche? ¿Yendo a por algo para picar?

—¡Simon!

Travis sonaba angustiado y Simon lo disfrutó. Él había sentido aquella emoción en muchas ocasiones. Hacer que otro sufriese el mismo dolor que él era una especie de victoria que le daba fuerzas.

—Fui elegido, Travis. El comandante Shurion me eligió a mí para ser su agente —afirmó impenitente, incluso orgulloso—. Y volveré a ser su agente cuando los cosechadores hagan polvo vuestros Josués y maten a Darion y encuentren este apestoso agujero en la tierra y lo destruyan. Cuando todos vosotros seáis esclavos, yo seré libre. Cuando estéis en el interior de criotubos, yo viviré en la abundancia. Cuando no seáis nada, yo seré alguien.

Travis pensó que aquel no era Simon. No el Simon que él conocía. El adolescente de las gafas parecía estar cambiando ante sus ojos: sus rasgos se retorcían y contorneaban, volviéndose grotescos y crueles, y su boca se convirtió en un rictus de satisfacción. Lo que le hubiese ocurrido a Simon a bordo de la Furion lo había cambiado, lo había roto, y con los pedazos había creado algo nuevo, algo que llevaba la marca de los cosechadores. Una figura consumida por el odio hacia todos aquellos que lo rodeaban. O puede que lo único que hubiesen hecho los alienígenas fuese revelar al auténtico Simon Satchwell, una posibilidad que hizo que Travis se sintiese asqueado.

—Ahora soy alguien, Travis. Fui elegido.

—Llévenselo —gritó el capitán Taber.

Travis contempló, abatido, cómo los soldados sacaban a Simon de la estancia. Sintió la mano de Antony estrechándole el hombro. Escuchó sus palabras.

—Lo siento, Travis.

Y asintió, descorazonado.

—Ambos lo sentimos, Antony. Ambos lo sentimos.

—No me lo puedo creer. No puede ser cierto. —La mirada de Jessica viajaba rápidamente entre Antony y Mel, como si esperase que uno de los dos se rindiese de un momento a otro y admitiese que la revelación de que Simon era un traidor enviado por los cosechadores era una especie de broma retorcida y de mal gusto. Imaginó que Antony debía de tener una buena razón para reunirlos a todos en su habitación antes del desayuno, pero no esperaba que fuese por un motivo como aquel. Travis fue el único que no apareció. Al parecer, estaba ocupado con otro asunto.

—No cabe duda —dijo Antony, con un suspiro—. Le pillamos con las manos en la masa, utilizando el disco de comunicación, y confesó. Peor aún, no mostró el menor remordimiento. Más bien lo contrario, de hecho. Era como si se regodease en su traición. Afectó mucho a Travis, lo digo en serio.

Jessica podía comprenderlo.

—Pero estamos hablando de Simon. Simon Satchwell. Lo conozco.

—La verdad es un asco cuando no encaja con lo que esperabas, ¿eh, Jess? —observó Mel.

Jessica buscó apoyo en Tilo o Richie, pero la pelirroja se limitó a encogerse de hombros, mientras que Richie, sentado en la cama, parecía más dispuesto a mirar a la pared que a los ojos de cualquiera de sus compañeros.

—Pero conozco a Simon desde que teníamos cinco años. Empezamos juntos el colegio. —Jessica empezó a sentir una creciente nostalgia—. Recuerdo cuando mi madre me dijo, susurrando, que tenía que ser buena con el pobre de Simon porque no tenía ni mamá ni papá, e intenté ser maja, pero yo quería ser feliz y Simon siempre parecía muy triste. Quizá podía ver lo que le depararía el futuro.

—Lo dudo —dijo Mel—. Si hubiese visto venir la enfermedad, lo más seguro es que se hubiese ahorcado. Y no hubiese sido el único.

—Pero ¿qué le ha podido conducir a ello? ¿A traicionarnos, quiero decir? —dijo Jessica—. A traicionar a sus amigos.

—Quizá nunca nos vio como tales —sugirió Mel—. No creo que Simon estuviese muy familiarizado con el concepto de la amistad. ¿Tú qué crees, Richie?

—Vete al cuerno, Morticia —dijo sin dejar de mirar a la pared, con sus poderosos hombros caídos.

—¿Le estás echando la culpa a Richie, Mel? —la acusó Jessica—. ¿Por lo que ha hecho Simon? No me parece justo.

