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El asalto empezó bien. O eso pensó Mel.

Tras una orden de Rev, una andanada de disparos centelleó desde el follaje…, quizá demasiado lejos del campamento como para causar daños, pero como declaración de intenciones era insuperable. Los primeros cohetes atravesaron el aire con un silbido, pero se quedaron cortos y aterrizaron para explotar inmediatamente a varios metros del puesto de vigilancia central. Sin embargo, sus llamas escarlatas avivaron la furia de los atacantes.

Las fuerzas de Rev avanzaron, desgarrando el suelo sobre el que pasaban. El histérico sonido de los disparos, el silbido de los misiles, los gritos de los atacantes y los rugidos alimentados por gasolina de los motores conformaron una cacofonía que merecía reclamar la victoria por sí misma. El viento acariciaba el rostro de Mel, cuyo pelo flotaba tras ella mientras Rev conducía la moto hacia el campo de prisioneros. Ella lo rodeaba con sus brazos, con sus sentidos alerta, sintiéndose viva. El caos, la violencia, la anarquía que la rodeaba era como sus pensamientos, como su estado de ánimo, como ella. Y cuando un cohete impactó contra el campo de fuerza y sacudió la pantalla azul con un atronador destello, cuando las defensas de los cosechadores temblaron mostrando su vulnerabilidad, pensó honestamente que las cosas iban bien.

Sin embargo, los cosechadores habían reparado en ellos.

* * *

De los puestos de vigilancia surgieron refulgentes destellos, barriendo el terreno que se extendía ante ellos. La luz cegó a Mel, al igual que a Rev, que soltó una sarta de insultos. Le daba la sensación de que aquella luminosidad le quemaba. Se sentía expuesta y desamparada, como un insecto bajo un microscopio.

Después llegaron los rayos amarillos.

Y los aullidos se convirtieron en gritos. El arma de energía de los cosechadores no lanzaba rayos intermitentes, sino que era un haz continuo que barría todo cuanto tocaba. Los tres puestos de vigilancia proyectaban sendos haces sobre el perímetro del campamento por el que avanzaba la banda de Rev, desatando el caos. Las motos que eran demasiado lentas para reaccionar a tiempo y los vehículos que carecían de la movilidad para apartarse de su camino fueron incinerados por los rayos amarillos en llameantes explosiones. Las motos reventaron como petardos y sus ocupantes se convirtieron en puro fuego en un destello, un espectáculo que sería hermoso de no ser por los gritos y los restos ennegrecidos y calcinados, por la carne quemada hasta el hueso.

Por Dios, si la llegaban a tocar, si uno de aquellos rayos la tocaba… Un momento de dolor insoportable y luego… Mel se preguntó si sentiría dolor o solo paz. Una vez muerta, ¿seguiría soñando con Jessica?

—¡Mierda! —Rev aceleró la moto mientras pasaba por debajo de los letales barridos de los rayos. Estaban a punto de llegar al campo de prisioneros, pero ¿de qué serviría? El campo de fuerza se alzaba inexpugnable ante ellos. Aquella superficie azul absorbía las balas de Rev como si estuviese disparando al agua. Mel sintió que, aunque le quedase muy poco tiempo por delante, le hubiese gustado haberles dado un poco más de esperanza a los niños cautivos.

El puesto de vigilancia central explotó.

Puro azar, por supuesto. Un cohete lanzado con mejor intención que puntería. De algún modo, el proyectil no se desvió de su trayectoria. El autor del disparo incluso tuvo tiempo de vocear un grito triunfal antes de que los rayos amarillos de las torres que coronaban las esquinas lo redujesen a cenizas. Pero por lo menos su última acción fue positiva.

* * *

El puesto de vigilancia ardió. En su interior, cosechadores ataviados de negro se retorcían y gritaban en llamas. Los atacantes que habían sobrevivido se vieron recompensados con una consecuencia aún mejor: el campo de fuerza que protegía el perímetro del complejo se desvaneció.

Travis y Antony lo vieron parpadear y desaparecer mientras atravesaban el campo, que ya no estaba despejado, sino cubierto por chatarra humeante, como piras funerarias. Un camión del Ejército ardía como una tea, como un cadáver con ruedas. Una moto explotó a su izquierda y sus ocupantes salieron disparados. Pero otros seguidores de Rev ya estaban en plena retirada.

—No los mires, Antony —lo apremió Travis—. Mira a Rev. Mira a Mel. —Ambos iban en cabeza de los pocos restos de la carga, sobrepasando los puestos de vigilancia hasta adentrarse en el campo de prisioneros—. Tenemos que ir tras ellos.

—Lo sé —dijo Antony—. Eso haremos. —Sabía que cada segundo contaba. Los cosechadores podían reparar el campo de fuerza de un momento a otro.

—¡Sí, sí, sí! —oyeron ante ellos. Rev estaba aullando y Mel chilló de alegría mientras se adentraban en el complejo. Sin embargo, no fueron recibidos por niños felices de que los fuesen a rescatar, sino por soldados de los cosechadores vestidos con armaduras negras que se unieron a la refriega con subyugadores y otras armas de energía. Rev devolvió los disparos con su ametralladora—. ¿Qué? ¿Queréis pillar? ¿Queréis pillar cacho, cabrones alienígenas?

Mel hurgó en sus bolsillos en busca de granadas mientras el corazón le latía a toda velocidad. El suelo tembló bajo los pies de los cosechadores. Los alienígenas que aún conservaban sus piernas huyeron, dispersándose.

Pero se reagruparon. Y traían refuerzos. Y el puñado de motoristas que se había adentrado en el complejo junto a Rev y Mel se vio obligado a dar vueltas en círculos al no tener espacio para hacer mucho más. Se estaban convirtiendo en objetivos. Huyeron allí donde pudieron.

Hasta que de pronto, ni siquiera pudieron retirarse. El último vehículo acababa de adentrarse en el complejo cuando un chisporroteo eléctrico señaló la puesta en marcha del campo de energía, una barrera azul que encerró a los pocos adolescentes supervivientes en el interior del campamento.

