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—¿Dónde está Travis? ¿Qué le ha pasado a Travis? —El hecho de que ella, Antony y los otros diez desafortunados que habían combatido con Rev estuviesen siendo conducidos sin el menor miramiento por los pasillos de un recolector hacia una celda de los cosechadores (qué duda cabía) parecía importarle menos a Mel que la ubicación de su mejor amigo. Travis tenía que estar bien. Tenía que estarlo. Mientras así fuese, había esperanza, puede que incluso para ella—. ¿Antony?

—No lo sé, Mel. No puedo… —Pensar. Y efectivamente, no podía hacerlo con un guerrero cosechador encañonándolo constante e innecesariamente con su subyugador por diversión. Pero tenía que pensar. Travis no había ido a por ellos. En vez de eso, habían sido arrastrados al recolector que había aterrizado en una explanada cercana a la residencia. No hacía falta ser un genio para deducir su destino y su propósito… el procesamiento ya había sido lo bastante humillante la primera vez. Pero ¿significaba aquello que Darion se había negado a ayudarlos? ¿O que, de algún modo, la culpa era de Travis? Un estudiante de Harrington, especialmente un delegado, nunca dejaría en la estacada a sus amigos.

Y sí, los llevaron a una celda. Desnuda, metalizada. El modelo habitual. Los adolescentes fueron arrojados al interior para que empezasen a lamentar su destino.

—Casi esperaba encontrar a Trav aquí dentro —dijo Mel—. Pero me alegro de que no sea así. —Cruzó la celda hasta llegar al panel de observación y miró alrededor. Parecía que en el recolector estaban teniendo lugar los últimos preparativos antes del despegue.

—Pero tu primera pregunta ha sido muy acertada —dijo Antony—. ¿Dónde está? Creo que deberíamos considerar la posibilidad de que Travis haya fracasado en la misión.

Mel se dirigió hacia el chico rubio con compasión.

—Travis nunca fracasa.

—Bueno, tu lealtad es admirable, Mel. —Ojalá él pudiese despertar semejante fidelidad—. Pero creo que para escapar vamos a tener que apañárnoslas solos, en lugar de esperar a que Travis o Darion aparezcan.

Tenía razón en lo último. Minutos después, quien entró en la celda no era ni Travis ni Darion, sino una hembra de los cosechadores vestida con una armadura dorada y acompañada por guerreros vestidos de negro que insistió en que Antony y Mel fuesen con ella.

—Es algo que siempre he dicho —afirmó Mel—, si quieres un trabajo bien hecho, que lo haga una mujer. Ella —refiriéndose a Dyona— estuvo magnífica, Trav.

Esta tenía un brazo en torno a Mel, mientras con el otro estrechaba la mano de un precavido Antony. Los aposentos de Darion y Dyona en la residencia Clarebrook se estaban convirtiendo en un destino de lo más popular.

—La verdad es que el modo en el que Dyona se dirigió al capitán del recolector fue impresionante, Travis —confirmó Antony.

—Hago lo que puedo —dijo Dyona, fingiendo modestia—. ¿Verdad que sí, amor mío?

—Desde luego —afirmó Darion, con menos humor—. Y puedes ser de lo más convincente.

—Trav, el tío ese, el capitán —dijo Mel con una sonrisa—, coge y le dice a Dyona que va en contra del protocolo descargar mercancía de esclavos una vez han subido a la nave sin permiso escrito del comandante de una nave esclavista. Y Dyona le dice que los protocolos son para criaturas inferiores a las Mil Familias, y que si el comandante Shurion no se entera no tiene por qué afectarle, y que dos esclavos más o menos no suponen ninguna diferencia, al fin y al cabo, y que necesita un hombre y una mujer para sus estudios de alienología, y que si el capitán le permitiese llevárselos se lo tomaría como un favor personal. Y va y dice: «Nosotros, los miembros de las Mil Familias, somos valiosas amistades, capitán». Y luego: «Pero peligrosos enemigos». Y el capitán se arruga y parece un poco más pequeño, algo así. —Alrededor de un centímetro, si es que la medida entre el dedo índice y el pulgar de Mel era exacta—. Y Dyona se sale con la suya y aquí estamos.

—Dyona —dijo Travis—, no sé cómo agradecértelo.

—Espero que no con un beso —objetó la cosechadora, cubriéndose su boca desprovista de labios con los dedos—. Acepto la igualdad de razas, pero todo sea dicho, los terrícolas sois muy feos.