—Anda, pues yo creo que es de lo más justo —replicó Mel—. Porque la traición de Simon no ha salido solo de él. Richie estaba ahí, a su lado, para echarle una mano en cada paso… por así decirlo.

—¿De qué hablas, Mel? —Incluso Antony parecía confundido—. Richie no estaba a bordo de la Furion cuando Simon firmó su contrato de Judas con el comandante Shurion.

—Físicamente no —aceptó Mel—. No literalmente, pero su presencia sí que estaba, ¿verdad que sí, grandullón? Estabas en la cabeza del pobre Simon como siempre has estado. ¿Quieres que les cuente a Tilo y a Antony los detalles de tu pasado de matón, basura? ¿Cómo convertiste la vida de Simon en el colegio en un infierno, robándole el dinero, humillándolo, maltratándolo hasta que tenía miedo de su propia sombra, hasta hacer que sospechase y desconfiase de todo y de todos…?

—¿Es eso cierto, Richie? —inquirió Tilo, asombrada—. Ya se veía que Simon y tú no os llevabais bien, pero esto…

—Aun así —protestó Antony—, no le veo la relevancia.

—¿Ah, no? —Mel inclinó la cabeza a un lado—. Entonces tus padres tiraron el dinero mandándote al colegio de pijos, Antony. Pues claro que es relevante. Convirtió a Simon en un traidor. Cada vez que alguien lo llamaba cuatro ojos a gritos, o Simon el Simplón, o cualquier otro apelativo que le adjudicaran en los pasillos, en el patio. Ya te los imaginas. No muy imaginativos, pero no hace falta ser un genio de la creatividad para hacer daño a alguien. Puede que por eso la mayoría de matones sean unos cretinos. Sí, y cada vez que se metía con Simon, cada vez que le daba un tortazo, una patada, cada vez que le ponía la zancadilla o lo provocaba (ya fuese Richie o los imbéciles de sus colegas), cada vez que lloraba y se preguntaba por qué a él, y sí, cada vez que quería morirse, hacían de él alguien con potencial para convertirse en un aliado de los cosechadores. Porque lo que vivimos nos convierte en lo que somos. Tú convertiste a Simon en lo que es. ¿Me oyes, grandullón? —Llegó al otro lado de la habitación con dos zancadas y le dio una colleja a Richie en la nuca, cubierta por su oscuro y corto cabello.

—¡Mel! —Jessica abrió los ojos de par en par.

—¿Me oyes? —Porque el matón no reaccionó—. Hiciste que Simon creyese que todo el mundo lo odiaba. Y ahora Simon odia al mundo entero. Por eso nos traicionó. Es tu culpa, imbécil de mierda. Espero que estés orgulloso de ti mismo. —Mel soltó una breve y sarcástica carcajada—. Aunque también es nuestra culpa. Porque lo consentimos. Porque dejamos que lo maltratases. Porque, a veces, incluso nos uníamos. Así todo era más sencillo, es más fácil burlarse y abusar de alguien sin implicarse.

Richie murmuró algo.

—¡Anda, si habla! —bufó Mel.

—¿Richie? —Tilo lo animó un poco más.

—No… orgulloso. —Sonaba como una radio que estuviese recuperando la frecuencia paulatinamente—. No estoy orgulloso. —Richie se puso en pie, frente a sus compañeros. Su rostro tenía una expresión sombría y sus ojos…, bueno, si no fuesen los ojos de Richie Coker, podría achacarse su rojez a las lágrimas—. No estoy orgulloso de nada de lo que hice antes de la enfermedad. Sé que no me creeréis, por lo menos los que me conocíais entonces, pero si pudiese cambiar lo que hice, lo haría. Lo haría. Pero cuando estaba en el colegio, lo que le hacía a Simoncete me parecía inocente, no sé, para echarse unas risas. No pensaba en qué efecto tendría en él. Él era una víctima fácil, y vamos, que así es como eran las cosas, débiles y fuertes, y no me parecía… no me parecía estar haciendo nada malo.

—Si te lo hubiese parecido, ¿hubieses parado?

