Luz otra vez. Brillando en el pulcro cielo de verano mientras una columna de vehículos se abría paso a través de la campiña al norte de Londres. Se trataba de un convoy variopinto y destartalado en varias secciones, en el que coches familiares circulaban prácticamente pegados a deportivos de último modelo, y furgonetas con nombres de compañías en los lados compartían fila con modernos todoterrenos. Una luz rota aquí, una luna sin cristal allá, alerones torcidos y puertas abolladas. Pero todos los vehículos de la formación tenían al menos un elemento en común: una misma dirección. Y todos sus ocupantes compartían aspectos como un idéntico propósito, una fe y una confianza plena en aquellos que los dirigían.
El vehículo de Travis encabezaba el convoy. Antony, Tilo y Jessica estaban sentados en el asiento trasero mientras él se encontraba delante, aunque no conducía. Desde que abandonaron Londres, Cooper había asumido el puesto de chófer. Parecía haber trasladado su fidelidad (y, presumiblemente, la de los demás Reyes del Ring) de Richie a Travis sin que este hubiese tenido que demostrar sus credenciales de campeón con unos guantes de boxeo a base de romperle la cara a alguien. Era como si Cooper estuviese dejando sus viejos rituales atrás, en la ciudad, consignando a los Reyes al pasado.
Era un cambio que Travis también había percibido en aquel grupo de unas cien personas, al que se le habían sumado unos cuantos reclutas a las afueras de la ciudad. Las viejas enemistades entre bandas habían sido olvidadas, dejadas atrás, y las viejas lealtades a una pandilla se habían convertido en un sentimiento de pertenencia más amplio, en una unidad en la que todos tenían lugar.
El viaje estaba teniendo lugar exactamente igual que desde que empezó, a un ritmo placentero. No hacía falta echar a correr a toda velocidad. No tenían por qué extender el cuello hacia el cielo, en busca de recolectores o vainas de batalla. Ya no. Los cielos volvían a ser seguros. Los cosechadores estaban muertos… o se habían marchado. A nadie le importaba mucho cuál fue su destino.
Se habían cruzado con varias naves alienígenas conforme dejaban Londres atrás, reducidas todas ellas a sepulcros plateados. El virus de transferencia genética había obrado su trabajo. La gente de Travis no se detuvo a lamentarse en aquellos lugares de muerte.
Pero no todos los cosechadores habían muerto. En una ocasión vieron la figura en forma de hoz de un vehículo nodriza, una nave esclavista como la Furion o la Ayrion III, volando hacia los cielos, ganando cada vez más altura, excediendo los límites de la atmósfera terrestre hasta quedar más allá del alcance de los ojos entrecerrados que la observaban. Travis rezó para que se estuviese retirando. Abandonando el planeta para siempre. Para no regresar jamás. Porque si Dyona había infectado a los comandantes de la flota, tal y como había planeado, y si aquellos comandantes de la flota que portaban el virus habían regresado a sus propias naves, entonces la matanza que había tenido lugar entre los alienígenas asentados en Londres se replicaría en todo el mundo. Los cosechadores no tendrían ninguna defensa. Los amos habrían sido derrotados por los esclavos. Una revolución. Quien a hierro mata, a hierro muere. Toda nave capaz de aislarse de la infección no tendría otro remedio que buscar refugio en el espacio profundo, en el mundo natal de los cosechadores, y la invisible pero implacable amenaza del virus de la enfermedad que flotaba en el aire los retendría allí.
Por supuesto, era posible que los científicos alienígenas diesen, al cabo del tiempo, con el modo de inmunizar a su especie frente al virus. Era posible que, en algún momento del futuro, los esclavistas fijasen su objetivo en la Tierra una vez más. Era posible, incluso, que los cosechadores regresasen.
Pero no aquel día.
Travis le dijo a Cooper que frenase. Aquel era un buen lugar para descansar, con campo a ambos lados de la carretera para que los más pequeños saliesen a correr y gastasen energía. Recientemente, habían reunido un buen número de niños menores de diez años.
—El futuro —sentenció Tilo, observando a los pequeños mientras Travis y ella estiraban las piernas.
Jessica y Antony se les unieron.
—¿Sabéis? —dijo la chica rubia—. Si alguien sacase una foto de esto… solo de esto, de los niños jugando, parecería que la hubiese sacado en el viejo mundo, como si no hubiera pasado nada, como si nada hubiese cambiado.
