12

—Naughton. Mierda.

—Travis… —Tilo empezó a dirigirse hacia él.

Él extendió la mano para detenerla.

—Creo que será mejor que te quedes donde estás, Tilo. Puedo oírte perfectamente desde aquí. Pero no estoy seguro de haberte entendido. Por eso me he limitado a hacer una sencilla pregunta. La volveré a repetir. ¿Qué pasó entre vosotros?

—Nada, Trav. —Tilo rio nerviosa—. Solo estamos… aquí… —Le costaba mentir directamente.

—Peleándonos, Naughton. Poniéndonos finos el uno al otro —dijo Richie, al que le resultaba más fácil—. Ya sabes que la hippie y yo no nos llevamos bien, así que estábamos picándonos como de costumbre y… eh… Tilo de pronto me ha dicho que tenemos que dejar nuestras diferencias a un lado, ¿sabes lo que te digo? Que no tenemos que dejar que lo que ha pasado entre nosotros afecte al resto del grupo y… eh… no podamos darles a los malditos cosechadores una buena paliza y… esto… —Como un coche al que le quedase poca gasolina, Richie se quedó sin inspiración y se detuvo.

—¿Es eso cierto, Richie? —Travis no parecía en absoluto convencido—. ¿Es eso cierto, Tilo? —Volvió sus ojos hacia ella.

Y no pudo soportar su mirada.

—Por favor, Trav. —Aquellos ojos eran como la lámpara de un interrogatorio, penetrantes, inquisidores—. No me mires así. —No podía resistir la mirada de Travis, capaz de sacar la verdad a relucir.

—¿Qué pasó entre Richie y tú, Tilo?

—Lo siento, Trav. Nunca debí… Fue un error. Solo pasó una vez. Fui estúpida y débil y no ha pasado un segundo sin que me arrepienta de ello.

—Has estado con Richie. —Travis pronunció aquellas palabras en voz baja, amortiguadas por la incredulidad—. Te has acostado con Richie.

—Solo fue una vez, Trav, y…

—Con una vez basta.

—Quería contártelo, pero me daba vergüenza.

—Y desde entonces hemos seguido juntos. Y desde entonces me has dicho que me querías. ¿También le dijiste a Richie que le querías cuando le dejaste que te pusiera las manos encima?

Tilo sintió que estaba a punto de romper a llorar.

—Travis, por favor…

—No fue culpa suya, Naughton —intervino Richie. Su expresión era desafiante y en ella se reflejaba el orgullo de asumir la responsabilidad—. Fue mía. Todo fue cosa mía. No puedes echarle la culpa a Tilo.

—¿Qué pasó? —insistió Travis, con un tono de voz casi mecánico.

—Me la ligué. O la seduje, si prefieres. Cuando tú, Tony y Morticia estabais fuera para ser capturados y así volver a encontrar a Darion. Cuando estabas lejos. Cuando Tilo estaba triste y enfadada y, joder, sola. Pensé que eso me daba carta blanca. Fui a por ella. Y me aproveché. Yo, Naughton. Tendrías que estar cabreado conmigo y, si quieres vengarte, ahora es el momento. —Richie estiró los brazos a los lados y levantó la barbilla, listo para recibir el puñetazo—. Si quieres darme una paliza, Naughton, adelante. No te detendré. Me lo merezco. Soy basura. Pero Tilo no. Ella es… No la culpes.

—No la culpo —dijo Travis.

—¿Ah, no? —La esperanza de redención corrió por el cuerpo de Tilo como una oleada de agua fresca.

—Me culpo a mí mismo.

—Pero Travis, no puedes…

—Por confiar en ti, Tilo. Por creer en ti. —En su voz no había ira ni pesar, sino decepción, derrota y un profundo desánimo—. Nunca debí haber confiado en ti. Me mentiste, Tilo. Me engañaste. No eres la chica que creía que eras.

—Lo soy, Travis. Quiero serlo. —Angustiada, corrió hacia él para abrazarlo—. Estoy intentando serlo. —Ojalá pudiese rodearlo con sus brazos, convencerlo. El calor y la cercanía, la vida que latía en su cuerpo podría persuadirlo. No se le daban bien las palabras, pero las acciones… Podría demostrar que lo quería si él se lo permitía.

Travis se hizo a un lado.

—Preferiría que no me tocases, Tilo.

—Trav —gimió la chica—. Por favor…

—No seas capullo, Naughton. Escúchala. Solo lo hicimos una vez. Una vez. Y desde entonces no ha dejado de repetirme que solo te quiere a ti, Naughton. Solo a ti.

—A menos que esté fuera de la habitación —dijo Travis, con sosegada amargura—. Entonces parece que le basta con cualquiera.

—Travis, eso no es verdad. No me juzgues de buenas a primeras.

—La traición se juzga sola, Tilo. No puedo hacer nada al respecto.

Entonces Tilo se alejó de él, y tuvo la impresión de que las llamas azules de sus ojos estaban apagándose hasta extinguirse. Y se dio cuenta, presa de un terror atroz, de que sus acciones habían acabado con una parte del alma de Travis, algo vital, algo que lo convertía en quien era.

—Dios mío —gimió Tilo.

—Pero ¿a ti qué coño te pasa, Naughton? —Era la voz de Richie, airado pero suplicante—. Baja de tu maldita torre de marfil y ponte a la altura de los perdedores que cometen errores. Escucha, puedes creerme o puedes mandarme a la mierda, pero hasta ahora te admiraba, aspiraba a ser como tú. Sí, yo. Richie Coker. Pero deja que te diga una cosa, Naughton, estás empezando a perder el norte. ¿También quieres perder a Tilo? —Richie la estaba defendiendo; Tilo podía oír sus palabras, pero solo deseaba que se callase. Que se callase de una vez. Le odiaba—. ¿Es que no vas a darle ni una segunda oportunidad? Todos merecemos una segunda oportunidad, ¿o no? ¿Quién te crees que eres, Naughton, para juzgar a los demás como si tuvieses derecho? ¿Dios?