Richie agachó la cabeza. El problema no era la pregunta de Antony Clive. El pasado era el pasado y no había forma de cambiarlo. Lo hecho, hecho está. Pero, por Dios, si Morticia tenía razón y la culpa de la traición de Simon era suya… Podría haberlos condenado a todos a la muerte o la esclavitud. A Jessica, a Naughton… a Tilo. ¿Cómo podría subsanar algo así? ¿Cómo podría hacer las cosas bien, al día siguiente o al otro, si tenía la capacidad de controlar cada uno de sus actos? Eso era lo que importaba. Richie haría cualquier cosa para no tener que afrontar una vez más la fría condena escrita en las miradas de quienes lo rodeaban, la hostilidad a la que estaba siendo sometido.

Y Simoncete, cuya vida había sido destrozada, arruinada más allá de cualquier posible solución antes de la enfermedad y de los cosechadores. Por él.

Antes de morir, su madre se avergonzó de él. Quizá, por primera vez, entendió el porqué. Por primera vez, Richie Coker se avergonzó de sí mismo.

Un último intento, pensó Travis. Un último esfuerzo por llegar al viejo Simon, a quien conocía. Antony y Mel podían contarles a los demás todo lo que necesitaban saber sin que Travis se encontrase presente. Para él era más importante intentar que Simon entrase en razón que volviese a unírseles por su propia voluntad. Si fracasaba, entonces harían las cosas al estilo del capitán Taber. Pero haría todo lo posible para conseguirlo.

Se lo debía a Simon.

—No sé a qué has venido, Travis —dijo el muchacho de las gafas con una risa mientras apoyaba la cabeza sobre las manos, tumbado en la cama de la habitación que se había convertido en su celda—, pero estás perdiendo el tiempo.

Parecía que la cosa no iba a ser fácil.

—¿Eso crees? —Travis apoyó la espalda contra la puerta y se cruzó de brazos—. Si no quisieses hablar, podrías haberte negado a verme.

—Me daba la impresión de que ahora soy un prisionero. Hasta que mis nuevos amigos encuentren el modo de llegar aquí y me liberen, de un momento a otro. El caso es que los prisioneros no suelen estar en posición de negarles nada a sus carceleros. Como las víctimas y los matones, Travis, ahora que pienso en ello. Podrías pedirle a Coker información al respecto, ahora que los dos sois íntimos amigos.

—No son tus amigos, Simon.

—Definición de amigo: alguien en quien puedes confiar, alguien de quien puedes depender, alguien que te defenderá. Alguien que está ahí cuando lo necesitas.

—¿Crees que puedes confiar en el comandante Shurion, Simon? —Travis mantuvo un tono de voz calmado, intentando sonar razonable—. No puedes. Te está utilizando. Seguro que eres consciente de ello, en el fondo.

—Pues la verdad es que no.

—Somos tus amigos.

—Oh, claro. Desde luego. —Simon se incorporó y chasqueó los dedos—. Mira que soy tonto. Y en ese «somos» está incluido Richie Coker, la clase de amigo que cualquiera querría, siempre y cuando le gusten las palizas y sufrir años de persecución. Y ese «somos» también incluye a Jessica y a Mel, que apenas llegaban a mirarme a la cara, mucho menos a dirigirme la palabra en el colegio, y que en el mejor de los casos llegaban a tolerarme. Me has convencido, Travis. Del todo, en serio. Menudos colegas con los que me he ido a juntar.

—Yo soy tu amigo, Simon.

—Sí, ya te he oído decir eso antes.

—Lo soy. Puedes confiar en mí. —Sus ojos azules buscaban los del otro chico con urgencia. Le mostró las manos—. Podemos superar esto. Podemos arreglar las cosas con Richie, lo que tú quieras. Pero no te separes de nosotros, Simon. No perteneces a los cosechadores.

Y por un momento, Travis creyó que sus palabras estaban funcionando.

—Confié en ti, Travis. Antes de la enfermedad. Y después, por un tiempo. —Y en ese instante, Simon pareció volver en sí y sus rasgos se suavizaron, recordándole a Travis al chico que fue en el pasado—. Cuando decías que podía fiarme de ti. Cuando dijiste que estarías ahí cuando te necesitase. Encajabas en la definición de amigo. Y eso fue lo que pensé que eras.

Definición de un momento: un periodo de tiempo que pasa rápidamente y que no vuelve jamás. Travis masculló para sí.