Mel cayó en la cuenta de que aquello era el fin.

Así que no le sorprendió cuando un rayo de los cosechadores alcanzó a la moto y, de pronto, ya no estaba sujeta a Rev, sino volando, cayendo. El impacto contra el duro suelo le sacó buena parte del aire de los pulmones, pero no todo. Le quedó lo suficiente para seguir viva y, milagrosamente, sin un hueso roto. Rev, por otra parte…

Era el fin, y a Mel no le sorprendió que estuviera moribundo.

De su boca manaba sangre mientras yacía con la columna destrozada. Le recordó al modo en el que acabó su padre cuando le llegó la hora.

—Lo hemos conseguido… ¿verdad que sí, nena? —dijo Rev entre toses, con debilidad—. Les hemos dado su merecido a esos… cabrones alienígenas, ¿verdad?

—Del todo —dijo Mel, y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Se fue. Estaba muerto. Los vivos no tenían esa mirada. Rev. Se preguntó cuál sería su verdadero nombre.

Cabrones. Tenía razón. Cabrones alienígenas. Encontró una última granada en su bolsillo. Una última oportunidad de acabar con todo en un destello de gloria… aunque no lo mereciese. Muy bien, Melanie, se dijo a sí misma. Ponte en pie.

Los cosechadores avanzaban hacia ella, encontrándose todavía a unos veinte metros de distancia. Podía alcanzarlos con la granada. Y ellos podían alcanzarla a ella con los subyugadores. Pero ¿quién alcanzaría a su enemigo primero? Echó el brazo hacia atrás para lanzar el explosivo y tanteó en busca de la anilla.

Travis chocó contra ella, llevándola al suelo.

—No. ¡No! —Le quitó la granada y la tiró a un lado—. No vas a hacer que te maten.

Y entonces ella se echó a llorar, y de sus ojos manaron lágrimas como una herida profunda y letal manaría sangre.

—Trav, por favor. Suéltame. Déjame… No lo merezco. No merezco salvarme.

—Mel, claro que lo mereces. Por supuesto que sí. Te quiero.

—No, no digas eso. No merezco que se me quiera. Trav, no sabes…

—Esto, Travis… —Antony estaba de pie, a su lado. Tenía las manos en alto, en un signo de rendición, al igual que los pocos supervivientes.

Travis miró hacia arriba hasta contemplar a los guerreros que los rodeaban. Suspiró. Rev estaba muerto y su ataque había fracasado… en todos los aspectos, salvo en uno. Travis, Antony y Mel habían sido capturados una vez más por los cosechadores.

Simon empezaba a pensar que era un espía nato. Ser el saco de todos los golpes tenía muchos aspectos en común con ser un agente secreto. Aprendías a valorar el silencio, a hacerte invisible. Planeabas con antelación y no dabas nada por hecho.

Así que incluso entonces, en mitad de la noche, sabía cómo mantenerse alerta. No debería de encontrarse con nadie entre su habitación y la salida del Enclave, pero no podía estar seguro. Coker y sus matones tenían la costumbre de aparecer en el momento más inesperado y en aquel lugar solo podía saberse la hora gracias a los relojes, ya que la iluminación del Enclave era constante en todo momento.

Había decidido, después de que esa idiota de la doctora Mowatt lo hubiese encontrado en el centro de seguimiento y comunicaciones, que el único modo de contactar con el comandante Shurion era seguir el ejemplo de Travis (como había hecho siempre) y dirigirse por su propio pie hacia la nave de los cosechadores. En cuanto se encontrase con un alienígena, Simon solo tendría que explicarle quién era, que este le comunicase su nombre al comandante y listo. La misión sería un éxito, mandarían a Darion a la mierda, y con razón, y Simon sería libre de la vida de esclavitud que les sería impuesta a sus antiguos amigos… oh, y no cabía duda de que Shurion desataría la muerte y la destrucción sobre el Enclave. Simon revelaría la existencia de aquel lugar como un añadido, para demostrar que realmente era un agente valioso.

En caso de que el comandante Shurion empezase a pensar lo contrario.

Porque en aquel momento le urgía cumplir su misión. Cabía la posibilidad de que Shurion encontrase a Travis antes de que Travis encontrase a Darion, o puede que incluso diese con el Enclave por sus propios medios. Eso podría llevarle a pensar que Simon era leal a su antiguo bando, a los humanos. Podría considerar a Simon un enemigo de los cosechadores, en vez de un amigo.

El terrible recuerdo de la celda de desechos regresó a su mente.

Pero Simon no se había topado con nadie que le hiciese preguntas incómodas acerca de por qué estaba rondando los pasillos del Enclave a la una de la madrugada. Había un par de soldados de patrulla, pero Simon se apartó de su camino y no repararon en él. Hizo lo mismo con uno de los científicos de la doctora Mowatt, que parecía tan distraído por sus propios pensamientos que no hubiese notado la presencia de Simon aunque este le hubiese saludado gritando a pleno pulmón. Hasta entonces todo había salido bien. Nadie se daría cuenta de que se había marchado hasta la hora del almuerzo. Simon sentía que ya casi estaba fuera.

Había guardias en la salida.

Vigilaban la zona tranquilamente, custodiando la primera escotilla mientras reían y bromeaban. Simon deseó que los cosechadores acabasen con ellos de un modo horrible.

Por supuesto. Tilo y Jessica habían hablado de ello, pero él no les prestó atención. Era parte de la rutina que las salidas estuviesen siempre vigiladas para evitar que el personal huyese. Maldita sea. ¡Maldita sea! Simon apretó los puños, frustrado. Estaba atrapado bajo tierra junto a todos los demás. Pero no podía dejarse llevar por el pánico. Daba igual. Tenía que haber un modo de comunicarse con el comandante Shurion.

Tenía que haberlo.