—Supongo que depende del cristal con el que se mire —rio Travis—. Lo de la belleza, quiero decir.

—No es así según la tradición de los cosechadores —respondió Dyona—. Nuestra gente tiene un dicho: «La belleza está en la sangre».

—Por favor —protestó Darion—. Me alegro muchísimo de que los tres volváis a estar juntos, pero no es momento de cháchara. —Se separó de sus compañeros y caminó lentamente, casi con petulancia, hacia la ventana.

—¿Estás enfadado porque actué mientras tú solo mirabas, mi amor? —se burló Dyona, y después se dirigió hacia los adolescentes en voz baja—. Siempre le da por enfurruñarse.

A Travis eso no le preocupaba. Lo que le preocupaba era la inutilidad de Darion como aliado. Porque, la verdad, mientras Antony y Mel estaban siendo conducidos a bordo de un recolector, Darion del linaje de Ayrion se puso a cavilar acerca de qué hacer, cómo minimizar riesgos, cómo maximizar las posibilidades de éxito, lo cual está muy bien si tienes el lujo de disponer de tiempo para elaborar tus planes, pero cada segundo era vital, cada instante, precioso. Solo Dyona cayó en la cuenta de ello y se dirigió hacia el recolector pese a la oposición de su pareja. Puede que su conducta fuese errática, pero al menos parecía resuelta y decidida cuando hacía falta. ¿Podría Travis afirmar lo mismo de Darion?

—Yo no me… no seas infantil, Dyona —protestó Darion desde la ventana, observando los terrenos de la residencia Clarebrook como si temiese que la represalia inmediata por el crimen de su prometida tomase forma en el comandante Shurion y su guardia de cosechadores avanzando hacia ellos—. Puede que sea heroico y emocionante actuar sin pensar, pero los actos tienen consecuencias, y si tenemos en cuenta que lo que hemos hecho constituye una traición a todos los principios de nuestra gente, las consecuencias podrían ser severas.

—¿Así que preferirías haber dejado a Antony y a Mel en las celdas del recolector? —replicó Dyona, indignada.

—Solo creo que… hubiese sido más sensato esperar a que hubiesen llegado a la Furion antes de traerlos. Dos terrícolas menos con cien prisioneros a bordo hubiese llamado menos la atención que dos terrícolas menos de un grupo de doce. Como el capitán del recolector se lo piense dos veces e informe a Shurion de tus acciones, amor mío…

—No lo hará. —Dyona ni siquiera consideró esa posibilidad—. Pertenezco al linaje de Lyrion.

—Lo que quiero decir —trató de aclarar Darion, dirigiéndose hacia los adolescentes y su prometida— es que a veces lo más inteligente es esperar.

—Con todo respeto, Darion —dijo Travis—, no podemos esperar. Si lo que queremos es la libertad de nuestra gente, los segundos van pasando. Tenemos que atacar a vuestras fuerzas, hacer que al menos se lo piensen dos veces a la hora de ocupar la Tierra, y tenemos que hacerlo ya.

—Te escuchamos —dijo Dyona, y Darion no la contradijo.

—Ya os he hablado del Enclave —continuó Travis—. Pues bien, hay un motivo concreto por el que teníamos que volver a encontrarte, Darion. Supongo que habréis estudiado nuestras religiones principales antes de comenzar la invasión. ¿Qué sabes de Josué?

Y resultó que algo sí que sabía. Pero al cabo de un rato, los dos alienólogos supieron de la existencia de «los» Josué. Y lo que el capitán Taber creía que podían conseguir de no ser por los escudos de las naves de los cosechadores. Y el modo en el que Travis, Antony y Mel esperaban que Darion los ayudase.

—¿Queréis que sabotee los escudos? —repitió el cosechador sin el menor entusiasmo cuando Travis hubo terminado.

—¿Es posible? —preguntó el adolescente.

—Es posible.

—¿Lo harás?

—¿Y permitir que vuestros tanques, los Josué… destruyan la Furion? ¿Conmigo a bordo?

Travis arqueó las cejas. No había pensado en ello.

—¡Ja! No te preocupes por detalles sin importancia. —Dyona se dirigió hacia su pareja y lo abrazó a la altura de los hombros—. Darion es lo bastante listo como para no hundirse con el barco, ¿verdad que sí, mi amor? Recuerda que hay procedimientos de evacuación de emergencia.