—Pero entonces antepusiste los intereses de Coker a los míos. —El rostro de Simon volvió a ensombrecerse—. En más de una ocasión, te di todas las oportunidades del mundo para hacer lo correcto, Travis, y elegiste ignorarlas. Pero entonces me dejaste tirado a bordo de la Furion, solo y asustado, e iban a matarme. —Se puso en pie, airado y asustado—. Iban a eliminarme como si no fuese nada, como si fuese la mugre de sus zapatos. ¿Y dónde estabas cuando te necesitaba, Travis? ¿Dónde estabas? —Caminó hacia él, gritándole en la cara—. Enrollándote con Tilo o dándole palmaditas en la espalda a Antony, llevándote el mérito de la fuga, ¿qué más da a quién dejases atrás?

—No, Simon. No fue así.

—¿No? ¿No fue eso lo que hizo el bueno de Travis? Es tan valiente. Es tan fuerte. Puedes confiar en que el bueno de Travis defenderá lo que es justo y hará lo correcto. Sí, claro. Cuando le conviene.

—Te equivocas, Simon. Intenté… —El sentimiento de culpa le golpeó como una ola. Le había fallado a Simon. Era un fracasado—. Quería ayudarte…

—Para quedar bien. Para parecer noble e impresionar a las tías…

—No.

—Con Tilo funcionó, a menos que lo que le gustase fuese el puñetazo en la boca. Igual le gusta el rollo duro. Yo que tú tendría vigilados a Tilo y a Richie si estuviese en tu lugar, Trav.

—No digas ni una palabra más, Simon. —Sus puños se apretaron como si actuasen por su cuenta.

—¿Por qué no? ¿Qué pasa, te molesta que te toquen el ego, que te ataquen la autoestima? Porque así es como funcionas, Travis, esa es la razón de tu pose y tus principios y tu moralidad justa y siempre correcta. Hace que te sientas bien contigo mismo. Es pura fachada. Me la jugaste una vez, pero ahora lo veo claro. Veo perfectamente lo que eres. Eres un vanidoso, ¿verdad que sí? Estás borracho de ego y quieres que todos demos un sorbo.

—Eso no es verdad.

—Solo te preocupas por ti. Los demás no te importan una mierda.

—Simon, no…

Una gota de veneno.

—Ni siquiera tu padre muerto.

Y Travis se abalanzó sobre él antes de darse cuenta, y la sangre de Simon estaba en sus nudillos y Simon estaba tumbado sobre el suelo, con un hilillo de color escarlata naciendo de su nariz, mientras observaba divertido al chico que lo había golpeado.

—Eso está mejor, Trav. No puedes convencerme para que cierre la boca, así que me obligas rompiéndome la nariz.

—Simon, lo siento. No quería… —Dio un paso adelante para ayudar a levantarse al chico, pero Simon lo apartó, rechazando su mano.

—No, no. Claro que querías, Travis, y has demostrado lo que quería decir. Poder. Fuerza. En eso sí se puede confiar. En eso es en lo que puedes depender a la hora de protegerte… y no en la gente. Y los cosechadores tienen más poder del que puedes imaginar. Quiero un poco de él, Travis. Merezco un poco después de la mierda de vida que he tenido, ¿no te parece?

Travis cerró los ojos. No quería pensar. Si lo hacía, corría el riesgo de reconocer que sus esfuerzos habían sido inútiles. Simon estaba más allá de toda redención. Lo habían perdido.

—Por eso estás perdiendo el tiempo, Travis. Ahora estoy con los cosechadores.

De acuerdo. Es el turno del capitán Taber. Travis suspiró.

—Entonces no te importará ayudarlos, ¿verdad que no?

El comandante Shurion se sorprendió de oírlo… precisamente a través del disco de comunicación.

Simon le explicó que el traidor se lo había entregado a Travis para poder mantenerse en contacto. No le quitaban el ojo de encima, lo que explicaba el retraso de Simon en ponerse en contacto con el comandante, así como la necesaria brevedad de su mensaje. No tenía mucho tiempo. Era una pena que el oficial de comunicaciones de los cosechadores que recibió su transmisión no le hubiese pasado con el comandante Shurion antes.

Shurion no estaba interesado en los detalles. Solo en los nombres. En uno en particular.

No le alegró mucho saber que el traidor se llamaba Tyrion. A bordo de la Furion no había ningún Tyrion. El traidor le había dado a su aliado terrícola un nombre falso para protegerse.

De hecho, decir que el comandante Shurion no se alegró mucho era un modo muy suave de decirlo.