—¡Richie! —le gritó ella, disgustada.

—¿Qué? Naughton tiene que enterarse de que no es perfecto.

—Eso ya lo sé, Richie. Por eso no tiene sentido que me quede. —Travis se volvió y abandonó la habitación.

Su partida fue tan súbita que Tilo tardó un instante en reaccionar. Cuando lo hizo, gritó a Richie.

—Pero ¿qué has hecho?

—Intentaba ayudar…

Tilo ahogó su voz con una mueca.

—¿Qué hemos hecho? Le hemos destrozado. Tengo que… —Y se puso en marcha para seguir a Travis.

Richie fue tras ella.

—Yo también voy.

—No. —Se volvió hacia él y le aporreó el pecho. Los ojos de Tilo aún brillaban con intensidad—. Quiero que te vayas, Richie, y no me importa adónde. Piérdete. Largo. Llévate a tu banda contigo si quieres, pero tenías razón. Debería haberte escuchado. Vete. Eres basura, Richie, y no quiero volver a verte nunca. ¿Me has oído? Nunca.

—Tilo… —Pero ella no estaba dispuesta a discutirlo. Se había ido. Richie se quedó solo en el centro se seguimiento y comunicaciones. Cerró los ojos. Le costaba respirar, una sensación a la que no estaba acostumbrado, y por un momento sintió que le flaqueaban las piernas. Las palabras de Tilo antes de marcharse le habían hecho daño, un daño físico, y cada una de ellas le sacudió como un golpe. No se sentía un campeón; se sentía un perdedor.

Siempre había sido un perdedor. Siempre lo había sabido. El acoso escolar había sido su modo de ocultarlo. Pero desde la llegada de la enfermedad, desde que su camino se cruzó con el de Naughton, se había preguntado si no habría otro modo de hacer las cosas. Una vida en la que no tendría que disfrazar su debilidad, sino que la reemplazaría con fuerza, cambiando, aprendiendo, hasta convertirse en una persona de la que sentirse orgulloso. El ejemplo de Naughton le había dado la esperanza de que podía transformar su vida, ¿y qué le había dado a Travis a cambio?

Quería ser Travis Naughton. En vez de eso, Richie podía haber acabado con él.

* * *

Presuntuoso. Arrogante. Ingenuo. Los insultos le condujeron fuera del Enclave Cero como si fuesen latigazos. Crédulo. Orgulloso. Le persiguieron a través del Parlamento como abucheos.

Travis caminó tan deprisa que estaba a punto de echar a correr. No sabía adónde se dirigía o qué estaba haciendo, solo que estaba dejando a Tilo atrás. Y algo más que a Tilo.

El palacio de Westminster se burló de él. Su mancillada grandeza se mofó de él, como si representase aposta el deteriorado estado de sus pretensiones de líder. Allí, en los dignos corredores del Parlamento, los parlamentarios se reunían en el pasado para dirigir el rumbo de la nación. Travis había tenido el valor de creer que podía seguir sus pasos, un chico de dieciséis años, corriente y anónimo antes de la enfermedad y un huérfano sin raíces tras ella. Había llegado a imaginar que sería capaz de maquinar un plan para derrotar a toda una raza alienígena, como si el mundo fuese un videojuego en el que para ganar bastase con pulsar un botón. Había fantaseado con darle forma al futuro de una generación. Sueños inútiles. Sueños peligrosos, pues le habían conducido a persuadir a otros para que los compartiesen. Pero se acabó. La carcasa hueca y obsoleta en la que se había convertido el Parlamento reflejaba el vacío de todas sus grandes ideas, lo pobre que resultó ser su visión.

No estaba a la altura para ser el líder. ¿Por qué iba nadie a escucharle? ¿Cómo iba a inspirar a los demás, a infundir respeto? Hasta su novia le engañaba. Mejor dicho, su exnovia.

Travis cayó en la cuenta de que las acusaciones que Simon vertió sobre él antes de morir eran ciertas. Había estado borracho de ego todo el tiempo. No solo desde la llegada de la enfermedad. Antes. Desde la muerte de su padre. Su patético juramento de hacer lo que es justo y defender lo que es correcto. Con menudo montón de mierda se había engañado a sí mismo. ¿Qué iba a defender? ¿Qué sentido tenía intentarlo en un mundo en el que tu novia va y se acuesta con otro a tus espaldas a la primera oportunidad? El mundo que lo rodeaba estaba destrozado y en ruinas… como su vida.

Travis salió del Parlamento y pudo contemplar la extensa devastación de Londres. No podían recuperarse de aquello. Los cosechadores estaban a punto de llegar. Nada importaba.

Había fracasado.

* * *

Jessica llamó a Antony a voces mientras corría por los pasillos hacia él. El corazón del muchacho rubio bombeaba esperanza con cada latido.

—Ya han regresado.

—No. —El rostro de Jessica reflejaba una honda preocupación—. Sigue sin haber ni rastro de Travis y Tilo. Y ahora Richie también ha desaparecido.

—¿Cómo que ha desaparecido?

—No está por ninguna parte. Desde luego, no se encuentra en el Enclave, por lo que sé.

Antony frunció el ceño.

—¿Sabes? Hace no mucho tiempo hubiese pensado que escurrir el bulto antes de una crisis, como un cobarde, era típico de Richie Coker. Pero ahora no. Richie ha demostrado su valor. ¿Crees que su desaparición tendrá algo que ver con la de Travis y Tilo?

