Capítulo 60

Sanajt sufría. Desde hacía algún tiempo su tos empeoraba cada día. A veces, unos dolores extraños le oprimían el pecho. Entonces una fatiga intensa entorpecía sus miembros y él permanecía postrado en su cama. Los médicos se sucedían a su cabecera, todos ellos incompetentes. Los remedios que prescribían no le causaban ningún efecto.

Sin embargo, el rey estaba contento. Había sabido librarse de la influencia de Fera. Y por eso sentía un orgullo casi infantil. A menudo, cuando su estado se lo permitía, daba un largo paseo por la ciudad, por el simple placer de recibir el homenaje de su pueblo. Había mantenido su promesa. Las tierras habían sido devueltas a los campesinos y los impuestos habían disminuido. La satisfacción que se leía desde entonces en los ojos de los ciudadanos le confortaba en su decisión de reinar por sí mismo.

Sentía que en su mente bullían nuevas ideas. Había convocado a sus arquitectos para estudiar con ellos los planes de una nueva muralla, de un nuevo palacio, de un puerto mayor. Djoser tenía razón. Mennof-Ra podía convertirse en una ciudad magnífica. Temblaba de excitación cuando le presentaban proyectos. En esos instantes echaba de menos la presencia de su hermano. Pero Djoser se había marchado de nuevo a Kennehut.

Para conciliarse su gracia, Fera le había enviado su mejor cirujano. El dictamen de éste fue poco tranquilizador.

—El mal está dentro de los pulmones, señor. Resiste todos los tratamientos. Temo que la vida del Horus esté en peligro.

Fera palideció.

—¿Estás seguro?

—Nadie conoce los designios de los dioses, señor. Pero me he encontrado muchas veces con esos síntomas. La enfermedad corroe a nuestro rey por dentro. Aún puede vivir, pero no hará más que empeorar. Por desgracia, no puedo hacer nada para curarle. Perdóname.

—¡Eres un inepto!

El médico se inclinó y se retiró. Una vez solo, Fera se sumió en sus pensamientos. La noticia era inquietante. Sanajt no tenía heredero. Si terminaba yendo al reino de Osiris, le sucedería Djoser. Y eso era inaceptable.

Frotándose las manos, gesto que en él indicaba un profundo nerviosismo, el ex gran visir volvió a pensar lo que había imaginado poco después de la intervención de aquel maldito Djoser. No debía acceder al trono a ningún precio.

Nekufer sería un rey mucho mejor que aquel perro. Movió lentamente la cabeza mientras una sonrisa iluminaba su cara regordeta. Tenía que verle.