Pero Simon confiaba en poder redimirse. Después de todo, estaba escondido en el mismo lugar que Travis Naughton y junto a un montón de esclavos en potencia… casi un centenar de adolescentes, todos en buen estado. Si capturaban a Travis Naughton, podían persuadirlo para identificar al traidor personalmente, lo que solucionaría los problemas del comandante. Simon podía ayudar a los cosechadores a capturar a Travis dirigiendo un recolector directamente a la guarida de los adolescentes. Sería cuestión de…

Curiosamente, el comandante Shurion no parecía muy dispuesto. Simon tuvo la impresión de que los recolectores tenían una disponibilidad muy limitada en aquel momento. Pero al final, la tentación de desenmascarar al traidor fue demasiado grande.

¿Dónde? En el pueblo de Otterham.

¿Cuándo? Tenían que darse prisa, ya que Travis estaba hablando de cambiar de ubicación. Al día siguiente. A primera hora.

Tendrían que enviar el recolector a primera hora.

Alguien se aproximaba, por lo que Simon avisó que tendría que cortar la transmisión. Confió en haber sido digno de la confianza del comandante Shurion.

—Buen trabajo, Simon —dijo el cosechador, dando su aprobación.

Un veredicto que el capitán Taber confirmó cuando el muchacho de las gafas dejó el disco de comunicación en la mesa que tenía ante él.

—Vuestra pequeña jugarreta no os va a salvar —advirtió Simon—. Incluso sin recolectores ni vainas de batalla, incluso si Darion desactiva todos los ordenadores de la nave, los cosechadores serán demasiado fuertes para vosotros. Os aplastarán.

—Ya nos preocuparemos de ello —se limitó a decir Taber—. Señor Naughton —que se encontraba al lado del oficial—, informe a lord Darion de que nuestro ataque comenzará al alba. Aconséjele que esté listo.

—Pero antes de que lo hagáis —interfirió Simon, mirando a su izquierda y su derecha, a los soldados que lo rodeaban, a los cañones que apuntaban hacia él—, ¿crees que podrías quitarme estas malditas armas de la cara?

Cuando Darion hizo su obligatoria aparición en el puente aquella tarde, no encontró al comandante Shurion sentado en su sillón de mando, sino ante la ventana que se extendía desde el techo hasta el suelo, altanero, contemplando el exterior con una sonrisa de satisfacción dibujada en el rostro.

Lo cual le parecía bien a Darion. Que sonriese mientras pudiera. Al día siguiente, el comandante luciría una expresión bien distinta. Antes, ese mismo día, el alienólogo había estado conspirando con Travis.

—Ah, lord Darion —lo recibió Shurion, con una cordialidad muy poco habitual en él.

—Comandante —respondió Darion—. Esta noche parece de buen humor.

—Desde luego. Me gusta la noche en este planetucho tan desagradable. —Shurion disfrutó de la perspectiva del valle que se extendía ante él hasta sumirse en un pozo de oscuridad, cubierto por árboles que parecían los rígidos dedos de hombres ahogándose—. Me gusta ver cómo la oscuridad extingue la luz y cubre toda la Tierra. Me recuerda lo inevitable que es nuestra victoria sobre las razas inferiores, nacidas para ser esclavas.

—Asumo, entonces, que las operaciones están marchando según lo previsto.

—Oh, desde luego. —A Shurion parecía ofenderle que Darion sospechase lo contrario—. Nuestro primer contingente de esclavos está siendo despachado hacia la crionave mientras hablamos. En cuanto los recolectores hayan regresado, podremos empezar a cosechar una nueva remesa.

—Excelente. —Darion pensó que resultaría convincente que mostrase su aprobación.

Shurion rio en voz baja.

—Más sujetos para sus estudios, ¿eh, lord Darion? —El alienólogo abrió la boca, por instinto, para defenderse, pero un gesto del comandante hizo que sus protestas resultasen innecesarias—. No quiero faltarle al respeto, mi señor. Es un placer tenerlo de vuelta con nosotros, como espero demostrar en breve. Pues esta noche me encuentro de tan buen humor que hasta se me podría convencer de que permitiese a la hermosa Dyona del linaje de Ayrion permanecer a bordo de la Furion. Sería todo un privilegio para este humilde servidor acoger no ya a uno, sino a dos miembros de nuestras benditas Mil Familias. —Su sarcasmo era más que evidente.