—No lo sé. Quizá.

—¿Qué dice al respecto Cooper, o los otros Reyes?

—Tampoco lo sé. Más que nada porque… —Jessica enmudeció, preocupada.

—¿Ellos también se han ido? —Antony negó con la cabeza, perplejo—. Pero bueno, ¿qué es esto, una especie de evacuación en masa?

—Y hay más. Por eso necesito que vengas. —Le cogió de la mano—. Mel está en el centro de seguimiento y comunicaciones.

Antony dejó que ella lo condujese como si no supiese el camino. Solo quería encontrar a Travis y a Tilo (y a Richie) cuanto antes.

Empezaron a notar la ausencia de su líder más tarde esa misma mañana, cuando los Reyes empezaron a regresar de su misión para reunir a las otras bandas. Travis había expresado su deseo de escuchar los informes de cada uno de los grupos acerca de cuál fue el trato con las pandillas y cómo había sido su respuesta al recibir la invitación que los mensajeros llevaban consigo. Pero no había modo de encontrar a Travis en ninguna parte. Mel propuso buscar a Tilo, ya que allí donde se encontrase Tilo, Travis no podía andar muy lejos. Se trataba de una idea posible, pero tampoco había forma de encontrar a Tilo. El consenso apuntaba a que ambos debían de haberse fugado del Enclave Cero, a saber por qué motivo, y que se encontraban en el exterior, en alguna parte. No obstante, incluso si ese era el caso, sus compañeros carecían de los recursos para rastrear las calles en su búsqueda, al no tener ni una sola pista acerca de su paradero. Además, tenían otro asunto entre manos.

Parecía que, después de todo, las otras bandas habían respondido incluso mejor de lo esperado al mensaje de los Reyes. Las sospechas iniciales, acompañadas en algunos casos por amenazas de violencia, se vieron reemplazadas de forma gradual por una actitud más positiva. Ya fuese por una genuina fe en el valor de la unidad y la solidaridad por el bien común, como le hubiese gustado pensar a Travis, o a causa del miedo que inspiraban los cosechadores y el deseo de conservación, motivos que Antony encontraba más verosímiles, todas las bandas con las que habían contactado accedieron a enviar delegados a la reunión de Travis que iba a tener lugar aquella tarde en la Cámara de los Comunes. Lo cual era una excelente noticia, y lo seguiría siendo siempre y cuando se cumpliese una condición: que Travis estuviese allí para recibirlas.

Al principio, Antony imaginó que Travis y Tilo no tardarían en volver. Travis sabía a qué hora iba a tener lugar la reunión y lo fundamental que era reclutar a las bandas para su causa. Pero los minutos no tardaron en convertirse en horas y él seguía sin aparecer. Los miedos de Antony empezaron a multiplicarse. Travis había salido al exterior, allí donde se encontraban los cosechadores, los Carroñas y a saber qué otros indeseables. ¿Y si Travis había sido víctima de un peligro inesperado?

¿Y si no volvía jamás?

—Mel —la saludó Antony cuando ella y Jessica aparecieron en el centro de seguimiento y comunicaciones—. Por lo menos vosotras seguís aquí.

—No puedes deshacerte de mí, Antony —dijo Mel con una agria sonrisa—. Soy como una lapa.

—Entonces, ¿qué queréis? Y, por favor, no me digáis que los parangones han desaparecido como el resto.

—Nah. Están en el laboratorio —le comunicó Mel, tranquilizándolo—. Dyona está en la cámara de aislamiento. Aparte de ellos, como estoy segura de que Jessica te ha comentado, somos todo lo que hay —explicó con un tono melodramático—: el último bastión humano contra los malvados esclavistas alienígenas; bueno, y esos de ahí.

Pulsó un botón de una de las consolas de los ordenadores. Varias de las pantallas pasaron de mostrar el interior al exterior, revelando, no los pasillos del Enclave sino las inmediaciones del Parlamento. Grupos de jóvenes fuertemente armados se dirigían hacia el palacio de Westminster: adustos, alerta, precavidos, vigilando al resto de las bandas en cuanto estas quedaban a la vista, pues su hostilidad había sido interrumpida pero no erradicada. Algunos de aquellos adolescentes vestían con colores idénticos para mostrar su pertenencia a la banda; otros estaban unidos por la pigmentación de su piel y, en un caso en particular, por su sexo.

—Anda, un grupo exclusivo para chicas —observó Mel—. Deben de ser las Hermanas. Me pregunto si habrá plazas libres. —Una banda de las que se dirigían a la reunión lucía las bufandas y camisetas de un equipo de fútbol, otra portaba cruces cristianas, cuchillos, porras y fusiles automáticos, mientras que otra iba ataviada con ropas tradicionales islámicas; por último, en una de ellas sus miembros no vestían más que sencillas sudaderas, como si la enfermedad nunca hubiese tenido lugar y se estuviesen dirigiendo de forma rutinaria a encontrarse con los trabajadores sociales a su cargo.

Mel se volvió hacia Antony.

—No es que sean las Naciones Unidas —dijo—, pero creo que sus delegados ya vienen.

—Pues espero que tarden. —Antony tenía la boca seca—. Travis aún no ha llegado.

—Entonces tendrás que ser tú el que hable con ellos, Antony —dijo Jessica con orgullo—. Tendrás que ocuparte hasta que Travis regrese de dondequiera que haya ido.

—¿Yo? No sé, Jess. No estoy seguro de poder. —Parlamentar con bandas de matones no era lo suyo.

—Claro que puedes —lo animó Jessica, estrechándole la mano con fuerza.