El cabecilla al mando del destacamento de los cosechadores en la residencia Clarebrook ni siquiera contemplaría la posibilidad de que un personaje tan ilustre como un miembro de las Mil Familias estuviese cerca del complejo de esclavos antes de que el ataque de los terrícolas hubiese sido completamente repelido y la seguridad restaurada a conciencia. Incluso entonces, no veía con buenos ojos que su superior inspeccionase el emplazamiento y a los terrícolas capturados personalmente. El cabecilla no creía apropiado que el heredero de un linaje tan puro y reverenciado se aproximase a una especie alienígena sucia y degenerada.

Pero Darion insistió.

* * *

El cabecilla en persona acompañó al descendiente de Ayrion al campamento, escoltado a su vez por soldados cosechadores. Insistió en que llevasen puesto el casco. El oficial no quería jugársela en lo que respectaba a la seguridad del hijo del comandante de la flota, por motivos profesionales y porque su propia vida dependía de ello.

—Mis guerreros están despejando los vehículos y los restos de los terrícolas, lord Darion —le informó el cabecilla mientras el grupo se aproximaba al campamento—. He desplegado patrullas por los bosques de la zona para asegurarme de que no hay alienígenas allí escondidos y he solicitado una unidad de vainas de batalla de la Furion para ampliar el rango de búsqueda y encontrar la base de operaciones de los asaltantes.

—Buen trabajo, cabecilla —dijo Darion, sabiendo que eran precisamente halagos lo que el soldado esperaba recibir—. Muy buen trabajo, de hecho. —Su tono de voz se tornó mustio al pasar ante una enorme hoguera que iluminaba el cielo nocturno, a la que estaban siendo arrojados los cuerpos ya carbonizados de los atacantes terrícolas con toda naturalidad, como si fuesen troncos o combustible, como si fuese basura para quemar. Todos ellos eran jóvenes, observó Darion, a su pesar. Obviamente. Los jóvenes eran los únicos que quedaban por matar.

Se preguntó si alguno de aquellos cadáveres irreconocibles sería el de Travis Naughton.

Rezó porque no fuese así, pero de ahí a alegrarse porque Travis se encontrase entre los prisioneros mediaba un trecho. Por algún motivo, Darion estaba seguro de que su amigo terrícola estaba implicado en aquel ataque frustrado al campo de prisioneros. Cuando Dyona y él recibieron las noticias del asalto en su residencia temporal de la mansión Clarebrook, deseó que fuese parte de una acción de la resistencia terrícola organizada. Quizá Travis Naughton hubiese seguido su consejo y se hubiese puesto en contacto con lo que quedaba de los ejércitos humanos, de cuya existencia había pruebas. Pero enseguida resultó evidente que aquel ataque de tres al cuarto era obra de una banda adolescente pobremente organizada y carente de medios que fue despachada de forma expeditiva.

Darion pensó que si los miembros adultos de la raza humana hubiesen confiado más en los jóvenes en los tiempos previos a la enfermedad, si les hubiesen dado más responsabilidades y les hubiesen animado a cuestionarse la sociedad en la que vivían y sus ortodoxias, a tener ambiciones reales y alcanzables, a apuntar alto en sus vidas, a desarrollar una genuina individualidad y a reconocer su propio potencial, su unicidad… En ese caso, los miembros de la joven generación hubiesen podido encontrar el modo de no convertirse en esclavos, hubiesen reunido la fuerza para resistir y, finalmente, acabar con la opresión de los cosechadores.

Pero, por lo poco que Darion había aprendido hasta entonces de la sociedad terrícola, parecía que esa actitud no había sido la dominante durante los últimos días de la humanidad como dueña de aquel planeta. Los adultos en los puestos de poder parecían decididos a desmantelar las estructuras de sangre, la familia, que unían a las generaciones y existían en cualquier cultura saludable que guiase a sus miembros jóvenes hacia la independencia y una madurez positiva. Qué necios e ignorantes habían resultado ser aquellos mal llamados líderes. Darion tenía la impresión de que la sociedad terrícola siempre había clasificado a los adolescentes como una especie de subespecie, tratándolos con sospecha o con miedo, o explotándolos a través de productos e imágenes de mercadotecnia, imponiéndoles una conformidad disfrazada de individualidad. Darion pensó que no le sorprendía haber escuchado de boca de los evaluadores de la Furion que la calidad general de los esclavos no llegaba a lo esperado. Mostraban escasa iniciativa, fruto de unas vidas en las que recibieron todo hecho. Los jóvenes terrícolas eran, en aquel momento, un bien bastante decepcionante.

No había muchos como Travis Naughton.

Y si Travis se encontraba entre los prisioneros, ¿qué haría él, Darion, al respecto? ¿Ayudar al chico una vez más o ignorarlo? ¿Condenar al adolescente a la esclavitud o ponerse en peligro otra vez, para protegerlo de semejante destino? Shurion ya sospechaba que había estado implicado en la fuga a bordo de la Furion… Además de la visita de Dyona, aquel debió de ser el otro motivo por el que el comandante Shurion lo quería fuera de su nave. Quizá Darion estuviese siendo espiado en secreto. Quizá, si demostraba reconocer a Travis, descubrieran su traición. ¿Qué debía hacer?

El campo de fuerza parpadeó para permitir el acceso de los cosechadores al complejo.

—Por aquí, lord Darion —dijo el cabecilla, conduciéndolo hacia el barracón en el que tenían retenidos a los cautivos.

Travis estaba sentado en un banco, intentando consolar como buenamente podía a Mel, que no paraba de sollozar, mientras Antony aguardaba, ansioso, al lado de ella; sin embargo, dirigió su atención hacia la puerta en cuanto esta se abrió.

—En pie, esclavos —gritó el cosechador ataviado de negro, y la docena de supervivientes perteneciente a la banda de Rev obedeció a la primera.

Entonces Travis vio al cosechador de la armadura dorada.

—¿Es Darion? —preguntó Antony en voz baja.

Y cuando los cosechadores se quitaron los cascos, Travis asintió. Era Darion. Quizá su suerte fuese a cambiar. Buena falta me hace.

