—Ha muerto de una intoxicación alimentaria, majestad —le dijo a Djoser uno de los médicos que atendieron al enfermo—. Netkebré era un glotón y un bebedor incorregible. No hemos podido hacer nada.
La tristeza se apoderó del rey. A pesar de sus excesos, se sentía muy unido a aquel hombretón cuyo apetito daba fe de su amor por la vida. Echaría de menos su infatigable buen humor.
Después de observar el cadáver, Semuré hizo un aparte con Djoser.
—Primo mío, esta muerte me parece muy extraña. Antes de pronunciarme, me gustaría que Uadji examinara a Netkebré.
El rey meneó la cabeza.
—¿Crees que podría tratarse de un nuevo atentado?
—Esperemos a conocer la opinión de Uadji.
El enano, despertado en plena noche, no tardó en confirmar la hipótesis de Semuré tras estudiar el cuerpo.
—Netkebré no murió de enfermedad alguna, majestad —declaró—. Es lo que han querido que creyéramos. Pero en realidad ingirió veneno.
—¿Veneno? ¡Explícate!
—Es un producto extraído de una planta. Provoca la muerte por asfixia. Los ñam-ñam lo utilizan para cazar. Fue mezclado en la comida o en la bebida del difunto.
—Pero si comió y bebió lo mismo que nosotros —respondió Djoser.
Semuré intervino.
—Ahora lo entiendo, señor. Netkebré fue el único que comió de los panecillos empapados de vino.
Djoser exclamó:
—¡Por los dioses! Aquellos panes eran para mí. Han intentado asesinarme de nuevo. Sin la intervención involuntaria del pobre Netkebré, habría muerto.
—Su glotonería le costó la vida —comentó Semuré—. Los panes estaban empapados de vino. Así pues el vino o el pan habían sido envenenados.
El rey lanzó un rugido de rabia.
—¡Esto es demasiado! Que detengan a Nakao, el responsable de los escanciadores, y a Uti, el de los panaderos.
Semuré reunió poco después a la Guardia Azul y dio las órdenes. Una hora más tarde, el gran escanciador y el jefe de los panaderos fueron conducidos a la prisión real y encerrados.
Desde hacía casi dos meses, Kehún, el alcaide de la prisión, había aliviado el pesar de Moshem permitiéndole pasearse libremente por el interior de la prisión. Así actuaba, creía, sabiamente. Si el joven beduino, como aseguraba, conocía en persona a la reina Nefertiti, con quien afirmaba haber coincidido en los países del Levante, más le valía tratarlo con deferencia por si acababa obteniendo la gracia. En un primer momento no concedió mucho valor a sus afirmaciones, aunque la descripción que el joven hizo de la soberana era muy acertada, y Kehún sabía que, antes de la coronación, la esposa del Horus había llevado a cabo un larguísimo viaje.
Con el tiempo, la erudición y el encanto de Moshem le granjearon la simpatía de Kehún. El joven lo distraía contándole sus peregrinajes a países lejanos. No obstante, cuando Moshem intentó que Kehún le consiguiera una audiencia con la reina, se negó a hacerlo. No era muy recomendable que un esclavo molestara a la Gran Esposa.
Moshem se lo tomó con paciencia. Rammán velaba por él y no tardaría en enviarle una señal. Habría podido considerar la idea de fugarse, pero ¿adónde? Como mínimo, en la cárcel escapaba de las hambrunas. Gracias a la complicidad de Anjeri, recibía incluso rollos de papiro, cálamo y tinta, pudiendo continuar así con sus estudios sobre las escrituras sagradas.
Nadji lo seguía a todas partes, asombrado por los conocimientos de su amigo.
—Eres el hombre más sabio que conozco —decía—. Estoy seguro de que te convertirás en alguien importante. Y entonces me gustaría ser tu sirviente.
—Sí, pero antes debo salir de aquí. Y lo haremos juntos.
—Hay que tener fe, Moshem. Los dioses velan por ti.
La noche anterior al quinto día epagómeno, el aniversario de la diosa Neftis, ingresaron dos prisioneros en calidad de incomunicados. El señor Semuré, que llegaría por la mañana, los interrogaría personalmente.
Al alba, Moshem y Nadji fueron designados para llevarles comida.
Penetraron en la celda. Uno de los detenidos era el panadero Uti. El hombre se volvió con gesto descompuesto y ojos febriles. Apenas había dormido. Moshem no sentía ninguna simpatía por aquel individuo. Puso frente a él un frasco con agua y un pan y le preguntó:
—¿Por qué te han traído aquí?
—¿Qué más te da?
—He oído decir que intentaste envenenar al Horus —susurró Nadji.
El panadero alzó la cabeza bruscamente.
—¡Es falso! ¿Qué os importa?
—Mera curiosidad —respondió Moshem, conciliador—. No temas. Si eres inocente, la justicia del rey lo reconocerá y recuperarás rango y fortuna.
—La justicia del rey… —gruñó Uti. Y dudó antes de añadir—: Anoche tuve un extraño sueño, y me asusté.
Moshem se agachó a su lado.
—Mi dios, Rammán, me concedió el don de descifrar los sueños. Explícamelo y sabré interpretarlo.
Uti lo miró desconfiado, aunque acabó por decidirse.
—Fue un sueño estúpido. Llevaba un cesto de panes que había preparado especialmente para el rey y la reina. Cuando iba a ofrecérselos, los panes se convirtieron en tres grandes pájaros sin cabeza y la cesta se empapó de sangre. De pronto, los pájaros decapitados salieron volando y se abalanzaron sobre mí. Sus patas me desgarraron y yo no podía impedirlo.
Moshem bajó la cabeza.
—¿Deseas saber exactamente qué significa tu sueño?
—¿En verdad sabes descifrar los sueños?
