Nota de la autora

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Hacia 1328, la herejía del cristianismo medieval profesada por quienes hoy son llamados los cátaros estaba prácticamente aniquilada. Tras la caída de Montségur en 1244 y de la fortaleza de Quéribus en 1255, los cátaros que aún quedaban fueron arrinconados en los valles altos de los Pirineos. Muchos cátaros —los llamados parfaits y las llamadas parfaites— fueron ejecutados o expulsados a Lombardía o a España.

A pesar de ello, a comienzos del siglo XIV se produjo un llamativo renacer en las comunidades de los cátaros en el alto Ariège, sobre todo en torno a Tarascon y Ax-les-Thermes (entonces llamado Ax) y otros pueblos clave, como Montaillou. El Tribunal de la Inquisición sito en Pamiers (para la región del Ariège) y el de Carcasona (para la región del Languedoc) siguieron la persecución y la caza de los herejes (tal como se les consideraba). Los que eran apresados pasaban a ser encerrados en mazmorras llamadas murs. El principal inquisidor fue Jacques Fournier, monje cisterciense que ascendió rápidamente en la jerarquía católica, hasta llegar a ser obispo de Pamiers en 1317, de Mirepoix en 1326, cardenal en 1327 y, por último, papa de Aviñón en 1334, con el nombre de Benedicto XII. No deja de ser irónico que el registro inquisitorial de Fournier, en el que se detallan los interrogatorios y las declaraciones que se llevaron a cabo ante los tribunales sujetos a su vigilancia, sea uno de los registros históricos más importantes que se conservan sobre la experiencia de los cátaros en el Languedoc del siglo XIV. El último parfait de los cátaros, Guillaume Bélibaste, fue quemado en la hoguera en 1321.

Durante los últimos y encarnizados años en que se procedió al exterminio de los cátaros se practicó la detención de poblaciones enteras, como sucedió en Montaillou en la primavera y el otoño de 1308. Existen pruebas de que hubo comunidades enteras que se refugiaron en la red laberíntica de cuevas que hay en la región pirenaica de la Haute Vallée; el ejemplo más infame se produjo en las cuevas de Lombrives, al sur de Tarascon-sur-Ariège. Acosados por los soldados en la primavera de 1328, centenares de hombres, mujeres y niños huyeron a refugiarse en las cuevas. Los soldados de la Inquisición comprendieron que en vez de seguir jugando al ratón y al gato podían emplear las tácticas tradicionales del asedio y bloquear la entrada de las cuevas, poniendo de ese modo fin a la cacería. Así lo hicieron, enterrando a todos aquellos refugiados en una especie de Masada medieval.

Sólo pasados doscientos cincuenta años, cuando excavaron las cuevas las tropas del conde de Foix-Sabarthès, el hombre que había de ser coronado rey de Francia con el nombre de Enrique IV, se reveló la tragedia. Se descubrieron familias enteras, esqueletos tendidos unos junto a otros, los huesos casi fundidos, sus últimos objetos preciados a su alrededor, que así fueron por fin arrancados del refugio de piedra que se había convertido en una tumba en la que fueron enterrados antes de perecer.

Este espeluznante pasaje de la historia de los cátaros es el que ha servido de inspiración para Los fantasmas del invierno[2]. El pueblo de Nulle no existe.

Para los lectores deseosos de tener más conocimientos sobre los últimos días de los cátaros, el clásico de Emmanuel Le Roy Ladurie titulado Montaillou, publicado por primera vez en 1978, es sin duda la explicación más completa y detallada de las complicaciones que se dieron en la vida, la fe y las tradiciones en el Ariège del siglo XIV. Vale la pena hojear De l’Héritage des Cathares (disponible en traducción inglesa con el título de The Inheritance of the Cathars), obra de Antonin Gadal, místico francés e historiador de los cátaros de Tarascon en los años treinta y cuarenta del siglo XX. El libro de René Weis The Yellow Cross: The Story of the Last Cathars, 1290-1329, así como los de Anne Brenon Pèire Authier: Le Dernier des Cathares y Greg Mosse, Secrets of the Labyrinth, son excelentes.

KATE MOSSE

Toulouse, abril de 2009