Sin embargo, Travis no miró a la cara al aristócrata de los cosechadores. No se atrevió a hacer nada que pudiese poner en un compromiso a su aliado. Si es que, después de todo, Darion seguía siendo su aliado.

Pero la situación no parecía tener buena pinta, en ninguno de los dos aspectos.

—Menudo hedor el de este lugar —observó Darion, arrugando la nariz en una mueca de repulsa—. Estoy seguro de que estos terrícolas no tienen el más mínimo concepto de higiene personal. Debería haberlos lavado antes de mi visita, cabecilla.

—Sí, lord Darion. Acepte mis más sinceras disculpas.

—Y qué feos son. Me sorprende que nuestros asesores hayan soportado tocarlos. —Darion caminó ante la fila de prisioneros, estudiándolos a cada uno de ellos como si examinase una colección de repugnantes pero fascinantes insectos. Se detuvo ante Antony—. Cuánto pelo. Primitivo. Degenerado. Mirad a esta hembra, por ejemplo —refiriéndose a Mel—. Su cabello es como el de un animal salvaje.

—¿Debería arrancárselo de raíz, lord Darion? —se ofreció el cabecilla.

—No, no. Que lo decidan sus dueños, una vez haya sido vendida. —Y Darion suspiró al detenerse ante Travis—. Quizá debería haberme quedado en la residencia como me propuso, cabecilla. Estos terrícolas no tienen nada de mi interés. —Se volvió, dándoles la espalda, y se encaminó hacia la puerta—. Vámonos.

—Como desee, lord Darion.

Y Travis reparó en la mirada alarmada de Antony y en la de Mel. Darion se estaba marchando, los estaba abandonando. El plan de Travis se estaba viniendo abajo. Lo único que había conseguido era condenar a sus amigos y a sí mismo al cautiverio y la esclavitud. Había fracasado. Justo cuando no podía permitirse fracasar.

Darion se encontraba en la puerta.

—Ahora que lo pienso —dijo, dubitativo—, quizá debería llevar a cabo una última entrevista para mis estudios. Que… mmm… —Y miró hacia los prisioneros como si estuviese eligiendo el sabor de un helado—. Traed al macho de pelo castaño y ojos azules a mis aposentos a primera hora de la mañana.

* * *

Tilo se despertó odiándose. Puede que hubiese pasado la noche odiándose en sueños, pero aquello no fue tan duro porque al menos no estaba despierta. Pero entonces sí lo estaba, y era consciente de que lo mínimo que merecía era darse asco. También debería sentir, y así fue, algo de vergüenza. Y amargo arrepentimiento. Y todos los malos sentimientos posibles. Por lo menos, cuando se incorporó, estaba sola en su habitación. Richie no estaba en la cama, lo cual era todo un alivio, dentro de la gravedad de la situación. Ya que, después de todo, el daño estaba hecho.

Se sacudió las sábanas de encima. Le gustó la idea de darse una ducha. Quizá aún tuviese parte del olor de Richie Coker sobre su piel.

Sin embargo, antes de satisfacer aquella necesidad utilizó el sistema interno para contactar con el centro de seguimiento y comunicaciones. Nada. No había noticias de Travis ni de los demás. «Que no haya noticias es una buena noticia», le dijo el operario en un intento por animarla tras oír el inconfundible tono de desánimo en su voz. Tilo pudo haberle respondido que la ausencia de noticias podía significar perfectamente que las malas solo estaban tardando en llegar, pero el motivo de su sufrimiento no tenía nada que ver con el operario del centro. No era culpa de nadie más que de ella.

—Maldita sea, Tilo, mira que eres idiota. —Una vez en el baño se quitó el camisón por la cabeza y miró su rostro en el espejo de cuerpo entero. En él se dibujaban los rasgos del arrepentimiento y contrición del pecador, pero aquello no bastaba para aliviar su dolor—. Mira que eres idiota. —Tilo maldijo su reflejo. Preferiría no tener motivos por los que hacer penitencia.

Y el espejo también le reveló los fríos detalles de su anatomía desnuda. Su madre, llamada Deborah Darroway de nacimiento pero Marjal por elección, le solía decir que nunca se avergonzase de su cuerpo. Aquel fue el elemento central de su charla sobre «las verdades de la vida» que mantuvo con su hija cuando esta tenía once o doce años. «Y, cielo, no quiero que pienses en ellas como las verdades de la vida, sino como la belleza de la vida. Las verdades no entienden de sentimientos, que son los que determinarán lo que hagas con tu cuerpo y con los chicos». Así que su cuerpo nunca debía ser motivo de vergüenza o miedo. Ni su cuerpo, ni lo que necesitase. Ni lo que desease. O adónde quisiese conducirla… o con quién. «El cuerpo siempre sabe qué es lo correcto», le aseguró su madre, porque lo que sentía era natural, y lo natural era bueno. La naturaleza era buena.

En aquel momento Tilo no estaba muy segura de estar de acuerdo con su madre en aquel aspecto (aunque deseó que Marjal siguiese viva para poder discutirlo). Su cuerpo, desde su punto de vista, tenía tendencia a decepcionarla, a traicionarla y a alejarla de lo que realmente quería para dejarla en manos, literalmente, de gentuza como Fresno y Richie cuando tanto su cabeza como su corazón sabían que con quien quería estar era con Travis. Parecía que algunas partes de su cuerpo eran un poco más lentas a la hora de darse cuenta de ello. ¿Y cómo se sentía entonces? Nada bien. Un poco sucia. Un poco facilona… muy facilona, de hecho. Después de pasar la noche con un chico, una no debería desear no haberlo hecho. Debería querer volver a dormir con él, volver a estar a su lado, una vez más.

Y ella ni siquiera quería volver a ver a Richie Coker.