—Para nosotros —le recordó Darion—. No para los terrícolas que están en los criotubos y las celdas. Podrías matar a más miembros de tu propia especie que de la mía, Travis.

—Maldita sea. —Porque tampoco se le había ocurrido aquella terrible e irónica posibilidad. Puede que Darion tuviese razón al hablar del valor de la paciencia.

—Hay una solución para cada problema —intervino Antony—. Eso nos enseñaron en Harrington.

—¡Por supuesto! —exclamó Dyona—. Los criotubos no tardarán en estar llenos, ¿verdad, Darion?

—Si no lo están ya —contestó su pareja.

—¿Y por qué es eso una buena noticia? —quiso saber Mel.

—Porque extraerán la remesa completa de la Furion para transportarla a la crionave que está orbitando vuestro planeta, para reemplazarla por una nueva con criotubos vacíos. Pero mientras tanto, apenas habrá terrícolas a bordo de la Furion, si es que hay alguno.

—Así que, si atacamos entonces… —Travis imaginó la nave de los cosechadores en llamas—. Darion, tienes que ayudarnos.

—No sé, Travis. —El cosechador negó con la cabeza—. Si hago lo que tú me dices, muchos de los míos morirán. Por mi culpa.

—Se lo merecerán, amor mío —dijo Dyona, con fría crueldad.

—Tú solo los ves como esclavistas, Dyona —apuntó Darion— y, por lo tanto, imposibles de perdonar. Tú, Travis, Antony y Mel solo los veis como alienígenas, como enemigos… y no es que os culpe. Pero también son padres e hijos. Maridos. Hermanos. No son monstruos. Tiene que haber otro modo de resolver nuestro conflicto entre especies que no incluya un derramamiento de sangre.

—Una vez tuve esa esperanza —dijo Antony, abatido.

—No lo hay —dijo Travis—, Darion.

—Darion, por favor. —Mel pensó que una voz femenina contribuiría.

—Simpatizo con vuestra causa, amigos míos, ya lo sabéis —dijo Darion con un suspiro—, pero necesito tiempo. Necesito…

* * *

Etrion entró de nuevo como una exhalación. Travis pensó que su linaje debía de haber estado al servicio del de Dyona desde tiempos inmemoriales, pues parecía haber ganado ciertos privilegios a consecuencia de ello. Como el derecho a interrumpir a un miembro de las Mil Familias en mitad de una frase sin ser castigado.

Sin embargo, cuando explicó a toda velocidad el motivo con una voz aterrada, lo último en lo que pensó cualquiera de los presentes fue en castigarlo por su impertinencia.

—Los ha ejecutado —reveló Etrion—. El comandante Shurion. Ha ejecutado al resto de los terrícolas que fueron capturados con… —Y señaló con la cabeza a Travis, Antony y Mel—. Los terrícolas responsables del ataque al campamento no fueron conducidos a la Furion para ser procesados, sino que los llevaron a la celda de desechos. Y acabaron con ellos en cuanto llegaron.

—Dios mío. —Travis solo había odiado a una persona en el pasado… odiado, no solo rechazado o despreciado, sino aborrecido con una intensidad oscura, casi autodestructiva, y esa persona era el yonqui que mató a su padre. En aquel momento, los objetivos de su odio se multiplicaron por dos.

—Si… —Antony cayó en la cuenta, asustado—. Si nos hubiésemos quedado en el recolector…

—Nosotros también estaríamos muertos. —La expresión de Mel era ilegible—. Del todo.

Darion se hundió en una silla de trescientos años como si de pronto tuviese la misma edad. Agachó la cabeza hasta apoyarla sobre sus manos.

—Y eso no es todo —dijo Etrion—. Shurion está retransmitiendo la ejecución a través de todos los canales, con la esperanza de que los combatientes de la resistencia humana reciban la señal y aprendan las consecuencias de desafiar la voluntad de sus nuevos amos. Eso dijo. Ha grabado un mensaje. —Etrion miró de un lado a otro de la habitación, como pidiendo disculpas—. Pensé que querrían saberlo.

—Has obrado correctamente, Etrion. Gracias —dijo Dyona—. Ya puedes dejarnos. —Y así lo hizo. Dyona se volvió hacia su prometido—. ¿Darion? —Extendió el brazo para tocarlo.

—No. —Darion se puso en pie de un salto. Sus rasgos parecían más duros, más hoscos, y su belineo se asemejaba a los nudillos de un puño apretado, lleno de ira… de odio, pensó Travis, y sus ojos parecían lava. Era un Darion que los adolescentes no habían visto nunca antes.