—Será mejor que sí —concluyó Mel—. Porque en cuanto entren en la Cámara de los Comunes, no van a quedarse sentados afilando sus cuchillos y limpiando sus armas durante mucho tiempo. Querrán acción. Y, si no se la proporcionas, Antony, acabarán matándose unos a otros antes de que lo hagan los cosechadores o se dispersarán, de modo que será imposible reunirlos de nuevo. En cualquier caso, todo terminará pasado mañana. Tenemos que estar unidos para entonces o, de lo contrario, será demasiado tarde.

—Lo sé. Lo sé. Es solo que… —Antony sonrió, sardónico. Cuando Travis estaba presente, ansiaba ser el líder; en aquel instante en que Travis había desaparecido y la oportunidad se presentaba ante él, no estaba seguro de querer serlo después de todo. Últimamente, había aprendido cuáles eran sus limitaciones—. Es solo que yo no soy Travis. No tengo las palabras que utiliza él. No las tengo en mi interior. E incluso si las tuviera, al pronunciarlas sería como si acabase de sacarlas del diccionario. Sonarían muertas. Cuando Travis habla, hace que las palabras cobren vida.

—Pensaba que los chicos que van a colegios privados para pijos aprenden a creer en sí mismos, además de latín, griego y cosas así —dijo Mel—. Venga, Antony, a ver esa confianza. Tu viejo era diplomático, ¿no? Pues a ver si lo llevas en los genes.

—Lo harás bien, Antony, estoy segura. —Jessica le dio un abrazo—. Estaré a tu lado. ¿Recuerdas los discursos que diste en Harrington después de que derrotásemos a Rev y tras la aparición de las naves de los cosechadores? Entonces nos hiciste permanecer unidos. Podrás unir a las bandas ahora.

—Me temo que, al fin y al cabo —comenzó Mel—, no tienes elección.

—No —dijo Antony con sobriedad. No tenía elección. Pero, teniendo a Jessica cogiéndole del brazo, tampoco importaba. Se sentía más fuerte, más seguro de sí mismo. Vale, él no era Travis. ¿Y qué? Solo tenía que superar sus limitaciones, porque se negaba a decepcionar a las chicas, o a Travis, o a sí mismo. Se negaba a fracasar.

El éxito de su última defensa contra los cosechadores dependía de él.

* * *

Tilo encontró a Travis en el puente de Westminster, a la sombra de un Big Ben que no volvería a repicar, contemplando el curso del Támesis hacia la destrozada noria del London Eye, que se había desprendido de cuajo hasta caer al río. Los recolectores recorrían el cielo en la lejanía y el sur del río estaba bloqueado por una barricada infranqueable de tanques y vehículos blindados, pero Travis no parecía tener la menor intención de ir más allá del lugar en el que se encontraba. Parecía inmóvil, mustio, desprovisto de toda energía, apoyado sobre el parapeto que lo sostenía. Tenía un aspecto completamente abatido, y el corazón de Tilo latió con fuerza al verlo, mientras la culpa la desgarraba sin piedad. Ella era la culpable de la desesperación de su novio.

—¿Trav? —Se aproximó a él con nerviosismo hasta detenerse a escasos metros.

—¿Qué quieres? —No quería mirarla.

—Explicarme.

—Poner excusas, querrás decir.

—No. Nada de excusas.

—Deberías haber enviado a Richie. Antes estaba dándolo todo por encubrirte. No tenía ni idea de que pudiese ser tan caballeroso. La gente no para de sorprenderle a uno, ¿no te parece? —Lanzó una mirada dolida y cargada de amargura hacia Tilo. No debería haberlo hecho. No debería haberla mirado. Si la miraba demasiado, volvería a amarla, y eso no estaría bien, ¿verdad? No después de lo que había hecho.

—Richie te mintió, Travis —admitió Tilo—, pero yo no lo haré. Acostarme con él fue un error tanto mío como suyo.

—Eso pensaba —dijo Travis, devolviendo su mirada al Támesis.

Tilo se acercó un poco más.

—Al hacerlo te traicioné, Trav. Lo sé. Y no puedo llegar a expresar lo avergonzada que me siento.

—No te esfuerces. Tampoco es que me importe.

—Y también me traicioné a mí misma. Por eso quiero que lo sepas. Me fallé, me dejé llevar y me convertí en menos que la persona que quiero llegar a ser. La persona que tú me has hecho querer ser, Trav. Antes de conocerte, pensaba que el amor y el sexo eran lo mismo y que para mostrar tu amor a un chico lo único que tenías que hacer era meterte en la cama con él. Pero ahora no lo creo.

—¿Ah, no?

—El sexo es parte del amor, y es una buena parte, pero estar contigo me ha enseñado que el amor va más allá de lo físico. También implica confianza, honestidad y sinceridad. Implica estar unidos en espíritu, completarse el uno al otro. Esas son las cosas que ahora quiero, Trav. Y quiero compartirlas contigo, con nadie más. Es solo que… Aquella noche, con Richie, y no estoy poniendo excusas, me confundí. Estaba sola y triste y necesitaba consuelo, que alguien me lo proporcionase… y mi cuerpo tomó el control. Permití que ocurriese. Y no debería haberlo hecho.

—Desde luego. —Su voz era fría y distante—. No deberías.

Ella se encontraba ya en su hombro, suplicante.

—Pero fue un error, Travis, un momento de debilidad. No soy perfecta. Ya te advertí que no debías pensar que lo soy. Te lo dije. Quiero ser una persona mejor, pero después de todo solo soy humana y, como tal, cometo errores. A veces ocurre que no llegamos a conseguir lo que queremos y eso es lo que me ha ocurrido.

—Te adoraba, Tilo —dijo Travis. Se volvió hacia ella con los ojos cargados de reproche.