—Creo que su humor se debe a algo más que al momento del día y a la transferencia exitosa de los criotubos, comandante —dijo Darion—. ¿Es posible que ya haya desenmascarado al traidor que se encuentra en su tripulación? —No pudo evitar la pulla.

Pero la satisfacción de Shurion parecía inalterable.

—Pronto, lord Darion. Muy pronto.

—Me alegra oírlo. —¿Y cuál era el término pintoresco y expresivo que los terrícolas empleaban para referirse a alguien que no les gustaba? El término estaba relacionado con la ilegitimidad, los linajes, una cuestión íntimamente relacionada con los cosechadores. Ah, sí—. Pero estaré aún más impresionado al verlo —dijo Darion. «Bastardo».

Los dos cosechadores se enfrentaron sobre el puente que se erguía ante el oscuro valle y se sonrieron el uno al otro, odiándose, y deseando en secreto que el día siguiente fuese el último de su oponente.

Los técnicos de la doctora Mowatt se arremolinaban en torno a los Josués. Había que comprobar los sistemas de los doce vehículos de asalto, revisarlos de nuevo y luego volverlos a examinar. No podían permitirse que nada saliese mal al llegar el alba, cuando las máquinas se aproximasen a la nave de los cosechadores. Un cable suelto aquí o un circuito defectuoso allá podía dar lugar a la muerte del operario de uno de los Josués y el fracaso de la misión.

—Los errores conducen a la tumba. —Se trataba del lema del capitán Taber.

Los técnicos contaban con la ayuda de los operarios de los Josués. Travis, que junto al resto del grupo observaba la actividad junto a Mowatt y Taber pese a la hora, los contó. Veinte. Cuando la capacidad máxima de los VAJ era de tres hombres por vehículo, por lo que precisarían de un total de treinta y seis. El problema no iba a radicar en la maquinaria, sino en el personal.

Quizá pudiese hacer algo al respecto.

—Capitán Taber. ¿Señor? Quiero ir con ellos —anunció de pronto—. Quiero ser parte del equipo que ataque la Furion.

—Travis, no. —Tilo le tiró del brazo, como si esperase que fuese a saltar al interior de una cabina de control a través de la escotilla abierta en aquel preciso instante.

—Sí, Tilo. Es algo que quiero hacer. —Estrechó su mano, intentando transmitir confianza—. Es algo que tengo que hacer. —Su confrontación con Simon le había hecho daño, más del que había confesado a Tilo o a los demás. Había plantado las semillas de la duda en su mente. ¿Estaría Simon en lo correcto, aunque fuese un poco? ¿Sería posible que el liderazgo que ejercía Travis sobre el grupo fuese interpretado como un ejercicio de vanidad? ¿Estaba más interesada una parte de él, por pequeña que fuese, en dar una buena impresión antes que en hacer lo correcto?—. Capitán Taber, por favor, déjeme montar en los Josués. —Porque combatir a los cosechadores era, sin atisbo de duda, lo correcto. No había segundas intenciones. No había luces y sombras. Ni dudas.

—Señor Naughton, aplaudo su valor —dijo el capitán Taber—, pero usted no es ni un operario formado para pilotar un VAJ ni un soldado.

—Ahora todos somos soldados —contestó Travis—. Todos nosotros. ¿Y acaso no he demostrado que puedo defenderme? Y no sé, puedo ser de ayuda. Es posible que se dé el caso de que alguien tenga que salir del Josué o algo así, no sé, pero… además, no necesito un traje protector ni nada de eso, así que podría hacerlo. Deme la oportunidad, capitán Taber —le rogó el adolescente—. Por favor.

Y la mente de Taber viajó por sus cuarenta años de servicio militar y recordó a otros hombres jóvenes desesperados por probarse en el campo de batalla, decididos a enfrentarse a sí mismos y aprender quiénes eran realmente, porque en la guerra siempre había dos enemigos en potencia: el hombre con el uniforme de otro país y el hombre que se encuentra en el interior de uno, en su corazón, en su alma. Y Taber envidió la pasión y la juventud de Travis Naughton, perdidas ambas hace ya mucho. Había vivido demasiado. No podía entrometerse en el camino del muchacho. No podía negarle su oportunidad de conocerse a sí mismo.

—Muy bien, señor Naughton —accedió—. Puede acompañar a Parry en el Josué 7.