Ni tampoco Dyona, al parecer.

—¿Darion? ¿Mi amor? ¿Adónde vas?

Este se encaminaba con paso firme hacia la puerta.

—Espera aquí, Dyona. Esperad todos.

—Iré contigo…

—Espera aquí. —Y los dejó solos.

Dyona intentó camuflar su asombro y su pesar con una risa.

—Cuando quiere es de lo más mandón, ¿verdad? —Pero no engañó a nadie.

Travis, Antony y Mel la apoyaron con débiles sonrisas. La habitación se sumió en un silencio que, evidentemente, iba a durar tanto como la ausencia de Darion. Sin embargo, el alienólogo solo se marchó unos minutos.

Regresó trayendo consigo un fino disco del tamaño de una mano.

—Lamento lo que ha sucedido —dijo—. Las noticias de Etrion… Lamento muchas cosas. Mi cobardía, principalmente.

—¿Cobardía? ¿De qué hablas, amor mío? —preguntó Dyona, con gesto confundido.

—Pues mi indecisión, si lo prefieres. Mis dudas a la hora de actuar. Mi obsesión con la precaución. Al final, el resultado es el mismo. Si me hubieses escuchado, Dyona, si hubiésemos retrasado la liberación de Antony y Mel hasta que hubiesen embarcado en la Furion tal y como yo propuse, nuestros amigos no se encontrarían entre nosotros. Mi falta de resolución los hubiese condenado a muerte. Se hubiesen perdido vidas inocentes y la culpa hubiese sido mía. Lo siento. Os pido perdón a todos. Lo lamento profundamente.

—No pasa nada, Darion —dijo Mel, comprensiva—. Estamos aquí. Estamos vivos.

—Pero muchos otros no —dijo Darion—, y muchos más tampoco lo estarán a menos que aquellos que creemos en la libertad, la hermandad y la igualdad de todas las razas encontremos en nuestro interior (por fin, en algunos casos) el valor para plantar cara al mal de la esclavitud y oponernos a aquellos que lo defienden, sea quien sea, no importa el precio. Dyona, antes he dicho que pensamos del mismo modo pero que no nos expresamos igual. Ahora, hablaremos con una sola voz. Desde este momento, prometo ser un disidente de acción tanto como de palabra.

—Darion. —Dyona abrazó a su prometido.

Travis intercambió miradas con Antony y Mel. La conversión de Darion a la acción directa era dramática y heroica (se sentía orgulloso del alienólogo), pero ¿en qué se materializaría el nuevo compromiso del cosechador con la causa?

No tardó en descubrirlo.

—Haré lo que me pides, Travis. Regresaré a bordo de la Furion cuanto antes para que podamos coordinar el asalto de los Josués con el momento en el que retiren los criotubos. Entonces, en ese instante, deshabilitaré los sistemas primarios de la nave: defensa, vuelo, comunicaciones. Sé cómo hacerlo. La Furion no tendrá ni escudos ni escapatoria, y el comandante Shurion no podrá pedir ayuda. —Darion esbozó una oscura sonrisa—. Tenemos un dicho en nuestro planeta natal: «Un scarath sin garras no tarda en morir». Creo que podemos proporcionarle la primera victoria a vuestra gente en su guerra contra los cosechadores.

—Pero ¿cómo sabremos cuándo atacar? —La perspectiva de la victoria era inspiradora, pero Travis era consciente de que no había que dejar de lado los aspectos pragmáticos.

—Podéis contactar conmigo con este disco de comunicación. —Darion les enseñó a los tres adolescentes lo que había traído—. Es un dispositivo parecido a vuestros teléfonos móviles.

—Genial —dijo Mel—. ¿Significa eso que también podemos bajarnos vídeos de programas cutres de los cosechadores?

—Se sostiene colocando los dedos en estas hendiduras. —Cinco, convenientemente espaciadas en el reverso del disco. Darion les hizo una demostración—. Funciona mediante este teclado. —En uno de los lados del objeto había un sistema informático en miniatura, que incluía un altavoz y un auricular—. Os enseñaré qué hacer, pero hay otra cosa que debería mencionar antes, un posible peligro que nos afecta a todos.

—Adelante —dijo Travis. Desde la enfermedad, habían tenido que hacer frente a innumerables peligros. Dudó que ninguna «posible» amenaza llegase a preocuparle demasiado.