—No lo hagas. No lo merezco. En vez de eso, quiéreme. —Hizo acopio de valor y le acarició el pelo y la cara.

—Yo no te hubiese engañado.

—Lo sé. Eres más fuerte que yo, Trav. Eres más fuerte que nadie que yo haya conocido… Y por eso mismo te amo y tienes que volver con nosotros. Con todos nosotros.

Él sonrió con desgana y apartó la mano.

—Creo que no puedo hacer eso.

—Las bandas llegarán de un momento a otro, Trav. Necesitamos que seas nuestro líder. Necesito que seas mi novio. Por favor, vuelve conmigo o todo perderá su sentido.

—Es que ya nada tiene sentido.

—No. Te equivocas. —Se sentía fuerte y aterrada al mismo tiempo—. No lo hagas, Travis. No te rindas. Tú no. No por mi culpa. —Asió su sudadera con ambas manos y le sacudió—. El amor importa. La vida importa. Siempre. Siempre.

—No lo creo. Ahora no. Ya no.

—Claro que sí lo crees. Dentro de tu cabeza, dentro de tu alma, lo sabes. —Miró las aguas oscuras que se revolvían bajo el puente—. Y voy a demostrártelo.

—Tilo, ¿qué vas a…? —La chica lo soltó y subió tambaleándose al bajo muro protector—. ¿Qué crees que estás haciendo? —¿Era preocupación lo que dejaba entrever su voz?, pensó Tilo mientras extendía los brazos para mantener el equilibrio y se aproximaba centímetro a centímetro al extremo. Pronto lo sabría.

—Voy a saltar, Trav. —Se movía de un lado a otro como una funambulista novata, mirando fijamente a sus pies—. Voy a tirarme al Támesis y me voy a ahogar. El río intentó matarme antes, en el túnel del metro, ¿recuerdas? No dejará pasar una segunda oportunidad.

—Has perdido la cabeza…

—Es tu cabeza la que importa, Travis. Si realmente crees que nada importa, me dejarás caer. Si no, me salvarás. Tú eliges. —Miró hacia él—. Lo digo en serio, Trav.

Y trastabilló. Perdió el equilibrio. Se tambaleó, cayendo un instante mientras veía el río oscuro y profundo que la esperaba, sintiendo cómo la gravedad tiraba de ella hacia abajo y el terror empezaba a dominarla…

Entonces sintió que las manos de Travis sujetaban las suyas. Fuertes. Cálidas. Las sintió tirar de ella hasta devolverla al muro. Tilo saltó desde el parapeto hasta el puente de Westminster. A los brazos de Travis.

Él la abrazó, estrechándola con todas sus fuerzas, reprendiéndola y murmurándole palabras de cariño. Y si aquel hubiera sido el último momento en la vida de Tilo Darroway, no hubiese muerto infeliz.

Se sentaron en el pavimento, apoyando la espalda contra el parapeto, abrazándose el uno al otro.

—Mira que eres tonta, tonta —dijo, acompañando cada reproche con un beso—, tonta, tonta… Podrías haberte matado.

—No lo creo. No me hubieses dejado caer, Trav.

—Pero después de cómo te he tratado, sin dejar que te explicases, sin molestarme siquiera en comprenderte…

—Travis, la culpa era mía, no tuya.

—No. Era mía. —El severo semblante de Travis parecía estar dirigido hacia su interior—. He sido demasiado estricto. Demasiado inflexible. Demasiado categórico. Tenías razón acerca de lo de ponerte en un pedestal, Tilo. Es mi forma de pensar. Lleva siendo mi forma de pensar desde que mi padre murió. Tenía que hacer que se sintiese orgulloso de mí, para que pudiese mirar hacia abajo desde el cielo y sentirse orgulloso de mí y, como él murió haciendo lo correcto, yo tenía que hacer lo mismo. Lo correcto. Todos los días. Defender lo que es justo. Ser fuerte en lugar de débil. No rendirme jamás a la debilidad. Supongo que, con el tiempo, se ha convertido en una obsesión y he sido demasiado duro con lo que yo consideraba debilidad, hasta el punto de creer que para ser bueno hace falta ser perfecto y no equivocarse nunca.

—Travis —le dijo Tilo con cariño—, eso es imposible.

—¿Me crees si te digo que hasta ahora no he caído en la cuenta? Para que llegase a entenderlo he tenido que estar a punto de perder nuestra relación. Las imperfecciones no son algo que debamos odiar de los demás. Es algo que deberíamos amar. Escucha, Tilo, no importa lo que hayas hecho o con quién, siempre y cuando ahora estemos juntos. No quiero separarme de ti. Eso es lo último que quiero. No imagino mi vida sin ti.

—No tendrás que hacerlo, Trav. Estoy aquí y no voy a irme a ninguna parte.

—Me alegro.

—Bueno, no sin ti, quiero decir. —Empezó a ponerse en pie—. Venga, líder. Tienes que conducir una reunión.

Travis no se movió.

—No estoy seguro, Tilo.

—¿Trav?

—Cuando dejé el Enclave, pensé que te había perdido. Y cuando vi la ciudad, reducida a un erial, y recordé todo lo que ha pasado, la enfermedad, los cosechadores, la familia que hemos perdido y los amigos, todo es… es demasiado, Tilo. Me está pasando factura. Me siento como el día en el que murió mi padre. Inútil. Desesperado. Demasiado pequeño como para marcar la diferencia. ¿Puedo llegar a cambiar algo? ¿Qué puedo cambiar?

