Después de la prueba del adyra, y a pesar de la insistencia de Merekura y de User, el nomarca, Djoser se negó a recibir oficialmente la investidura real.
—Egipto no puede tener dos reyes —dijo—. Los festejos de la coronación sólo tendrán lugar cuando los dos países estén de nuevo unidos, y cuando el usurpador haya sido expulsado del trono supremo.
Ante las caras decepcionadas de sus interlocutores, añadió:
—Sin embargo, ha llegado el momento de desposarme con mi concubina Tanis. Y es en Tis donde quiero tomarla por esposa.
La alegría reemplazó a la decepción en todos los rostros.
—¡Esto es un nuevo augurio, señor! —exclamó Merekura—. No podías hacer una elección mejor: dentro de unos días tendrá lugar la Fiesta de los Buenos Encuentros, que celebra las bodas de Horus y de Hator.
—Con ese motivo, los habitantes de Behedu traen la estatua de Horus —añadió User—. Ya deben de estar en camino.
—Entonces ¡que se prepare todo cuanto antes! Nos queda poco tiempo antes de la llegada de las legiones de Nekufer.
Por las calles de Tis atestadas de gente avanzaba una larga procesión. En cabeza venía un centenar de muchachas agitando sistros de metal en forma de papiros.
Procedente de Behedu, lugar de nacimiento de Horus, una efigie con la imagen del dios se hallaba instalada sobre una imponente litera llevada por una veintena de sacerdotes, en dirección al templo de Hator. Detrás de la litera venían Djoser y Tanis, revestidos ambos con una larga túnica blanca del más fino lino. Una diadema adornada con el ureo, símbolo del poder real, ornaba su frente. Como exigía la tradición, Tanis había sido nombrada sacerdotisa de Hator. Alrededor de su cuello colgaba un extraño collar de tres hileras de perlas, el menat, equilibrado por un contrapeso. Se decía que este collar, símbolo del cuerpo de la diosa, preservaba de la enfermedad y permitía acceder a la inmortalidad. En la mano izquierda, Tanis llevaba una cruz anj cuyo rizo contenía un magnífico espejo de oro pulido, ofrenda que ella reservaba para la diosa. Djoser llevaba delante de él la Semat-Toy, objeto de madera tallada representando la ligadura emblemática del Papiro del Norte y del Lotus del Sur, reunión entre las dos divinidades antagonistas, Horus y Set.
Luego venían Imhotep y User, así como los grandes señores de Tis, Denderá y Behedu, que habían acompañado a Djoser en su expedición. Detrás, el pueblo, cargado con presentes que depositarían a los pies de la estatua de Hator.
El sumo sacerdote Merekura acogió a la joven pareja delante de la efigie de la diosa. Tras pronunciar las palabras rituales del matrimonio, anudó sus muñecas con una cuerdecilla roja, símbolo de su unión, luego dirigió un fervoroso encantamiento a la estatua, ante la que habían instalado la del dios Horus.
Como había predicho el rey nubio Hakurna, Tanis recibió su nombre de mujer, Nefert’Iti[47], que afirmaba ser la encarnación de Sejmet cuando volvió del lejano desierto bajo la apariencia de la diosa Hator.
Luego, y de acuerdo con el rito, Tanis, en su calidad de suma sacerdotisa, ofreció una copa de leche a Djoser, nueva encarnación de Horus. De este modo el gesto recordaba el nacimiento y el alimento ofrecido al dios.
De repente ocurrió algo que impactó profundamente a la concurrencia. Sakkara, el joven halcón, había sido dejado al cuidado de Kebi, ascendido a capitán hacía poco. Cuando Djoser bebía lentamente la copa de leche, el pájaro, descontento sin duda por verse separado de su amo, engañó al desventurado guerrero que en vano le ordenó que volviese. Planeando en el aire recalentado de la ciudad, la rapaz distinguió enseguida al joven. Entonces, ante la muchedumbre estupefacta, un relámpago sombrío brotó de lo más alto del cielo a una velocidad sorprendente, sus alas se abrieron y se posó con toda familiaridad en el hombro de Djoser, como solía hacerlo. Un formidable silencio se abatió sobre la concurrencia; luego Merekura tronó:
—¡Prosternaos! El halcón sagrado de Horus ha venido a posarse en el hombro del rey. De este modo le manifiesta su protección y su apoyo.
Los festejos se prolongaron durante tres días y tres noches, en los que Djoser y Tanis tuvieron que recibir personalmente a todos los personajes importantes del nomo y de aquellos otros que ya habían atravesado. Les ofrecieron regalos de todas clases, joyas suntuosas, muebles, así como numerosos animales. Era conocido el amor que la joven reina sentía por ellos. El palacio de Tis se pobló pronto de gacelas, de pájaros y de monos de distintas especies, de avestruces, de guepardos e incluso de un león, que Tanis no tardó en domesticar sin demasiado esfuerzo.
—Lo llevaremos a Mennof-Ra —le dijo encantada a Djoser—. Mi padre construirá un lugar donde puedan vivir, y todos podrán ir a admirarlos.
A Djoser no le faltaba trabajo. A estas recepciones hubo de añadir además los decretos que le dirigían los escribas comisionados por los jueces. En efecto, en su calidad de soberano, debía tomar personalmente cualquier decisión referida a un juicio o a un nombramiento.
Imhotep, sin cuya valiosa ayuda nada habría sido posible, fue nombrado primer ministro, y segundo de Egipto detrás del rey. Supo rodearse hábilmente de hombres eficaces a los que confió títulos honoríficos, pero a los que incumbía encargarse, en nombre del rey, de despachar los asuntos corrientes.
Djoser ardía de impaciencia. Hubiera querido dejar Tis para dirigirse al encuentro de Nekufer, que debía proseguir su avance desde Mennof-Ra. Pero era delicado abandonar repentinamente aquella ciudad que tan bien le había recibido. Sin embargo, en cuanto acabaron los festejos, ordenó a Pianti y a Semuré disponer el ejército para la partida.
Fue entonces cuando se precipitaron los acontecimientos. Una mañana llegaron a toda velocidad los exploradores. Se habían avistado las legiones de Nekufer a menos de cinco días de marcha de Tis.