Por supuesto, estaba equivocado.

—Shurion ha reclutado un espía para encontrarte, Travis. No sé quién es, pero es un miembro de vuestra especie. Shurion sabe que un cosechador a bordo de la Furion os ayudó a escapar. Sabe que conocéis la identidad del traidor y espera que su agente la descubra.

Travis se encogió de hombros con toda tranquilidad.

—Bueno, no creo que debamos preocuparnos mucho por ello. ¿Cómo va a encontrarnos el espía ese? ¿Cómo va a saber quién soy? Travis Naughton no era un nombre que estuviese en boca de todos antes de la enfermedad.

—Ya se ha ocupado de eso —dijo Darion—. El agente de Shurion fue capturado con el resto de vosotros en el colegio Harrington.

—¿Qué? —intervino Antony—. ¿Un miembro de Harrington, un traidor? Imposible. —Pero se preguntó… ¿y si era Leo Milton?

Travis no dijo nada e intentó que su rostro no denotase nada en absoluto. Pero sabía quién era.

—¿Se os ha unido alguien desde que huisteis de vuestro cautiverio? —continuó Darion—. ¿Alguien que también afirmase haber huido de la Furion?

—No —dijo Travis con aplomo, una afirmación que hizo que sus compañeros lo mirasen con asombro. Saltaba a la vista que Mel y Antony recordaban lo que había tenido lugar recientemente de un modo muy distinto. Pero no le contradijeron. Su mirada cómplice hizo que permaneciesen en silencio… por el momento.

—Bueno —añadió Darion—, si alguien aparece de la nada, alguien a quien conozcas, Travis, con una historia como la que te he advertido, no lo creas. Ese será tu traidor.

Estrecharon las manos de Darion y Dyona, descubriendo que la carne de los cosechadores solo se diferenciaba de la de los humanos en la pigmentación, les dieron las gracias y le desearon a Darion en particular buena suerte en la tarea que había aceptado llevar a cabo. Intercambiaron sinceros anhelos, puesto que sus vidas pronto dependerían del joven alienólogo, y sentimientos tan honestos como recíprocos. Después huyeron de la residencia Clarebrook ocultos bajo un manto de oscuridad y se adentraron en los terrenos que la rodeaban.

Solo cuando ya se habían alejado a varios kilómetros de los cosechadores y la noche era tan densa como el bosque que los rodeaba, Antony pidió hacer una pausa.

—¿Para qué? —se quejó Travis—. Deberíamos continuar. Tenemos que volver al Enclave cuanto antes…

—Es posible —admitió Antony—. Soy consciente de ello, y no sé lo que pensará Mel, pero creo que hay un asunto en cuestión que deberíamos discutir antes de llegar. En una palabra: Simon.

—¿Qué pasa con Simon? —Travis agradeció que sus compañeros no pudiesen ver su rostro claramente en la oscuridad, su expresión de dolor e incredulidad, la apabullante desilusión que se reflejaba en sus ojos.

—Trav, Antony tiene razón —dijo Mel—. Ya sabes qué pasa con Simon. ¿Por qué no le dijiste a Darion que tiene todas las papeletas para ser el espía?

—Primero, porque no quería decir nada que hiciese que Darion se lo pensase dos veces antes de jugarse el cuello para ayudarnos. Segundo, porque no creo que sea verdad. Simon… no puede ser un traidor.

—¿Por qué no? —inquirió Antony—. ¿Porque tú lo dices, Travis? ¿Porque no quieres que lo sea? No todo el mundo resulta ser como te gustaría. Esto es la vida real, no una novela en la que puedes crear y controlar a tus propios personajes y…

—De acuerdo, Antony —le cortó Mel sin miramientos—. Gracias por el análisis intertextual. —Después se volvió hacia Travis, más sosegada—. Ya, ya sé que te va a costar aceptar que precisamente sea Simon cuando precisamente él te debe tanto, cuando de no ser por ti estaría pudriéndose en Wayvale o metido en un criotubo, pero tienes que ser honesto contigo mismo. Tienes que reconocer que la cosa no pinta bien para Simon. Si te pones a pensar en su historia, quiero decir, a fondo, con sentido crítico, eso de que estuviese horas a bordo de la nave de los cosechadores y se encontrase por casualidad con una escotilla de salida…

—Haces que suene como una coincidencia, pero no fue así, Mel —se resistió Travis, pero a duras penas—. Simon dijo que encontró un mapa de la nave en una pared…

—Hmm. Sigue sonándome mal. Lo siento, Trav.