—Solo que todo ha cambiado —concluyó Travis.
—Pero ¿crees que recordarán cómo eran antes las cosas, antes de la enfermedad? —continuó Jessica—. Me refiero a los más jóvenes. Nosotros somos lo suficientemente mayores como para no olvidar aquello que hemos perdido, pero ¿qué hay de ellos?
—Les hablaremos de ello —respondió Antony—. No permitiremos que lo olviden. Cuando fundemos nuestra propia escuela, les enseñaremos todo lo que deberían saber sobre el viejo mundo, todas las cosas buenas.
—Todavía sigues convencido de que quieres montar una escuela, ¿eh, Antony? —Travis sonrió—. Entre eso y las tareas del día a día en la comunidad, vas a tener que organizar un montón de cosas.
—De eso es de lo que me ocupo, Trav —dijo mientras le devolvía la sonrisa—. Y como creo que dije la primera vez que nos encontramos, para sobrevivir necesitaremos dos cualidades: valor y conocimiento. Todo el mundo necesita aprender.
—No podría estar más de acuerdo —convino Travis.
—También tendremos que hablarles de Mel —añadió Jessica, con la voz cargada de emoción—. Y de Richie y Dyona. Sobre lo que hicieron, cómo murieron, por qué murieron. No debemos olvidarlos nunca.
—No lo haremos, Jess. Te lo prometo. —A Travis aún le dolía profundamente la muerte de Mel en particular, como le dolían otras heridas que jamás sanarían del todo y que, de algún modo, tampoco quería que se curasen. Había tantas muertes en su vida, tantas muertes en las vidas de todos ellos. Sin embargo, no se habían venido abajo por los horrores que habían contemplado, por las tragedias que habían sufrido. Habían sobrevivido. Habían resistido. Habían permanecido fuertes. Eso era lo que realmente contaba. Y habían sido recompensados con la victoria sobre un invasor y la oportunidad de seguir adelante, de hacer algo más que sobrevivir. La oportunidad de construir un nuevo mundo.
—Y tendremos que cuidar de ellos, ¿verdad? De los niños. —Tilo frunció el ceño al recordar a los cinco pequeños que tenía a su cargo, perdidos en los criotubos semanas atrás.
—Claro que sí. —Travis la sacó de su recuerdo para tranquilizarla—. Como has dicho, Tilo, son el futuro. Y, aunque tengamos razón cuando decimos que hay recordar el pasado, lo que más debe importarnos es el futuro. Porque será responsabilidad nuestra. Ni de los adultos ni de los alienígenas. Nadie nos guiará ni nos dirá qué tenemos que hacer. Nadie nos culpará si las cosas salen mal. ¿Te das cuenta? Por primera vez en la historia, los chicos de nuestra edad estamos solos. Nuestros actos darán forma al mundo. El futuro descansa en nuestras propias manos.
Jessica sonrió.
—Si Mel estuviese aquí, diría algo como: «¿De verdad? Ya sabía yo que debería haberme cortado las uñas».
—Es toda una responsabilidad, Travis. Una responsabilidad increíble —dijo Antony, con un tono de voz que dejaba entrever su disposición a estar a la altura de ella.
—Fue algo que me dijo Tilo una vez —recordó Travis—. El ayer es una cosecha… ¿cómo seguía, Tilo?
—El ayer es una cosecha que ya ha sido sembrada —continuó Tilo—. La labor de hoy es plantar la semilla del mañana.
—Suena bien, ¿verdad? —dijo Travis.
—Eh, Naughton. —Dwayne Randolph le gritó desde su coche—. ¿Vamos a pasar aquí el resto de nuestras vidas o qué?
Travis se echó a reír y abrazó a Tilo.
—Creo que podemos hacer algo mejor.
Después de todo, no tardarían en llegar a Willowstock, un lugar prometedor en el que fundar una comunidad. Incluso podían aventurarse unos kilómetros más lejos y construir una nueva donde se encontraba Harrington. A Antony le gustó la idea.
El convoy se puso en marcha de nuevo, con el coche de Travis avanzando a una velocidad mayor que antes. Estaba bien eso de tomarse el viaje con calma, pero no cuando había trabajo que hacer. El futuro que deseaban no iba a crecer por sí solo.
Sería mejor que empezasen a plantar.