—¿Está seguro de que es una buena idea, capitán Taber? —se opuso la doctora Mowatt.

—Usted es la directora científica del Enclave —dijo Taber—. El despliegue de los Josués es una cuestión militar.

—Como desee. —La mujer se encogió de hombros—. Espero que sepa lo que está haciendo.

—Pues yo sí que lo sé, y no vas a volver a dejarme atrás, Travis. —Le resultaría difícil mientras Tilo estuviese enganchada al cuerpo del chico de cabello castaño—. Voy a ir en ese maldito tanque contigo. Y ni se te ocurra decir que no.

—No creo que sea capaz de decir nada, Tilo. Me estás cortando la circulación. —Pero en su interior, Travis gritaba para sí mismo: ¡Sí, sí, sí!

—¿Capitán Taber? —dijo Tilo—. Si Travis puede unirse al equipo de asalto, yo también puedo, ¿verdad? Se supone que estamos en la era de la igualdad de sexos, ¿no?

El capitán Taber parecía convencido de que no solo los hombres tenían que demostrar su valía. Asintió con la cabeza.

—No creo que sea apropiado por mi parte quedarme atrás mientras Travis y Tilo arriesgan sus vidas. —Antony dio un paso al frente.

—Con Brandon, señor Clive —dijo Taber—. Al Josué 9.

—Y si Tilo puede ir con Travis, yo puedo…

Una voz interrumpió a Jessica.

—No me parece en absoluto sensato que todos los jóvenes formen parte del equipo de asalto —le comunicó la doctora Mowatt al oficial del enlace militar—. Teniendo en cuenta su libertad de movimientos en la superficie, creo que sería mejor que alguno de ellos se quedase aquí, en el Enclave.

Antony sujetó a Jessica por los hombros y la miró a los ojos con intensidad.

—La doctora Mowatt tiene razón, Jessie. Será mejor que te quedes aquí. Y, además, tienes que sentarte a arreglar las cosas con alguien. —Su mirada guio la de Jessica hacia Mel.

—Yo voy contigo, Antony —dijo Mel, levantando las manos para evitar cualquier posibilidad de ser la única en quedarse—. O con Trav. O en un Josué que no sea ni el siete ni el nueve.

—Esta vez no, Mel —dijo Antony y, por desgracia para ella, Travis no le contradijo. Porque podía enfadarse con Antony, pero jamás podría enfadarse con Trav… aunque, por algún motivo, no lo hizo. Mel sintió un tono cálido e incluso dulce en la voz del muchacho rubio. Cayó en la cuenta de que confiaba en él casi tanto como confiaba en Travis—. Creo que ya he entendido la broma del chiste que me contaste en el campo de prisioneros. No tienes por qué ser Grimaldi. Puedes elegir no serlo. —Antony estrechó la mano izquierda de Jessica y la derecha de Mel. Las acercó hasta que sus dedos se rozaron—. Jessica, Mel. Mel, Jessica. Ya está. Presentadas de nuevo. Ahora, independientemente de vuestros problemas, podéis solucionarlos. Antes de que volvamos. ¿Entendido?

Si así fue, ninguna de las dos chicas pareció dispuesta a ponerse manos a la obra.

—¿Quién es Grimaldi? —quiso saber Jessica.

—Bueno, pues si vas a estar aquí, no hace falta que yo me quede. —Richie habló con su habitual tono de pasota, pero su rostro se tornó rojo cuando los demás se volvieron hacia él, francamente sorprendidos. ¿Sorprendidos? Era mucho mejor que «asqueados»—. Supongo que podría acompañar a Tony en una de esas latas… si te parece bien, y eso —dijo a su posible compañero.

—Llámame Antony, Richie —le pidió el delegado del colegio Harrington—. Y sí, me parece bien.

—¿Qué te parece? —le dijo Travis a Tilo en voz baja—. Richie Coker ofreciéndose voluntario a ponerse en peligro. Quizá le quede algo de dignidad, después de todo.

—Yo —dijo Tilo— no estaría tan segura, Travis.

El capitán Taber reunió a los adolescentes y les dijo que les vendría bien dormir unas horas, sobre todo a aquellos que iban a formar parte del equipo de asalto. La partida de los Josués hacia la Furion estaba programada para las cinco en punto y no podía sufrir retrasos.

Al alba, comenzaría el contraataque de la raza humana contra los cosechadores.