—Puede que a Travis le preocupe que le haga quedar mal —comentó Antony, ácido—. Pero la cosa no va contigo, Travis. Que haya un traidor entre nosotros nos pone en peligro a todos. Simon podría haber dado con el modo de contactar con sus amos cosechadores…

—Si lo hubiese hecho, ¿crees que Darion seguiría libre? —le rebatió Mel.

—No. Tienes razón. Pero me reafirmo en lo que he dicho —insistió Antony—. Tienes que valorar la situación fríamente, Travis, no emocionalmente. Leo Milton me traicionó cuando creía que podía confiar en él. ¿Por qué no iba a traicionarte Simon Satchwell?

Porque…, pensó Travis, recordando al lloroso y acobardado Simon del colegio Wayvale. La víctima. El perdedor. Vulnerable y sin amigos. Y recordó lo que le había prometido a Simon antes de la enfermedad, antes de los cosechadores: «Si necesitas ayuda…, si necesitas un amigo, aquí lo tienes». ¿Acaso Simon no le había creído? ¿Por qué no habría podido ser más fuerte?

—Vale —admitió Travis a regañadientes—. Es posible. —Las palabras le quemaban en la boca, como plomo fundido—. Simon podría ser el agente de Shurion. Pero no voy a condenarlo de buenas a primeras. Sigue siendo Simon. Mel, sigue siendo el Simon al que hemos conocido durante años. Empezamos juntos en el colegio. No voy a… Le daré la oportunidad de defenderse.

—Pero Trav —dijo Mel, que no parecía muy convencida—, puede limitarse a negarlo todo. No tenemos pruebas…

—Yo sé cómo podemos conseguir una —dijo Antony.

Mientras el antiguo delegado del colegio Harrington detallaba su plan, a varios kilómetros de distancia Darion y Dyona, del linaje de Ayrion y Lyrion respectivamente, se sentaron por última vez en la habitación en la que las generaciones de los Clarebrook, muertas desde hacía mucho tiempo, se reunieron en el pasado. Bebieron vino en copas de cristal, habiendo encontrado la bebida de su gusto durante su breve estancia.

—Me hubiese gustado haber podido pasar más tiempo juntos —dijo Dyona, apesadumbrada.

—Parece como si los acontecimientos conspirasen en nuestra contra —reconoció Darion—. Como si quisiesen separarnos.

—Y acercarnos, al mismo tiempo. —Dyona sonrió—. En aspectos mucho más importantes.

Su pareja suspiró.

—Todos mis pensamientos se despejan cuando estoy contigo, mi amor. ¿Qué haré cuando te hayas ido?

—Lo correcto, Darion —dijo Dyona.

—Haga lo que haga cuando regrese a la Furion mañana —musitó—, morirá gente. Terrícolas o cosechadores. Alienígenas o nuestra propia gente.

—Los inocentes o los culpables, Darion —dijo Dyona—. Esos son los términos que importan.

—Lo sé. Aquí, esta noche, contigo, lo sé. Espero reunir las fuerzas para saberlo cuando esté solo. Tú me das esa fuerza, Dyona.

—No. —Se aproximó a él—. Puede que lo pienses, pero yo solo soy tu espejo, Darion. Lo que ves en mí no son más que tus propias cualidades reflejadas. La auténtica fuerza, la auténtica resolución, mi amor, viene del interior, de la voluntad, la determinación y la confianza en uno mismo. —Puso la mano sobre su pecho—. De un corazón noble. Cuando llegue el momento, no dudarás.

Y Darion abrazó a su prometida. Y rezó por que estuviese en lo cierto.

Travis siguió sonriendo. Le resultó fácil cuando él, Antony y Mel encontraron el camino de vuelta al Enclave sin incidentes y la colina se abrió, dándoles la bienvenida. Fue una respuesta sincera y natural cuando se reunieron con ciertas personas que fueron corriendo a recibir a los recién llegados después de que pasasen por el proceso de descontaminación. Tilo volvía a estar en sus brazos, juntando sus labios con los suyos con la frecuencia de un adicto. Jessica también lo estrechó y le dio un beso, mucho menos sexual pero no por ello menos afectuoso. Se alegraba honestamente de ver de nuevo al capitán Taber y a la doctora Mowatt, incluso a Richie, que le estrechó la mano con una humildad nada propia de él y murmuró que se alegraba de volverlo a ver, eso sí, sin mirarlo a los ojos.