Si Marjal estuviese ahí, Tilo le hubiese dicho que se equivocaba. El amor físico, el sexo, podía ser natural y desde luego no era algo de lo que avergonzarse, pero no constituía una respuesta en sí mismo. No te hacía feliz. No te satisfacía. Para ello tenías que querer con la mente y el cuerpo al mismo tiempo, pensar y sentir. Tenías que esperar a que apareciese alguien en tu vida que te atrajese en ambos niveles, que despertase tus emociones y estimulase tu cerebro, y si eso significaba tener que esperar, entonces había que esperar y ser paciente. Las relaciones superficiales solo producían placeres superficiales. Puede que Tilo siempre lo hubiese sabido, en el fondo. Puede que todo el mundo lo supiese. Pero ahora creía en ello.

Quizá Fresno y Richie le hubiesen hecho un favor a largo plazo.

Travis, pensó ella, no tiene que enterarse de lo de Richie.

Por ese motivo, en cuanto salió de la ducha (muy caliente, por cierto) pero antes de desayunar, Tilo llamó a la puerta de Richie, rezando por que nadie pasase por allí y la viese.

—Tilo. Hola. —Richie ya estaba vestido (gracias a Dios), pero por desgracia, parecía más que dispuesto a que eso cambiase—. ¿Quieres repetir?

—No exactamente, Richie —dijo mientras hacía una mueca—. ¿Podemos hablar?

—Claro. Precisamente esta noche hicimos de todo menos hablar. —Esbozó una débil sonrisa. Richie Coker no había nacido con una imaginación desbordante, pero se hacía a la idea de en torno a qué giraría la conversación. La dolida expresión de Tilo le decía todo lo que necesitaba saber.

Él solo esperaba que ella se alegrase de volver a verlo. Después de lo que habían hecho.

—Lo que ocurrió anoche, Richie…

No había tratado a Tilo como a las otras chicas, las mosconas que andaban detrás de él, de Russ y de Terry Niles. Con ella se había esforzado. Quería que Tilo disfrutase.

—Lo que ocurrió… no sé cómo decirte esto, Richie, porque no quiero herir tus sentimientos ni nada de eso… lo digo en serio, pero lo que sucedió ayer por la noche no debería haber pasado.

—No debería haber pasado —repitió Richie, débilmente.

—Ha sido… ha sido un error, una tontería… ha sido mi culpa, Richie, mi culpa. Debería haber tenido un poco más de cabeza, pero me dejé llevar por mis preocupaciones sobre Travis y estaba muy sensible, y necesitaba… pensé que necesitaba consuelo, alguien que estuviese conmigo, y tú estabas allí y… y no debería haber pasado. Debería haberme controlado.

—Pues sí, igual sí que deberías —dijo Richie, arrepentido. Pero no dejaba de alegrarle el que no hubiese sido así.

—Lo siento.

—No eres la única.

—Lo que quiero decir es que lo de esta noche no puede volver a ocurrir. No debe volver a ocurrir. Tú y yo no podemos…

Claro que no, pensó Richie, llanamente. Porque él se había esforzado al máximo, pero seguía sin ser Travis. Nunca lo sería. Naughton era demasiado bueno para él. Tilo era demasiado buena para él.

—Quiero a Travis, Richie.

Claro que sí. ¿Cómo no iba a quererlo? Mierda.

—Se me olvidó por un momento, pero ahora lo sé.

—Pues llámame la próxima vez que tengas amnesia, Tilo —dijo Richie, con una risa vacía.

—Lo que quiero decir, Richie, es que he venido a pedirte un favor, un favor muy grande y también un poco injusto, la verdad, pero espero…

—Esperas que no sea el cabronazo que crees que soy —anticipó Richie—. El cabrón que todo el mundo cree que soy.

—Richie, no quería…

—La clase de desgraciado que le restregaría a Travis, en cuanto volviese, que ha estado liado con su novia mientras él estaba fuera salvando el mundo. No quieres que Travis sepa lo de esta noche, Tilo, y te acojona que se lo pueda decir. Para cubrirme las espaldas, para liarla, para separaros. Para hacer daño a Travis. Para hacerte daño a ti. Cosas que un cabronazo haría sin pensárselo dos veces.

Tilo se encogió de hombros.

—Tienes razón. No quiero que Travis lo sepa. Y no quiero que se lo cuentes… yo, desde luego, no lo haré. No estoy segura de que me perdonase.

—¿Ni siquiera si se lo explicases como un momento de debilidad, o algo así?

—Travis no lleva muy bien lo de los momentos de debilidad. No puede enterarse, así que… estoy a tu merced, Richie.

Este volvió a reír, con tan poco humor como la primera vez.

—Tú no me conocías antes, Tilo. En Wayvale. Cuando Trav, Morticia y Simoncete me conocían. ¿Y sabes una cosa? Me alegro de ello. Porque entonces yo era un cabrón. De la cabeza a los pies. Por aquel entonces le hubiese contado a Travis lo que ha pasado con todo lujo de detalles, con sonidos y todo. Joder, se lo hubiese contado a todo el mundo solo para haceros sufrir, para hacerme sentir… poderoso. Pero tienes razón, Tilo. Ya no estamos allí. Los tiempos han cambiado. Richie Coker… está intentando cambiar. No quiero hacerte daño. Nunca te… Vamos, que nuestro secreto está a salvo. No le diré ni una palabra a Travis.

—¿Me lo prometes? —dijo Tilo, con una expresión a medio camino entre la duda y el alivio.

—¿Te gustaría que lo de anoche no hubiese ocurrido? —dijo Richie—. Pues no ocurrió.

—Gracias, Richie. Gracias. —Y lo abrazó—. Te veré en el desayuno.

—Sí, nos vemos. —La vio marcharse, y en parte se alegró de ello. Richie Coker no quería que nadie lo viese llorar.

* * *

Era la segunda vez que Travis se encontraba en los aposentos de Darion. Sin embargo, al contrario que la primera, el entorno de inspiración georgiana de la residencia Clarebrook le proporcionaba una reconfortante sensación de familiaridad; el elegante mobiliario de estilo Regencia de las habitaciones, los retratos de damas y caballeros que vivieron entre aquellas paredes, los libros y decorados y los retazos del pasado… Un pasado que pertenecía a los habitantes de la Tierra.