—El pasado no, eso desde luego. —Tilo se arrodilló, apoyando las rodillas en su muslo, y le lanzó una penetrante y dulce mirada a los ojos—. El pasado ha quedado atrás, Trav. Por eso no sirve para nada regodearse en él o dejar que te suponga una carga. En los Hijos de la Naturaleza teníamos un dicho: «El ayer es una cosecha que ya ha sido sembrada; el trabajo de hoy es plantar la semilla del mañana». Eso es lo que tenemos que hacer, Travis, todos juntos, pero puede que tú especialmente, porque te guste o no, tienes autoridad. Eres un líder, Travis. Tú. Y no puedes negarlo, o escapar de ello, o esconderte. Tienes que afrontarlo. —Buscó en sus ojos, esperando que aquella llama azul brillase de nuevo—. Por favor, Trav. Sé fuerte. Sé quien tienes que ser.

* * *

Durante la reunión, Antony entró en la Cámara de los Comunes con Jessica y Mel a ambos lados, recabando valor de la presencia de las chicas. No obstante, quizá se hubiese sentido un poco más seguro si también lo estuviesen acompañando todos y cada uno de los miembros de los Reyes del Ring, completamente armados. La atmósfera no era lo que se dice de entendimiento.

Las bandas se habían ubicado a ambos lados de la cámara, como si estuviesen enfrentadas en una operación militar y tuviesen que defenderse de un momento a otro. Parecían estudiantes revoltosos en una biblioteca: la edad encajaba, pero ni siquiera los componentes más conflictivos del sistema educativo blandían cuchillos con impunidad o portaban armas automáticas.

Antony se sintió intimidado por aquel conjunto de miradas de sospecha y rostros mal encarados que alcanzó a ver bajo la pálida luz. Habían llevado todas las fuentes portátiles de luz del Enclave Cero a la cámara antes de la reunión, pero Antony hubiese preferido estar entre tinieblas. Cuando él y las chicas entraron en la estancia escucharon murmullos de protesta y llovieron sobre ellos comentarios burlones, insultos y toda clase de improperios.

—¿Quiénes son estos? —se escuchó decir desde lejos—. Eh, nena, ven aquí. Menuda pérdida de tiempo. Esto es una mierda. Puede que sea una maldita trampa de los alienígenas. ¿Ese pijo rubio es Naughton? A mí me parece un capullo. No confíes en esos cabrones de los Extremos. ¿Y de dónde decís que viene esta gente? ¿Qué demonios hacemos aquí?.

—Es el momento, Antony —le comunicó Jessica.

—Sí. —Y una vez en el centro de la Cámara de los Comunes, levantó las manos en silencio. Un observador hubiese podido confundir aquel gesto con el de la rendición—. Por favor. Buenas tar… Por favor. Si sois tan amables de guardar silencio… —No fue exactamente silencio lo que provocaron sus palabras, sino un murmullo sordo de descontento que sonaba como la lluvia a través de la ventana, pero al menos se trataba de una mejoría—. Gracias. Me llamo Antony Clive.

Una mejoría temporal.

—¿Dónde está Naughton? ¿Tú no eres Naughton? Nos dijeron que vuestro líder era Travis Naughton.

—Por favor. Por favor. Si me hacéis el favor de escuchar… —Y no es que la confianza de Antony se hubiese evaporado en aquel momento crucial, sino que simplemente cayó en la cuenta con cruel certeza de que las bandas jamás escucharían a alguien como él. Solo veían a un privilegiado, solo reparaban en su pasado, no en cómo podía ayudarles entonces. Jamás aceptarían su autoridad—. Por favor, sed pacientes. Empezaremos en breve.

La reinante insatisfacción aumentó de volumen.

Mel tampoco parecía contenta.

—¿Que empezaremos en breve? ¿A qué ha venido eso? Empieza ahora mismo o los perderemos.

—Tranquila, Mel —susurró Jessica—. Antony sabe lo que hace. —Se volvió hacia su novio—. ¿Verdad?

—Esperaremos a Travis. Vamos a darle la oportunidad de aparecer. Unos minutos más.

—Eh, Clive. ¿Dónde demonios está Naughton?

Antony reconoció aquella voz. Dwayne Randolph y un puñado de Fantasmas estaban sentados en la primera fila de los bancos. Antony se dirigió hacia ellos, con creciente desesperación. Dwayne no era exactamente amistoso, pero al menos no estaba expresando una abierta animosidad.

—Dwayne. —Le extendió la mano con gesto tenso y este no se la estrechó—. Así que sobrevivisteis al avance de los cosechadores.

—Algunos sí. Otros no.

—¿Dónde está Danny?

—Él no lo consiguió.

—Oh. Lo siento. —Especialmente porque Danny parecía el más racional de los Randolph.

—No importa si lo sientes o no. Los alienígenas todavía tienen a mi hermano y van a pagar por ello. Pensaba que por eso nos habíais traído aquí; para encontrar el modo de hacerles pagar a esos cabrones.

—Eso es. Eso es. —Antony sintió que al menos estaba haciendo progresos con una de las bandas—. Me alegro de que hayáis venido.

—No hemos venido a que nos dores la píldora, tío. Hemos venido porque pensamos que, de haber tenido a más gente luchando con nosotros ayer, si entonces las bandas se hubiesen unido, quizá Danny siguiese entre nosotros. Puede que Naughton tuviese razón cuando hablaba de formar un frente común. El problema es que no veo a Naughton por ninguna parte. ¿Dónde demonios está?

—Ah, Travis ha sufrido un retraso inevitable, Dwayne, pero… pero seré yo el que hable. —Antony no podía demorarse más. En la cámara se respiraba un ambiente cada vez más cargado. Tendría que dar el discurso. Superar sus limitaciones. Se obligó a regresar al centro de la sala.

—Lo digo en serio, como ese Navaja me vuelva a mirar, voy a dejar frito al muy mamón —gruñó el miembro de una banda.