Sin embargo, al encontrarse con Simon la sonrisa fue falsa, congelada, forzada. Una mentira.

—Sabía que todo os iría bien —le dijo el adolescente de las gafas, estrechando la mano de Travis y dándole una palmada en la espalda—. Ya se lo dije a los demás. Les dije: «Travis estará bien, no os preocupéis». —Él también sonreía, con idéntica falsedad si las sospechas de Antony y Mel resultaban ser ciertas.

—Parece que confías un montón en mí, Simon —dijo Travis—. No sé si me lo merezco.

—Claro que sí —afirmó Simon.

Y hasta entonces no vio ningún gesto en su rostro que diese a entender que había estado conspirando con el comandante Shurion contra su propia especie. No había ningún matiz en sus gestos o su expresión que denotase que era un traidor. Que podía ser un traidor, matizó Travis para sí, a fin de animarse. Incluso después de la enfermedad, el acusado era inocente hasta que se demostrase lo contrario. Si el plan de Antony funcionaba, lo sabrían con toda seguridad, y entonces Travis podría permitir a sus facciones que reflejasen sus verdaderos sentimientos; de alivio y reforzada confianza o… Pero no quería pensar en la alternativa.

Hasta entonces, Travis seguiría sonriendo.

Estaba tan centrado en Simon que pasó por alto la breve mirada de culpabilidad que se cruzaron Richie y Tilo.

—Te he echado de menos —le dijo Tilo, pese a ello—. Lo digo en serio, te he echado mucho de menos.

—Y yo a ti.

—No vuelvas a ir a ninguna parte sin mí, Travis, ¿vale? Te necesito. Sin ti… no soy fuerte.

—Pues entonces parece que te vas a quedar conmigo —dijo Travis—, y ¿sabes qué? Me encanta la idea. —Porque podía confiar en Tilo. Porque Tilo no era ninguna traidora.

A su lado, Jessica se encontró con Mel bajo la seguridad que le aportaba el brazo de Antony sobre sus hombros.

—Bueno, entonces, ¿seguís de una pieza? —preguntó ella, con cierta incomodidad.

—Más o menos —dijo Mel—. Por fuera, al menos.

—Mel está bien. Ha estado bien todo el rato, ¿verdad que sí, Mel? —dijo Antony.

—Me alegro —dijo Jessica—. Lo digo en serio. —Y hubiesen tenido la oportunidad de reconciliarse, de perdonarse con un abrazo o incluso de estrecharse la mano para renovar su amistad. Jessica sabía que era ella la que tenía que moverse, y quería hacerlo, ya que parte de ella se alegraba muchísimo de ver a Mel de nuevo sana y salva. Quería abrazar a su amiga y decirle que todo iba a ir bien, que estaban en paz.

Pero no pudo.

En la sala de reuniones, Travis y Antony narraron sus recientes aventuras, con los sarcásticos comentarios de Mel a modo de acompañamiento. Rev y el ataque al campo de prisioneros. Dyona. El hecho de que Darion aceptase sin titubeos ponerse de lado de los terrícolas. El disco de comunicación. Sorprendentemente, los tres jóvenes parecían haber olvidado la advertencia de Darion sobre la presencia de un agente de los cosechadores entre ellos.

Jessica estaba asombrada por el súbito cambio de carácter del motero.

—Supongo que nunca se sabe de lo que alguien es realmente capaz —observó.

—Ya te digo —gruñó Mel.

Taber y Mowatt estaban más interesados en el disco de comunicación, que había sido esterilizado para evitar el riesgo de contaminación y que viajaba de mano en mano alrededor de la mesa para que todo el mundo lo estudiase, como en un concurso de televisión.

—Nos proporciona una línea directa con Darion —dijo Travis—. Y totalmente segura, además.

—De hecho —añadió Antony—, creo que podríamos contactar con la propia nave de los cosechadores mediante el disco de comunicación, si quisiésemos.

—Pero vamos, nadie en su sano juicio querría —añadió Mel.

—En absoluto —dijo una voz que Travis preferiría no haber oído.

—Dada su importancia —dijo él—, creo que deberíamos dejarlo en el centro de seguimiento y comunicaciones hasta que estemos listos para entrar en contacto con Darion, capitán Taber.

—Una idea muy sensata —reconoció Taber, dando su aprobación. Extendió la mano—. ¿Puedo ocuparme del dispositivo, señor Satchwell?