Travis deseó poder estar así de seguro con respecto al futuro.

Darion, vestido con su armadura dorada, se encontraba ante la chimenea. Pidió a su escolta de guerreros que los dejasen solos y fue entonces cuando Travis se atrevió a hablar.

—Darion, me alegro de verte…

—Y yo me alegro de ver que estás bien, Travis Naughton —respondió el cosechador, y realmente era sincero, lo cual quizá resultaba un poco sorprendente—. Aunque esperaba no volver a encontrarte preso…

—Bueno, ahora te lo explico —dijo Travis—. Pero antes, escucha, dos de mis amigos fueron capturados conmigo. Sé que te estoy pidiendo mucho, pero ¿sería posible traerlos aquí también? Preferiría que no estuviésemos separa… —Las palabras del adolescente se congelaron en su boca. Otro cosechador entró en la habitación. Un tipo de alienígena que no había visto hasta entonces.

Una hembra de la especie.

O eso fue lo que supuso. Así lo sugerían las curvas de la recién llegada, aunque pocos rasgos más la diferenciaban de Darion. Su vestimenta dorada era idéntica (lo que significaba, supuso Travis, que también pertenecía a las Mil Familias) y ambos carecían completamente de pelo. La ausencia de líneas de expresión o arrugas en la piel blanca de la hembra denotaba que tenía la misma edad que Darion, mientras que las cartilaginosas orejas, la nariz chata de boxeador, los ojos carmesíes y la boca escarlata eran rasgos que compartía con los cosechadores machos. Qué mala suerte, pensó Travis. Las mujeres de aquella especie debían de tener un maquillaje muy, muy bueno (o los hombres un sentido de la estética muy poco desarrollado, lo cual era más probable). De hecho, el único distintivo facial entre los dos sexos parecía ser que la hembra se había adornado la protuberancia ósea de la frente, tatuada con símbolos arcanos que le recordaron a Travis a los empleados en brujería.

Miró a Darion para que este le indicase qué hacer y tensó de nuevo todo su cuerpo para adoptar la postura propia de un prisionero.

—Erguido para llamar la atención, ¿eh? —dijo la mujer con una sonrisa burlona—. Menudo efecto tengo en los hombres.

—Dyona —dijo Darion con indulgencia—. Tranquilo, Travis. Puedes relajarte. Ya le he hablado de ti a Dyona.

Travis estaba más confundido que tranquilo.

—¿Quién…?

—Sí, Darion —le reprendió la mujer, mientras estudiaba a Travis con la mirada—. ¿Dónde están tus modales? Preséntame a tu amigo terrícola como es debido.

—Travis Naughton —obedeció Darion—, es un honor presentarte a Dyona, del linaje de Lyrion de las Mil Familias. Mi prometida.

—¿Tu qué? —soltó Travis.

—Su prometida —repitió Dyona, lentamente—. Su pretendiente. Su pareja. Su otra mitad. Su futura mujer. La luz de su vida. ¿Te suenan estos términos, o es un error de nuestros traductores?

—No, están… Bueno, felicidades —balbuceó Travis.

—Muchas gracias —dijo Dyona—, aunque a veces me pregunto si Darion es digno de mí. Me he fijado en que no le quitas los ojos de encima a mi belineo, Travis.

—¿Disculpa? —dijo mientras tragaba saliva.

—Mi belineo. El término anatómico para describir la protuberancia ósea que tenemos sobre nuestros ojos. —Dyona le dio unos golpecitos con el dedo para concretar—. Hasta ahora nunca has visto uno adornado, por supuesto. Solo las hembras de nuestra raza tienen derecho a engalanarse.

—Es, hum… muy bonito —dijo Travis.

—Tiene más habilidades sociales que un Corazón Negro —apuntó Dyona a Darion—. Pero gente como él vivirá en la esclavitud mientras gente como Shurion siga pensando, erróneamente, que son sus amos.

—Por favor, ¿podemos…? Mis dos amigos… —les recordó Travis.

Darion le habló de ellos a su prometida, después Travis les dio sus nombres y los describió.

—Sé que Darion te ha explicado que es un alienólogo, Travis —dijo Dyona—. Como yo. Enviaré a Etrion para que traiga a tus amigos con el pretexto de servirme de utilidad para mi trabajo. Podemos confiar en Etrion. Su linaje ha servido al mío durante siglos.

—Gracias —dijo Travis con sinceridad—. Muchas gracias. Dyona.

—Puede que aún tengas más que agradecer a mi prometida, Travis —dijo Darion, orgulloso. El adolescente lo miró, confundido—. Dyona es miembro del movimiento disidente de los cosechadores.

Mel y Antony estaban apiñados en el barracón con los restantes miembros de la banda de Rev. A Travis se lo había llevado un guardia de los cosechadores hacía un rato y desde entonces, nada.

—Quizá se hayan olvidado de nosotros —le dijo Antony a una taciturna y desaliñada Mel.

—Ojalá fuésemos nosotros los que nos olvidásemos de ellos —contestó la chica. Le faltó añadir: «Ojalá lo olvidase todo».

—Travis le contará a Darion todo lo que ha sucedido —supuso Antony—. No se olvidará de nosotros. Nos llevarán con él, o algo así. Apostaría por ello. Si llevase dinero encima. O si mis padres no desaprobasen el juego.

—¿Tus padres tenían acciones o bonos, Antony? —preguntó Mel.

—Por supuesto.

—Pues ahí lo tienes. ¿Qué era la bolsa salvo un montón de jugadores trajeados? Y manejando el dinero de los demás, para colmo. Hay más honestidad en una casa de apuestas o en un casino de Las Vegas que en la City de Londres. Pero claro, está bien que los de clase alta os embolséis dinero sin habéroslo ganado. En cuanto un trabajador intenta meter el morro, se encuentra con que es una trampa. Pura hipocresía. ¿Banca de inversiones? Se me ocurre un nombre mejor… y rima.