—Por favor, escuchad. —Antony lo intentó de nuevo—. Tengo que comunicaros algo de vital importancia. Se trata de cómo podemos derrotar a los cosechadores.

—¿Con este perdedor? Ni de coña… Imbécil… Menuda pérdida de tiempo, joder… Les hemos dado a los demás una oportunidad de atacarnos por esto… Vamos a largarnos de aquí…

Las bandas empezaron a ponerse en pie.

—Antony —gritó Jessica—. Haz algo. Di algo. Se están marchando.

Puede que el pánico no fuese la mejor respuesta, pero era todo cuanto Antony fue capaz de expresar. Empezó a aullar:

—No. No os marchéis. Por favor. Tenéis que escucharnos. Es por vuestro propio bien. No… Dwayne, quédate donde estás.

—Quédate tú donde estás, Clive, si te apetece —respondió Dwayne Randolph—. Pero si intentas impedir que los Fantasmas se abran de esta mierda de sitio, entonces vamos a tenerla.

Un tumulto de voces furiosas y frustradas. Abucheos y burlas. Masas volviéndose hacia la puerta.

De la cual emergió el haz de un subyugador. Brilló a través de la cámara como una lanza blanca. Al instante, hasta el último miembro de todas las bandas apuntó su arma hacia la figura que se encontraba en el umbral. Por primera vez, reinó un silencio absoluto.

—Lamento interrumpir, pero creo que me habéis estado esperando. Soy Travis Naughton.

—Gracias a Dios —suspiró Antony.

Travis avanzó hacia el interior de la cámara, le entregó su subyugador a Tilo, que iba tras él, y mostró sus manos extendidas a las bandas.

—Trav —susurró Mel—, ¿dónde demonios has estado?

—Nos tenías preocupados, Trav. Y tú también, Tilo —añadió Jessica.

—Tranquila —trató de calmarla Tilo.

—He estado en el lugar equivocado —confesó Travis, críptico—. Pero ya he vuelto. —Y sus ojos azules brillaban. Se fijó en que Richie no se encontraba allí. Tampoco Cooper, ni los Reyes. Sintió que había problemas, pero ya se pondría al día de lo que había ocurrido en el Enclave Cero más tarde. Su prioridad inmediata eran las bandas. Seguían en pie, a punto de marcharse. Tendría que hacer algo al respecto.

—¿Así que os marcháis? —Alzó la voz, dirigiéndose a ambos lados del Parlamento, a todas las bandas por igual—. Muy bien. Si queréis marcharos, ya sabéis dónde está la puerta. No os lo impediré.

—No podrías impedírnoslo aunque quisieras —gritó alguien.

—Pero, si lo hacéis, os diré lo que pasará. —Travis señaló con el dedo a quien le había interrumpido—. Marchaos, y pasado mañana estaréis muertos o encerrados en uno de los criotubos de los cosechadores, porque pasado mañana será cuando los alienígenas lancen su asalto final sobre vuestros territorios, sobre vuestras calles. Marchaos ahora y os estaréis condenando a la esclavitud para el resto de vuestras vidas. Pero está bien. Quizá sea lo que todos vosotros deseáis. Es lo que os pasará si os vais ahora. Pero si queréis ser libres, si queréis combatir a los alienígenas con al menos una esperanza de victoria, quedaos. Sentaos. Escuchad.

—¿Encontrasteis lo que vinisteis a buscar a Londres? —preguntó Dwayne. Parecía que sí—. De acuerdo, Naughton, tienes una oportunidad.

Los Fantasmas se sentaron de nuevo. Los demás también lo hicieron, escépticos y a regañadientes.

—Veo que todos habéis venido armados al Parlamento —observó Travis—. ¿Sabéis que aquí solían tener una norma que prohibía llevar espadas en las cámaras? Los tiempos cambian. ¿Quién no querría tener un arma a mano cuando los cosechadores están ahí fuera, dándonos caza? El problema es que no solo estáis armados para defenderos de los alienígenas, ¿a que no? Estáis armados para defenderos unos de otros. Veréis, no digo que sea telépata ni nada parecido, pero creo que me hago una idea aproximada de lo que os ronda por la cabeza ahora mismo, cuando miráis al otro lado del Parlamento y veis a los delegados de las otras bandas. Sospecha. Desconfianza. Puede que miedo. Eso en el mejor de los casos, ¿me equivoco? En el peor, odio, enemistad, hostilidad. Y también sé por qué. Porque cuando veis a las otras bandas, lo único que veis es lo que las hace diferentes a la vuestra, y permitís que esas diferencias os dividan. Veis blancos, o negros, o indios, o chinos, o musulmanes, o cristianos, o chicos de una zona o de otra, y así es como queréis que los demás os vean también. Os definís por características que os alejan de los demás. Os entiendo, o eso creo. En los viejos tiempos, antes de la llegada de la enfermedad, nos decían que esos aspectos eran los importantes, los que nos daban nuestra identidad… y todos necesitamos estar seguros acerca de nuestra identidad, sobre todo ahora que estamos bajo asedio.

»Dejad que os cuente lo que les ronda a los cosechadores por la cabeza, aunque tampoco es que quiera ponerme en su lugar. Si los cosechadores pudiesen vernos aquí reunidos, no verían lo mismo que vosotros. No verían diferencias. Las peculiaridades como la religión, la nacionalidad o el color de la piel son cosas en las que los alienígenas no reparan: son demasiado pequeñas, demasiado superficiales. Para ellos, todos somos idénticos. Solo verían lo que nos hace ser iguales, lo que a sus ojos nos une y lo que debería unirnos a nosotros: nuestra humanidad. Somos seres humanos, hasta el último de nosotros, somos miembros iguales de la raza humana, y tenemos que recordar este hecho, celebrarlo y pelear codo con codo para defenderlo.