—Oh —dijo Simon—. Por supuesto.

Qué detalle por parte del tal lord Darion, pensó Simon, proporcionarme los medios para demostrar lealtad al comandante Shurion y evitarme un doloroso final. En el caso de Darion, por supuesto, sería exactamente lo contrario. Tendría que dejarse caer por la celda de despojos algún rato que tuviese libre para darle las gracias al cosechador personalmente.

Quizá Travis también mereciese su gratitud, por dejar el disco de comunicación al alcance de su mano, trayéndolo al Enclave con la estúpida inocencia de los troyanos conduciendo el caballo de madera al interior de sus impenetrables muros. Aunque, por otra parte, no creyó que a Travis le fuese a parecer apropiado que le diese las gracias en aquellas circunstancias. Simon esbozó una fina sonrisa, como la que el comandante Shurion le lanzó durante su última entrevista, anticipando el triunfo. La sonrisa de alguien fuerte, pensó Simon.

* * *

Avanzó a través de pasillos desiertos hacia el centro de seguimiento y comunicaciones. Sobre ellos, el cielo nocturno extendía un manto negro. Bajo tierra, la oscuridad había sido desvanecida, pero aquellos a quienes estaba a punto de traicionar permanecían dormidos. Idiotas. Y ellos que se creían tan listos. No tienen ni idea.

Reconoció el disco de comunicación en cuanto lo vio. El comandante Shurion le había mostrado uno, le había enseñado cómo manejarlo antes de concluir que a su agente le costaría explicar qué hacía con aquel dispositivo encima en caso de que lo descubriesen. Así todo, lo único que Simon tenía que hacer era enviar al vigía del centro de seguimiento y comunicaciones a perder el tiempo con una argucia que ya había ideado (si es que se encontraba en su puesto, para empezar) y podría contactar con la Furion a su antojo. Y no identificaría a un traidor a modo de sacrificio, sino a dos. Darion y Dyona.

Una hembra de los cosechadores. Idéntica, al parecer, a los machos de la especie, a excepción de las partes propiamente femeninas. Simon arrugó la nariz, asqueado. Esperó que el comandante Shurion no hubiese planeado emparejarlo con una chica de los cosechadores como parte de la recompensa que, imaginaba, recibiría de forma inminente por sus servicios a la causa de los esclavistas. Las chicas de su propia raza ya eran lo bastante malas (aunque no fuesen físicamente desagradables), riéndose de él a sus espaldas y cosas así. De hecho, la mitad de las veces también se reían en su cara. Burlándose de él. Mofándose. Humillándolo. Haciendo que se sintiese pequeño, desgraciado, menos hombre. Demostrando su lamentable e inexcusable falta de criterio babeando en torno a neandertales como Coker y no dándole jamás una oportunidad a él, a Simon. Fulanas como Cheryl Stone merecían esa clase de castigo, para que aprendiesen. También Mel y Tilo. Hasta Jessica. Eran todas iguales. Siempre en su contra.

Pero las cosas iban a cambiar, muy pronto, con un único uso del disco de comunicación. Entonces, supuso Simon, cuando acompañara al cosechador, las chicas empezarían a tratarlo de otro modo, le rogarían que tuviese el detalle de fijarse en ellas. Se arrodillarían y se plantarían a sus pies. Y entonces habrían cambiado las tornas. Entonces se arrepentirían de haber rechazado a Simon Satchwell.

Todos se arrepentirían. Hasta el último de ellos. Los matones y quienes lo atormentaban lamentarían haberse reído de él. Porque los años de persecución habían terminado para Simon.

Ante él se encontraba el centro de seguimiento y comunicaciones.

Estaba vacío. Perfecto. No había nadie para verlo entrar y cerrar la puerta. Nadie para escuchar su voz… o su corazón, que retumbaba en su pecho como un hombre atrapado que estuviese aporreando la puerta, rogando salir. Como una advertencia.

Pero Simon la ignoró. No era el momento de echarse atrás. Había hecho su elección. El comandante Shurion tenía razón cuando dividió a todos los seres vivos entre los débiles y los fuertes. Simon se había contado durante demasiado tiempo entre los primeros.

Cogió el disco de comunicación de la consola. Introdujo los dedos en las hendiduras. Lo acercó hacia sí. Lo encendió.

En unos segundos, por fin, de forma irrevocable, Simon Satchwell se uniría a los fuertes.