Antony sonrió.

—Eso ya me gusta más.

—¿El qué? ¿La palabra? Me sorprende que alguien con una educación tan refinada como la tuya sepa cuál es.

—No. El hecho de que te enfades y hables. Que defiendas lo que crees. Eso ya es más propio de ti, Mel.

—Una vuelta a las costumbres —protestó la chica.

—Sabes que Travis está preocupado por ti.

—Pues no se lo he pedido.

—¿Y cuándo tiene que pedirle un amigo a otro que se preocupe por él? —sentenció Antony—. Se ha dado cuenta de que estás… diferente, y todos esos riesgos innecesarios con Rev daban a entender que querías que te matasen. —Mel, sintiéndose culpable, apoyó el cuerpo en el banco para evitar mirar a Antony a los ojos—. Pero no sabe por qué. Ni Jessica ni yo le hemos dicho nada. —Hizo una pausa—. ¿A qué vino lo de la otra noche, Mel?

—A que soy imbécil —dijo ella, aliviada al comprobar que Jessica no había compartido con Antony el desenlace de la historia. Mel tampoco iba a contárselo; solo había un chico en el mundo al que pudiese llegar a confesarle su debilidad, y no se encontraba allí.

—No merecía que me utilizases de ese modo —le criticó Antony con tacto.

—Lo sé.

—Y Jessica tampoco merecía encontrarse en una situación tan embarazosa.

—Lo sé. Lo sé, lo sé, ¿vale? Perdón. —Mel se volvió hacia Antony, con tono suplicante—. Lo siento.

—¿Creías que le sería infiel a Jessica o algo así, Mel, es por eso por lo que lo hiciste? ¿Querías demostrar que lo haría? —Era evidente que Antony quería comprender el motivo de sus actos—. Porque no lo haré. Nunca. Tengo… intensos sentimientos hacia Jessica.

¿Ah, sí?, pensó Mel con amargura. ¿Intensos sentimientos? ¿Qué puñetas significa eso? ¿Es que no podía decirlo? ¿Acaso la vida de clase media alta de Antony en el interior de un colegio privado, basada en la respetabilidad y el decoro, había eliminado aquella palabra de su cuidado y cultivado vocabulario? ¿Amaba a Jessica? Porque Mel, sí. ¿Sentía que se le encogía el corazón cuando no la veía? Porque Mel, sí. ¿Moriría por ella?

Porque Mel, sí.

—Sé que te gusta, Antony —admitió con un suspiro, como si reconociese una derrota—. No volveré a molestarte.

—Ambos queremos que Jessica sea feliz, ¿verdad? —continuó Antony—. Así que deberíamos estar juntos. Deberíamos ser amigos.

—Y somos amigos, Antony —dijo Mel, forzando una débil sonrisa para reafirmar sus palabras.

—Me alegro. Y Jessica también se alegrará. Así que se acabaron las escapadas salvajes subida en una moto, Mel. Tenemos que seguir vivos. Después, cuando regresemos al Enclave, tú y Jessica podréis sentaros juntas, discutir vuestras diferencias y reconciliaros.

Como si fuese a ocurrir.

—Eres todo un diplomático, ¿eh, Antony? —Negó con la cabeza, pesimista.

—¿Hay algo que no me estés contando, Mel?

—Así que propones que nos sentemos, nos reconciliemos y que tengamos un final feliz. —No sonaba convencida—. Voy a contarte un chiste, Antony. Resume perfectamente cómo me siento. Un hombre va al médico y le dice: «Doctor, no sé qué hacer. Veo el mundo a mi alrededor y me parece un lugar oscuro y deprimente, y siento que no pertenezco a ningún lugar. Veo a la gente a mi alrededor y siento que no conozco a nadie. Estoy desesperado, doctor. La vida ha perdido todo su sentido para mí y no estoy seguro de que pueda recuperarlo». Y el médico le responde: «Necesita animarse, eso es todo. Tiene que recordar que la vida puede ser divertida. Resulta que el gran payaso Grimaldi está en la ciudad y esta noche va a montar un espectáculo en el teatro. Vaya a ver a Grimaldi el payaso. Si alguien puede recordarle el sentido de la vida, es él». Y el hombre dice… y el hombre dice: «Ese es el problema, doctor. Yo soy Grimaldi». —Las lágrimas brillaban en el interior de los ojos de Mel—. «Yo soy Grimaldi».

—Me temo que no te… —dijo Antony—. Que no te entiendo.

La puerta del barracón se abrió. La silueta oscura de un guardia de los cosechadores apareció en el umbral.

—De modo que si el Enclave puede ponerse en contacto con los líderes de vuestra organización —concluyó Travis—, quizá podamos contraatacar.

—Yo que tú no me haría ilusiones tan rápido, Travis —le advirtió Dyona mientras caminaba por la habitación en la que ella, Darion y el adolescente aguardaban el regreso de Etrion, que les traería a Mel y Antony—. Me temo que nuestro movimiento de disidencia no sigue esa estructura. No tenemos un único dirigente o un grupo que ejerza el liderazgo con el que poder contactar, con tenientes a su cargo y activistas a los que organizar. No hay una cadena de mando como tal. Trabajamos en igualdad, como individuos que se reúnen cuando y donde pueden para protestar. ¿Sabes lo liberador que resulta, por cierto, operar en libertad e igualdad cuando todos los aspectos de nuestra sociedad son rígidos como códigos marciales y tan inflexibles y jerárquicos? Por supuesto que no. Y alégrate de ello, Travis. Pero me temo que en este momento te encuentras ante la representación del movimiento disidente en la Tierra al completo.

Travis observó a los dos cosechadores.

—¿Habla por ella o por los dos? —preguntó a Darion.