—Gracias a este mismo don fui vendido como esclavo por mis hermanos.
—Explícamelo, por favor.
—La sangre en el cesto indica que eres culpable y los tres pájaros, que morirás en tres días.
Uti, que había palidecido de repente, se alzó.
—¡Maldito esclavo! ¿Cómo te atreves a hablarme así? No hay pruebas, ¿me oyes?
—¡Lo veo en ti! Intentaste envenenar al rey.
El otro, al borde de la ira, se lanzó sobre él. Moshem, sin embargo, era más fuerte y respondió con un violento puñetazo que derribó al panadero. Cuando salió en compañía de Nadji, éste no pudo ocultar su estupor.
—¿Es cierto lo que has dicho? ¿Es culpable?
—Sí. No sé cómo lo ha hecho, pero intentó matar al Horus Neteri-Jet. Fracasó y será condenado a muerte. Dentro de tres días habrá muerto.
—Le cortarán la cabeza. Es la costumbre de Kemit.
—No. Le aguarda otro final, aunque lo desconozco. He visto que su rostro adquiría un color azulado y que los ojos se le salían de las órbitas.
—¿Cómo puedes saberlo?
—A veces tengo la impresión de que Rammán habla en mi interior. Las imágenes se forman a partir de los sueños. De los míos o de los que me confían. Y Rammán jamás me ha engañado.
La siguiente celda estaba ocupada por el escanciador Nakao, tan abatido como el panadero.
—¿Debo entender que tú también has tenido una pesadilla?
—¿Quién eres?
—Me llamo Moshem y soy hijo de Ashar.
—¿Por qué estás aquí?
—La mujer de mi señor me acusó de intento de violación. —Le contó su desventura.
Nakao esbozó una sonrisa triste.
—Conociendo a Saniut, te creería. Pero no puedo hacer nada por ti. Me han acusado de haber intentado envenenar al rey, pero soy inocente.
—Así, no debes temer nada.
—Anoche tuve un sueño incomprensible. Ante mí había una cepa con tres ramas. Poco después floreció. Al rato, las flores se tornaron racimos maduros. En mi mano estaba la copa del Horus. Yo recogía los racimos y los exprimía en la copa y los entregaba al rey.
Moshem se agachó y puso una mano amigable en el hombro de Nakao.
—Tranquilízate. Los tres racimos representan tres días. En tres días serás declarado inocente. El rey te devolverá a tu cargo y podrás volver a servirle vino.
Nakao lo miró sorprendido.
—¿Te burlas de mí?
—¿Por qué debería hacerlo? Veo en tu rostro que eres inocente. Confía en la justicia del rey.
Nakao suspiró, y su cara se iluminó con una amplia sonrisa.
—Es cierto, soy inocente. Y sé que Djoser es un rey justo.
—Bien, ten paciencia. Y cuando hayas regresado al lado de la reina, háblale de mí.
—¿Conoces a la reina?
—Coincidí con ella en mi país. Hicimos un largo viaje juntos, con mi tribu. No olvides mi nombre: Moshem, el hijo de Ashar.
Nakao sabía que Tanis había hecho un largo viaje antes de convertirse en la esposa del Horus. Se incorporó y pasó el brazo por los hombros de Moshem.
—Si dices la verdad, pronto volveré a estar al lado del rey. Y le contaré tu desdicha. Estoy seguro de que también te liberará, pues eres inocente.
—Los planes de Rammán son en ocasiones inescrutables. Pero empiezo a entender por qué me condujo hasta esta prisión. Deseaba que te conociera.
Más tarde, aquella mañana, Semuré mandó que condujeran a los prisioneros a una sala subterránea donde serían sometidos a un severo interrogatorio. Cuando se disponía a reunirse con ellos, lo detuvo un joven esclavo que se inclinó respetuosamente ante él.
—Perdonad la audacia de este servidor, señor. Desearía hablaros de esos dos hombres.
Intrigado, Semuré lo observó.
—¿Los conoces?
—Hablé con ellos esta mañana. Sus sueños han desvelado al culpable.
Semuré esbozó una mueca divertida. Su escepticismo natural no hacía que creyera demasiado en los sueños. Sin embargo, la sinceridad del cautivo lo asombró.
—¿Y quién es?
—El panadero Uti. Sería una lástima que torturaras a Nakao, pues es inocente.
—¿Por qué lo defiendes así?
—Porque yo también soy inocente.
El joven se alzó con orgullo.
—Mi nombre es Moshem y soy hijo de Ashar. Mi padre era un poderoso jefe de tribu. Además, conocí personalmente a la reina Nefertiti.
—¿Tú?
—Su otro nombre es Tanis. Hace cuatro años, realizó un largo viaje por los países del Levante. La conocí en aquella ocasión. Compartimos el pan y la cerveza durante varios meses. Habladle de Moshem, señor. No puede haberse olvidado de mí.
—De acuerdo, lo haré. Pero si te ha olvidado, le pediré a Kehún que castigue tu afrenta con severidad.
—Confío en ella, señor.
Semuré sacudió la cabeza. Aquel personaje lo tenía intrigado. A pesar de su condición, desprendía una dignidad natural que revelaba su antiguo estatus de príncipe. Moshem insistió:
—¡No lo olvidéis, señor! El escanciador es inocente.
—¡Debería azotarte por tu arrogancia! —No obstante, se acercó al beduino llevado por una repentina simpatía. Casi con tono de confidencia, añadió—: No te preocupes por Nakao. Ya sospechaba que era inocente.
—¡Vuestra perspicacia os honra, señor!
Divertido, Semuré lo observó alejarse. ¿Por qué había tratado a aquel esclavo como si fuese su par? Se encogió de hombros y siguió a sus guardias en dirección a la sala subterránea.