»Los cosechadores también han sacado otras conclusiones acerca de nosotros. Creen que somos inferiores. No lo somos. Creen que somos esclavos. No lo somos. Creen que estamos divididos. Yo también lo creo. Y si lo estamos, cuando creen que pueden derrotarnos, tienen razón. —Desde los bancos llegaron gritos desafiantes—. Ya os hacéis a la idea de adónde quiero ir a parar, ¿verdad? Todos podemos luchar por nuestras vidas, nuestra libertad y todo lo que nos pertenece. Los Fantasmas pueden luchar, los Navajas, los Extremos, los Victorianos, todos podéis pelear —exclamó, dirigiéndose a toda la cámara—, pero si combatís a los cosechadores por separado, todos perderéis. —La asamblea protestó, pero por hábito y casi sin ganas, a sabiendas de la verdad—. Y, cuando la última banda haya caído, los cosechadores habrán ganado y se habrá terminado la partida para la raza humana… a menos que nos unamos. A menos que combinemos nuestros recursos, que nos unamos por una causa común, por el bien común; que dejemos a un lado nuestras diferencias, que las dejemos atrás. Que nos deshagamos de lo que nos divide. Olvidad si sois musulmanes, cristianos, británicos o bengalíes. Sed humanos. Pelead por última vez como seres humanos. Para defender nuestro planeta. Para defender nuestra especie. Para defender nuestro modo de vida.

—¿Y luego qué? —Dwayne Randolph estaba en pie una vez más, como un fiscal—. Si hacemos eso, si hacemos lo que nos pides, Naughton… —Estaba angustiado, tembloroso, dividido entre el cinismo de la experiencia y el deseo de creer—. ¿De qué servirá? Puede que seamos cientos, pero los cosechadores son miles, son un ejército entero. Y tienen naves y vainas. ¿Cómo demonios vamos a darles la patada en el culo, aunque estemos unidos?

—A eso iba, Dwayne —dijo Travis son una sonrisa.

Detectó la duda en los ojos del Fantasma, así como en los ojos de muchos de los adolescentes que allí se encontraban, en los que se mezclaba el abatimiento con la esperanza. Una esperanza salvaje, desaforada, asombrosa.

Travis les habló del virus de transferencia genética.

Y sintió que los ánimos empezaban a cambiar en la cámara, frase a frase, palabra a palabra, inclinando la balanza hacia el optimismo. Los ojos de los miembros de las bandas brillaban con anticipación y su lenguaje corporal denotaba que estaban alerta y prestaban atención. Se inclinaron hacia delante para escucharle. Puede que no fuesen capaces de seguir todos los detalles acerca del funcionamiento del virus (en realidad, Travis solo había comprendido los fundamentos básicos), pero eso no pareció importarles. Sabían lo que significarían aquellas cápsulas de líquido. El virus era un elixir de la muerte, una poción mágica que haría que los monstruos desapareciesen. Y le creyeron. Cuando Travis dio comienzo a la arenga final, creían en el virus de transferencia genética y creían en él.

—En dos días —declaró Travis—, en dos días estaremos listos. Cuando los cosechadores marchen sobre nosotros con todas sus fuerzas, los estaremos esperando, y con el virus en nuestro poder, podremos derrotarlos. Podremos enviarlos de vuelta al espacio, rotos, derrotados y deseando no haber oído hablar de la Tierra. Podemos demostrarles de una vez por todas que los seres humanos no serán esclavos. En dos días, plantaremos cara. ¿Quién estará con nosotros?

Todos. Dwayne Randolph. Los Navajas. Los Victorianos. Con gritos de júbilo y aullidos de aprobación. Con ráfagas de disparos hacia el cielo. Las Hermanas. Los Fantasmas. Los Extremos. Todos.

—Dios mío, Travis —susurró Tilo—. Los has convencido a todos.

Bajo la tenue luz de la Cámara de los Comunes, las bandas se unieron en torno a Travis Naughton.

Unidas.

* * *

Fueron convocados en mitad de la noche, de forma brusca e imperiosa. Crispin Allerton no contemplaba las formas.

—¿Sabes qué hora es? —preguntó Travis cuando Tilo y él entraron en el laboratorio.

—La verdad es que no —admitió Crispin—, aunque a juzgar por el aspecto sonámbulo de Darroway, deduzco que es tarde. Me temo que un genio no se rige por los horarios convencionales. —Ruth y Geoffrey estaban ocupados con monitores y tubos de ensayo respectivamente, tan absortos en su trabajo que no parecieron darse cuenta de la llegada de los adolescentes—. Además, incluso si estabais dormidos, asumí que os gustaría estar despiertos para este momento.

Crispin situó ante la mirada de Travis un vial de cristal con un tapón, con el tamaño y la forma de un huevo grande. Estaba prácticamente lleno hasta los topes con una solución incolora.

Tilo ahogó un grito, parecido a un chillido de dolor.

—¿Eso es lo que yo creo que es?

Travis cogió aquel objeto de su mano. Era frío y brillante. Se preguntó si, en el mundo previo a la enfermedad, los generales y presidentes sobre los que pesaba la responsabilidad de lanzar o no un arma mortífera habían sentido la extraña mezcla de miedo y excitación que sentía él en aquel instante.

—Lo habéis conseguido —dijo susurrando, asombrado.

—¿Acaso pensabas que no lo lograríamos? —le dijo Crispin a Travis, burlón—. Los parangones desean informar de que hemos combinado con éxito ADN humano y cosechador. La cápsula es la primera de una serie que empezaremos a producir inmediatamente. En resumen, el virus de transferencia genética ha sido perfeccionado.