—No lo sé, Travis. No puedo prometer… —Se revolvió, incómodo—. Ya te he ayudado a escapar. Os ayudaré a ti y a tus amigos a escapar de nuevo, pero más que eso…

—Por los dos, Travis —contestó Dyona, abrazando a Darion a la altura del cuello—. Ya lo convenceré. —Y si los cosechadores tuviesen labios, el beso de Dyona hubiese sonado con un chasquido húmedo al separarse de los de su pareja—. Mi querido prometido es más valiente de lo que piensa.

Eso espero, pensó Travis. ¿Y dónde estaban Antony y Mel?

—Nuestra unión fue concertada cuando ambos éramos niños, ¿te acuerdas, mi amor? —le dijo Dyona, divertida—. Los miembros de las Mil Familias solo pueden casarse con otros miembros de las Mil Familias, por supuesto. Para mantener puros los linajes de sangre. Y pensaron que unir los linajes de Ayrion y Lyrion fortalecería el ya de por sí alto prestigio de ambas familias. Compartimos el mismo tótem, como puedes ver.

Pero Travis no lo veía.

—Todos los linajes de los cosechadores adoptaron, hace mucho tiempo, un animal nativo de nuestro mundo como tótem —explicó Darion—. Un dios familiar, si lo prefieres. Se dice que el poder de los dientes y garras, el valor y la ferocidad que la naturaleza otorga a las bestias y aves escogidas por cada linaje, se transmite a los corazones de los guerreros cosechadores.

—Esos ridículos cascos que nuestros soldados llevan en combate —añadió Dyona—, están basados en el tótem de un animal que les proporciona protección espiritual. En mi opinión, una armadura más gruesa sería más eficaz.

—El tótem del linaje de Ayrion es un scarath —dijo Darion—, una bestia felina parecida al tigre dientes de sable de vuestro periodo prehistórico. El linaje de Dyona también alaba al scarath.

Dyona emitió un gruñido juguetón y simuló unas garras con los dedos, arañando el pecho de Darion.

—Dos tigres emparejados —explicó ella—. ¿Ahora entiendes por qué pensaron que sería una buena idea? Imagina si supiesen cuánto despreciamos ambos su enfermizo sistema.

Y su gruñido, que hacía un momento había sido divertido, se convirtió en una expresión genuinamente amenazadora, y el desprecio que había en su tono de voz hacia su propia raza era más que evidente. A Travis le desconcertó aquella actitud. Puede que Dyona del linaje de Lyrion fuese un poco inestable.

—Travis —dijo ella—, ¿sabías que, en nuestro idioma, utilizamos la misma palabra para decir «esclavo» y «alienígena»? Pues ahora lo sabes. Mi gente fundó nuestra civilización de acuerdo con dos creencias: que todas las especies del universo se dividen en fuertes y débiles, y que los fuertes tienen derecho a explotar y dominar a los débiles. Perdón, tres principios. El tercero es que los cosechadores son fuertes, la raza más poderosa de todas. —Resopló con desprecio—. ¿Empiezas a ver por qué incontables generaciones de nuestra propia gente han justificado la práctica de la esclavitud y contribuido en cuerpo y alma a la expansión del comercio interestelar de esclavos? Cuando la tecnología nos lo permitió no alcanzamos las estrellas, Travis: las aplastamos con puño de hierro.

»Pero lo que comenzó como una afirmación del poder y la superioridad cultural de los cosechadores se ha convertido en una necesidad económica. Nuestra raza depende de los beneficios generados a partir del comercio de esclavos, sin los cuales nuestra sociedad se desmoronaría. Por ello, la necesidad de conquistar planetas como la Tierra se perpetúa. Los cosechadores nunca se detendrán hasta que alguien los obligue, Travis, y pese a que para mi vergüenza he nacido en el seno de esta raza, haré lo que esté en mi mano para detenerla.

Dyona tenía los puños apretados. Darion se los acercó a la boca y los besó.

—Mi amor —dijo.

—Como verás, Darion y yo pensamos lo mismo. —La alienóloga sonrió—. Han sido nuestras creencias, y no nuestros linajes, lo que han alimentado nuestro amor. Compartimos el punto de vista que mi prometido sin duda te habrá explicado, Travis: todas las culturas son valiosas y todas las razas son iguales. La esclavitud es una abominación. Por eso puedes confiar en nosotros para salvar a tu gente y a ti mismo.

—Me alegro de oírlo —dijo Travis.

—Pensamos lo mismo, Dyona, así es —admitió su pareja—, pero nos expresamos de distinto modo. Tú condenas a toda nuestra raza sin piedad, hasta al último de sus miembros. Yo… prefiero persuadirlos. Estoy seguro de que nuestra gente puede darse cuenta de los errores que han perpetuado y cambiar. Si estamos convencidos de que la bondad reside en los corazones alienígenas, no podemos negarnos a aceptar el mismo principio en nuestra propia especie. Es nuestra sociedad la que nos ha hecho como somos, no sus miembros.

Todo un diplomático. ¿Dónde estaba Antony cuando se le necesitaba?, se preguntó Travis con una medida sonrisa. Él y Darion se llevarían bien. Entonces, la sonrisa desapareció. ¿Dónde estaba Antony?

—¿Crees que el comandante Shurion también es bueno en el fondo, mi amor? —preguntó Dyona con escepticismo.

—Puede. Es posible. Tiene que serlo, ¿no?

Pero antes de que Dyona pudiese responder o de que Travis los interrumpiese para preguntar si era normal que Etrion tardase tanto en traer a los prisioneros del campamento, alguien llamó a la puerta. Travis no tenía de qué preocuparse. Etrion había regresado.

Solo.

Dios mío. Travis sintió que la sangre se le helaba en las venas. Está solo.

—Me temo que es demasiado tarde —dijo el sirviente de los cosechadores—. Parece ser que el comandante Shurion ha dado órdenes de que conduzcan a los supervivientes del ataque terrícola a la Furion. Los prisioneros ya no se encuentran en el complejo. —Se volvió hacia Travis—. Hemos perdido a tus amigos.